Habéis hecho un gran trabajo, así que tenéis motivos, más que de sobra, para estar satisfechos.
Enhorabuena.
Reseña de la antología cocinada por el Sr. Bufforson y publicada por DH Ediciones
En mi humilde opinión, las antologías de relatos acostumbran a tener un mucho de incertidumbre literaria, un tantito de caos o inconstancia y no mucho menos de endeblez argumental o disparidad temática. El nexo entre los relatos suele ser feble o inexistente, y eso, para un lector compulsivo y voraz como yo, suele derivar en una desestima de la obra, que acaba por languidecer en algún estante a la espera de ser recogida y hojeada de nuevo. Sopa de sapos, en cambio, que el sello DH ediciones publicó en octubre del 2010 —es sumamente loable ese afán de mecenazgo que la joven editorial arguye desde sus inicios—, no adolece, pese al esfuerzo que ello entraña, de los múltiples defectos antes citados.
Quizás se deba al tesón del editor, empeñado en presentar un texto coherente e hilvanado en el que el hilo argumental no se vea trastocado por constantes cambios de trama; o, quizás, al trabajo conjunto de los autores, cuya generosidad les llevaría a primar el conjunto de la obra sobre la brillantez y mismidad de sus propios textos. No lo sé. Pero sí se intuye en el libro una fuerte ligazón que parece ir mucho más allá de la mera coherencia de la trama. Haciendo abstracción de las evidentes diferencias estilísticas que existen entre los escritores del colectivo Sr. Bufforson —curioso y atinado seudónimo bajo el que se agrupan los autores de Sopa de sapos—, casi se podría decir, incluso, que los relatos han sido fruto de la misma pluma certera; lo que ayuda, sobremanera, a deglutir el plato que la editorial nos brinda, e incrementa, al mismo tiempo, la satisfacción del paladeo.
Sopa de sapos es una obra que trata el miedo de un modo soslayado o indirecto, sirviéndose, para ello, de un buen número de clichés clásicos que todos nosotros, aficionados al género de terror y misterio, llevamos insertos en nuestro ADN cultural. Así, la sempiterna niebla se presenta como un personaje más, vívido y funesto, que no presagia sino el evidente devenir de los sucesos aterradores; una letanía incesante de cánticos luctuosos parece brotar de la bruma como haría un bardo de entre la gente, alzándose de entre todos y sobreponiendo su voz frente a la algarabía; un pueblo lúgubre, olvidado, ceniciento y cambiante se presenta como el escenario ideal, intimidatorio, con personalidad propia… con certezas de muerte; y a los espejos, casi siempre ocultos, se les concede ese papel de umbral tantas veces esbozado, donde el horror se parapeta tras un azogue ajado y descompuesto. Son todos ellos, por supuesto, recursos manidos y casi eternos en el imaginario colectivo, pero no por ello resultan menos desasosegantes o terroríficos. Más bien al contrario, nos sitúan en la ideal predisposición para disfrutar —y atemorizarnos— con lo que ha de venir, incitándonos a un recogimiento medroso, casi soterrado, que oculte nuestras dudas y tiritonas.
Los abundantes batracios que pueblan las páginas del libro se nos aparecen repulsivos y peligrosos, con una piel patinada por la ponzoña del temor y un croar con ribetes de plañidera; gregarios del horror y de la muerte que los sucede.
Los personajes son casi palpables; como sus temores, que el lector llega a asumir como propios; y sus muertes —que los autores, en la mayor parte de los casos, sortean hábilmente— acaban por producir una desazón inquietante, una suerte de tristeza o pesadez. Quizás nos hurten así el “placer” de contemplar las evisceraciones, mutilaciones y demás. Sí. Pero ello propicia innumerables recursos con los que las elipsis recreadas se tornan sumamente elocuentes.
La trama es la misma: una sopa sustanciosa, atiborrada de bichos, de bruma, de sangre, que la pericia de los autores nos obliga a tragar a sorbos grandes, casi del tirón, y cuyo aderezo más goloso no es sino el talento de aquellos que han participado en ella. Y aunque se trata de un trabajo coral y generoso, porque lo merecen —porque lo valen, que diría el spot—pormenorizaré relato por relato.
Ya no te quiero, de Sergio Macías. Dos hermanos, Mara y Abel, regresan al pueblo que los vio nacer, ahora olvidado y alejado ya de sus vidas. Una sombra de inquietud preside el relato, pues las premoniciones que asedian a Mara tienen grandes visos de realidad. Su comienzo es casi brutal —lo más sanguinario del libro—, pero luego se vuelve más pausado, más descriptivo, como un descanso para lo que ha de venir. Los aromas de concupiscencia y lubricidad que ribetean el texto añaden a éste una fuerte carga transgresora, lo que propicia un entorno muy inquietante. Como todos, muy bien escrito.
