Lecturas obligatorias ambas, pues...
Sí, me he puesto bastante nostálgico, la verdad, pero es que Dragon Fall marcó bastante mis primeros pinitos como lector de cómics, y esas cosas quedan....
Nacho Fernández volviendo a ser Nacho Fernández
El autor de la mítica Dragon Fall vuelve al terreno de la parodia con la primera entrega de su «Baladita de rasca y chispa».
Me disculparéis que pase de la estructura clásica de reseña y convierta esto en una suerte de género mixto de opinión autobiográfica, pero es que no podría (ni querría) escribir con la fingida objetividad que se le espera a un periodista sobre un tipo que me ha hecho reír tanto a lo largo de los años como lo ha hecho Nacho.
Corría el año 1995 y yo era un crío imberbe (lo de crío se me pasaría, lo de imberbe me duró hasta bien entrada la veintena) que aun estaba entrando, pasito a pasito, en ese mágico y, según padres y profesores, pernicioso mundo de los tebeos. Guardaba en mi casa como tesoros algunos ejemplares del Spiderman de Lee y Ditko y de los X-Men de Lee y Kirby, junto con números sueltos de las series blanca y roja de Dragon Ball y de la revista Neko, todo mezclado y sin clasificar.
En aquellos tiempos, al terminar las clases, solíamos acudir corriendo a una tienda de videojuegos que había a un par de calles del colegio llamada Dreams, en la que por cincuenta o cien pesetas podías sentarte media hora a jugar a alguna de las diversas consolas que tenían (alguna de ellas japonesas, con ese armatoste que le ponían para adaptarla a los juegos de aquí).
Una tarde, al entrar, el pequeño mostrador de cristal de la tienda (dedicado habitualmente a sobres de Magic y algún número de Neko y de Hobby Consolas) estaba ocupado por algo que enseguida llamó mi atención. Se trataba de un cómic prácticamente igual que los de la serie roja de Dragon Ball que publicaba Planeta, solo que era lila y se llamaba Dragon Fall. Inmediatamente, el dinero que hubiera invertido en apretar botones mientras dos monigotes en dos dimensiones se daban de tortas fue depositado en el tablero e intercambiado por esa recién descubierta maravilla. Después, a volar a casa a leerlo.
Dos vascos y un Superguerrero entran en un bar…
El cómic lo firmaban un tal Nacho y un tal Álvaro, dos autores españoles de los que no había oído hablar en mi vida, y presentaba un montón de personajes conocidos pero, al mismo tiempo, completamente nuevos.
Debéis entenderlo, en esos tiempos yo apenas sabía nada de tebeos, y menos de parodias de los mismos. Las treinta y pico páginas que leí esa tarde fueron como si alguien hubiera metido a la mayoría de mis personajes favoritos en una peli de Leslie Nielsen y se les hubiera contagiado su comportamiento. Además, estaban lo nombres, llamadme básico si queréis, pero una de mis cosas favoritas de Nacho son los nombres que les da a los personajes que parodia.
Estaba Sosón Goku, que era más estúpido todavía que el original, su hijo Chungo Han (al que por una rotulación un tanto equívoca, pasé meses llamando Chungo-Man) y, el mejor de todos, Vegetal, personaje que no tardaría en convertirse en mi favorito, especialmente tras leer su sección de correo, titulada «la verdulería».
En cuestión de semanas el número 0 de Dragon Fall se convirtió en todo un fenómeno en mi colegio. Entre los que lo habíamos comprado y los que lo leían de prestado en los recreos (creo que a día de hoy sigue siendo el cómic más gastado por el uso, propio y ajeno, que tengo en mi colección), todo el mundo lo comentaba y repetía sus coñas (la frase de Chikrilín "debo estar delirando" causó furor en mi clase, no me preguntéis por qué), pero lamentablemente parecía destinado a ser flor de un día. Pasaron meses y no volví a saber nada sobre Dragon Fall, ni sobre Nacho Fernández o Álvaro López, hasta que un día me acerqué hasta el centro de Barcelona por algún motivo que ahora mismo no recuerdo y me encontré con una de las tiendas de Norma Cómics.
