Se agradece tu opinión y crítica compañero
El hermano número 13
Un relato de mariansp para la vivisección de Aparecidos
A los pies de la Sierra Calderona, enclavado en una suave colina, el monasterio de la Cartuja seguía manteniéndose lo suficiente alejado del mundanal ruido tras ocho siglos de silencio.
Caminó descalzo sobre la piedra, guardián de su propia celda, en busca de Dios desde una soledad interior. Separado del mundanal ruido, lejos del mundo.
Sabía que no podía compartir con nadie lo que estaba aconteciendo. La palabra se utilizaba únicamente en caso necesario para las tareas cotidianas. Sólo el domingo había un recreo de una hora, el único momento en el cual uno podía entablar conversación con los demás hermanos. Pensó en confesarse al abad, aunque terminó por descartar la idea. El abad esperaría escuchar sus pecados acompañados de muestras de arrepentimiento. No debía utilizar un sacramento para hablar de hechos que no parecían tener mucha lógica. Quizás se trataran de delirios comunes causados por el estado prolongado de aislamiento. Desde un principio supo que someterse a cruzar los muros de la Cartuja era como aceptar retroceder en el tiempo setecientos cincuenta años, pero a esto hacía mucho que se había acostumbrado. Amaba aquella paz y no añoraba la vida que había dejado atrás.
El crepúsculo hizo ecos de tomar dominio en la sierra. Por primera vez siendo adulto temió la llegada de la noche como un niño.
El pequeño habitáculo en el cual dormitaba poseía un pequeño ventanal con vistas al acueducto que cruzaba el monasterio, antiguamente utilizado para suministrar agua potable desde la fuente de la mina. La espectral silueta no tardó en hacer acto de presencia. Desde hacía un par de semanas, cada noche la languidez de una fantasmal figura femenina caminaba por lo alto del acueducto. Aquella aparición llevaba noches atormentándole. Sabía no pertenecía a este mundo, pues a medida que se acercaba a su ventanal, terminaba por desvanecerse como por arte de magia. Si aquella aparición no era divina, no debía de ser más que cosa del diablo. Este enviaba a la mujer para perturbar la paz de los monjes enclaustrados.
Deseaba saber si él era el único monje del claustro que era testigo de la insólita visita, pero el voto de silencio y el temor a que lo juzgaran de ser poseedor de pensamientos impuros lo habían hecho confinar su deseo de compartir la vivencia. Pero ya no aguantaba más. Debía hablar de ello. Estaba en juego también su cordura. Se sentía bien, aunque si el aislamiento le estaba afectando de manera inconsciente tenía que averiguarlo. La locura a veces hace acto de presencia en las personas sin que estas sean conscientes de ello.
Atrapada entre dos mundos, pero sin ser consecuente de esto, Ormesinda se acercaba cada día a las inmediaciones del monasterio. Deseaba volver a ver a su amado Ricardo. Sabía que Don Rafael, padre de Ricardo, era el principal culpable de aquella situación. Lo había conminado a que abandonara su relación con ella y este decidió vestir los hábitos de cartujo abandonando así también sus deberes familiares, evadiendo cualquier otro compromiso matrimonial que le impusiera su padre.
Sentado bajo la escasa sombra que legaba uno de los cipreses, encontró rezando al hermano Pablo. De todos los hermanos cartujos, el hermano Pablo era quien más confianza le inspiraba. Era uno de los monjes más ancianos. Se acercó a este con discreción y tomó asiento a su vera. Este se sorprendió y lo miró confuso, pues no era habitual interrumpir el rezo de otro hermano quebrantando su soledad.
―Disculpe hermano la intromisión. Ya sé que no es domingo y no estamos en hora de recreo. Sé que estoy rompiendo voto de silencio, pero algo me atormenta y he de compartirlo con alguien.
― En tal caso hable hermano José y deje de atormentarse.
―Desde hace algunas semanas, desde mi aposento, cada noche veo pasear sobre el acueducto la silueta de una mujer que hace camino hacia el monasterio. Es como una aparición, pues desaparece sin dejar rastro a medida que se acerca a mi ventana. No es una fantasía ni fruto de pensamientos impuros. O al menos eso creo yo, hermano. Deseaba compartir esto. Necesito saber si otros más la ven o es que estoy perdiendo la cordura.
El hermano Pablo mostró gran interés. En su expresión pudo leerse alivio, como si hubiera estado esperando que algún otro confesara antes que él.
― No he visto a esa mujer hermano José. Pero puedo asegurar que creo en sus palabras y no pienso que esté perdiendo su cordura.― Pablo echó un vistazo rápido a su alrededor y se aseguró de que nadie era testigo de que estaban rompiendo el voto de silencio. Una vez seguro, se dispuso a hablar nuevamente.
