Un relato de horror cósmico de FAGLAND
1.
Entiendo que haya muchos escépticos, yo tampoco creería la mitad de las cosas que voy a contar si no las hubiese vivido, pero has de saber que este Mundo tiene la puerta abierta a todo tipo de seres demoniacos de otras dimensiones, seres que se arrastran dejando un reguero de sangre y limo, bestias de afiladas garras y vampiros sedientos.
Por fortuna, aún quedamos unos pocos detectives de lo sobrenatural cuya misión es encontrar las brechas dimensionales y cerrarlas para siempre. Sé que muchos de los que lean esto me tomarán por loco, o por un tipo con demasiada imaginación. Allá ellos, yo los protegeré igual a pesar de su escepticismo.
El caso que hoy os vengo a narrar, siendo el primero, trata de mi iniciación. Aún no había alcanzado la mayoría de edad y vivía cómodamente en un pisito de Bilbao, acompañado de mis padres y mi hermano Tomás, cuando recibí la llamada.
—¿Puedo hablar con Jonás de la Estrella?
—Yo me llamo Jonás —respondí— pero mi apellido es López.
—Eso era antes de hablar conmigo —respondió la misteriosa voz grave del hilo telefónico—. Gracias a los dioses que te he encontrado. No sabes cuánto me ha costado llegar hasta ti.
—¿Quién eres? —Pregunté sospechando que se trataba de una broma.
—Soy tu mentor, el hombre que hará de ti un benefactor de la humanidad. —Aquello era demasiado, así que solté una carcajada.
—No reconozco tu voz, ¿eres amigo de Rubén o de Aitor?
—No conozco a esas personas, pero estamos perdiendo el tiempo. ¿Dónde vives?
—No voy a darle mi dirección a un desconocido —respondí.
—No soy un desconocido, ¿acaso no has tenido el Sueño?
Esto me puso nervioso, llevaba medio año sufriendo una pesadilla recurrente. En ella, unos hombres que se ocultaban con gruesos hábitos de monje se me acercaban con cuchillos en las manos y un brillo demente en la mirada. Siempre despertaba con un grito ahogado cuando estaban a punto de atravesarme. Aquel hombre sabía algo de mí que no le había contado a nadie.
—Todo esto es muy raro —dije yo—, ¿por qué me buscas?
—Porque el destino te ha escogido, muchacho. Los de nuestra clase tenemos un aura especial, y nos reconocemos aunque estemos a kilómetros de distancia. Ahora dime dónde vives para que pueda ir a verte.
No sé que me hizo confiar en aquel hombre, quizá fuera la curiosidad típica de mi edad, pero lo cierto es que me vi respondiendo.
—Podemos vernos en la fuente de Abando, aunque hoy ya es un poco tarde.
—¿En qué ciudad está eso? —Preguntó.
—Soy de Bilbao, ¿tú no vives aquí?
—Mi residencia está allá donde me lleva el destino —respondió—. Nos veremos en ese fuente mañana a las siete de la tarde. No faltes.
Dicho esto colgó dejándome con un montón de incógnitas en la cabeza. ¿Qué querría de mí aquel hombre? Dijo que sería mi mentor. ¿Qué pretendía enseñarme? Bastante tenía yo con ir al instituto como para añadir una actividad extra.
Decidí olvidarme de la conversación y aplicarme a tareas más rutinarias. Mi madre me había encomendado comprar el pan y la leche, y como quería merendar, no me quedó más remedio que ir al supermercado.
Me puse un pantalón y una camiseta y bajé a toda velocidad. Eran las ocho y el supermercado cerraba a y media.
Cogí la leche de Omega tres que mi madre insistía que tomáramos y después fui a la entrada a por una barra de pan; aún estaba caliente. Un tipo muy extraño se puso a mi lado, llevaba gafas de Sol a pesar de que estábamos en un interior. Sonrió mostrándome un diente de oro y dijo: “calientes como el horno del Infierno”. Esto me descolocó tanto como la llamada, pero reaccioné apartándome de aquel loco y dirigiéndome a la caja. Desde luego que la tarde estaba siendo de lo más peculiar.
