La kañada de la kabra
Un relato de Alberto Salgado para Empresas
Observó el paupérrimo reflejo color azul eléctrico de la luz de aquella luna, ahora tan desconocida, llamada Orto; a través de aquella espesísima niebla denominada “Puré de Aguacate”.
Aún recordaba la charla de aquella mañana, en la cual Anabelu Txan les instó a él y al resto de sus compañeros de clase a constituirse en asociaciones privadas para sacar réditos económicos de algún sitio, de alguna manera poco edificante. ‘Algo me huele muy mal en este asunto’, murmuró Gato, mientras el timbre de su móvil resonaba, despertando sus neuronas del hastío al que le habían sometido la tal Txan y sus compañeros: el Xosefo Kagarran y Rober Gónadan, con quienes componía la panda autodenominada Los Sucubines del Espanto Colectivo.
Gato asió con fuerza el teléfono móvil, el cual reposaba sobre un mamotreto de ciencia-ficción nor-vietnamita. Descolgó y preguntó, con voz firme y decidida:
—¿Sí, hola; dígame? —El tono le salió del alma.
—Estoy llegando a tu casa, colega —reconoció la voz. Se trataba de Kury Fojada, quien pasaba a buscarlo en su deportivo nuevo color naranja fosforito, para acudir juntos a la cena para el Sorteo Genético—. ¡Ve saliendo al portal, vamos volaos de tiempo!
Gato le respondió que ya estaba en el portal, divisando de reojo el elegante deportivo de su amigo, y saliendo al exterior cuando el sensor por infrarrojo detectó su presencia y accionó la puerta automática. Kury Fojada lo saludó desde la lejanía, alzando completamente su brazo biónico y extendiendo la mano hidráulica con la que contaba ahora, pues era la moda, importada desde Alemania: una aleación de titanio y aluminio componía su estructura cromada.
—Te veo un pelín suspicaz, Gato —le dijo Kury, que lo conocía bien, desde que eran púberes.
—¿Se me nota demasiado? —preguntó Gato—. Lo de la suspicacia, inquiero.
Su amigo le confesó que lo había dicho porque reconocía en él todo tipo de muecas y gestos, y que si se debía a aquella maldita cena, lo del sorteo genético y todo el tongo que les había metido Txan a todos.
Estirándose un poco en el asiento anatómico del deportivo, Gato le transmitió la idea de que Txan le sugería una oleada de negatividad inefable. Después le habló acerca de lo que le dijo Mister Packo, el párroco del barrio, hacía mucho tiempo ahora; algo que tenía Txan pero que no podían ver.
—¿Te refieres a… —titubeó su amigo— algún tipo de incidencia que no es perceptible mediante nuestros sentidos, es decir, empíricamente?
—Si —afirmó Gato—. Con lo del Sorteo Genético, comprenderás la trascendencia de este evento; por ende.
—No sé a qué viene tanta incertidumbre, ya tú sabes que si tu mente se mantiene diáfana, hay que seguir siendo firme y sereno en tus convicciones.
—El futuro de la Humanidad no depende de una persona sola, Kury —le expresó Gato—, ni de una empresa.
—Y aquello de lo que nos habló Anabelu Txan, esta mañana, eso de la residencia sanitaria ésa...
La propuesta de Anabelu Txan no le había gustado nada en absoluto a Gato. Siempre se llevaron mal. No toleraría que su esencia se mezclara infructuosamente con la de aquel producto del deshecho industrial.
—Me juego lo que quieras a que Txan es una replicante defectuosísima, con una línea de código que peta. Por eso su cerebro ha enloquecido, y ahora sueña con balnearios o residencias sanitarias, como Don Quijote. Se ha pasado de vueltas.
Gato podría tolerar que, a lo mejor, aquel odio venía en realidad desde el día que Anabelu Txan le mostró, en el campanario del torreón situado en el Campanario del páramo de la Kañada de la Kabra, las tres copias de la foto que le sacaron en aquel centro de Bangkok donde la adquirieron a precio de saldo.
—¡Son mis niñas! —le dijo, cierta ocasión, con socarronería y los ojos hiperdilatados por el abuso incontrolado de pulpitos psicotrópicos. Tras lo cual, se dio la vuelta y Gato observó, con horror, una teta mutante en su nuca. Detrás de la nuca, sobre el puerto paralelo para la impresora. Debía de ser ése el motivo de acoso del que se suponía que fue víctima, el tobeo.
Ella rondaba comentando la absurda idea de que eran sus hijas, cuando no era más que la imagen de sí misma, la propia Anabelu Txan, repetida tres veces. Algo a lo que Gato se opuso, por la repulsión que absolutamente siempre le causó. Le había tomado o por tonto, o por orco, algo que Gato no era.
