Una ciudad asediada

Imagen de Patapalo

Reseña de la novela de Margaret Oliphant publicada por Fábulas de Albión

 

Aunque Una ciudad asediada se engarza a la perfección dentro de la tradición anglosajona de las ghost stories (historias de fantasmas y aparecidos), tratarla como una narración sobrenatural más sería no apreciar el alcance de la misma. La novela de Margaret Oliphant, aunque sigue con acierto los cánones del género, no se contenta con limitarse a ello, sino que, a través de la hibridación de géneros, tan candente ahora con lo que denominamos slipstream, resulta más ambiciosa y completa.

En efecto, este libro funciona ya a la perfección como historia de temores sobrenaturales. El modo en el que Oliphant desgrana la narración, con un buen uso del tempo y de la intriga para que sintamos ese ligero escalofrío tan propio de las historias clásicas de terror, denota su conocimiento del género y sus habilidades como escritora. Las escenas clave de la novela están resueltas con solvencia, dejan imágenes potentes en la retina (como esa del cuadro de la niña difunta) y articulan bien la narración, sobre todo gracias al sempiterno sentimiento de inquietud que tenemos durante la lectura.

Pero el libro adquiere una dimensión adicional gracias al acertado retrato social que realiza la autora de ese ficticio pueblo francés que es Semur, una población lo suficientemente modesta como para no tener que ubicarla con precisión en el mapa y lo suficientemente grande para tener el espectro adecuado de personajes para lograr una buena instantánea de la época. Las consideraciones sobre la religión, que son menos obvias de lo que podría parecer en primera instancia, y de las relaciones ciudadanas en general salpimentan la historia dándole la profundidad que requiere una novela de este tipo.

El resultado es una obra a caballo entre la Comedia humana de Balzac y las historias de fantasmas de M.R. James, una novela corta que engancha sin remedio y cuyos posibles defectos para el lector actual (ciertos pasajes algo laberínticos por perderse en reflexiones morales, una estructura que no busca terminar en un clímax, sino en la reflexión, cierta afectación en los personajes) quedan largamente compensados por la originalidad de la trama (la idea de una ciudad en la que los vivos son expulsados por los muertos es simplemente genial) y la viveza de la autora (los diálogos y el capítulo de cierre son antológicos).

La edición de Fábulas de Albión, muy cuidada y agradable, incluye un interesante prólogo de Jesús Palacios. En ella, la traducción ha corrido a cargo de Jon Bilbao, que ha realizado un magnífico trabajo algo afeado por algunos (no demasiados) errores tipográficos. En definitiva, un título muy recomendable para los amantes tanto de la literatura de fantasmas como del costumbrismo.

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