El atraco

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Un relato de Gandalf

 

Ion, Mihai, Petru, Razvan y Adrian esperaban en una furgoneta aparcada frente el portal de una imponente mansión a las afueras de la ciudad. Ion fumaba un cigarrillo, sin quitarle ojo a las ventanas de la casa, que mostraban un interior iluminado por luz eléctrica. Distraídamente, lanzó por la entreabierta boca aros de humo mientras apartaba los ojos de las fenestras y los posaba en el doble portón que daba acceso al interior de la vivienda. Pronto sería la hora. Habían estado vigilando a la familia que vivía en la mansión. Sus hábitos y horarios, a qué hora se iban a dormir e incluso a qué hora salía a trabajar el cabeza de familia. Y siempre lo hacía de noche. Una noche como aquélla. Llovía a cántaros, pero a los cinco rumanos eso les era indiferente. Si el golpe salía bien, podrían vivir holgadamente durante mucho tiempo, así que un poco de lluvia valdría la pena. Tenían pensado robar en aquella casa, y matarían a cualquiera que ofreciera un mínimo de resistencia.

Ion se recostó mientras esperaban, dejando a Petru encargado de vigilar la casa, y empezó a pensar en el pasado. Habían dejado Rumanía hacía un año y medio, y como medio de subsistencia habían empezado a desmantelar casas, siempre con una violencia inusitada. No era la primera vez que mataban a alguien, así que no sería ningún inconveniente que tuvieran que liquidar a algunos o todos los habitantes de la casa. Pasados unos minutos más, el doble portón se abrió hacia dentro y salió un hombre. Iba elegantemente vestido, bastante pasado de moda, pero muy elegante. Llevaba un traje negro, con una chaqueta de aspecto caro. A la altura del cuello sobresalía el cuello de una camisa blanca. Coronaba su cabeza un sombrero de copa y se apoyaba en un bastón. Hizo caso omiso de la lluvia y se alejó calle abajo. Unos instantes después, las luces de la mansión se fueron apagando.

—Fel —dijo Ion a los otros mientras arrojaba la colilla por la ventanilla.

Salieron de la furgoneta y se acercaron a la puerta de la casa. Razvan se quedó dentro, ocupando el asiento del conductor. Mihai examinó un momento la cerradura. No parecía haber ningún tipo de seguridad, así que se armó con alambre y ganzúa y se encargó de forzarla. Después del habitual “chac”, el joven abrió la puerta, permitiendo el acceso a la banda.

El interior de la mansión les fue revelado. Por doquier podían ver antigüedades de gran valor. El suelo era de madera, lo que indicaba que también valía mucho dinero. Una lujosa escalera, también de madera, conducía a la planta superior de la casa. Ion se acercó a la escalera y miró hacia arriba. Todo estaba a oscuras, como se esperaba, así que llamó a Adrian para que le alumbrara con la linterna que asía celosamente con las manos. Como se esperaba, bajo la luz del foco vieron dos habitaciones. Pisó un escalón, y la madera rechinó bajo sus pies. Alzó con rapidez la mirada hacia las habitaciones, pero nadie salió de ellas. Con más cuidado, andando de puntillas, empezó a ascender, seguido de sus compañeros. Llegaron a lo alto de las escaleras e Ion detuvo el avance. Llamó a Petru con un gesto de la mano y se acercó a la puerta de la derecha. Con el mismo ademán, indicó a Adrian y Mihai que fueran a la de la izquierda. Giró lentamente el picaporte y empujó suavemente la puerta hacia dentro. Un poco de luz de la calle entraba por las ventanas sin persianas, así que en el cuarto había algo de claridad. Se acercaron, uno por cada lado, al cuerpo que yacía, seguramente dormido, en el lecho.

Quien ocupaba la cama era una mujer. Estaba tumbada encima de las mantas, sin haberse quitado siquiera el anticuado vestido negro que le llegaba hasta los tobillos. Su pelo largo y negro, peinado de forma anticuada, y la palidez de su rostro, llamaron la atención de Ion, aunque le parecía extremadamente bella. Con cuidado, acercó una mano a los apretados labios de la mujer, que se presentaban pintados con rímel negro. Miró a su compañero y éste comprendió al instante lo que tenía que hacer. Estiró los brazos hacia los brazos y piernas de la mujer para inmovilizarla en el momento preciso. Con un rápido movimiento, Ion tapó la boca de la mujer, que abrió desmesuradamente los ojos. Antes de que pudiese mover un solo músculo, Petru asió con sus enormes manazas los brazos y piernas de la dama, que se resistía de tal modo que sorprendió al alto y robusto rumano. Era tal la fuerza de la doncella que por poco la suelta. Entonces, Ion sacó del bolsillo una pistola automática y le apuntó a la cabeza.

