200 baldosas al infierno
Reseña de la antología de varios autores organizada por ESMATER y publicada por Tyrannosaurus Books
Es una alegría ver cómo nuevos sellos se lanzan a la aventura de dar oportunidades a nuevos autores. Aventura, sí, porque a día de hoy no suelen ser libros que den un campanazo. Ni falta que hace: a mi entender, son muy interesantes para ir descubriendo nuevos talentos, como si ocuparan ese nicho huérfano de las revistas.
200 baldosas al infierno es un proyecto gestado en ESMATER (una asociación de escritores de terror de Madrid) que se articula en torno a un psiquiátrico de lo más siniestro. Este es uno de los puntos fuerte de la antología, pues el viaje al meollo de este centro de locura es toda una experiencia, pero también el primer punto en el que se ve que estamos ante un proyecto primerizo: chirría en gran medida que haya relatos ambientados en Madrid y otros claramente en Estados Unidos, un pequeño detalle que se podría haber solucionado con subir un nivel el grado sobrenatural de la institución, lo que, de paso, hubiera solventado las diferencias de atmósfera que sufre en los distintos relatos.
Un detalle, por el contrario, muy acertado es el haber incluido una serie de ganchos entre relatos que engarzan unas narraciones con otras dando una sensación de mayor calado a la antología. Estos han corrido a cargo de J.E. Álamo, que ha sabido unir las historias sin robarles protagonismo y, al mismo tiempo, conseguir generar cierto ambiente común contra viento y marea.
Luego, la antología propiamente dicha arranca con Víctor Piedra (Carlos L. Hernando), uno de los platos fuertes del libro. La historia nos presenta un perturbado del nivel de Hannibal Lecter y un planteamiento que oscila entre lo sobrenatural y el más terrible realismo. Un magnífico relato que apenas tiene una mota que lo ensombrece: un secundario, la madre de una víctima, queda muy acartonada en comparación con el resto.
Seguimos con La cara oculta de Leningrado (Carolina Cristóbal Palacios), el primer relato que pone de manifiesto una (a mi parecer) gran falla de la antología: no ha habido una corrección de estilo general. Así, dependiendo de los autores, encontraremos más o menos erratas y unos cuantos vicios gramaticales. Una pena, porque desluce un libro que podría haber brillado más. El relato, en cualquier caso, aunque peca de cierto efectismo, funciona bien y nos trae una historia original que combina científicos locos, gore, ambiente bélico y, cómo no, horror.
A continuación, Una sombra detrás de mí (Juan Antonio Román) se ancla en un registro más clásico con una historia de sota, caballo y rey, que, con el título, ya os imaginaréis por dónde tira. El relato es efectivo, con cierta tendencia a la casquería, y también se hubiera visto beneficiado por un repaso.
El ángulo de las tijeras (Virginia Pérez de la Puente), por el contrario, muestra a una autora mucho más asentada. La narración, que mezcla buenas dosis de sangre y erotismo, nos trae una trama claustrofóbica que consigue inquietar al lector y que, de paso, nos regala algunas de las escenas más perturbadoras de la antología.
Y llegamos a Rewind (Magnus Dagon). Este, a pesar de los malditos gerundios, es a mi parecer el relato más apasionante del libro. En él, el autor despliega ese imaginario propio que está construyendo a modo de Mitos de Cthulhu modernos (y tecnológicos). Y te atrapa. Además, como buen heredero de Lovecraft, introduce la locura en la historia de un modo sutil y muy humano y, por tanto, más inquietante. El final me puso los pelos como escarpias.
La vida en colores (Laura López Alfranca), que encontramos a continuación, es un relato que dosifica peor la historia, pero que seduce de todas formas por algunas imágenes que consigue esbozar. Tiene un toque Creepy que se apoya bien en sus excesos. Quizás hubiera funcionado mejor sin precipitarse tanto, pero ¿quiénes somos para decirle al autor qué derroteros tomar?
Le sigue Voces inculpatorias (Javier Camúñez Díez -Selin-), un relato que se sale del binomio paciente – inquietud para extenderlo a toda la institución. La historia hubiera ganado en profundidad si se hubiera establecido un marco general para la antología, qué duda cabe, pero tampoco termina de naufragar y nos brinda una historia entretenida aunque algo ingenua en algunos aspectos.
