Un relato de horror cósmico de Watson
El submarinista había escogido una mala hora para su visita al arrecife, porque se acercaba la noche. Cuanto más se agotaba la luz, más siluetas inquietantes veía a su alrededor; aun así, fue capaz de controlar su desasosiego, pues no se hallaba en una zona muy profunda, y una rareza le retenía: la ausencia completa de vida acuática.
Investigó lo que pudo hasta que la oscuridad le obligó a retirarse, sin embargo, antes de que pudiese ir hacia la barca, escuchó un intenso zumbido y perdió el control del cuerpo.
Algo le obligaba a descender.
Consiguió recuperar el dominio de sus extremidades al entrar en contacto con el lecho marino, donde unas luces verdosas captaron su atención. Provenían de un artefacto semienterrado. El submarinista lo extrajo de la arena y vio, henchido de curiosidad, que se trataba de una esfera rutilante. Su primera impresión fue que debía ser algún nuevo tipo de boya científica, pero tras regresar a la barca y examinarla detenidamente, juzgó que no sabía qué era: emitía luces desde el interior igual que si estuviese llena de luciérnagas; tenía una escritura desconocida en la superficie; su tamaño cambiaba —hubiese jurado que bajo el agua era más grande que una pelota de golf—. Todo lo anterior fueron menudencias al descubrir que podía quedarse suspendida en el aire.
Decidió que lo guardaría en secreto. Escondió la esfera en un saco que usaba para llevar aperos de pesca y puso rumbo al muelle. El plan era deshacerse de ella cuanto antes por un buen precio, para conseguirlo debería eludir un obstáculo: su hermano, que acostumbraba a esperarle con el anhelo codicioso de ver sus hallazgos.
—¡Jaime! —exclamó desde la orilla agitando los brazos—. ¿Has encontrado el barco?
El objetivo inicial de Jaime, antes de ir al arrecife, era buscar una vieja embarcación hundida, porque los rumores decían que valiosas reliquias de contrabando se encontraban en su interior.
—¡No hubo suerte, Miguel!, ¡las coordenadas que nos dieron eran falsas!
Jaime amarró la embarcación al muelle. Su hermano le miró con los ojos desorbitados.
—¿Qué diablos es eso? —dijo sin pestañear.
El saco donde Jaime guardó la esfera levitaba tras él. Parecía una singular medusa marrón, ya que los hilos sueltos del agujero deshilachado se asemejaban a los tentáculos.
—Nada —contestó cogiéndolo. Luego se apeó con el artefacto bajo el brazo.
—Tú también mientes, seguro que es caro y no quieres compartirlo.
—Es una boya con luz, nada más.
—¡Ah!, no sé cómo no se me ocurrió al verla volar sin alas… Sácala de ahí.
—Ya te la enseñaré más tarde, ahora vuelve a la tienda, que tienes clientes.
Miguel era el dueño de un establecimiento conocido, sobre todo, por sus anzuelos artesanales.
—Menudas tonterías dices, loco, si acabo de cerrar. Mira, me tienes hasta la coronilla; pero te tomo la palabra. Como al final resulte que guardes una cosa cara…
—Si tiene valor serás el primero en saberlo, ya sé que sin tu ayuda económica no podría hacer mis excursiones marítimas, descuida. Y quítate esa ropa de pescador, que sólo la llevas para aparentar.
Jaime se apresuró a entrar en su coche con la intención de ir al estudio lo antes posible, porque deseaba examinar la «boya» minuciosamente. La encerró en la guantera con la esperanza de que no se escapase.
Durante el trayecto sintió de nuevo el zumbido, aunque con menos intensidad. Dedujo que intentaba controlarle, pero le quedaba poca energía; por lo tanto, el ruido fue una mera molestia.