—Será mejor que pares, preciosa —dijo—, si quieres salir con vida.

La mujer cesó repentinamente todo movimiento y fijó sus ojos verdes, abiertos como platos, en los del criminal. Ion sonrió, todavía tapando la boca a la mujer, y guardó el arma.

—Bien, preciosa, si colaboras esto acabará muy rápido. Si te resistes, mi amigo de ahí te romperá los brazos. Ahora, voy a apartar mi mano de tu boca —su voz se tornó agresiva—. Haz un solo sonido, y te mato aquí mismo, ¿comprendes? Parpadea dos veces si lo has comprendido.

La mujer miró un rato al rumano, sin hacer nada. Luego, parpadeó dos veces como le había ordenado. Ion retiró lentamente la mano, y vio que los labios de ella seguían en la misma posición que antes. Posó sus ojos en los de ella, pero no supo interpretar su mirada. Fuese lo que fuese, no veía temor en la mirada de la mujer. Se aclaró un poco la garganta y continuó hablando.

—Bien, preciosa, como te dije, si colaboras esto acabará muy pronto. Lo único que queremos es lo típico, ya sabes, dinero, joyas y demás objetos de valor. Me entiendes, ¿verdad, preciosa?

—Sí, te entiendo —dijo la mujer con una voz clara y serena—, pero por favor, deja de llamarme preciosa.

Ion la miró sorprendido por su serenidad y por su insolencia. Al rato, su sorpresa inicial se convirtió en cólera.

—¡Te llamaré como me salga de los cojones, zorra! —gritó—. ¡Ahora levántate de una puta vez y dame lo que quiero!

Petru la soltó para que pudiera levantarse, y mientras lo hacía de forma tranquila y sosegada, entraron en la estancia Adrian y Mihai, que traían agarrados por los brazos a un niño y una niña. Estaban tan pálidos como su madre, y sus ropas también eran anticuadas. El niño llevaba un traje compuesto por una levita negra y unos pantalones cortos de pana negra. Su hermana vestía un vestido blanco. De repente, Ion se alejó de la mujer para acercarse a los críos y, volviéndose hacia ella, empezó a sonreír ampliamente.

—Veo que eres muy valiente, preciosa. ¿A ver si eres tan valiente si pongo la vida de tus hijos en juego? Ahora, llévame junto la caja fuerte.

El gesto de la mujer no cambió, pero asintió con la cabeza y echó a andar hacia la puerta de la habitación. Cuando pasó por su lado, Ion la agarró por el brazo y la atrajo hacia sí, al tiempo que cogía de nuevo la pistola.

—Espero que no haya ningún truco —dijo con tono amenazador—, o tendré que matar a tus hijos.

—No te preocupes, no habrá ningún truco —respondió la mujer—. ¿Queréis que os lleve junto la caja fuerte o no?

—Claro, preciosa. Ve delante.

La dama cruzó el marco de la puerta, seguida de cerca por Ion y Petru. Adrian y Mihai estaban más rezagados, llevando a empujones a los niños. La mujer los condujo hasta un pequeño cuarto al otro lado del pasillo. Al fondo de la habitación, veíase un cuadro que representaba a una familia de cuatro miembros: un hombre, una mujer y sus dos hijos. Era un cuadro de aspecto antiguo, y hasta allí se acercó la mujer. Retiró la pintura y fue revelada la hermética puerta de una caja fuerte. Ion se relamió los labios y se acercó con paso vacilante.

—Venga, ábrela —dijo—. No me hagas repetírtelo dos veces.

—No puedo —se limitó a decir la dama—. No sé la combinación.

—Köcsög —dijo Ion entre dientes—, podrías haberlo dicho antes.

—El que me llames zorra no solucionará tu problema. El único que sabe la combinación es mi marido.

Ion se quedó de piedra. ¿Cómo sabía aquella mujer que le había llamado zorra en su idioma? Miró el pálido rostro de la dama, con creciente curiosidad.

—Permíteme una pregunta, preciosa —dijo—. ¿Acaso sabes hablar rumano?

—Por supuesto —respondió quedamente la mujer—, es mi lengua materna. Yo y mi familia somos de Rumanía.