Ella debería haber dado una respuesta positiva, y basta; como replicante que era.
—¡Me… me siento terriblemente acosado por Txan, Kury; humillado, como no me he sentido nunca; y sus amiguitos: los del Espanto Colectivo ése!
—Debiste avisarlo cuando tuviste la oportunidad. Creo que te insuflaron el Maligno, brother.
—El aviso se debió extraviar en un océano de información, en un satélite descontrolado. Aún espero alguna respuesta, los sábados por la noche cuando cae… la luvia. Pero yo sigo soñando con mi amada, alguien a quien tú ya conoces.
—¿Aquella chica que venía con nosotros, al colegio privado, hace eones?
—Sí, pues tuve… ¡Un sueño! y prefiero morir a darle mis genes a una androide degenerada.
Gato sabía que sus posibilidades de abrir una empresa con la rubita de sus sueños eran escasísimas, era consciente.
—o solamente digo que hay cosas que no deseo hacer por dinero —continuó hablando Gato, apasionadamente—, sino por… ¡Por amor!
—¡Ooooh, qué bonito; Gato! —exclamó Kury—. ¡El amoooor!
—Menos cachondeíto, Fojada.
—No, si es algo realmente hermoso, Gato.
Kury detuvo el vehículo en el aparcamiento que construyeron los orcos, antes de auto-exiliarse al exocosmos, sobre lo que algún día había sido levantado a su vez sobre un páramo que servía de mercadillo-punk. Algunos aseveraron que por esa razón estaba maldito aunque habría que cotejar aquella información.
—Menos mal que apareces, Gato sarnoso —escuchó, tras de sí. Gato reconoció el pestazo herrumbroso del aliento maldito de aquella. Frente a las escaleras estaba ella, rodeada de su pandilla de amigos: Gónadan y Kagarran.
—¡A ver si la coges! —bramó Anabelu Txan, arrojándole una katana samurái, produciéndole un corte en el antebrazo.
—No, no voy a poner mis valiosísimas huellas dactilares sobre tu indigna katana —le contestó Gato.
Tras ello, se dirigió a su amigo Fojada,
—Oh, Kury; ve a la cabina telefónica y alerta a las autoridades.
—¡Pero no puedo, Gato; no tengo suelto!
—¡Tsk, ya te doy yo! —y le dio una bolsita monedero—. Toma, y de paso, tómate una de rabas.
—Que sepas que hablaré con tu amada de tu parte; Gato —murmuró Fojada, intentando transmitirle algo de valor a su amigo.
¡Por supuesto que la conocía, se trataba de la chica más guapa de aquella promoción y de cuantas había conocido! ¿Se trataría de una fantasía, una ensoñación hecha realidad a fuerza de desearla muy intensamente sobre una condición de entrada que daba vueltas en un bucle cuasi-infinito?
Y, en lugar de aquello, ¿Cuál era la dura realidad? Aquella androide malconcebida, salida de sus peores pesadillas.
—¡Alto, alto! —exclamó al instante una voz. Gato la reconoció en el acto, se trataba de la concejala Maritxu O’Ryohann, quien llegaba desde Logrognen, la capital, acompañada por Judyr, la ingeniera informática responsable del el software de Txan; y quien aseguró:
—¡Que no es una teta, se trata de un apósito adjunto, desarrollado a fin de evitar las violentas sacudidas cerebrales que pudieren causar algún daño al microprocesador alojado en tu cerebro; Txan!.
—Fulanos del Espanto Colectivo, quedan detenidos —dijo O’Ryohann, secamente, dirigiéndose a Txan, y su panda.
—Aquí se ha producido una grave falla de raccord —le respondió O’Ryohann— por la cual os exiliarán a las cercanías de algún agujero blanco, Txan; no volverás a ejercer tus mala praxis empresarial. Con un pelín de suerte, saldréis rebotados hacia alguna dimensión indeterminada.
El juicio se llevó cabo, y fueron condenados Txan, el Kagarran y el Gónadan; y exiliados al horizonte de incertidumbre más lejano que existiera, a bordo de una txalupa cósmica unipersonal; destinados a pagar por su intento de negocio insincero.
Mientras tanto, acerca de Gato y su amada: ¿Quién sabe?
Pero de eso ya se hablará... ¡mañana!
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Me han faltado elementos para encontrarle sentido a la historia. Deduzco que es una sátira por algunos nombres y el planteamiento, pero no he podido descifrarla, me temo.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.