Cuando llegué a casa, mi padre estaba sentado en el butacón leyendo el periódico. Le saludé y él me invitó a sentarme. Como acostumbraba a hacer, me resumió las noticias. Él era mi telediario particular. Por desgracia no podía apagarle.
—Han encontrado el cadáver de una niña en la cima de Artxanda —dijo—. Dicen que ha sido víctima de un rito satánico, pero aún no han dado con los culpables. El Mundo es de locos, ¿no te parece, chico?
—Y qué lo digas, papá —respondí—. Si te parece bien, voy a ir a merendar.
2.
Al día siguiente me vi incapaz de atender en clase. Yo era un buen estudiante, sin llegar a ser uno de esos chicos repelentes que lo saben todo, pero lo suficientemente aplicado para pasar el curso.
—Jonás —susurró mi amigo Rubén—, ¿estás bien? No has cogido un solo apunte y quedan dos clases antes del examen.
—Hoy no tengo la cabeza para matemáticas —respondí con un encogimiento de hombros.
—Tú verás. ¿Vas a quedarte al partido de la tarde?
—Si… no —respondí acordándome de mi cita con el hombre del teléfono.
—¡Oh, vamos! Estamos diez justos, si faltas nos fastidiarás la tarde a todos.
—Tengo un compromiso —respondí sin ninguna gana de dar más explicaciones—. Haremos una cosa, me quedaré hasta las seis y media, ni un minuto más.
—Hecho —respondió mi amigo con una sonrisa de oreja a oreja.
Al contrario de lo que solía suceder en todos los partidos, aquel día tuvimos público. Aitor, que era el ligón del grupo, estaba camelando a una rubita de letras y la había convencido para que se quedara a verle a la salida.
Tuve un día horrible en lo que a futbol se trataba: no metí ni un gol y recibí una buena patada en la rodilla, pero lo más extraño sucedió en un vistazo fugaz a las chicas. Una de ellas sonreía a mi amigo y un flash repentino, algo así como una alucinación, me la mostró semidesnuda rodeada de unos misteriosos monjes con aspecto diabólico.
¿Acaso estaba perdiendo la cabeza? Mi vida se estaba convirtiendo en una película de suspense, o más bien de terror. “Todo está en tu mente,” me dije mientras trataba de centrarme en la pelota.
Cuando llegó la hora de marcharme los chicos trataron de convencerme para que me quedara un poco más, pero yo tenía muy claro que acudiría a la cita, así que cogí mi jersey del suelo y marché rumbo a Abando con un gusanillo de inquietud recorriéndome las tripas.
Llegué a la plaza y me senté en la fuente del BBVA. Un montón de gente pasó a mi lado, no en vano estaba en el centro del bocho. Había otro chico y una pareja que miraban hacia la boca de metro; sin duda estaban esperando a alguien, igual que yo. Me preguntaba cómo reconocería al hombre del teléfono cuando todas las dudas se desvanecieron de repente.
Un señor de lo más peculiar bajó de un viejo Rolls Royce que parecía preparado para la carrera de coches clásicos de la ciudad. Era plateado y brillaba como si acabaran de encerarlo, justo al contrario que el sujeto vestido con una capa negra, pantalón y chaqueta del mismo color y sombrero de copa. Parecía tan fuera de lugar como el coche, ambos sacados de una película de los años treinta, sólo que ahí estaban, en vivo y a todo color.
Mis sospechas se confirmaron cuando el hombre me sonrió con sus finos labios y se acercó ayudado por su bastón.
