Primero de los relatos del rebaño de Aldous Jander
La última botella había reventado con especial fuerza, salpicando con su contenido las hierbas y matojos de alrededor en una dorada lluvia de licor y cristal. El tirador aficionado tenía un nombre, pero la gente le conocía simplemente como Serpiente, y todavía no contaba los veinte años de edad. Si alguien le hubiese preguntado por qué disparaba contra aquellas botellas... Si alguien le hubiese preguntado, probablemente no hubiera contestado.
—Pero ¿se puede saber de qué vas? ¡Ese whiskey tenía más años que tú! —dijo una voz sin rostro detrás de él, pero Serpiente sencillamente la ignoró mientras alineaba otras tres botellas sobre el baúl, cada una a la misma distancia de las otras.
—Déjalo estar —dijo otra voz anónima, mientras él volvía a su postura original, con el arma cargada y sin el seguro.
Había sido sorprendentemente fácil acertar a pesar de la distancia. Esta vez decidió alejarse un poco más.
—¿Que lo deje estar? ¿Que lo deje? ¡Esas botellas valen cientos de euros! Que las deje él...
La súbita detonación de un disparo y la consiguiente explosión de cristal entremezclada con una ahogada maldición fueron los únicos sonidos audibles en el pequeño prado.
—¿Pero por qué no dispara contra botellas vacías?
Como única respuesta otro disparo, y después el inevitable crepitar de los cristales, el sordo golpear del líquido chocando contra las piedras.
—No es el momento, déjale en paz.
—¿Y cuándo será el momento? ¿Cuando acabe con toda nuestra bodega?
Serpiente apuntó ignorando las voces. Apretó el gatillo, y un quedo chasquido hizo patente que el cargador estaba vacío.
—Un respiro, por fin...
Serpiente se giró mirando por primera vez en dirección a quien había hablado. En dos largas zancadas se puso a su altura, contemplándole con el cejo fruncido al tiempo que cambiaba el cargador vacío por otro lleno.
—Te juro por Dios que si no te callas haré puntería contigo.
Lo dijo tranquilamente, sin que su voz perdiese firmeza, y las otras dos únicas personas que había en el patio le dejaron solo sin necesidad de que nadie pronunciase una sola palabra más.
Se volvió de nuevo para mirar a su objetivo, una única botella erguida en el centro del baúl. Ron, probablemente. Ya iba a dar un paso hacia delante cuando decidió mantenerse en el sitio. Demasiado fácil, pensó, y apuntó de nuevo. Por algún motivo no fue capaz de disparar. Apartó la vista, mordió su labio inferior y volvió a concentrar su vista, ya borrosa, en su improvisado objetivo.
El arma vibró en su mano antes de caer al suelo mientras él se deshacía en lágrimas, luchando por hacer el menor ruido posible, avergonzado ante la mera idea de que los demás le oyesen llorar.
Hacía casi un mes que había ocurrido.
El alcohol había fluido a chorros, como tantas otras noches durante las últimas semanas. Parecía que todos compitiesen en una carrera suicida contra la sobriedad, y desde luego Serpiente no pensaba quedarse atrás.
De haber sabido lo que iba a ocurrir, probablemente me habría contenido más con la bebida.
—Por favor, ten cuidado —le había dicho ella—. No bebas demasiado...
Todavía recordaba lo preciosa que estaba Garra aquella noche. Sus ojos verdes perfectamente perfilados por el maquillaje, la felicidad por fin reflejada en su rostro tras tantos días de miseria y sufrimiento.
—No estropees la noche —susurró la joven antes de besarle fugazmente y volver junto a la hoguera para tomar asiento entre sus dos amigas.
—¡Serpiente, a lo que estamos coño, a lo que estamos!
Los demás se encontraban en torno a una pequeña mesa, agitando los dados y rellenando los vasos casi sin cesar.
—No me apetece seguir, tíos, no me encuentro muy bien —balbució Serpiente, en un estado palpablemente peor de lo que estaba dispuesto a admitir.
—¡Uno fuera! —dijeron—. ¿A quién le toca?
Y siguieron con su juego, mientras Serpiente vagaba en busca de la gran cuba donde acumulaban el agua de lluvia. Tras frotarse la cara y la nuca con el helado líquido, subió a la atalaya para contemplar el horizonte. El frío viento nocturno erizaba la ahora húmeda piel de su rostro y su nuca, pero el licor atenuaba el dolor de aquella brisa que parecía clavarse como cristales cortando la piel. Retuvo una náusea. ¿Por qué había tenido que jugar a aquel dichoso “juego de beber”?
Dos brazos le rodearon la cintura desde atrás. Incluso antes de reconocer la identidad de su propietaria, agradeció el calor de otro cuerpo entrando en contacto con su espalda.
—¿Estás bien? —susurró Garra a su oído.
—En la gloria...
—¿Por eso te has mojado la cara?
Serpiente no supo qué responder. Para ganar algo de tiempo, probó a darse la vuelta y besar a su compañera.
—¡Puag! Más vale que te laves ahora mismo los dientes —exclamó esta asqueada al oler el alcohol que se evaporaba en su aliento. Serpiente le dedicó una elocuente y beoda mirada de decepción.
—Desfilando —dijo ella impasible— ...y después podemos dar un paseo, si te apetece —añadió en un tono mucho más dulce mientras el joven bajaba la escalerilla de metal que separaba la atalaya del resto de la finca.
Apenas cinco minutos más tarde, ambos caminaban por el centro de la desierta y ensombrecida carretera. Todavía estábamos a tiempo de volver a atrás. Si lo hubiese sabido...