― Escuche hermano José. Yo también soy testigo de una extraña aparición. Desde hace un par de semanas me he dado cuenta que en el monasterio hay un misterioso hermano más. Usted sabe que somos doce ¿verdad, hermano José? ¡ Pues no! Somos trece. Pero este hermano siempre aparece rezagado, ocultándose de los demás. Y lo peor es que creo que soy el único que lo ve. También llevo semanas atormentado por este hecho y no sabía con quien compartirlo. Ahora me siento muy aliviado de haberlo confesado, había empezado a temer también por mi cordura, la otra noche desperté tras sufrir un extraño sueño y me encontré con que no estaba solo en mi estancia. El misterioso monje estaba parado junto al ventanal, observando el exterior, como esperando divisar algo y, de repente se desvaneció. Exactamente como menciona usted, hermano José, despareció sin dejar rastro.
Escuchó sorprendido las palabras del hermano Pablo y se alegró de haber compartido su experiencia. Ahora estaba seguro de no haber perdido la cordura, pues no era el único testigo de extrañas apariciones en el monasterio.
―¿Qué cree que debemos hacer, hermano? ¿deberíamos hablar de esto con los demás monjes?
―Quizás fuera lo mejor. Pero deberíamos esperar al domingo.
―¿Por qué no hablar con el Abad? Podríamos sugerir una reunión de hermanos antes del domingo.
El monasterio había terminado por convertirse en su prisión. Ricardo vagaba día y noche por aquel laberinto de piedra que muchas veces se le antojaba frío y oscuro. Se sentía como un espectro. Los hermanos ignoraban su presencia, siempre sumidos en la oración, en aquel mundo de silencio sepulcral. Anhelaba las visitas a hurtadillas de Ormesinda. Hacía mucho que no la había vuelto a ver, pero no perdía las esperanzas de volver a tenerla cerca. Había jurado no dejar de quererlo y confiaba plenamente en las palabras de su amada.
Aquella noche durante la cena, José cruzó numerosas miradas con su confidente. Habían acordado hablar con el abad a la mañana siguiente.
Los recibió a ultima hora de la tarde, cuando los últimos rayos de sol comenzaban a debilitarse en la Cartuja dejando danzar las últimas sombras sobre sus muros de piedra.
El Abad era un monje frío y distante. Escuchó a los dos hermanos sumido en un silencio incomodo. Tras relatar sus experiencias, los cartujos esperaron respuesta.
—Hermanos, rueguen al Señor. A veces estar tras estos muros puede influir en nuestras mentes. Uno puede llegar a ver cosas. Cosas que no están ahí. No circulen el rumor, esto podría extenderse y otros más terminar siendo testigos de idénticas apariciones. Créanme hermanos. El aislamiento puede influir en nuestro cerebro. Rueguen al Señor y pídanle fuerzas para que los aleje de esas visiones y los acerque a Él.
La noche se vistió de gala sobre el monasterio, la luna llena brilló en el cielo acompañada de un manto de estrellas. Apoyado en el alféizar del pequeño ventanal, José no le quitó ojo al acueducto a la espera de ser testigo nuevamente de la misteriosa aparición.
Ormesinda posó sus manos sobre los altos muros de la prisión que la separaba de su amado Ricardo. Desde hacía un tiempo que le parecía eterno, sus manos nada más que acariciaban fríos muros de piedra. El calor de la piel de su amado había pasado a ser no más que un recuerdo ya casi perdido en el libro de su memoria. Por alguna razón que no podía comprender, el acueducto no parecía tener final. A medio camino todo oscurecía y volvía de nuevo al principio del recorrido.
Recostado sobre su camastro, Pablo se entretuvo admirando el baile de sombras que la débil luz de su candil proyectaba en las húmedas paredes de su habitáculo. De vez en cuando echaba un rápido vistazo hacia el ventanal a la espera de encontrar al misterioso hermano número trece, como él ya lo había bautizado. Estaba seguro de que no era una ilusión. Aquella era una presencia real.
Finalmente cerró la ventana. La misteriosa dama espectral no había hecho acto de presencia aquella noche estrellada. Cuando se acurrucó en su lecho y se cubrió con la fría sabana de hilo dispuesto a entregarse al sueño, un espantoso grito de mujer rompió la paz en la Cartuja. Se alzó de su cama sobresaltado y corrió hacia la ventana.
Ormesinda se adentró nuevamente en la oscuridad...