—Buenas tardas, Jonás. Llevaba mucho tiempo esperando conocerte. —Extendió su mano enguantada y la estreché por acto reflejo. El ala del sombrero ensombrecía parte de su rostro pero aún así sus ojos claros brillaban magnéticos.
—Buenas tardes, ¿señor…?
—Llámame Thomas, no hay lugar para formalismos entre compañeros. —Éramos tan diferentes como la noche y el día, así que me veía obligado a preguntar.
—¿Por qué somos compañeros? Señor… esto… Thomas. Quiero decir… acabamos de conocernos.
—No estés nervioso muchacho, ambos somos servidores de la Luz y la Justicia, pero esas no son cosas que se deban discutir en público. He cogido una habitación de hotel en Zabalburu, si el callejero no se equivoca eso está cerca de aquí. Podemos ir caminando.
—También está cerca de mi casa —le dije.
—Pues pongámonos en camino, estimado colega, hay mucho que contar.
“Ya lo creo,” pensé yo mirando a ambos lados con la convicción de que la gente nos miraba extrañada.
3.
Thomas descorchó una botella de vino y sirvió dos copas; o desconocía que yo era menor de edad o le daba lo mismo, el hecho es que me extendió una copa y yo no puse reparo alguno en probarla.
—Exquisito —dijo con gesto de satisfacción—. Gregory siempre sabe satisfacerme.
—¿Quién es ese tal Gregory? —pregunté.
—Es mi mayordomo, ayudante y amigo todo en uno. Hoy no podrás conocerle, pues está buscando nuestro nuevo hogar. Tenemos unos buenos ahorros, pero por lo que me ha dicho los pisos son especialmente caros por aquí.
—Así que has venido para quedarte.
—Esa es mi intención, ya que no creo que tú quieras venir a Inglaterra. De todos modos yo necesitaba un cambio de aires, y más aún un compañero.
—¿Por qué no vamos al grano y me explicas el motivo de que estamos aquí?
Entonces el hombre comenzó a narrar su increíble historia y yo no pude dejar de escuchar, pues sonaba fascinante a pesar de ser una locura.
“Llevo veinte años enfrentándome a los poderes malignos del cosmos y siempre he salido victorioso debido al buen adiestramiento que recibí de mi predecesor, y espero que con el tiempo tú puedas decir lo mismo.
Todo comenzó con unos sueños recurrentes que me asaltaban cada noche. Casi todos eran pesadillas en las que criaturas monstruosas amenazaban a personas desconocidas. En ellas yo tenía el papel de mero observador, siempre aterrado e impotente ante las fuerzas del Caos.
Después llegaron las visiones diurnas y entonces comencé a temer que estuviera perdiendo el juicio. Mi mentor me explicó el gran secreto: yo no era un psicótico, sino una persona con percepción especial. Mis sueños mostraban hechos reales, ya fueran del pasado o del futuro, y mi misión en el Mundo consciente era analizarlos y, si era posible, enviar a los entes malignos fuera de la Tierra.
No es una tarea fácil, pero no estamos completamente indefensos, pues ciertos objetos actúan como canalizadores de fuerzas largo tiempo olvidadas. Supongo que podríamos denominarlos artefactos mágicos que nos arman contra nuestros enemigos.
Además, cada uno de nosotros poseemos habilidades inherentes que debemos aprender a conocer y desarrollar. Ahí es donde entra la labor del mentor, es decir, la mía. Debo ayudarte a buscar tus propias cualidades y guiarte en nuestra lucha hasta que estés preparado para seguirla por tu cuenta, pero queda mucho para eso”.
Se produjo un largo silencio que mi mente aprovechaba para procesar lo que había oído.
—¿Quieres decir que soy una suerte de superhéroe? ¿Yo soy Robin y tú eres mi Batman?
—Es el símil más desafortunado que he oído, pero supongo que puede valer para un adolescente.
—¿No creerás que me he tragado esa historia, verdad? Sí es cierto lo que dices, demuéstrame alguna de tus facultades.
