Opino casi como Patapalo.
El relato empieza bien, con mucha tensión, pero luego se va desinflando.
Un relato de Carlos Páez S.
Se acomodó en la silla por enésima vez. Ya estaba entrando en la sexta hora de interrogatorio y tenía la boca seca, un ojo palpitante, un molesto olor a sudor rancio y las marcas indelebles de la incomoda silla en el trasero.
Básicamente estaba cagado de miedo. Tal vez fuera estrés post traumático, o simplemente que tanta película de la dictadura ya predisponía a cualquiera a sentirse jodido frente a tanto milico inquisidor, pero eso no quitaba que estuviera también incubando una saludable ira reprimida. Claro que de ahí a que la expresara había un gran abismo: hasta en eso era un chileno promedio.
El infante de marina a su izquierda, con la tensión pintada en el rostro, se acomodó el cuello con un sonoro crujido, lo que por supuesto le produjo un nuevo sobresalto a Juan. Era un tipo joven, con aire de sureño, y probablemente se sentía tan desconcertado como él con la situación.
El de la derecha, de rostro más tosco y apreciable tamaño, tenía mejor actitud. Simplemente le entretenía su sufrimiento, lo cual no dejaba de ser posiblemente un patético mecanismo de defensa psicológico, no encomiable pero adecuado, aunque también había muchas posibilidades de que básicamente fuera un idiota.
El comandante, en cambio, sentado frente a él, impasiblemente enfundado en su uniforme gris, con capa incluida y lentes oscuros en el bolsillo, lo que ya le resultaba poco tranquilizador a Juan, parecía absolutamente concentrado en romper sus supuestas defensas con un pequeño tufillo a manual fotocopiado de “escuela de las Américas”.
Juan no solía tener demasiado tiempo como para instruirse en esos temas, pero un par de reportajes de informe especial y uno que otro vecino ex Mapu, con tendencia a soltar la lengua compartiendo una chela después de la ocasional pichanga del domingo, le habían dado cierta perspectiva. Así que simplemente siguió hablando, arrastrando las palabras, con un tono suave, de reproche y algo de vergüenza, buscando la forma de salir en el grave problema en el que inocentemente se había metido.
“Me levanto a las 5 am cada día, viajo dos horas luchando para no dormirme y despertar sin billetera en Curacaví, trabajo mas de doce horas en una compañía que funciona pésimo, vendiendo porquerías que nadie conoce y que no sirven para nada, con un jefe ignorante que me grita todo el día y me culpa de cada cagada que queda, usted entiende: el que sabe, sabe, y el que no, es gerente…”.
La ceja levantada del comandante le dijo que la broma no había sido adecuada, y por un milisegundo se preguntó con qué ropa se creía gerente el milico, pero pronto desechó ese pensamiento.
“Tengo que lidiar con algunos de los clientes mas imbéciles que existen, con exigencias ridículas y siempre dispuestos a pelear y rebajarme a la menor oportunidad. A veces creo que el muchacho del MacDowels, con acné y gorro de idiota, recibe mas respeto que yo”.
Tomó otro trago de café frío, se despejó una vez más el cabello y volvió a mirar al comandante a los ojos, sin desafío, sino simple cansancio.
“Rara vez almuerzo, y cuando lo hago es un tupperware de fideos con salsa con poca sal y demasiado orégano, sentado en un banco de madera incómodo en una cocina helada junto a los baños de la oficina… si tengo suerte. Si no, un zapallo italiano relleno, sin relleno, con un poco de arroz mazamorra. Quince años y la weona de mi mujer aún no aprende a hacer un arroz graneado decente, ni hablar de un queque. Esas weas ya no se las enseñan...”
El café parecía más insípido a cada sorbo. Podía sentir la burla sorda del infante a su derecha, como si con esa cara de bruto fuera a tener una mujer esperándolo afuera del regimiento con una cena decente. El de la izquierda aún se sobaba el cuello. Quizás él le preparaba la cena al otro; hoy en día nada sorprende.
“Y esa es la parte buena del día. En la noche tomo un bus atestado y hediondo por otras dos horas, camino seis cuadras donde ya me han asaltado cuatro veces este año y casi me violan el año pasado…”
Aún le dolía algo la pequeña herida de la sonda entre las costillas de la noche anterior, pero prefería no pensar en ello. Lo que prefiriera, por supuesto, no le había importado al comandante ese.
“Llego a dormir de allegado a la casa de una suegra que odio, y la vieja lo sabe, a hacerle el quite a un maldito poodle maricón que se calienta con mi pantalón, a compartir un camarote con una mujer del doble del tamaño de con la que me case, que me desprecia en público y no me toca hace años, a arropar a un hijo que no quería y aun tengo dudas que sea mío…”
El comandante levantó la ceja de nuevo. Juan se pregunta si seguramente el maldito querrá mucho a los hijos que apenas ve y trata como subordinados, ni hablar de la mujer que lo gorrea con el abogado del piso de arriba… Bueno, bien por él, que siga en su burbuja de adulaciones serviles de los idiotas esperando que se retire.
Cada idiota es un universo en sí mismo.
“Ya ve que mi vida es una mierda cansada y vacía. ¿Le cabe alguna duda?”
El comandante continuó impasible, el de la izquierda se sobó de nuevo el cuello, el de la derecha ya no sonríe.
Esta vez fue Juan quien se acomodó, dejó la taza y levantó una ceja.
“Así que, realmente, comandante, sabiendo todo eso, ¿me va a seguir preguntando si es verdad que al despertar en una camilla en una nave espacial extraterrestre, rodeado de hombrecitos grises que me miraban con sus grandes ojos negros… simplemente los mandé a la mierda, me di media vuelta y seguí durmiendo?”
Opino casi como Patapalo.
El relato empieza bien, con mucha tensión, pero luego se va desinflando.
Me parece una historia muy bien narrada a la que desmerece el final, ¿cómo que hombrecillos grises?, ¿estás de coña?
Me ha encantado la frase "Cada idiota es un universo en sí mismo".
OcioZero · Condiciones de uso
Un modo curioso de hacer retrato social. Creo que la idea hubiera ganado más en un microrrelato, ya que así casi parece un chiste.
Por otro lado, he tenido que corregir muchísimas erratas en el texto. Los siguientes reenvíalos bien revisados o no podré sacarlos en la sección.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.