Conan y la búsqueda de la creación

Imagen de Anne Bonny

El cimerio perdido en la continuidad del espacio tiempo editorial

  

 

En Conan y el gigante mudo ya señalábamos que la continuidad cronológica que pretendió Roy Thomas al emprender la adaptación a cómic de la obra de Robert E. Howard había empezado a hacer aguas. A partir del número 15 de Las crónicas de Conan, con las que Planeta DeAgostini está recopilando la serie Conan el bárbaro, entramos en un etapa errática de la que este número 17 es un buen ejemplo.

El tomo se abre con la breve saga La búsqueda de la creación, canto de cisne de J.M. DeMatteis en la colección. En ella encontramos de nuevo ese gusto por la fantasía que remite a las fábulas orientales y los cuentos más que a un universo de espada y brujería. La parafernalia de objetos místicos y desafíos no termina de tener ese sabor al que nos habían acostumbrado Thomas y Buscema y, por lo visto, acabó por convertirse en el motivo de que este último abandonase la colección. Así, a la perspectiva distinta de los guiones se une un cambio en el dibujante de cabecera, que pasa a ser Gil Kane (apoyado por Bob McLeod, Ernie Chan y Danny Bulanadi como entintadores), quien ya había participado, mucho tiempo atrás, en la colección. De este modo, la ruptura termina de tomar cuerpo.

La incorporación de Bruce Jones como guionista, que sustituyó a DeMatteis (quien señala en el prólogo que, en efecto, las historias que quería contar no encajaban con el personaje del cimerio), acentúa aun más el cambio. Si el recién partido se había permitido marcar derrotas cuestionables al personaje, el recién llegado ni siquiera es un gran conocedor del escenario general de la Era Hiboria ni de la obra de Howard, como pone de relieve que sitúe ciudades de corte griego en Cimeria u otras extravagancias similares.

Por otro lado, este conecta algo más con el concepto de la espada y brujería. Las obras son algo más canallas y algo más duras. Al mismo tiempo, su imaginación desbordante (y pulpera a más no poder) y su desconocimiento del medio, generan historias que incluso dentro del fantástico resultan inverosímiles: incongruentes competiciones para obtener espadas enjoyadas, montañas de cristal en medio de reinos civilizados pero de las que nadie ha oído hablar, anillos malditos que brindan todos los deseos, acertijos temporales mezclados con cultos setitas... Nada tiene demasiado sentido dentro del mundo de Conan (ni en conjunto) y es de un exceso apabullante, pero, para qué negarlo, su colorido y su franqueza dotan a estas narraciones de cierto encanto.

Como cierre del tomo tenemos una historia de Roy Thomas que reconduce en algo las cosas y rompe con ese tono de cuento de hadas de los otros dos guionistas. Se trata de El rey del pueblo olvidado, una adaptación de una obra de Howard que ni siquiera era de Conan pero que funciona a la perfección como tal. Con ella, en conjunto queda un volumen curioso y errático, nada canónico y con aspectos narrativos y de coherencia más que cuestionables pero, al mismo tiempo, entretenido. Fantasía pulp con la excusa del cimerio, vaya.

 

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