En aquel tiempo yo todavía no sabía quién era Cels Piñol, pero cuando leí por primera vez esa tira suya de Fan letal en la que Stu es arrastrado por un rayo tractor hasta el interior de una librería de tebeos, me acordé vívidamente de cómo mis pies se arrastraron solos hasta cruzar el umbral de aquel local de la Calle del Pi.
Comprendedlo, en esto de los tebeos yo siempre fui autodidacta. Mi padre tenía una enorme colección de Mortadelos que yo devoraba una y otra vez, y mi madre nunca me puso pegas en comprarme algún número de Spiderman (lo prefería de largo a que leyera manga) si lo encontrábamos en un quiosco, pero eso era todo. No tenía ningún amigo comiquero que me guiara, ni internet donde buscar información específica sobre el tema, y la librería especializada de mi barrio aún tardaría años en abrir. Cuando descubrí por primera vez una tienda de dos pisos dedicada exclusivamente a los tebeos, creí haber muerto y haber acabado en el Cielo, el Nirvana o incluso en el puñetero Nexus, a quién le importaba.
Cuando me recuperé un poco de la impresión, conseguí centrarme e ir a buscar cosas concretas. Comencé por Neko, que era lo que más habitualmente seguía en los quioscos (y descubrí que ese mes había un especial sobre Hentay que me abrió los ojos a un nuevo mundo, pero eso es otra historia) y justo al lado vi unos tebeos de la serie blanca de Dragon Ball, solo que… un momento… qué cabeza tan grande tiene Bulma, me dije a mí mismo, y entonces me fijé en el título. Se trataba de Dragon Fall, y además parecía haber varios números distintos.
Me los llevé todos (junto con el especial Hentay de Neko, por supuesto) y los devoré esa misma noche. Desde entonces me convertí en adepto. Durante 40 números (que al ser de aperiódicos se prolongaron durante bastante más de cuatro años) y varios especiales seguí fiel a la serie y, más aun, al haber descubierto eso de las librerías especializadas, también me convertí en un habitual. Empecé a leer tebeos en serio, sobre todo Marvel (la fiebre del manga se me fue pasando con el tiempo, aunque seguí comprando Neko durante años) y cosas de autores españoles, principalmente Dragon Fall y algunas cosas sueltas de la línea Laberinto. También fue durante esta época que me fui convirtiendo en asiduo del Salón del Cómic de Barcelona, y en uno de ellos conseguí, orgulloso, que Nacho y Álvaro me firmaran mi ejemplar del número 0 de Dragon Fall.
También fue allí, en alguna edición posterior, donde volví a hacer cola para que Nacho me firmara lo último que había dibujado, junto con el entintador Edu Alpuente, Fanhunter: Drácula returns. Hubo un momento extraño cuando, después de que me hubieran hecho el dibujito, un tipo con gorra sentado junto a ellos cogió mi tebeo y garabateó un bicho con la nariz gorda y tres pelos. No dije nada por no ser maleducado, pero estuve un poco mosqueado hasta que descubrí que ese tal Cels Piñol era el creador de la saga, y que también había escrito un cómic de Laberinto que había leído poco antes: Neck & Cold.
Durante los 40 números (más especiales) que duró Dragon Fall, Nacho Fernández publicó varias cosas más, como el absolutamente delirante Paladines del Horóscopo que hizo junto a David Ramírez (uno de los autores más divertidos e irreverentes del panorama nacional) y varios especiales de Fanhunter, como el mencionado Drácula returns, Manga Wars, el Fanhunter Alfa Omega Prime Turbo, Star Hounds y Star Hounds: Cacería de bichos.
Al final decidió terminar la serie por haberse aburrido de ella (después de hacer incluso un infructuoso esfuerzo de reorientarla hacia una parodia de Evangelion que, si bien no terminó de cuajar, dejó momentos memorables, como Chungo Han mordido por un ornitorrinco radiactivo y decidido a convertirse en superhéroe), en un número tan surrealista como melancólico.