—Mis facultades sirven para enfrentarse a peligros sobrenaturales, no para impresionar a un crío —dijo con cierto tono de reproche—. Dime, ¿has empezado ya a ver cosas o se limita tu facultad a los sueños?
—Estos días he percibido algunas cosas extrañas… eso es cierto —admití.
—No te cierres a ellas y medita sobre lo que te he dicho. Puede que te estén viniendo fragmentos de tu primer caso. No sabemos de cuánto tiempo disponemos.
—Antes de irme necesito una prueba de lo que dices —insistí. El hombre apuró su segunda copa de vino y sacó un libro de su maletín—. Aquí tienes un montón de historias. Ojéalo, puede que encuentres similitudes con algunos de tus sueños, cosas que ocurrieron en el pasado. Eso es todo lo que puedo ofrecerte. Nos vemos mañana a las siete. Ven a buscarme.
—Lo haré —dije sin saber porqué.
4.
El libro me tuvo enganchado hasta altas horas de la noche. Al leerlo sentí una extraña sensación de deja vu, aunque yo sabía que no había leído algo parecido en toda mi vida; era como si tuviera en ms manos un libro de los horrores que analizaba éstos con una extraña mezcla de lógica y magia. Describía un montón de monstruos con sus características y debilidades, y narraba los casos en los que habían sido encontrados y derrotados por detectives de lo sobrenatural.
Uno de los capítulos hablaba de una secta satánica que adoraba a un dios lagarto. Al ver una ilustración di un respingo. El lagarto aparecía acompañado de sus acólitos, hombres que vestían unos hábitos verdeazulados exactamente iguales a los de los monjes de mis pesadillas. El culto de estos monjes depravados ofrecía sacrificios humanos a su dios, que se materializaba en sus ritos para comerse a sus víctimas.
Thomas ya no me parecía un loco, sino la única fuente de respuestas sobre lo que estaba experimentando. Tardé mucho en dormirme y pasé toda la mañana vagando como un zombi de clase a clase. En uno de los descansos, Aitor y su novia se me acercaron, el primero muy extrañado por mi comportamiento.
—¿Qué te pasa hoy, Jonás? Estás ausente, como si nada fuera contigo.
—¿Eh? —respondí torpemente—. No me pasa nada, es sólo que he dormido muy poco ésta noche.
—Entonces ya hemos sido dos —dijo mi amigo echando una mirada cómplice a su novia—. ¿Te quedarás al partido de hoy? Yo no puedo, nos han invitado a una fiesta sorpresa en el Pagasarri. Un sitio un poco lejano, pero allí podremos tener intimidad, ya me entiendes…
—Yo también tengo mis planes —le dije.
—Chicos, la clase está a punto de reanudarse —intervino Rubén—. Hoy es el día de las preguntas y mañana el examen. ¿Habéis estudiado o qué?
—No demasiado —respondí.
—Vaya, pues viéndote la cara diría que pasaste toda la noche empollando. Ese suele ser tu modus operandi: dejar todo para los últimos días.
No contesté, sino que me dirigí a clase armándome de toda mi paciencia. ¡Tenía tantas ganas de ver a Thomas! Todo lo demás me parecía trivial, secundario cuanto menos.
No esperé hasta las siete, a las cinco y media ya estaba llamando a la habitación de mi supuesto mentor con el libro que me había prestado debajo del hombro. Un hombre de edad avanzada abrió la puerta. Llevaba un elegante esmoquin y el bigote mejor recortado que había visto nunca.
—Tú debes ser Gregory —dije en un alarde de deducción—. ¿Está Thomas?
—Le espera en su habitación —contestó haciendo un gesto para que entrase.
—Llegas muy temprano, es la hora del té —dijo mi anfitrión—. Lo tomaremos juntos. El mío es importado de la India, todo un lujo que por fortuna me puedo permitir.