La mujer de Jaime, Elena, leía un libro cuando él llegó. Estaba enfrascada en esa tarea, así que no prestó atención a su marido, que subió a hurtadillas hasta el estudio, cerró la puerta y la atrancó con una pesada estantería. Después puso la esfera encima del escritorio. Aún emitía una luz tenue e intermitente, y no daba muestras de volver a elevarse.
Encendió el ordenador y navegó por la red. Ansiaba averiguar si existían aparatos análogos.
No encontró ninguno.
Se retrepó en la silla mordiéndose las uñas. Aunque conocía a un experto que podría tasar el objeto, no confiaba del todo en él. No le quedó otro remedio que dejar el asunto aparcado por el momento, porque permanecer en el estudio a esas horas levantaría sospechas. Apagó el ordenador con una visible decepción, y cogió la esfera con ambas manos, escudriñándola de cerca. Le daba vueltas a la idea de que tal vez se tratase de un arma militar perdida que llevaba un mensaje en código secreto. Quiso guardarla bajo llave, pero, inesperadamente, empezó a calentarse y tuvo que dejarla caer. Al chocar contra el suelo irradió un destello verdoso que lo aturdió.
Cuando logró recuperarse del sobresalto, la esfera temblaba y su superficie se encontraba al rojo vivo. Jaime, dominado por un miedo atroz, no era capaz de ordenar sus ideas, porque una sola desplazaba a todas las demás: aquel aparato infernal iba a estallar.
Los miembros del cuerpo comenzaron a hormiguearle hasta que dejó de sentirlos. Cayó al suelo y se quedó tendido boca arriba, contemplando cómo el techo y las paredes iban volviéndose transparentes; tras ellos apareció una luminosidad solar que opacó su visión. El terror que eso le produjo fue tal, que no pudo evitar perder el conocimiento.
Despertó con migraña y el cuerpo sudado, dolorido, laxo. No podía erguirse, pero sí ver: le cubría un techo vegetal compuesto por inmensos helechos, árboles y bejucos que ocultaban un distante sol. La esfera levitaba a su lado sin moverse. Cerró los ojos. Tenía la esperanza de que al abrirlos todo regresase a la normalidad…, mas no fue así.
Trascurridos unos minutos pudo levantarse trabajosamente gracias al apoyo de un caído tronco colosal. Para descartar la posibilidad de que fuese un sueño, pateó con vehemencia una roca incrustada en el suelo; el dolor agudo que recibió a cambio fue una respuesta convincente. Intentó asir la esfera, aún suspendida en el aire; pero se apartó haciendo gala de una velocidad prodigiosa. Decidió ignorarla y emprender el camino con la ayuda de una rama usada a modo de bastón. No muy lejos, la esfera levitaba en pos de él.
Le hubiese venido bien un machete para apartar la densa vegetación, porque su paso al atravesarla era lento y renqueante. La única guía que tuvo fue un lejano crepitar que no dudó en seguir, ya que podría llevarle a la civilización, o al menos a un campamento. Perdió la cuenta de las horas que se pasó vagando entre las sombras de esos árboles húmedos y retorcidos. Las piernas sufrían el ataque incesante de las espinas, y los rasguños sangrantes se iban incrementando. Sus ánimos flaqueaban, pero continuó la marcha, la cual le condujo a una escarpada ladera; desde ella podía verse una explanada desértica por la que circulaban miríadas de gigantescas criaturas metálicas: arañas y ciempiés que se dirigían en orden a algún lugar. La visión de ese vasto océano de arena surcado por las mayores máquinas que había visto, provocó en Jaime un efecto nefasto. Lanzó un alarido de horror y dio un traspié que casi le hizo despeñarse.
Sintió, en el suelo, que algo le golpeaba la espalda, como si un puño se elevase desde la tierra. Se trataba de un raro aspersor que activó accidentalmente; emanaba de él un apestoso líquido amarillo que le ensució las botas. Infirió que los conductores de aquellas máquinas mantenían viva la zona verde en la que se encontraba. Justo al coger una hoja para limpiar su calzado empezaron a escucharse explosiones en la lejanía.
