La espada salvaje de Conan: La ciudad de los cráneos
Reseña del vigésimo volumen de la reedición de Planeta DeAgostini
La espada salvaje de Conan: La ciudad de los cráneos es un tomo fragmentario que incluye cuatro narraciones independientes y de las cuales, además, tres están relacionadas con volúmenes precedentes. Los cambios en el equipo gráfico acentúan, además, esta impresión general. Solo los guiones de Roy Thomas sirven de base compartida para todas las historias, algo que garantiza en buena medida la calidad.
Empezamos con A por el trono de Zamboula, que bajo este título poco afortunado nos presenta la trepidante conclusión de las historias de Andrew O. Offutt. Es un comienzo por todo lo alto. Tras habernos puesto en canción con numerosos elementos sobre el Ojo de Erlik y la Espada de Skelos en La espada salvaje de Conan: El hechicero y el alma y La espada salvaje de Conan: El loto negro y la muerte amarilla, Roy Thomas se marca un desenlace antológico. Es cierto que no trae demasiadas sorpresas, pero da la impresión de que por fin todas las piezas del puzle encajan sin necesidad de forzarlas y podemos disfrutar del Conan ladrón, de las tretas de los hechiceros, de las intrigas de la corte, de buenas peleas y de momentos memorables, llenos de solemnidad y fuerza narrativa, de lo que es la épica tal cual. Incluso el elemento sensual y la complicada relación entre Isparana y el cimerio parecen pulir sus aristas. Hay que decir que el impresionante trabajo de John Buscema y Tony de Zúñiga es responsable de buena parte del disfrute.
Le sigue una historia que solo está ahí por los complicados temas de derechos de autor en torno a la obra de Robert E. Howard. Se trata de El espejo de la mantícora, una historia esbozada por Fred Blosser para dar ciertas explicaciones sobre la reaparición de Olgerd Vladislav en el relato El que duerme bajo las arenas, incluido en La espada salvaje de Conan: Nacerá una bruja. Había un cabo suelto menor al respeto, pero Roy Thomas tenía un fuerte deseo de narrar de un modo completo las aventuras del cimerio y, a todas luces, le perturbaba ese fallo en la continuidad. Como consecuencia, podemos disfrutar de este breve interludio dibujado por Kerry Gammil con un estilo algo siniestro pero sin duda potente. A nivel argumental no aporta demasiadas cosas y su mayor particularidad es que Conan no aparece casi en él, pero es una buena escena de espada y brujería y duelos en el desierto.
Luego pasamos a La ciudad de los cráneos, basada en un relato de L. Sprague de Camp y Lin Carter, uno que nos lleva a una ciudad perdida llena de misterios en la que un Conan mercenario y bien acompañado va a ser reducido a la esclavitud para luego liberarse y salvar a la chica in extremis. A día de hoy no es que aporte elementos muy novedosos... ni falta que le hace. Hay dos puntos a destacar a parte de toda la parafernalia propia del género que plasma con acierto Mike Vosburg con Alfredo Alcalá: la inclusión de un compañero digno del cimerio, el algo irónico Juma, que sirve de contrapunto a la seriedad lapidaria del primero, y las reflexiones subyacentes sobre las degeneraciones de los civilizados, muy propias de Howard, que cristalizan en la predisposición a la esclavitud cuando la cultura eclipsa el instinto.
Como cierre, La diosa de marfil, que también es adaptación de un relato de L. Sprague de Camp y Lin Carter y continuación (o secuela, como indica el cómic) de Las joyas de Gwahlur, incluido en La espada salvaje de Conan: Los hijos de Jhebbal Sag. Se trata de una historia de templos misteriosos engullidos por los desiertos que por una vez no están solo ahí para ser saqueados, sino que sirven de eje para articular una de las numerosas conspiraciones en las que se ve envuelto el cimerio. La perspectiva es refrescante a pesar de que la ejecución es algo lineal y se apoya más en combates y monstruos que en el propio misterio. El trabajo de John Buscema y Danny Bulanadi mantiene los altos estándares de la serie.
El resultado es que La espada salvaje de Conan: La ciudad de los cráneos es un número poco cohesionado, que recuerda a la sensación de abrir una revista de género y no saber muy bien qué vas a encontrar en ella, lo que tiene sus ventajas y sus inconvenientes. La calidad, por el contrario, es alta y, sin lugar a dudas, el sabor de la Era Hiboria está muy conseguido, por lo que los aficionados a la obra de Howard podrán disfrutarla mucho.
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