El rey de la sopa, de Juan José Hidalgo Díaz. La extraña presencia del Sr. Bufforson confiere al relato certezas de iniquidad, que se contraponen a la candidez e ingenuidad de Mary, la pequeña protagonista del relato y verdadero sujeto de los desvelos del lector. El autor consigue crear un ambiente casi infantil —bucólico, en ocasiones— en el que el lector se encuentra sumamente cómodo. Es por ello que produce tanta congoja contemplar cómo la alegría que lo ha inundado todo comienza a tambalearse. Las esperanzas se quiebran, la tragedia se mastica. Y el lector se mantiene en un ay.
La ciudad de los sapos, de Enrique Luque de Gregorio. Tras una repentina avería motivada por la presencia de unos sapos, Sarah y Edward recalan en un pueblo extraño, como de “película post-apocalíptica”, donde un espejo los ha de poner ante la funesta realidad que los rodea. El ritmo inicial es aquietado, para paladearlo con delectación, y con él, Enrique nos va sumiendo en ese mundo atemorizador de la ciudad de los sapos, donde todos los clichés clásicos se concitan para aumentar la desazón y el temor del lector. Lo predecible no le quita un ápice de interés o de inquietud.
Instintos, de David García Ramírez, es otro relato de tinte cuasi “infantil”, ingenuo, casi inadvertido, que, sin embargo, consigue crear una fuerte sensación de desasosiego. En él, David se sirve de la errática elección de una mascota para ayudarnos a atisbar cómo se pergeña el horror, cómo se nutre la maldad, qué fines persigue. El final, desde luego, transgresor como pocos.
En mis sueños repiquetean huesos de niños, de Juan Ángel Laguna Edroso. Dos hermanos, Tristán y Gael, se internan en el bosque en busca del circo bizarro del rey sapo. Ansían grabar una película y obtener gran éxito en internet. Sus deseos, sin embargo, les llevarán a descubrir el horror. La prosa de Juan Ángel es magnífica, y ello le permite recrear de forma certera las situaciones en que se encuentran sus personajes. Los insertos que incluye, además, a modo de pensamientos o evocaciones, generan una fuerte opresión en el lector, que logra aventurarse en lo que ha de pasar sin llegar a ser predecirlo.
Y la niebla cubrirá tu cuerpo como un manto, de Virginia Pérez de la Puente. Aromas de lascivia y concupiscencia golosean las páginas de este relato de ambientación cuasi mitológica, en el que dos hermanos, Thiaon y Athea, se rendirán al incesto en la escena más sugerente y sicalíptica del libro. Es un texto lleno de imágenes sobrevenidas, de susurros de deseo, de metáforas atinadas, que deviene en una locura entre juncos y helechos para aportar enormes pistas que ayudarán a desvelar la trama.
Pacto entre caballeros, de Andrés Díaz Hidalgo, es el relato más discordante con el tono general del libro, y, pese a ello, es el que aporta el hilván necesario para unir todos los retazos que se nos han ido facilitando. Los ingredientes parecen ir cuajando entre ellos, adhiriéndose unos a otros hasta formar una sopa abundante, rebosante de sabores luctuosos y de aromas terroríficos.
El encargo de asesinato que el Sr. Bufforson le hace a un ex boina verde es el artificio empleado por Andrés para aclarar la trama pergeñada por sus compañeros. Y lo hace de forma sumamente atinada, con ribetes de película de acción, que, pese a lo que pueda parecer, no desfallece ante el nivel alcanzado en las páginas anteriores.
Finaliza el libro con un comentario editorial, a modo de aclaración y laudo, en el que se explica el proceso de creación del libro. Y he de reconocer que, como se indica en esta última nota, el precio que el lector ha de pagar para adquirir el libro merece ciertamente la pena. Apenas “dos peniques”, o, lo que es lo mismo, 9,95 €.
Gervasio López
Habéis hecho un gran trabajo, así que tenéis motivos, más que de sobra, para estar satisfechos.
Enhorabuena.
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Muchas gracias por la reseña, Gervasio. Me alegra oír que el libro te ha gustado (y mi relato, por supuesto :-) pero, sobre todo, que le hayas visto esa cohesión. Creo que era uno de los objetivos principales cuando nos embarcamos en esta aventura, y agrada saber que nos ha salido bien el tiempo de cocción.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.