El superhéroe después de Watchmen
Una vez leí, o soñé que leía -y no sé a quién, la verdad-, que Alan Moore había sentenciado a muerte el cómic de superhéroes después de publicar su obra maestra “Watchmen”. Declaraciones de este calibre tienen que ser necesariamente exageradas, pero creo que no deja de ser interesante pararse a pensar en la parte de verdad que encierran.
Si ni “El Quijote” acabó con los libros de caballerías, y en parte se podría pensar que era su intención, raro sería que “Watchmen” acabara efectivamente con el mundo de los superhéroes. Esta obra multipremiada (dos premios Kirby, siete premios Harvey, cuatro premios Eisner e incluso un premio Hugo, que se concedió por primera vez a un cómic) ha supuesto un cambio en el género, qué duda cabe, pero más cerrar vías futuras yo creo que ha abierto nuevos caminos.
Está claro que, en comparación a la producción previa, Watchmen suponía, en efecto, un enfoque maduro del tema superheroico. Los personajes adquieren más trasfondo en los pocos números que componen la colección que los superhéroes al uso en las titánicas series ilimitadas que les han servido de marco tradicionalmente. Asimismo, se abordan las implicaciones que tendría la existencia de superhéroes en el mundo “normal” desde una óptica más realista que la habitual -que, todo sea dicho, durante años se ha reducido, prácticamente, a un “¿es un pájaro? ¿es un avión?”-.
Este estudio psicológico de los personajes disfrazados, en el que no se ponen cortapisas a insinuaciones sobre la sexualidad o las tendencias políticas de los que recurren a tales “uniformes”, y el desarrollo de los personajes implicados en la trama ya es de por sí apabullante, pero no es ni mucho menos lo más impresionante del conjunto. Ni siquiera lo es el inteligente análisis sociológico del escenario.
La precisión narrativa de Moore, de hecho, puede que sea lo que más sombra haga al desarrollo normal de lo que es una historia de superhéroes. Como es normal en series limitadas de larga extensión, en las colecciones estándar del género nos encontramos con aventuras ligeras en las que la complejidad de la trama depende más del acierto a contrarreloj del guionista de turno -que debe lidiar con todas las restricciones propias del particular sistema de propiedad intelectual del cómic estadounidense- que de una planificación pausada y milimétrica... todo lo contrario a lo que ocurre con Moore. A mí, desde luego, las referencias al relojero en el capítulo del doctor Manhattan me parecen más un guiño metaliterario que una simple metáfora. Desde este punto de vista, la batalla es desigual, pero como viene de la mano del genio de Moore es difícilmente censurable.
Cuando uno observa detenidamente la estructura narrativa de Watchmen, sobre todo en las relecturas, es imposible no sentirse fascinado. Todos los elementos están ahí desde el principio, y a pesar de la riqueza del escenario no es fácil perderse. Moore, además, se permite narrar en varios registros, introduciendo relatos, falsos reportajes y otros anexos de letra pura y dura al final de cada entrega (como hizo también en “La liga de los caballeros extraordinarios”, aunque con menos acierto, a mi parecer). Y luego, dándole una vuelta de tuerca al conjunto, se permite añadir un segundo cómic dentro del primero en el que sublima un segundo género, esta vez el pulp de piratas: Los relatos del navío negro. Para más INRI, el “autor” del cómic, que casi adquiere entidad propia, es un personaje del propio Watchmen. Y nada de esto es superfluo o excesivo.
Palabras como “alarde” o expresiones como “rizar el rizo” vienen inmediatamente a la cabeza cuando se ve este despliegue, y además se mezclan con un extraño deseo de conocer más sobre las historias que se entretejen en la historia principal, o bajo ella. Y cuanto más se profundiza, más se da cuenta uno del trabajo de precisión realizado: viñetas que reflejan el rostro de Rorschach, saltos temporales que reflejan el espíritu del doctor Manhattan, implicaciones sociales y personales de las premisas de la propia trama, una nueva cultura nacida bajo los auspicios de la existencia real de superhéroes en vez de un remedo de nuestro mundo con tíos en leotardos que vuelan, una trama policíaca con todos los cabos sueltos que encajan y que, además, nos muestra la única historia realmente interesante en un mundo en el que realmente existiese lo que se nos presenta, una elección de personajes precisa hasta el absurdo para mostrarnos todos los registros que quería mostrarnos...
Releer Watchmen me ha supuesto la constatación de estar ante una obra a la que no podría cambiarle una coma sin deteriorarla, y eso da un cierto vértigo. Incluso el dibujo de Dave Gibbons, que durante la primera lectura no me gustó, me ha acabado resultando genial: el modo en el que retoma el espíritu de las primeras publicaciones de superhéroes es sublime y, además, el único lógico. ¿Cómo exponer todo lo que expone Watchmen con otro lenguaje gráfico sin despistar al lector? Si había que crear la obra cumbre de la literatura superheroica, había que hacerlo con esa estética. Del mismo modo que si había que salvar el mundo en mallas, no había otro modo más adecuado que el que emprendieron los Watchmen.
Ahora habrá que ver cómo se adapta semejante obra a la pantalla (no sé quién demonios ha podido tener el valor de emprender semejante proyecto), y también habrá que reflexionar sobre la maravilla que constituye en sí. Watchmen no sólo resulta arrolladora dentro del marco del cómic de superhéroes, ni del cómic en general, sino de toda la creación a pesar de lo amplio del ámbito. Y por suerte su genialidad no ha sido una genialidad destructora que desanime a seguir creando, sino una que espolea a seguir intentándolo.
¿Se pueden seguir contando historias de superhéroes después de Watchmen? Sí, ya lo creo que sí, y de hecho se hace. Y el hecho es que, en lineas generales, son mejores y más ricas. Por fortuna, supongo, no es necesario superar a los grandes hitos para seguir creando. Además, quién sabe, igual todos estos trabajos que tan ingenuos pueden parecer a la sombra del relojero sirvan de cimientos para otra obra fascinante. Después de todo, el propio Moore los usó como materia prima para la creación de Watchmen, la obra maestra.
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