—Todavía no has hablado —dijo Garra—. ¿Pero tanto has bebido?
—No, tanto no... Además, creo que ya me encuentro mejor.
Era cierto en parte. Las nauseas parecían haberle dado una momentánea tregua, a pesar de que seguía siendo francamente complicado andar sin que sus pies aparentasen pelearse entre ellos por ver quién llegaba primero.
—¿Estudiaste aquí, no? —preguntó Garra estrujándole la mano de la que se agarraba, como hacía siempre que quería llamar su atención sobre algo.
Serpiente contempló las ruinas del colegio, sin detenerse. La verja, vencida en aquellos sitios donde no había sido directamente arrancada, rodeaba el perímetro del edificio como un irónico vestigio del gran muro que había sido durante lustros en las infantiles mentes de los niños. La construcción en sí se había visto reducida a una informe pila de escombros. De no haber estado ennegrecidos por el hollín (y antes que eso opacados por la herrumbre), la luz de la luna habría reverberado sobre los barrotes de hierro de los columpios, las canastas y las porterías.
Serpiente no recordaba qué le habían preguntado.
—Hm.
—Me pregunto...
—¿Qué? —inquirió Serpiente ante el silencio de su pareja.
—Nada.
Se preguntaba lo mismo que yo, como siempre. ¿Por qué se había derrumbado el colegio, y sin embargo seguían en pie las canastas y las porterías? Siempre se nos ocurrían las mismas cosas. Ojalá no hubiese bebido tanto aquella noche...
Siguieron andando, sin más.
A Serpiente le encantaba que ella permaneciese en silencio. La mayoría del tiempo, porque sabía que eso significaba que Garra se sentía a gusto con él, que no se sentía obligada a rellenar de banalidades esos espacios vacíos de conversación. En aquel momento, lo prefería simplemente porque de cualquier modo apenas se creía capaz de entender lo que ella pudiese decirle.
Cruzaron el puente, justo a tiempo.
—Sabía que estabas mal, pero no tanto —dijo ella mientras él vomitaba aferrado a la barandilla de madera.
—Estoy bien, estoy bien —dijo una vez que hubo terminado—, me habrá sentado algo mal.
—Eso será... ¿Te parece que nos quedemos aquí?
Señalaba en dirección al parque, al otro lado del puente. Hacía una buena noche, y después de todo tenían la completa seguridad de tener todo el césped para ellos solos.
Se tumbaron en la hierba, contemplando las estrellas en silencio. A Serpiente siempre le gustaba contemplar el firmamento. Normalmente, porque le hacía sentir pequeño, le hacía imaginar. En ese momento, en cambio, le gustaba porque así podía permanecer lo más quieto posible sin levantar sospechas. Las náuseas no le abandonaban.
E incluso entonces estábamos a tiempo, podríamos haber vuelto, y...
—Hace mucho tiempo que no venía por aquí —susurró ella. Por el rabillo del ojo, él la veía levantar su mano y tapar las estrellas una a una con el pulgar, como solía hacer siempre. “Me da perspectiva”, solía decir.
—Hm.
—¿Sabes cuánto tiempo?
Desde el día anterior a la explosión. Desde entonces. Ella no había salido del garito desde que todo ocurriese, y yo lo sabía, pero estaba demasiado borracho para recordarlo. O quizá... ¿Lo sabía, o caí en la cuenta después? No, no puede ser...
—Desde antes de que estallasen las bombas —contestó ella por él.
Entonces. Esa fue mi última oportunidad. Y no hice nada.
—¿Es que no vas a decir nada? —dijo ella levantándose y propinándole un contenido puntapié—. ¡Estoy harta de tus borracheras! No soy tu madre, ¿te enteras, niñato?
—¿Se puede saber de qué vas? ¡Qué te ha dado de repente!
Garra tardó un instante en contestar.
—¿Es que no ves que sufro por ti?
De haber girado su rostro lo suficiente para mirarla, habría visto lágrimas en sus ojos. Pero Serpiente seguía inmóvil, conteniendo las náuseas.
Probablemente fuese por eso por lo que no cayó en la cuenta de que Garra había echado a correr hasta que ella ya se encontraba a decenas de metros de él.
—¡Espera!
Y corrió, sintiéndose repentinamente sobrio, al tiempo que repetía a gritos su verdadero nombre, un nombre que el joven no había pronunciado desde que la ciudad fuese destruida. La siguió al dar la vuelta a la manzana, y de nuevo tras girar en la siguiente bocacalle. Recortaba distancias, demasiado abotargado por el licor para que un incipiente terror en forma de una miríada de excitados aullidos penetrase hasta su consciencia.
Finalmente la encontró, postrada en una postura imposible a un lado del callejón, semioculta entre los restos de dos automóviles. Su anterior angustia se convirtió en terror al advertir que se le habían adelantado.
Ojalá... Se repetía ahora, doblado sobre sí mismo, acurrucado en el suelo, ajeno a la compasión de sus compañeros, que le espiaban desde el interior de la finca.
Ojalá... Se repetía ahora, presa del llanto, un mes después de encontrarla en aquel callejón, ensangrentada pero todavía con vida, presa inerme de las fieras.
Ojalá al menos los lobos no la hubiesen encontrado antes que yo.
Muy buen relato de presentación. Me ha parecido muy bien medido el equilibrio entre emotividad y suspense. Me huele a historia de vampiros y hombres lobo, pero está muy bien llevada. Un placer leerte.
(He corregido algunas erratas recurrentes, como las tildes de los demostrativos).
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.