Me senté en una silla y puse el libro sobre la mesilla abierto por la página del culto del Lagarto; necesitaba una explicación.
—¿Son los que aparecen en tu sueño?
—Así es —respondí—. ¿Te has enfrentado a ellos?
—Ese culto lleva mucho tiempo dormido, o eso es lo que se creía hasta ahora.
—¿Qué sabes de esa gente?
—No más de lo que está escrito en el libro: su dios aparece para alimentarse de los sacrificios que le son obsequiados. Suelen reunirse en lugares elevados, puesto que creen tener en ellos más posibilidades de ser escuchados.
—¡La niña de Artxanda! —exclamé—. La noticia salió ayer en el periódico. Tuvo que ser el sacrificio de esos hombres. Están aquí, en la ciudad.
—¿Ya se ha producido el primer sacrificio? Si eso es cierto volverán a actuar esta noche. Si no recuerdo mal, necesitan tres sacrificios en noches consecutivas para completar su sagrado rito. Es lo que llaman un ciclo de Sangre. Tres asesinatos al mes. —Apuró su taza y clavó su mirada en mi rostro—. Tiene que haber una pista, y tú tienes que tenerla. ¿Has tenido alguna visión, ha sucedido algo extraño estos días?
—¡Sí! —exclamé aterrado—. Vi a la novia de mi amigo rodeada por los monjes. Fue algo fugaz, pero tienen que ser los mismos hombres de mi sueño.
—Ella está en peligro. Tienes que avisarle a ambos: que se queden en casa, no deben ir a ninguna parte. Hoy o mañana podrían ser víctimas del Lagarto.
—Será hoy —dije con el rostro pálido—. Dijeron que les habían invitado a una fiesta en el monte. ¡Dios santo! Puede que ya sea demasiado tarde. Tenemos que avisar a la policía.
—¡No! Este es nuestro trabajo, no el suyo. Lamento que tengas que iniciarte tan rápido, pero no hay más tiempo.
—¿Cómo podremos detenerlos? Ellos están armados.
—Yo me encargaré de eso. Tú dirígeme hacia tus amigos. ¿Sabes a qué monte iban?
—El Pagasarri —respondí inmediatamente.
—Bien. Cogeremos mi coche —dijo Thomas mientras se ponía la chaqueta y cogía un curioso bastón—. Hay trabajo que hacer.
5.
Volamos con el Rolls Royce de Thomas por el medio de la ciudad. Había puesto el GPS del coche, que por dentro era de lo más moderno y lujoso imaginable. Tenía ordenador de a bordo, acabado en madera y asientos de cuero oscuro. Yo me concentraba en estos pequeños detalles, decidido a no mirar por la ventanilla, pues íbamos tan rápido que temía que chocáramos en cualquier momento.
No lo hicimos. Antes de las siete estábamos en la barrera. A partir de allí nos tocaba continuar a pie. Encabecé la marcha por el camino viejo, que suponía un considerable atajo comparado con el habitual. Había llovido y el terreno rocoso estaba lleno de barro, pero tanto Thomas como yo caminábamos con paso firme. Cada segundo era vital.
Jadeaba ostensiblemente cuando llegamos a la cima y observamos camuflados tras los árboles. Cinco monjes permanecían arrodillados enfrente de un pequeño altar improvisado en un saliente rocoso. El que parecía ser el cabecilla de aquellos hombres colocó dos incensarios en la roca.
—Parece que no han cogido a mi amigo —susurré—. ¿Cómo vamos a detenerlos?
—Podríamos abordarlos ahora —respondió Thomas—, pero su dios Lagarto permanecería a la espera de nuevos acólitos. Lo que debemos hacer es esperar a que comience la ceremonia y atacar en el momento de la materialización. Tú te encargarás de enviar al dios Lagarto al Limbo del que nunca debió salir, yo me haré cargo de los monjes.
