Centauros del desierto
Un relato de historia - ficción de Patapalo
Centauros del desierto
Una visita extraviada a la batalla de Ben-Ejmir para saludar al fantasma que vaga por ella, el del oficial de caballería llamado Sean O'Connor
Esta mañana, en El Cairo, ha fallecido a los noventa y tres años de edad el teniente Sean O'Connor. A la capilla ardiente habilitada en la iglesia de San Pablo han acudido numerosas personalidades a lo largo de la jornada a rendir homenaje a este héroe de la Guerra de los Cuarenta Días, contienda que no por menos conocida fue menos pródiga en episodios de acción, como bien han recordado los veteranos, algunos compañeros de unidad del propio O'Connor, que también han desfilado por el templo.
Brian O'Maley, por aquellos tiempos corneta del Décimo Séptimo de Lanceros Auxiliares de El Cairo y actualmente agregado militar en la embajada británica en Egipto, ha realizado un pequeño discurso en honor del fallecido que, según sus palabras, no repetirá en “el pobre acto memorial que tienen previsto para el próximo viernes y que no corresponde con lo que merece un hombre de la talla de Sean O'Connor, a quien no se reconocieron en vida sus desvelos por el Imperio, ni tampoco se le reconocerán ahora que está en la tumba.”
El señor O'Maley declaró a nuestro periódico que “si los petimetres burócratas de Londres hubieran visto cómo el teniente O'Connor cargaba contra los rebeldes parapetados en las ruinas de Ben-Ejmir no pondrían tantos reparos a rendirle un homenaje cono Dios manda, ni a otorgarle, aunque sea a título póstumo, las medallas que bien se ganó en vida.”
Sean O'Connor empezó su carrera militar en el Noveno de Lanceros Bengalíes, en la India, y después de tres años de servicios continuados a la Corona fue destinado al norte de África. Allí se le encomendaría el mando de una unidad reducida y flexible con la que combatir los numerosos asaltos con los que los rebeldes nómadas de Ben-Ejmir hostigaban las caravanas. Estos, tras haberse hecho fuertes en la zona aprovechando la destrucción por parte de la artillería británica de la ciudad, se habían convertido una auténtica pesadilla para el protectorado.
“Nos llamaba los Centauros del desierto”, comentó James Ford al final del discurso de su compañero O'Maley. “Solo un irlandés podría habernos puesto tal nombre sin que sonara ridículo. El teniente tenía una fuerte vena lírica que encajaba bien con su espíritu, como aquella vez que, rodeados de fuerzas enemigas y aislados del grueso del ejército, nos dábamos ya por perdidos, y entonces él se alzó por encima de las barricadas y entonó el Shipbreak of the merryman. Fue algo mágico, como si espantara el miedo a nuestro alrededor. Las balas silbaban como demonios y yo creí que le reventarían el cráneo de un momento a otro, pero él seguía cantando con su voz de barítono como si valiéndose de ella pudiera ganar la batalla. Todavía se me pone la piel de gallina al recordarlo.”
“Sin duda”, apostilló O'Maley, “el teniente fue un hombre romanesco, al menos hasta la Gran Guerra. El horror de las trincheras le caló muy profundo. Un día me dijo que él añoraba esas batallas que tenían más de desfile que de carnicería, y que hubiera preferido caer en Crimea, en la carga de la Brigada Ligera, que tener que ver a todos esos muchachos enloquecidos por los gases tóxicos.”
“Al mismo tiempo”, intervino en la conversación un tercer veterano de largos bigotes blancos y casaca roja que no reveló su nombre, “el teniente era un hombre llano, cercano a sus soldados. Siempre recordaré el día que, pasando revisión a la tropa, se volvió hacia nosotros y nos dijo muy serio: Caballeros, aunque pueda parecer lo contrario, yo también nací desnudo. En cierto modo, es una anécdota que refleja muy bien su carácter: por muy impresionante que resultase, tanto por sus méritos como por su presencia, él siempre tuvo claro que era uno más.”
Sorprendido por un fulminante ataque cardíaco, el teniente Sean O'Connor ha fallecido este miércoles en su habitación del Hospital de Veteranos de Santa Ana, dejando un profundo pesar en sus allegados, como pone de manifiesto el ambiente emocionado que ha reinado todo el día en el velatorio. A los testimonios recogidos, que dejan constancia de la huella que restará en los que lo conocieron, me gustaría sumar una frase garabateada por su puño y letra en el reverso de una fotografía amarillenta de Ben-Ejmir que utilizaba como marcapáginas de la Biblia que nunca le abandonaba:
Batirnos y luchar para heredar el cansancio y esta tierra ingrata en la que anida el desierto. Siempre batirnos y luchar.
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