Tras eso, Nacho intentó dedicarse a proyectos más personales, como Templarios y Dark Breed que dibujó para Dude y que tuvieron tres y nueve números, respectivamente, o La Leyenda de Sasha para Nutopi@, que se quedó en el primero. Aunque la historia era correcta y el dibujo cada vez mejor, ninguno de ellos tuvo el éxito de Dragon Fall y los fans de esa serie seguíamos echando de menos al Nacho más cachondo y paródico, que no recuperaríamos hasta hace relativamente poco con Kung-Fu Mouse. Pero aun así, se trataba de un cómic original, no nos permitía ver cómo Nacho retorcía personajes ya conocidos en su particular y genial manera.
Además, desde que terminó Dragon Fall, la parodia como género ha estado en declive en España. Si bien el mundillo fanzinero se ha mostrado prolijo (y sorprendentemente bueno, en ocasiones) en ello, en las librerías solo encontramos las cabezonadas de Enrique V. Vegas que, si bien están genialmente dibujados, no pasan de cuatro chistes mal puestos con poca gracia y menos sentido. No es Nacho. Nadie es Nacho, cuando se trata de hacer parodias.
Juego de Poltronas
Hace unos meses encontré en Facebook, publicado por el propio Nacho, una foto de la portada de su última obra. Juego de Poltronas (dentro de la saga Baladita de rasca y chispa).
Me emocioné casi al instante. Lo había hecho, había vuelto a la parodia, su mejor género, y además lo hacía con otro hit, la Canción de Hielo y Fuego de George R.R. Martin que tan enganchado me tiene (a mí y a la mitad del mundo civilizado).
Y qué retorno. En las cuarenta y ocho páginas del álbum (demasiado pocas para la historia que narra, eso sí, y para el formato de lujo en el que la presentó Panini) tenemos al mismo Nacho Fernández que hizo Dragon Fall hace ya más de quince años. Empezando por los nombres, siguiendo por los giros absurdos de la historia y la sustitución directa de personajes (a Sirio Forell lo cambia por Dartacan).
Juego de Poltronas nos cuenta el enfrentamiento entre dos de las principales familias del continente de Levante: por un lado los Starkagorri y Mendietxea, tiparrones de norte brutos como una mala cosa, desde el cabeza de familia, Edu, que se convierte en la manopla del rey a petición de este, y sus hijos, Olbran, Bob, Salsa, Arisca y el bastardo John Carámbano; y por el otro los Lannistrell, enriquecidos a base de fraudes inmobiliarios durante la llamada Guerra del Pelotazo, son Lord Twingo, sus hijos Jaume, Jersey y Tirón, el enano putero, además del hijo de Jersey, Gofre, heredero de la Poltrona de Hierro.
Al otro lado del mar, en las chabolas libres del sur, están los herederos exiliados de la familia Cargarien, Danonis y Vinagris, quien acaba de cerrar un trato a cambio de la mano de su hermana con Khal Drogas, líder de los Motrraki.
A partir de aquí, las habas se cuecen entre intrigas ridículas, asesinatos hilarantes y páginas y páginas de chistes absurdos y geniales.
Un tebeo divertidísimo a todas luces que, si peca de algo, es de tener menos páginas de las que querríamos disfrutar.
De lectura obligada para todos los que disfrutamos con Dragon Fall y hemos pasado años esperando que Nacho Fernández volviera a brindarnos una parodia como solo él sabe hacerlas.
Lecturas obligatorias ambas, pues...
Sí, me he puesto bastante nostálgico, la verdad, pero es que Dragon Fall marcó bastante mis primeros pinitos como lector de cómics, y esas cosas quedan....
Ya está a la venta La Taberna de Bloody Mary en la colección A Sangre de Saco de Huesos.
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Muy chulo el artículo, muy nostálgico. A juzgar por los dibujos, he leído ya en otras ocasiones tebeos suyos, pero ahora no lo ubico. Me voy a dar una vuelta por mi biblioteca. También me apunto pillarme Juego de Poltronas, aunque no me haya leído Canción de Hielo y Fuego (aún).
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.