La esfera se colocó al alcance de su mano, agitándose. Jaime la cogió y un destello cegador anunció otro viaje a una nueva posición.
Sus ojos necesitaron un tiempo para acostumbrarse a las tinieblas que le cubrían. Distinguía la posición de la esfera, que se mantenía cerca, por unos débiles puntos de luz verdosos. Avanzó tambaleándose sin rumbo fijo a través de una espaciosa caverna. Como de vez en cuando se topaba con paredes que le obligaban a dar media vuelta, empezó a angustiarse; a sumirse en un torbellino de silencio, quietud y rutas laberínticas.
Tronó una desagradable sirena y miles de luces se encendieron al unísono en las paredes de anchas columnas que eran, al mismo tiempo, viviendas que se elevaban hasta una bóveda majestuosa. Se abrieron puertas que vomitaron torrentes de extraños caminantes que desfilaban en fila india; pequeños grupos atravesando las angostas calles en todas direcciones. Eran humanoides, pero extremadamente altos y enjutos. Tenían la piel grisácea, ojos de mosca y luengas garras. Iban embozados con ajustadas telas reflectantes que acentuaban su delgadez. Dos de ellos se dirigían hacia Jaime, que contenía la respiración y se esforzaba para mantener la calma, porque no tenía escapatoria: fuese donde fuese chocaría con alguno, y la esfera, que describía círculos en una altura inalcanzable, parecía mofarse de él. Se aferró a la pared rugosa de una columna y esperó a que le descubriesen.
Su sorpresa fue mayúscula al comprobar que no podían verle, y además le atravesaban como si fuese un espectro. Con todo, quería irse de allí. Le interesaba poco esa civilización.
—¡Maldita esfera, ven aquí! —exclamó.
Para su sorpresa, le hizo caso.
—Así que me entiendes. Entonces llévame a casa —dijo tocándola.
Tras otra ráfaga de luz, apareció en medio de un lugar muy diferente al anterior. No era un planeta, sino una sombría nave espacial de proporciones descomunales. Veía refulgir millares de estrellas a través de ventanas que tenían el tamaño de un campo de tenis. Se percató de que algunos monitores, los pocos que podía vislumbrar, mostraban lugares que conocía: el arrecife, la cueva…
Escuchó un sonido gutural. Lo que observó al darse la vuelta hizo que una gran parte de su cordura se resquebrajase: un ser titánico sentado en un trono donde podían leerse escrituras similares a las de la esfera. Su voluminoso cuerpo abotargado estaba cubierto de escamas. Los ojos rojizos de su cabeza de sapo le miraban directamente, y sonreía dejando ver aterradores colmillos. Alargó uno de sus viscosos brazos hacia Jaime, que no pudo soportarlo y gritó desgañitándose; sin embargo, el objetivo de ese monstruo no era él. Era la esfera, que fue desactivada y se estrelló contra el suelo.
El monstruo se carcajeó mientras Jaime continuaba gritando hasta desfallecer.
***
Jaime recobró la conciencia. Estaba otra vez en el estudio, sentado ante el ordenador encendido. La esfera descansaba inerte encima del escritorio. Se miró las piernas donde debería haber varios rasguños, pero estaban perfectas. Comprendió entonces que lo vivido anteriormente sí había sido un sueño después de todo, aunque uno muy real…
Bajó las escaleras dispuesto a abrazar a Elena, que seguiría leyendo. Al ver el sofá vacío la buscó sin suerte por la casa. Reparó en algo inusitado: todas las luces estaban encendidas, y los accesos, cerrados. Consiguió abrir la puerta principal haciendo acopio de todas las energías que le quedaban, tras ella se dio de bruces con unos sólidos barrotes de metal negro.
Un dolor penetrante recorrió sus extremidades, y sintió como si le hundiesen puñales en la cabeza; al tocársela notó la presencia de una protuberancia unida a un cable áspero.
La casa desapareció.
