Las vicisitudes de una oveja bicéfala

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Un relato de Maundevar

―¡Y recuerda bajar a por el pan! ―chilló Paqui al interior de la casa.

Nadie contestó a la anciana, y aunque hizo un ademán de salir a la calle, se volvió de nuevo para proyectar su mirada hacia la única fuente de luz que surgía del perfil de la puerta de la habitación de su hijo.

―¡Oliver! ―gritó en un estrépito disonante.

―¡Qué! ―respondió una voz ronca, aplacada por la puerta de conglomerado de la habitación.― ¡El pan, coño, el pan! ¡Ya lo sé, pesada!

La anciana miró al techo del recibidor desvalida, pidiendo fuerzas para soportar la carga de aquel ocioso zángano que el diablo le había concedido. Martirio o condena por algún pecado olvidado de su remota juventud, pensó. La vetusta matrona salió a la calle y exhaló un sonoro soplido de impotencia.

Oliver captó el rotundo portazo de su madre al salir. Por fin se había marchado aquel pretérito de lo humano, matusalén de senil carácter, incapaz de comprender sus inquietudes, sus planes y aspiraciones.

Ingeniero informático en el paro, vivía con su anciana madre que había enviudado hacía ya tres años. Según Oliver, no podía dejarla sola en aquella casa. Las paredes se le caerían encima. Él estaba para que la vida no mermara en aquel hogar. Era el protector: guardián y procurador de las leyes de aquella morada. Alzó el brazo con solemnidad y se dirigió a una audiencia irreal.

―¡Atrás escoria! ―proclamó con voz firme―. El suelo que os atrevéis a pisar con vuestras pezuñas, preserva y resguarda la memoria de nuestro linaje. ―Oliver se levantó de la silla con el chasquido lastimoso de unas rodillas castigadas por la robustez de su cuerpo―. El osado guerrero que quiera retarme, que dé un paso al frente ―sentenció blandiendo un bastón de plástico, que emitía, como artificio de feria, el zumbido de los sables futuristas de algún celuloide fantástico.

La mente quijotesca de Oliver le hizo vagar, como era acostumbrado en él, por las lindes de lo real y lo ficticio. Pero la imagen heroica que estremecía en aquel instante su espíritu, discernía sobremanera de la realidad: su obeso cuerpo, cebado por una glotonería desmedida, vibraba como una emulsión viscosa por las sacudidas enérgicas del cayado radiante de verbena. Vestía unos calzoncillos de un blanco de tonos pajizos y una camiseta desgastada, que lucía la imagen publicitaria de un Jedi galáctico. El rostro de la figura del guerrero estaba cubierto por los restos desecados del chocolate de un bizcocho mantecoso. Estos bollos, eran manjar frecuente en la dieta de aquel tocino animado.

Pero de forma repentina, el recuerdo de una tarea pendiente retornó el alma de Oliver a su habitación. Eran ya las diez de la mañana: la hora anunciada. La resolución, que con tanta inquietud había esperado, debía estar ya publicada en la página web del Grupo Social de Caja Capital. Dejó el sable de plástico sobre el escritorio, y se sentó ante el ordenador, no sin antes asegurarse que tenía a mano una caja de bollos “Troglodita”. La publicidad del envase mostraba la caricatura de un ser paleolítico que devoraba alocado la figura bucólica de un pastelillo relleno de cacao. Un reclamo destacaba en el embalaje: “Desayunos Trogloditas. Una explosión chocolateada en cada bocado”. Oliver agarró el último bollo de la caja chupando el chocolate fundido que fluía de aquella bomba de calorías, mientras accedía a la página electrónica de Caja Capital.

Su vientre contenía el hormigueo nervioso de la expectación. El documento, la sentencia del jurado, se cargaba con odiosa lentitud, debido a una línea de ADSL saturada. La descarga de videos obscenos que alimentaban la lujuria famélica de su desafortunada vida amorosa, colmaban la capacidad de la red.

Mientras se abría el documento, el desánimo abatió a Oliver. Escritor amateur frustrado, había competido en múltiples certámenes literarios sin otro resultado que el anonimato del perdedor. Surgían siempre nuevos nombres y apellidos. Gente que le arrebataba el mérito de la victoria, el gozo del finalista. Todas sus epopeyas quedaban ocultas en las profundidades del disco duro de su ordenador. El alias de aquellos premiados, parecía obtenido de un programa aleatorio que combinaba los apelativos más comunes del gentilicio romano e hispano: Antonio Pérez González o César Rodríguez García, eran ejemplos de aquella odiosa permutación.

La página se cargó, y sus ojos se iluminaron en un destello fulgurante de asombro y sorpresa. Con excitación creciente susurró para sí lo que su mente creía un sueño imposible.

―Relato ganador: Las vicisitudes de una oveja bicéfala, de Oliver Armando Castillo ―murmuró.

Oliver se quedó paralizado por unos instantes, asimilando el significado de lo que había leído.

―¡Ganador! ―gritó levantando en alto sus rollizos y pesados brazos―. ¡Yo! ¡Toma ya! Tanto tiempo en la sombra, pero al fin se reconoce mi talento.