Apagó la luz de su candil. El bailoteo de sombras se fundió con el crepúsculo que dominó la estancia. El resplandor de la luna llena hizo danzar nuevamente el baile de sombras en la habitación. Echó una ultima mirada al rincón junto al ventanal. El hermano número trece no se había dejado ver aquella noche tan despejada. Se dio media vuelta y adoptó la postura fetal que le conducía directamente a alcanzar de manera más cómoda el sueño. Ya casi se había entregado al descanso cuando un terrible grito de horror lo hizo saltar espantado de su camastro. Al pie del ventanal, el hermano número trece chillaba desesperado.
Ricardo de pronto lo entendió todo. Ormesinda, no había dejado de amarle.
Al amanecer, la retahíla de hermanos en peregrinación se dirigió a la capilla donde se oficiaba el primer rezo del día. El hermano Pablo cruzó la mirada con el hermano José. Supo de inmediato que él también tenía algo que contarle. Al entrar en la capilla un extraño olor a putrefacción sorprendió a todos los monjes. El hedor parecía proceder del Cristo crucificado que presidia el altar de la pequeña ermita, como si el cuerpo de piedra de Jesucristo hubiese comenzado a descomponerse. Se armó un pequeño revuelo y el abad ordenó hacer limpieza en el sagrario suspendiendo la misa.
—Algo está pasando en este monasterio.— El hermano José aprovechó para conversar con su confidente. Pablo lo agarró de sus vestimentas y lo obligó a abandonar a hurtadillas el suelo sagrado. Juntos se escondieron en el jardín, donde el hermano Pablo se sintió más seguro para dialogar con mayor libertad.
—Son dos almas en pena. Deben estar confundidas, perdidas entre dos mundos, apresadas en el purgatorio.
—¿Y qué podemos hacer por ellas? ¿Rezar?
—Me temo que no será suficiente. Algo terrible debió sucederles y creo que anoche fueron conscientes de ello. A partir de ahora su presencia será más evidente y su sufrimiento impregnará los muros del monasterio.
—Pero... ¿cómo podemos hacer que estas almas descansen en paz?
—Hermano José, la dama que usted ve sobre el acueducto sin duda era amante del monje que junto a mi ventana la espera.
—¡Por Dios! ¡Un amor frustrado!
—Sin duda. Los aparecidos son dos amantes y no descansaran en paz hasta que estén juntos nuevamente.
—¿Y qué podemos hacer nosotros, hermano...?
—¡Encontrarlos, encontrar sus restos y darles una sepultura juntos!
—¿Cree usted que los cuerpos están en el monasterio?
—Sin duda.
Esa misma noche los dos monjes abandonaron sus aposentos y se reunieron en la capilla. El olor a descompuesto seguía reinando en el sagrario.
—¿Por qué nos hemos reunido aquí?
—Esta hediondez es una señal. Creo que el cuerpo del hermano número trece está bajo el altar de esta capilla.
—¿Enterrado?
—No. Apresado. Bajo este suelo en tiempos pasados hubieron celdas. Recuerde, hermano José, que le doblo edad y he sido bibliotecario. Los romances secretos eran motivo de castigo años atrás.― Mientras daba explicaciones iba tocando las baldosas, hasta que dio con una que le pareció ser la clave. Al pisarla con su pie derecho un pequeño pasadizo se abrió justo bajo el Cristo crucificado.
—¿ A qué espera, hermano José?
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. La oscuridad se le antojó amenazante y perversa allí abajo. Descender por aquel lugar iba a ser todo un reto. Andar buscando un cadáver no era algo agradable, aunque no podía negarse y abandonar al hermano Pablo, así que se armó de valor y agarró el candil para poder iluminar la gruta que seguramente llevaba sin ser pisada más de cien años.
Se abrieron camino por el inhóspito lugar, y en todo momento se sintió acompañado por algo que caminaba junto a él y no parecía pertenecer al mundo de los vivos.
—Hermano ¿ Lo está sintiendo usted?— La voz le tembló cuando finalmente se atrevió a preguntar.
—Sí. Sé que está a nuestras espaldas.
El pulso se le aceleró y el candil comenzó a temblar en su mano. Finalmente reunió el suficiente valor para mirar a sus espaldas y dirigir la luz allí donde reinaban las tinieblas que habían ido dejando atrás. La silueta del monje número trece se detuvo. No pudo ver su rostro, o quizás..., pensó, que bajo la capucha ni siquiera lo hubiese.
—Continuemos— Le sugirió el hermano Pablo.
Llegaron hasta tres pequeños habitáculos. Más que celdas, les parecieron zulos.
—¡Mire, hermano Pablo!—
El esqueleto permanecía todavía ataviado por sus ropajes de monje.