De ahí pasamos a La puerta abierta (Laura Luna Sánchez), un relato muy correcto que tiene sus puntos débiles en el uso de algunos clichés y en su relación algo tangencial con el psiquiátrico y su indiscutible punto fuerte en el retrato de personajes, que es lo que hace que la historia funcione y nos implique. Además, es de las historias que vienen más limpias, lo que es de agradecer.
El purgatorio (Karol Scandiu), el siguiente relato, nos presenta una trama que culebrea quizás en exceso para llevarnos a un final efectista que, a mi parecer, no es lo mejor de la historia. De hecho, creo que hubiera debido dejarse llevar más por el lado atmosférico, que es donde más se luce y original resulta. En cualquier caso, el relato cumple.
Y llega el turno de El hombre que sabía contar cuentos (Juan José Hidalgo Díaz), otro relato magnífico sobre el horror y la locura. Particularmente destacable cómo el autor consigue montar dos narraciones paralelas que se retroalimentan para aumentar la inquietud. Algunas de las escenas que retrata son de las que quedan grabadas en la memoria y, aunque muestra un gusto algo desmedido por el gore, lo hace con tal acierto que no se le puede reprochar. Muy buen trabajo.
Seguimos en racha con Danza en mácula (Óscar Muñoz Caneiro). Aunque tiene algunos aspectos formales a pulir y el preludio y el epílogo no terminan de conectar con la narración central, el eclipse que genera esta hace que se quede un muy buen recuerdo del relato. El autor muestra una estética y una imaginación de las que construyen mundos. Siniestros, por supuesto.
Ojos despiertos (Ralena Dsagan), otro relato en el que se ve la experiencia, nos conduce por terrenos muy trillados pero consigue darles un carácter propio. No, no es una vuelta de tuerca más, ni ningún requiebro raro: bien al contrario, el relato brilla por cómo se construye con solidez en torno a algo que ya es de por sí muy inquietante.
Medicina experimental (Irene Comendador), por el contrario, peca de buscar el efecto y se ahoga en sus escenas de tensión. Me temo que los personajes me han resultado impostados, lo que pesa a una idea de partida muy interesante.
Parecido le ocurre a Rutina (José Javier Zamora), que busca la impresión casquillera y no termina de cuajar por resultar demasiado expositivo. Un relato que hubiera ganado mucho si la protagonista, en la que recae el peso de la narración, resultara más palpable.
Fundido en negro (José Javier Arce Cid) sigue en la vía de buscar impactar al lector, en este caso con una estructura que hace un guiño al mundo del cine. Aunque se ve bastante la tramoya, hay que reconocer que el relato tiene su encanto, también un poco Creepy pulpero.
Y llegamos al cierre con 200 baldosas (Alfonso Zamora Llorente), un relato que, muy pertinentemente, encarna los claroscuros del libro al completo. Muy conseguido está como punto final que encaja con todo lo precedente, aunque queden los ecos de esos engranajes de escenarios y atmósferas que chirrían. Menos conseguido el tema del estilo, algo extensivo a los tres relatos precedentes; de nuevo, se echa en falta esa revisión general. Y bien la idea y, sobre todo, las imágenes que consigue dibujar, como ese pasillo embaldosado y frío que da nombre a la antología.
El resultado es satisfactorio aunque se vean aristas por pulir. Hay un buen puñado de relatos muy buenos y el resto, además de resultar entretenidos, dejan entrever autores con potencial. Autores que con oportunidades como esta pueden dar frutos muy interesantes. En definitiva, una iniciativa muy loable esta de ESMATER y Tyrannosaurus Books.
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Tal vez me haga con ella. De momento es de agradecer el poder leer una reseña honesta y hecha en condiciones, que aún en pocas líneas resulta bastante ilustrativa de lo que nos podemos encontrar, y por tanto, para mí es eficaz. Y me parece muy correcto el tratamiento hecho de los relatos de esos autores que están empezando, indicándoles los fallos y las cosillas a mejorar de manera que no creen en ellos desánimo ni malos rollos. Enhorabuena a los integrantes y responsables de la antología y ojalá tengan mucha suerte y continúen adelante con más proyectos. Y también al reseñador. Se le notan las tablas.