El contacto de un líquido viscoso fluyendo por su mano derecha, le extrajo de su dicha literaria. Alzó la mirada sin bajar los brazos, y observó como el chocolate del troglodita que sostenía, fluía acercándose ya a la altura del codo. En mitad de aquella catarsis triunfante, había estrujado inconsciente el bollo que sostenía.

Oliver lamió en una sola pasada el recorrido que el cacao había seguido, y se introdujo el bizcocho en la boca, mascando con sonoros golpes maxilares.

Ganador. Aquella palabra retornó a su mente con emoción contenida, sintiendo con apremio la necesidad de volver a escucharla. Fagocitando el pastelillo en una única ingestión desmedida, abrió la boca con la intención de exclamar de nuevo su triunfo.

―Gan... ―balbuceó torpemente―. Ggg... ―esputó incoherente, mientras su cara se enrojecía asfixiada.

Oliver se incorporó a duras penas, mientras notaba como aquella delicia mantecada iba lentamente introduciéndose en su tráquea, poco acostumbrada a aquella clase de ingestas. Abrió la boca en vanos intentos de exhalar el oxígeno que ya aclamaban sus pulmones, pero el tapón que ejercía el bollo se mostraba impasible ante aquellos estertores de muerte anunciada. De nariz y boca le surgía una babosa mezcla de cacao fundido y flema que escupía en caóticos espasmos. Su tez, ya roja carmesí, mutaba a un tono violáceo, de aspecto mortecino, mientras avanzaba tambaleante hacia la puerta de su habitación. Poco tardó en tropezarse con la moqueta del suelo, cayendo cual coloso derrotado.

Con la mirada perdida en un horizonte que superaba los límites de su habitación, Oliver pensó en su desgraciada situación. Pero antes de dejar el mundo, soltó un borboteo incoherente que retumbó con clara solemnidad en su mente moribunda:

“¡Qué artista muere conmigo!”, sentenció aquel Nerón de tres al cuarto.

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Aldous Jander
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Poblador desde: 05/05/2011
Puntos: 2167

Qué mala baba tienes Maundevar Risa cachonda.

Me ha gustado mucho, sí señor. A lo mejor eliminaría algunos adjetivos en los primeros párrafos, que me resultan recargados, pero vaya, por lo demás está muy bien.

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Bestia insana
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Poblador desde: 02/05/2013
Puntos: 1928

Aldous Jander dijo:

Qué mala baba tienes Maundevar Risa cachonda.

Me ha gustado mucho, sí señor. A lo mejor eliminaría algunos adjetivos en los primeros párrafos, que me resultan recargados, pero vaya, por lo demás está muy bien.

Muy bien, Maundevar, he pasado un buen rato, me he quedado con ganas de leer ese relato ganador

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Nycodemus
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Poblador desde: 09/01/2012
Puntos: 443

Me ha encantado. Muy, muy bueno. Hacía tiempo que no leía nada parecido y la verdad es que se agradece.

El portagonista medio grotesco y medio entrañable está muy bien conseguido. Es como una especie de chute concentrado de Ignatius Reilly.

¿Sabes que hay correlación entre la decadencia del espirógrafo y la creciente proliferación de las bandas callejeras? Piénsalo.

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Maundevar
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Poblador desde: 12/12/2010
Puntos: 2089

Gracias a los tres por vuestros comentarios.

Si os ha gustado y os habéis distraído con él me doy por más que satisfecho.

Nycodemus, acertaste con lo del protagonista de "La conjura de los necios". Me quedé “prendado” de ese personaje tan singular y excéntrico.

Quería crear un personaje estrambótico e irreal, pero que a la vez se vislumbraran unos anhelos y decepciones semejantes a los que en ocasiones he vivido como escritor amateur. Supongo que muchos seremos los que navegamos por esta web, hemos escrito decenas de relatos cortos, los hemos enviado a no sé cuantos certámenes, y el resultado final ha sido semejante, en la mayoría de los casos, a no haber remitido absolutamente nada.

Pero también quería contarlo sin crear un cuento para deprimir al personal… No sé, la verdad es que me divertí escribiéndolo, que a la postre y en el fondo es lo importante en un hobby, ¿no?... Qué te distraigas y te diviertas, que para agobiarte y sofocarte ya están los trabajos remunerados, jejeje.

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Relator
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Poblador desde: 28/05/2013
Puntos: 257

Me pareció genial, y la manera en la que está escrita me atrapó desde el inicio. 

Tan solo me hubiera gustado escuchar una vez más a la pobre anciana pidiendo que no se olvide de comprar el pan.

Oh Esperanza, cuando crezca realizaremos grandes viajes...

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 209184

Muy simpático el relato, sí. Aun con toda su mala leche Risa cachonda

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Fly
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Poblador desde: 18/09/2012
Puntos: 19369

Relator dijo:

Tan solo me hubiera gustado escuchar una vez más a la pobre anciana pidiendo que no se olvide de comprar el pan.

Sí, es el remate perfecto. Después de su alocución final la vieja gritando que bajara a por el pan. Risa cachonda

Está muy divertido, enhorabuena.

 

Es probable emitió su esperma de una forma muy descuidada.

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