—Ahora hay que encontrarla a ella y traerla aquí con él.
Aquella noche no encontraron el cuerpo de Ormesinda. De hecho no lo encontraron jamás. Pero su presencia cada vez se fue haciendo más evidente en la Cartuja. Sus gritos, sus lloros y sus lamentos podían ser escuchados a lo largo de los húmedos y fríos pasillos del monasterio. De vez en cuando era vista caminando por el acueducto, pero también solía perturbar el sueño de los monjes visitándolos por las noches en sus aposentos.
Ormesinda despertó de su oscuridad y se encontró con las llamas.
Recordó que caminaba por el acueducto cuando algo o alguien la empujó por la espalda. Al despertar, dos encapuchados la arrastraban por la sierra amordazada...
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Coincido con LCS en lo del punto de vista. No siempre queda claro a que personaje se refiere el narrador y eso es un problema.
Por otro lado hay veces que la puntuación me transmite sensaciones extrañas... En ocasiones yo tiraría más de coma o punto y como que de punto y seguido. Es decir evitaría alguna frase yuxtapuesta transformándola en coordina o subordinada. Por ejemplo:
Apagó la luz de su candil. El bailoteo de sombras se fundió con el crepúsculo que dominó la estancia. El resplandor de la luna llena hizo danzar nuevamente el baile de sombras en la habitación.
Yo lo hubiera dejado así:
Apagó la luz de su candil; el bailoteo de sombras se fundió con el crepúsculo que dominó la estancia y el resplandor de la luna llena hizo danzar nuevamente el baile de sombras en la habitación.
o
El hermano Pablo cruzó la mirada con el hermano José. Supo de inmediato que él también tenía algo que contarle.
El hermano Pablo cruzó la mirada con el hermano José, supo de inmediato que él también tenía algo que contarle.
Por el resto ya he dicho en anteriores vivisecciones que me gusta mucho tu estilo, que tiene un aire romántico, a novela antigua. Espero que hayas participado en Siglo de Sombras!!!
Y por supuesto espero no ofender...sólo son las opiniones de un D. Nadie, de un simple lector
Nuevamente gracias por la crítica y los consejos, siempre son útiles.
Solo quería comentar que en la narración original separé con símbolos los parrafos en los que se hablaba de diferentes personajes intentando diferenciar las situaciones. Por una parte los aparecidos y por otra los monjes testigos.
Ha sido un poco experimental este escrito.
En primer lugar, gracias por compartir tu relato.
¡Vamos allá!
Me gusta el estilo, tiene un aire "becqueriano", a lo Leyendas que encaja muy bien con la temática. Pero detecto una tendencia a tirar de lugares comunes que lo debilita: "mundanal ruido","volver al inicio", etc. Soy de los que cae en ese mismo error, por eso te lo comento. Si los identificas y los sustituyes, el relato gana mucho.
A mi no me molesta la figura del narrador "todopoderoso" (es cierto que es algo arcaica, pero le va bien al tono del relato) pero teniendo todos los ases en la mano, ¿por qué los "juegas" tan pronto? Es lo que veo en tu relato, que han sacado demasiado pronto a relucir todas las subtramas. Yo hubiera dejado que la historias de los hermanos José y Pablo creciera y solo entonces, cerca del desenlace, hubiera introducido a Ormesinda y su historia de amor frustrada.
Luego hay otra oportunidad que no aprovechas y es cuando "13" camina con ellos en el pasadizo. Me tenías en vilo Maria y no me has "rematado" . Y ese era el momento para cambiar el foco a Ricado y contar su historia desde SU punto de vista.
Y debo de estar conforme con las dos opiniones previas, cuando cambias de punto de vista descolocas un poco al lector. No demasiado confuso pero algo si. Quizás se deba a que cambias muchas veces, por eso te decía que hubiera estado más tiempo con los monjes al inicio y luego hubiera insertado (quizás con cursiva, no se si es técnicamente apropiado, solo soy un juntaletras amateur) la historia de amor frustrada.
Y un último detalle, en el dialogo entre los monjes yo hubiera añadido algún inserto del estilo de "dijo Pablo con nerviosismo" que hubiera clarificado quien habla en ese momento y hubiera enriquecido el perfil psicológico de los personajes.
En suma, un relato notable, con ese aire clásico de las historias de las almas en pena por amor que tanto abundan en nuestro imaginario.
Por supuesto esto es una opinión subjetiva. Totalmente prescindible y discutible. Y sin ningún ánimo de molestar. Faltaría más...
Gracias por todos tus puntos de vista Bio y tus consejos
Hola mariansp.
