Pax Romana

Imagen de Anne Bonny

Reseña del cómic de Jonathan Hickman publicado por Panini Cómics

 

Decir que Pax Romana es una historia de ciencia ficción que juega con los mecanismos de la ucronía para hablarnos de lo que podría haber sido la historia de existir cierta injerencia en los últimos compases del Imperio Romano es simplificar mucho las cosas. Incluso si precisamos que el desarrollo va en la línea de lo que ya vimos en El informativo nocturno, nos quedaríamos cortos. Porque en Pax Romana más que en cualquier otra obra de ficción queda claro que esta —la ficción— es un vehículo para el pensamiento.

Ni siquiera para transmitir una serie de ideas, porque Jonathan Hickman evita caer en la explicación explícita e incluso disfruta dejando líneas divergentes, posibilidades abiertas y zonas deliberadamente oscuras en los acontecimientos, sino para fomentar una serie de reflexiones. Además, no hablamos de reflexiones banales, sino de las que han permanecido en el espíritu del hombre desde hace milenios: la trascendencia, la fe, el concepto de civilización, la moral, la validez de máximas como “el fin justifica los medios” o “la historia la escriben los vencedores”...

Jonathan Hickman es, sobre todo, un autor ambicioso. No ha venido a contar una historia más, sino a contar algo que merezca la pena ser leído. Nos podríamos poner a sacar punta al trasfondo histórico, con sus simplificaciones sobre temas como las invasiones bárbaras o la historia escrita a partir de hechos, batallas y personajes, o incluso al telón de fondo de ciencia ficción que nos brinda detonantes clave, como el de los viajes en el tiempo o la bioingeniería genética, pero sería un ejercicio errado desde su propio planteamiento, porque el cimiento sólido, aquel del que depende la propia narración, es el ser humano. El resto es tramoya frente al espíritu que anima a este. Y ese es bien conocido por el autor.

Pax Romana es una historia que habla de nuestros anhelos y esperanzas, de la tragedia del ser humano que convive con el ser humano, de los equilibrios de poder, de la fe en el sentido amplio del término, de las visiones de grandeza, del futuro y el pasado. La historia y la ucronía son herramientas —vistosas y que dotan de un encanto particular al cómic, sin duda— con las que potenciar ese drama humano. En esos náufragos en la corriente del tiempo, los mejores y los más pragmáticos, nos vemos reflejados nosotros mismos, náufragos a nuestra vez en nuestro día a día cotidiano. Son unos prometeos modernos, de un aspecto más divino que la creación de Frankenstein, pero monstruosos y aberrantes a su manera. Son la fisura en el espejo que hace que nos fijemos con más atención en lo que muestra.

Por sus aspectos formales, por el tratamiento de la historia —con su estilo narrativo abierto, que combina los datos, los bosquejos y el discurrir más tradicional del cómic sin solución de continuidad— y por el calado de lo que cuenta, Pax Romana no es, sin duda, un cómic para todos los públicos. Pero para los lectores que sepan conectar con él se revela como una auténtica joya. De las que dejan poso, de las que uno vuelve a coger de la estantería para echarles un vistazo, recordar, y pensar un poco.

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