Del estilo de In Absentia, disco ante el que me arrodillo una vez por semana, queda poco en The raven that refused to sing. Wilson ha pasado por muchas etapas a lo largo de su carrera. Si nos ceñimos a Porcupine Tree, aun manteniendo un estilo muy reconocible, empezó con la psicodelia (On the Sunday of Life, Voyage 34, Up the Downstair, The Sky Moves Sideways y Signify), coqueteó con el pop-rock (Stupid Dream y Lightbulb Sun), se pasó al heavy con ramalazos semi-death (In Absentia, Deadwing y Fear of a Blank Planet) y acabó acercándose al rock progresivo de los setenta (The Incident). Lo que encontrarás aquí es una versión mejorada -muy mejorada, en mi opinión- de ese último disco. Ya nos contarás qué te ha parecido...
The raven that refused to sing
Analizamos el último disco de Steven Wilson
Ha pasado ya el suficiente tiempo como para darnos cuenta de la capital influencia que ha tenido en Steven Wilson la figura de Robert Fripp. Cuando se acercó al alma mater de King Crimson para hacer nuevas mezclas de Lizard, el disco maldito de los Crimson, Fripp torció el morro. No creía que, a estas alturas, nadie pudiera estar interesado en saber nada nuevo de aquella obra dislocada. Por suerte, como en todas sus opiniones de los últimos diez años, Fripp estaba equivocado. La remezcla de Lizard fue un éxito crítico y comercial y Wilson empezó a meter mano en el resto de discos clásicos de los Crimson con idénticos resultados.
Mientras se encargaba de esta tarea, Wilson cayó bajo la influencia de Fripp. En lo personal, se sintió demasiado agobiado por el formidable vehículo en que se había convertido Porcupine Tree y decidió volar libre. Si Fripp cambió multitud de veces la formación y el estilo musical de King Crimson durante sus años dorados (1969-74), Wilson aparca Porcupine Tree y hace de su carrera en solitario una versión mercenaria de aquella. El embrujo de Fripp también se encuentra en la nueva orientación musical de Wilson. En The Incident e Insurgentes se notaba ya algo (el riff de Great Expectations y No Twilight within the Courts of the Sun), en Grace for Drowning era algo mucho más evidente (Sectarian y Raider II, verdadero embrión del disco que nos ocupa) y en The Raven that refused to sing todo toma sentido.
Dicho lo cual, Luminol, el germen de este disco, que comenzó a tocarse durante la gira de Grace for Drowning, no suena a King Crimson, sino a Yes. La sección rítmica de Minnemann y Beggs es igual de precisa y desinhibida que la de Bruford y Squire y lleva el peso de la canción durante sus más de diez minutos de duración.
Sí puede apreciarse, por otro lado, lo que será una constante a lo largo del resto del disco: el importante peso que recae en la improvisación. Wilson se ha rodeado de virtuosos (no aquejados de diarrea musical, por suerte) y sabe aprovecharlos al máximo. El ejemplo más claro es el fantástico solo de Guthrie Govan en Drive Home. Este tema, que comienza, ahora sí, con una melodía de guitarra claramente crimsonesca, tiene un desarrollo que habría encajado en cualquier disco de Blackfield. The holy drinker, con una estructura rítmica inspirada de nuevo en Bill Bruford, recuerda en su final a los drones de Insurgentes. Igual que ese precioso conjunto de retales que es The Watchtower: empieza con Wilson cantando como Greg Lake y tiene un cierre afilado y siniestro que mira a los ojos al Fantomas de Mike Patton. Por último, el bellísimo tema final del disco, que es el que le da nombre, continúa el camino abierto por Storm Corrosion, la colaboración entre Wilson y Åkerfeldt.
Visto así, podría temerse que The raven that refused to sing es un monstruo de Frankenstein más en la atrofiada escena del rock progresivo, inmovilizada por una fuerte indigestión de influencias y una sobredosis indisimulada de vanidad, pero no. Lo apuntado en la ya mentada Raider II cristaliza aquí: las canciones fluyen con naturalidad y sentido, todas tienen un nivel altísimo (quizás Pin Drop sea la única que baje un poco el listón) y muestran a un Steven Wilson liberado de todo tipo de corsés que traslada a la actualidad, Alan Parsons mediante, un modo de entender la música que se perdió a mediados de los setenta con el ascenso del punk. Es una lástima que quizás Porcupine Tree haya tenido que desaparecer para que exista este disco, pero sería de necios negar la evidencia: estamos ante un disco abrumador.
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Interesante, me lo escucharé en cuanto pueda. Lo de este hombre no me suele dejar frío.
Recuerdo que In Absentia de Porcupine Tree me gustó bastante, pero por ejemplo la de Anesthetize (por lo menos la canción, que es lo que recuerdo) nunca me terminó de gustar.
A ver qué tal está.
¿Sabes que hay correlación entre la decadencia del espirógrafo y la creciente proliferación de las bandas callejeras? Piénsalo.