Con Alma de cereal demuestra una gran sensibilidad, pero mi favorito (por ahora) quizá sea La mujer violeta.
Texturas del miedo
Reseña de la antología de Ignacio Cid Hermoso publicada por Saco de huesos
Hace unas semanas tuve la suerte de leer el libro de Ignacio Cid, Texturas del miedo, con motivo de la presentación de su libro en Madrid. Conocía algunos relatos suyos y, sobre todo, su reciente y admirable currículum, cosechado en el poco tiempo que lleva participando en concursos, foros y certámenes. Sentía curiosidad por hacerlo, por saber cuál era el secreto de este nuevo autor que encandilaba por igual a jurados (el listado es impresionante), lectores (ved los comentarios a sus relatos en cualquier página web donde han sido publicados) y editores (Saco de Huesos, una joven pero muy exigente editorial le publicaba entusiasta este primer recopilatorio). Algo debía tener el chico cuando conseguía semejante unanimidad. Tenía como referencias sus comentarios en los foros y las conversaciones que en la tertulia de Madrid Escribe habíamos compartido. Pero eso solo me revelaba que era o parecía ser (después de leerle ya no pongo la mano en el fuego sobre oscuros sótanos en la facultad de ingeniería) un buen chaval, simpático y cordial, tremendamente apasionado con lo que hacía y escribía. Pero no quiero hablaros de él como persona, porque en el fondo cuando se lee una reseña lo que busca es saber si el libro en cuestión merece la pena o no. Así que este prefacio solo me sirve para remarcar la idea de que se trata de un autor reconocido. De un autor valorado. De un autor en franco progreso.
¿Y es cierto? ¿Merece la pena leerle, leer su antología Texturas del miedo? Si no os fiáis ya de todos los jurados, lectores y editores que he citado, tal vez necesitéis que os cuente algo más sobre este libro y lo que el autor cuenta en él y cómo lo cuenta. Os diré para empezar que es uno de los pocos autores de los que he encontrado en los últimos años, y leo muchísimos relatos, que es un auténtico escritor. Me explico. En nuestro género es normal encontrarse con buenos autores de historias, que utilizan el lenguaje como un instrumento eficaz para transmitirnos ideas y sensaciones. Y lo usan con soltura, hasta el punto de que te olvidas de las palabras para centrarte ensimismado en lo que lees. Eso está bien, y en nuestro caso también se consigue, salvo porque ante la lectura de sus relatos, ante su manera de narrar, de usar las palabras y las frases, no puedes sino detenerte de vez en cuando simplemente para admirar su hermosura.
Ignacio Cid no narra bien: escribe bien. Escribe con maestría, con belleza, de una forma admirable que hace que el propio lenguaje también sea un gozo para el paladar del lector. Sus figuras, sus metáforas, fluyen de un modo que no puede sino denominarse soberbio. Y esto es algo poco común. Es… literatura. Esa capacidad técnica, ese modo de utilizar los recursos del lenguaje es lo que más atención provocó en mí, hasta el punto de volver a releer algún texto solo por deleitarme con la manera en que lo había escrito. Es un autor para lectores. Parece una perogrullada, pero en este mundo moderno tan caracterizado por lo visual, poblado de juegos, videojuegos, películas y demás, donde todo se basa en la creación de historias e imágenes y donde la palabra parece haber pasado a ser un mero utensilio en sustitución de otros formatos menos accesibles, Ignacio Cid retoma el goce de la lectura por la lectura. Sí, te va a contar una historia entretenida y que te pondrá los pelos de punta, pero… cómo te la va a contar. Puede que ese sea precisamente el secreto de su éxito, el saber utilizar el verbo para que la historia nos llegue a todos, se introduzca en nuestra alma de un modo que muy pocos pueden lograr.
La segunda gran cualidad de los relatos que encontraréis en el libro es su veracidad. Están escritos a corazón abierto, reflejando el propio alma del escritor. Por eso sus historias son tan creíbles, por eso se meten tan dentro de la piel. No está empleando recursos técnicos con oficio aprendido y tópicos del género. Está transmitiéndonos sus propias emociones y miedos directamente de su interior. Así que al escuchar lo que nos cuenta uno no puede sino rendirse ante la evidencia de que está viéndose reflejado en ellas.
Así que si juntas fondo y forma de un modo tan mayúsculo, si encuentras a alguien capaz de dominar el medio de transmitir de un modo tan bello y que lo que cuenta sea tan cercano y sincero, qué más se puede pedir… Ah, sí, imaginación. Pues no te preocupes por ello, te aseguro que no te aburrirás con sus historias. Cada una de ellas te sorprenderá, y te harán degustar todas las texturas de miedo como solo una persona con su corazón y su hábil mano puede mostrártelas.
Por lo demás, no voy a entrar en los relatos que lo componen, que como una buena caja de bombones guardan deliciosos secretos cada uno de ellos. Sí voy a decirte que su gusto por lo desasosegante te dejará en cada uno de ellos un nudo en el pecho. Luego ya depende de cada cual valorar cuales son sus favoritos (el mío es De repente, mi casa se convirtió en un árbol en llagas, que solo con ese título ya habría entrado a formar parte de mis inolvidables, y que es un ejemplo de ritmo, tensión y emoción al límite, aunque he de reconocer que mi estomago agradecería algo menos de… leedlo y ya está, caramba, que todo lo queréis saber), y os aseguro que hay para todos los gustos. Ninguno de ellos, desde luego, os dejará indiferentes.
Tal vez os parezca una reseña muy pobre. No lo dudéis, no es mi fuerte diseccionar lo que otros escriben, y menos ser capaz de contarlo. Y, por otro lado, no he hecho muchas. De hecho, es la segunda vez que me decido a perpetrar una. Cuando lo leáis, comprenderéis por qué me he decidido esta vez.
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Si algo más podía pedir después de haber publicado Texturas del miedo, eso era recibir la retroalimentación de un lector satisfecho. Aquí veo que lo he conseguido, y que además la reseña es a corazón abierto. Por eso no puedo más que darle mil gracias a Nachob y seguir trabajando para que esto no se quede aquí.
Y gracias también, Patapalo, por secundar esa opinión, que tan importante es para mí.
Pues nada, otro libro que apunto a mi codiciosa lista de "libros suculentos" je, je... ¡Tengo ganas de hincarle el diente! Gracias, Nachob por la propuesta.
Por cierto, de saber que hacías así de bien las reseñas, yo hubiera hecho algún tipo de máster para estar a la altura con la mía que hice sobre tu querido: "El monstruo en mí". ¡Qué vergüenza!
Muy de acuerdo con que Léolo no es solo un contador de historias, sino un escritor. Una de las cosas que más me gustan de su trabajo es el gusto por la palabra. Creo que es algo que no deberíamos perder de vista a la hora de abordar un relato. (Y creo que mi preferido de la antología es "Alma de cereal" :-)
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.