—¿Cómo voy a hacer eso? —Pregunté a modo de protesta. Estaba asombrado de la convicción con que Thomas narraba un plan tan descabellado.
—Aún no te lo has ganado —dijo—, pero las circunstancias exigen que te entregue tu talismán. —Thomas sacó una estrella dorada del bolsillo. Parecía de oro y tenía engarzadas gemas de numerosos colores—. Tendrás que enfrentar tu voluntad a la del dios Lagarto. El talismán creará un portal místico y tú dirigirás a tu presa hacia él; sabrás cómo hacerlo cuando llegue al momento.
—¿Y tú te encargarás de los seis monjes?
—Eso es. Yo me limitaré a la actividad puramente física. Esos hombres no supondrán ningún reto mientras tenga mi bastón.
—Si fallamos nos matarán.
—Por eso no debemos fallar —contestó con autoridad—. Eres uno de los elegidos, tienes las capacidades necesarias para triunfar en nuestra empresa, pero debes mostrar valentía. Un momento de duda y el dios Lagarto lo aprovechará para atacarte. Confía en ti, Jonás de la Estrella.
En aquel momento me sentí un ser insignificante acompañado de un loco, pero asentí como si la arenga de mi compañero hubiese dado resultado.
Entonces vi algo que me sobresaltó. Un séptimo hombre apareció llevando a mi amigo Aitor y a su novia. Él estaba atado y tenía una brecha en la cabeza, ella parecía estar ilesa, aunque sus ojos estaban cerrados y su cuerpo se bamboleaba en brazos del monje.
El hombre colocó a la chica en el altar. Los monjes comenzaron a entonar un ininteligible cántico mientras su líder sacaba un enorme cuchillo de entre sus ropas. La ceremonia había comenzado.
—¡La va a matar! —exclamé horrorizado—. Tenemos que ayudarla.
—Aún es pronto —respondió mi acompañante.
El cuchillo rasgó las ropas de la chica hasta quedar ésta totalmente desnuda. Aitor trató de revolverse y recibió un tremendo golpe que le hizo caer de bruces. Estaba indefenso.
El inmemorial canto de invocación subió de volumen mientras los monjes se incorporaban y extendían los brazos en su blasfema coreografía. El cuchillo de su líder trazó un triangulo en el vientre desprotegido de la chica, quien yacía inconsciente y ajena al peligro.
Una densa nube de humo rodeó el altar y entonces mi compañero gritó “ahora” y nos dirigimos corriendo hacia los acólitos del dios Lagarto. Viendo el cuerpo delgado y desgarbado de Thomas no se podía adivinar su destreza para la lucha cuerpo a cuerpo. El cántico cesó y los monjes trataron de cortarnos el paso, pero el bastón de mi compañero abrió un hueco por el que pude llegar al altar.
El hombre del altar amenazaba con acuchillarme, su boca se torció en una desagradable sonrisa y pude observar su diente de oro; era el tipo del supermercado. Admito que dudé por un momento, pero al ver como el cuchillo se redirigía al cuerpo tendido en el altar, me armé de valor y me abalancé encima del monje.
No me había peleado fuera de las riñas de patio cuando era un muchacho, pero mi ataque sorpresa desequilibró a mi adversario, y un gancho de derecha arrancó un gemido de agonía de mi oponente. El cuchillo trazó un arco dorado y alcanzó mi hombro izquierdo, el dolor me hizo apretar los dientes y golpear la cabeza del hombre contra el suelo hasta que se abrió como un melón maduro.
Me incorporé y miré hacia el altar, entre el humo pude ver dos ojos verdes que ardían con malignidad. Si bien su mirada bestial distaba mucho de ser humana, había una viva inteligencia en ellos. Antes de que pudiera reaccionar, una enorme boca llena de dientes como puñales y un enorme cuerpo lleno de escamas completaron la materialización del dios Lagarto.
