Hermano, el Gran Espíritu nos ha creado a todos
Sobre el libro de reflexiones del jefe Casaca Roja
Sagoyewatha, más conocido como Red Jacket, o Casaca Roja, fue un miembro de la tribu de los Séneca, jefe del clan del Lobo. Implicado en la política y la supervivencia de su pueblo, en 1792 intentó negociar con los recién creados Estados Unidos la independencia de las Seis Naciones. Sin embargo, con el paso del tiempo, ha terminado por ser más conocido por su Religion for the White Man and the Red, un discurso, dirigido al senado, en el que arremetía contra los misioneros cristianos.
Este texto ha sido publicado en numerosas ocasiones, en castellano bajo el título de Hermano, el Gran Espíritu nos ha creado a todos, supongo que entre otros —este era el de mi edición—, pero tengo la impresión que rara vez con un marco adecuado.
La exposición que hace Sagoyewatha en el mismo se presta mucho a la retórica new age. En efecto, encarna en muchos aspectos el sentimiento ecologista algo bucólico que hemos identificado con los indios norteamericanos y va envuelto en un halo romántico que, a fin de cuentas, no deja de ser adecuado para un texto decimonónico. Al mismo tiempo, el poso filosófico está ahí, así como el testimonio de un pueblo enfrentado a su posible desaparición o, al menos, a la extinción de su modo de vida tradicional. Hay reflexiones sobre la espiritualidad y sobre la religión, qué duda cabe, pero es ante todo un texto político.
Sí, aunque a día de hoy atraiga más en una primera mirada por su apariencia poética, por su tono épico de historia que todos sabemos que ha terminado mal, lo cierto es que viene de un hombre implicado activamente en su momento histórico, de alguien que combatió —del lado de los británicos, para más señas— durante la Revolución Americana. No es el texto que unos pobres salvajes aislados del mundo, sino de un hombre políticamente activo que navegó en la vorágine de una época convulsa.
Seguramente, hubiera sido más adecuado que viniera con un título más fiel al original, Religión para el Hombre Blanco y el Rojo (o el Pielroja), y seguramente también sería más adecuado abordarlo bajo el prisma del momento, remontándonos a esos comienzos del siglo XIX y desterrando todos los aprioris que nos han inculcado las películas de vaqueros.
Así, seguramente, se le haría más justicia. Y así, seguramente, se podrían apreciar más matices de un discurso que, en efecto, tiene una gran vena poética y, sobre todo, muchas ganas de dar guerra.
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