Fue sustituida en un abrir y cerrar de ojos por una jaula con los mismos barrotes negros de antes.
Y oyó de nuevo aquella carcajada gutural que sólo podía denotar un destino ominoso.
La verdad es que el final de la historia me ha dejado algo perdido. Creo que la historia trata de lo siguiente:
La esfera lo traslada mentalmente a un mundo extraño, y al pedir que lo lleve a casa, lo desplaza al lugar donde fue creado el artefacto; esto es, la nave espacial con la criatura con forma de sapo. El hecho de desfallecer y al volver a despertar en su casa, ver de repente una especie de cárcel donde estaba su hogar, podría significar que tras la experiencia con la esfera, ha logrado la habilidad de visualizar lo que realmente es el mundo real (la cárcel)... ...Sería una idea tipo Matrix.
Hay una serie de detalles que me han parecido algo raros. Te comento:
Hay un párrafo en el que detallas las características morfológicas de la esfera, y como un último detalle, se comenta que el artefacto levita:
“Su primera impresión fue que debía ser algún nuevo tipo de boya científica, pero tras regresar a la barca y examinarla detenidamente, juzgó que no sabía qué era: emitía luces desde el interior igual que si estuviese llena de luciérnagas; tenía una escritura desconocida en la superficie; su tamaño cambiaba —hubiese jurado que bajo el agua era más grande que una pelota de golf—. Todo lo anterior fueron menudencias al descubrir que podía quedarse suspendida en el aire.”
Creo que para reflejar la sorpresa por parte del submarinista al descubrir un hecho tan fuera de lo normal, sería bueno que alargaras el párrafo, explicando cómo el submarinista va descubriendo las luces del interior, los extraños símbolos y, de repente, nota como la esfera deja de pesarle. Se asusta, y al soltarla, descubre que en lugar de caerse, se queda flotando en el aire. De esta forma, el lector va descubriendo la esfera a la vez y de la misma forma que lo hace el submarinista. De la manera en que está escrito, es como cuando te cuentan un suceso ya ocurrido desde una visión muy alejada, y que resta emoción a la acción en sí.
Cuando llega a su casa con su mujer, ¿por qué le oculta la existencia de la esfera a su propia esposa? ¿No se fía de ella? Otro detalle es cuando llega a su despacho. Se encierra y decide mover una estantería para atascar la entrada. Si hubiera movido una silla sí, pero moviendo una estantería, es muy probable que llamara la atención de su mujer con los ruidos. Estos detalles creo que sacan al lector de la historia. Si yo acompañara a hurtadillas a alguien a su casa, le recomendaría interponer otra cosa distinta contra la puerta para no llamar la atención con el estruendo.
“La visión de ese vasto océano de arena surcado por las mayores máquinas que había visto, provocó en Jaime un efecto nefasto. Lanzó un alarido de horror y dio un traspié que casi le hizo despeñarse.”
Lo del alarido de horror, no sé. Ante esa escena (la visión lejana de animales metálicos en el desierto, sabiéndose oculto en la jungla), creo que lo normal sería enmudecer por el asombro y el miedo, quedando paralizado ante tal sorpresa.
“…torbellino de silencio y quietud…”: la idea de torbellino nos lleva a pensar en algo incontrolable, veloz, repentino, que supera la capacidad de captación de los sentidos; y la quietud no me acaba de ligar con esa visión.
Pero todo esto es lo que he sentido al leerte y analizar este relato. Es una opinión personal de alguien que no sabe de literatura, así que te hablo más de sensaciones que de certezas. Espero que mucha más gente te comente el escrito para que con la ayuda de todos obtengas nuevas herramientas, ideas o conocimientos que te ayuden a prosperar en tus habilidades.
Como nos pasa a todos por estos lares, te encantará escribir, así que te animo a seguir mandando textos. Las críticas de otra gente nos ayudan siempre a mejorar.
Un saludo, y espero que mis críticas hayan sido constructivas.