Kick-Ass 2
Reseña del cómic de Mark Millar y John Romita Jr.
Qué extraño fenómeno caracterizó la adaptación al cine de Kick-Ass. Una película que seguía fielmente al material que adaptaba en su primera mitad para, en la conclusión, traicionar todos los conceptos que sustentaban la historia. Quizás por ello, por este cambalache entre medios, Mark Millar no ha sabido muy bien cómo dar forma al segundo tomo de su propia creación. Por buscar una explicación a Kick-Ass 2, vamos.
Recordemos que, en el material de partida, el protagonista, un pardillo integral, quería ser un héroe como los de los cómics, pero solo lograba que le dieran palizas por todos lados hasta que le rompían el cráneo y tenían que soldarle los huesos con una lámina metálica que, de forma indirecta, le hacía -un poco- más resistente a los golpes en la cabeza. La serie se caracterizaba por el uso que se hacía de Dave como punching ball, la violencia era explícita y desaforada, pero, en el fondo, no dejaba de ser una versión cafre del slapstick, heredera directa de los cernícalos de Jackass. Esta tendencia se rompía cuando el padre de Hit Girl, un auténtico pirado/justiciero, era ejecutado por la mafia. De repente, esa violencia, la misma que sufría el pobre Kick-Ass, se convertía en algo escalofriante.
Esa —no bromeamos— sutileza con la que Millar variaba el registro de algo tan burdo como un estacazo en la jeta desaparece en Kick-Ass 2. El guionista da la impresión de haber olvidado qué quería contar (y cómo) en esta serie y recurre a elementos manidos (algo parecido a un supergrupo; retorno del villano, ahora más poderoso que nunca...) y chistes rutinarios (que en Kick-Ass eran solo la anécdota) para estructurar la narración. El slapstick ha desaparecido y solo quedan momentos de violencia extrema (ahora sí, sin ton ni son) que hacen avanzar la narración a empentones.
El dibujo de John Romita Jr. ha sido también muy criticado, en general por su presunta dejadez a la hora de caracterizar personajes. Aquí preferimos destacar, por el contrario, lo sorprendente de su planificación en algunas de las escenas de acción (en especial, la persecución en coche desde el cementerio), con unos puntos de vista insólitos, arriesgados y muy efectivos. Ante esto y la habitual contundencia de su trazo, lo de que dibuje niños cabezones nos parece, como mucho, una anécdota.
Kick-Ass 2 no es que sea un mal cómic, es que es una mala secuela de Kick Ass. Se lee de un tirón, hace sonreír, tiene aciertos aislados y un dibujo interesante, pero ha olvidado por el camino todo aquello que hizo de la primera parte algo fresco y diferente. Que Millar escriba burradas no significa que sea un burro; a poco que se analice en profundidad su obra es algo que puede detectarse sin problemas. Por tanto, habrá que esperar a leer Hit Girl para ver si este Kick-Ass 2 ha sido sólo un tropiezo o que Millar, simplemente, está ahora mismo a otras cosas.
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