Poco puedo añadir, básicamente estoy de acuerdo con Bio-Jesús. Los cambios de personaje descolocan (no sobran, ¿eh? Lo digo por lo repentino en tan poco espacio) y en el momento en el que bajan a la celda también pide más desarrollo, ahí estaba emocionante ¿No te apetece retomarlo? Ya sin estrés de plazos de entrega...
Luego, un par de cosas de corrección que me han saltado a la vista:
No sé si lo has hecho expresamente, pero repites "mundanal ruido" en las dos frases de los dos primeros párrafos. Si no es ex profeso, hay que quitar una. A mí no me sonó bien al empezar el relato.
A los pies de la Sierra Calderona, enclavado en una suave colina, el monasterio de la Cartuja seguía manteniéndose lo suficiente alejado del mundanal ruido tras ocho siglos de silencio.
Caminó descalzo sobre la piedra, guardián de su propia celda, en busca de Dios desde una soledad interior. Separado del mundanal ruido, lejos del mundo.
Y luego, un tema de gramática en el que parece que se falla mucho:
—No. Apresado. Bajo este suelo en tiempos pasados hubieron celdas.
Hubieron es incorrecto, sería "hubo celdas". Te dejo el enlace a la RAE en el que explica por qué
http://www.rae.es/consultas/hubieron
Saludos,
Misne
Gracias Misne
Saludos
Voy.
Lo primero, quiero dejar claro que voy a intentar hacer una crítica constructiva. Compañera, aquí habla otro aprendiz de escritor, cuyo relato tampoco ha sido seleccionado. Supongo que será porque también tiene sus fallos. Quiero que quede claro que lo mío sólo va a ser una opinión como otra cualquiera.
Y ahora, me meto en materia.
El título no me gusta. El número trece es algo demasiado manido. Un topicazo como una casa. Creo que ya echa para atrás.
El punto de vista del narrador a veces es un tanto confuso. Por ejemplo: en el primer párrafo comienzas hablando del monasterio y, en el segundo, de pronto, pasas a hablar de un personaje. Este personaje no queda claro quién es. Deberías intentar determinarlo un poco más desde el principio.
Más tarde, de pronto, en el párrafo que empieza "Atrapada entre dos mundos..", hablas de Ormesinda. Hay otro cambio de punto de vista, pero demasiado repentino. Además el narrador no sólo nos habla de ella, sino que además es capaz de saber qué está pensando. Vamos, que, nos muestras que estamos ante un narrador omnisciente.
Esta es una opinión muy personal y con la que mucha gente no está de acuerdo, pero salvo alguna excepción, yo fusilaría a todos los narradores omniscientes. Usarles es algo propio del siglo XIX y, a estas alturas, más que una técnica, creo que es una trampa. Siempre que me encuentro con una narrador omnisciente, siento lo mismo que cuando me encuentro con un tahúr con ases en las mangas.
En el siguiente párrafo vuelve a cambiar el punto de vista. Leemos "Sentado...". Un momento. ¿Sentado? ¿Pero no estábamos con Ormesinda? ¿Y éste ahora quién es? Un poco más abajo nos damos cuenta de que se trata del hermano José. Muy bien. Pero ¿el hermano José es el primer monje del que hablábamos la principio? No me entero. Vuelvo a releer desde el principio.
Un poco más adelante, me pasa lo mismo con Ricardo.
En definitiva. El pequeño problema de este relato, es el punto de vista. Varía de forma muy radical de un lugar a otro e impide que el lector pueda seguir la historia. Cuando escribo intento tirar miguitas al lector para que se las vaya comiendo, mientras le llevo a donde yo quiero. Con estos cambios de punto de vista, a mí, al menos, me pierdes como lector.
Estos cambios podrían aceptarse (aunque yo siempre mantendré que estoy en contra del narrador omnisciente) en obras mucho más largas. En novelas, por ejemplo. Pero nunca en relatos.
Por lo demás, la historia está muy bien. Y me encanta la imagen final, la de los dos encapuchados que la llevan amordazada por la Sierra.
Espero no haber sido muy duro y, compañera, te pido perdón si te pido perdón si te sientes ofendida por algo que yo haya dicho. Algunas personas me han dicho que siempre que me pongo a criticar algo soy peor que el Risto ese de Operación Triunfo o de la Voz. Ya he dicho antes que me he limitado a expresar mi opinión sincera. La misma opinión sincera (y sin piedad) que espero que se emita cuando se trata de mi relato. Pero que sea sincera no significa que sea la mejor de las opiniones.
Yo también he mandado mi relato al quirófano para que lo viviséccioneis. Sin duda, podrás desquitarte poniéndolo a parir.
Bastante inútil