—¿Cómo es posible? —exclamó Ion—. No tienes acento.

—Llegamos aquí hace ya mucho tiempo —dijo la mujer con una leve y triste sonrisa—. Tanto tiempo que casi no recuerdo cuándo. Es normal que haya perdido el acento.

—Bueno, todo aclarado —replicó Ion, volviendo a su tono amenazante—. Ahora nos quedaremos todos aquí y esperaremos a tu maridito. No quiero problemas, o acabaré con tus hijos.

Con paso deliberadamente lento, se dirigió a los dos niños, todavía sujetos por Adrian y Mihai, y les apuntó con el cañón de su pistola. El rostro de la mujer se endureció, su boca se torció en una mueca horrenda y, sin previo aviso y lanzando un estremecedor chillido, se abalanzó sobre Ion. El rumano quedó un momento paralizado por la sorpresa, por lo que la mujer alcanzó a agarrarle los hombros con ambos brazos y rodear su cintura con las piernas, mientras acercaba su cabeza a la suya para morderle. Ion la arrojó al suelo con furia, apuntó con su pistola y, tras un segundo de dudas, disparó.

La bala se incrustó en el cráneo de la mujer, justo en el centro de la frente, y el delicado cuerpo cayó de espaldas. Una única gota de sangre brotó del agujero. Los dos niños abrieron los ojos de par en par, pero no gritaron ni dijeron nada. Petru se acercó a Ion, quien miraba todavía el cadáver, dibujando en su rostro un rictus de furia.

—¿Qué coño has hecho? —gruñó el primero de los atracadores en su lengua materna—. ¿Por qué la has matado? ¡Todavía no sabemos la maldita combinación de la puta caja fuerte!

—No te sulfures, amigo mío —respondió Ion, también en rumano—. Podemos esperar a que venga el marido de esa puta zorra. Todavía tenemos a sus hijos, y al ver muerta a su mujer, sabrá que vamos en serio. Seguro, él sí que abre la caja. Ve a avisar a Razvan. Dile que aparque en otro sitio y que venga..

Petru comprendió la idea de su colega y sonrió satisfecho antes de cumplir la orden del jefe de la banda. Por su parte, Ion esperó a que el otro volviera acompañado del conductor de la furgoneta para acercarse a los dos chiquillos y poner el cañón de su pistola sobre la sien de la niña. Acercó su rostro, que hedía a cerveza y vodka, a la cara de su víctima, casi rozando con los labios la pálida piel de la mejilla.

—Por vuestro bien, espero que vuestro padre colabore más que la zorra de vuestra madre.

La niña le echó una mirada tan fría e indiferente, que Ion sintió que la cólera volvía a embargarle, y estuvo tentado a apretar el gatillo. Cuando oyó el ruido de la puerta de la casa abrirse se contuvo. Echó la cabeza hacia atrás para escuchar mejor, y comprendió que ya había llegado el hombre de la casa. Sonrió complacido y apartó la pistola de la cabeza de la chiquilla. Dio una serie de instrucciones en rumano a sus compañeros e, inmediatamente, se colocaron de frente a la puerta del cuarto, agarrando por el cuello a los críos, y formando una especie de pasillo para que se pudiera ver el cadáver de la mujer desde el canto de la puerta.

Oyeron los pasos del hombre en el piso inferior, que se dirigieron inmediatamente hacia las escaleras, y entonces sonó el golpazo hueco y grave de sus pies al subirlas. Pronto, el rostro pálido del hombre se asomó por el marco de la puerta. Todavía llevaba en la cabeza el sombrero de copa, pero se había dejado el bastón en el piso de abajo. Cuando vio a Ion y sus hombres, se limitó a detener su paso y arquear una ceja. Fue Ion el primero en hablar, mientras apuntaba al hombre con la pistola.

—Bienvenido a casa, capullo —dijo sonriente—. ¿Por qué no te portas como un buen perrito y nos das la combinación de la caja fuerte?

—¿Quiénes sois vosotros? —repuso el hombre—. ¿Qué hacéis aquí? ¿Qué le habéis hecho a mi mujer?

—Tuve que agenciarla —respondió Ion después de soltar una carcajada y agitar levemente su pistola-. Ahora, será mejor que colabores, o tú y tus hijos correréis la misma suerte.