El corazón me dio un vuelco, aquel ser amenazaba con quebrantar mi cordura, sentía sus pervertidos pensamientos corrompiendo mi cerebro, ardiendo como brasas infernales en mis entrañas. Me sentí muy pequeño, insignificante ante un ente de fuerza y determinación superiores a las mías. ¿Cómo podía yo enfrentarme a un ser que ya estaba ahí cuando los primeros humanos comenzaban a arrastrarse?
Yo suplicaba porque Thomas acudiera a mi ayuda, pero el hombre estaba ocupado en su desigual refriega. Su bastón había acabado con tres de los monjes, pero otros tantos amenazaban con abatirle armados con cuchillos.
Con un último resquicio de cordura y recordando las palabras de mi compañero, saqué a relucir mi amuleto. La estrella brilló en medio del humo y una luz verdeazulada hizo apartar la mirada al dios Lagarto. Por primera vez una sombra de duda atacó la mente superior de mi enemigo, quien trató de alcanzarme con sus fauces extendidas.
Sentí una voz espectral en mi cabeza, pero no se trataba de ningún ataque, sino del propio amuleto, que me instaba a canalizar las fuerzas místicas que albergaba en mi interior. No puedo explicar como lo hice, pero el caso es que conseguí abrir una puerta dimensional directa al más profundo abismo del cosmos.
El dios Lagarto vio la amenaza demasiado tarde. Ya se había abalanzado dispuesto a devorarme cuando el portal lo alcanzó enviándolo al olvido.
Un sudor frío recorrió mi frente mientras el humo se disipaba. Pude ver cómo Thomas acababa con el último de los monjes propinándole un duro golpe en la sien. Aitor contemplaba la escena, asombrado, mientras que la muchacha permanecía tumbada y sin sentido.
Thomas se acercó apoyado en su bastón y me ayudó a desatar a la pareja.
—Debo estar soñando —dijo Aitor con la incredulidad reflejada en el rostro.
—No es un sueño —dije yo—, ni tampoco una pesadilla. Este es Thomas mi compañero, el hombre que te ha salvado.
—Tú tampoco has estado mal —dijo el hombre con una sonrisa—. Ahora sí que es hora de llamar a la policía. Yo me encargaré de dar las explicaciones, vosotros debéis iros. No hay nada más que hacer aquí.
Thomas se quitó la chaqueta y la puso en los hombros de la muchacha, quien empezaba a despertar.
Y así concluyó mi iniciación. El primero de una innumerable serie de enfrentamientos contra lo sobrenatural entre clase y clase de instituto.
Puede resultar aterrador conocer los entes que amenazan al ser humano y saber que debes luchar contra ellos. Este conocimiento te hace ser más humilde y estar siempre alerta. Por fortuna, con gente como Thomas de nuestro lado nada hay que temer.
Divertido. Me gusta lo de la estrella, la caracterización de Thomas y lo del chaval de Bilbao que piensa en Batman y Robin cuando se encuentra en ese berenjenal...
En cuanto a pegas (subjetivas, personales...), a mí es que me gustan las cosas muy exageradas, así que igual es eso, pero me falta darle importancia a lo que se cuenta (¡el mundo en juego!, sin cortarse). Quizá podando un poco y caracterizando más la acción y los personajes. En su forma de hablar el prota- narrador, por ejemplo, se lo toma todo un poco a broma, con su alarde de deducción o su padre, al que le gustaría apagar como la tele. Eso me hubiera gustado verlo llevado al extremo: la madre más pesada, que se les note a cada uno en la forma de hablar a cada palabra que digan, el ligón igual... (en lugar de "estás ausente", "tío,que estás empanao, has visto a la rubia que...), mientras que, de otras cosas, como explicaciones, trayecto, introducciónes y tal creo que se podría podar más. Pero conste que lo he pasado bien con el cuento y estas pegas son eso, cosa de gustos.
Enhorabuena!
Ferrum ferro acuitur