El hombre miró el cuerpo inerte de su esposa.. Entonces, para sorpresa de los rumanos, prorrumpió en atronadoras carcajadas. Apoyó las manos en las rodillas, encorvando la espalda hacia delante, echó la cabeza hacia atrás y rió aún con más fuerza.

—¡Venga, Nicoleta! —exclamó el hombre, todavía riendo—. Deja de fingir. Ha sido muy divertido, pero ahora toca ponerse serios.

—¿No te das cuente de que está muerta, gilipollas? —gritó Ion—. Me he cargado a esa asquerosa put...

La palabra se le atragantó en la garganta cuando, de repente, la mujer que daba por muerta se incorporaba con una facilidad pasmosa. La dama que respondía al nombre de Nicoleta también sonreía, pero no era una sonrisa agradable. Era un gesto lleno de maldad y de un cierto y cruel gozo.

—Bienvenido, mi querido Vasile —dijo Nicoleta—. No esperaba que llegaras tan pronto.

—Hoy llueve demasiado para encontrar comida en la calle, mi amor —dijo Vasile—. Pero parece que la comida nos ha venido como caída del cielo.

—¿Comida? ¿Qué comida? —replicó Ion tras recuperarse de la impresión de ver revivir a la mujer.

Sin darle tiempo a reaccionar, Vasile abrió la boca, revelando dos largos colmillos, y se tiró hacia la garganta del rumano, que desgarró sin compasión. Ion gemía mientras lo que sin duda era un vampiro le succionaba la sangre a través de la herida abierta. Los compañeros del atracador miraban la escena horrorizados. Estaban tan asustados que eran incapaces de mover un solo músculo del cuerpo. Vasile soltó el cadáver de Ion y miró a los demás rumanos, todavía con la boca manchada de sangre. Sonrió de una forma tal que los ladrones sintieron que un escalofrío les recorría la espalda. Sabían que Ion solía sonreír para intimidar a sus víctimas, pero la sonrisa del vampiro era de pura maldad. Les hacía ver que era cruel y despiadado, y que disfrutaba siéndolo. Observaron aterrados cómo Nicoleta y sus dos hijos se arrodillaban junto al cuerpo de Ion y lamían la sangre que brotaba de la garganta.

Por fin reaccionaron. A una orden de Petru, los rumanos echaron a correr, intentando pasar al lado de Vasile, pero un sólo brazo del vampiro bastó para tirarlos al suelo. Mientras la banda de atracadores se veía rodeada por la familia de vampiros, el padre de familia ensanchó su sonrisa, dándole el aspecto de un loco psicótico y cruel. Se acercó a su mujer y le dio un beso en la mejilla, dejando un pequeña huella de sangre.

—Bueno, queridos míos —dijo mientras abrazaba a su familia—. Creo que no tendré que hacer más excursiones durante una buena temporada. Después de todo, parece que tenemos comida de sobra para unos cuantos días.

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Patapalo
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Veo el relato algo cojo en su planteamiento. La trama cazador cazado se ve venir desde los primeros párrafos, por lo que no hay sorpresa final. Tampoco la prosa encandila, ni el escenario, ni los personajes, que son más bien tópicos. Tampoco me ha parecido un relato cuidado: repites palabras (peinado anticuado, vestido anticuado), falta precisión en los términos (robar un piso o una caja fuerte no es un atraco, el rímel se pone en los ojos, que yo sepa, no en los labios), hay apreciaciones gratuitas (el suelo es de madera = es de valor, cosa que no tiene pies ni cabeza), etc.

Creo que deberías dedicar más tiempo al planteamiento de los relatos antes de poner con la ejecución. Muchos de estos temas se podrían solucionar fácilmente.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Gandalf
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Sí, tienes razón, a mí no me parece tampoco un buen relato. Pero claro, desde hace tiempo que no se me ocurre una buena historia, y cuido menos la forma 

Gracias por el comentario y los consejos.

Hola, me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir.

Retrogaming: http://retrogamming.blogspot.com/

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Darkus
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Uhm, relato que me ha dejado una sensación bastante agridulce.

Me gustan mucho las historias en las que el malo se convierte en la victima. Sin embargo, aquí se ve venir demasiado de lejos y creo que es porque el ritmo de lo que se cuenta es muy rapido; creo que hubiera venido bien algo de lentitud a la narración. Al menos, para que los personajes ahondasen minimamente en el lector.

Es decir, el tipo de historia, me gusta, pero la forma de narrarla me ha parecido algo atropellada.

"Si no sangras, no hay gloria"

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