Análisis del juego derivado de Blood Bowl diseñado por Jervis Johnson
Después del lanzamiento de la segunda edición del Blood Bowl, hace ya más de una década, Jervis Johnson, creador del juego original, se vio diseñando un suplemento para este que alcanzó un inesperado éxito. Inesperado, entre otras cosas, ¡porque lo diseñó en una semana! En su día, este suplemento, el Dungeonbowl, se lanzó incluso con algunas miniaturas de plástico y, desde luego, nunca fue olvidado por los aficionados. A día de hoy, existe una versión compatible con el reglamento de la cuarta edición del Blood Bowl disponible para descarga por Internet que incluye, además, las plantillas para el terreno de juego de las mazmorras.
El Dungeonbowl es todavía más peregrino que el Blood Bowl. Básicamente, va de lo mismo —hacerte con un balón y marcar en la zona de ensayo del contrario mientras tus jugadores, psicópatas violentos del mundo de fantasía épica del Warhammer Fantasy se baten con los jugadores del contrario, psicópatas violentos etcétera, etcétera—, pero tienen unas cuantas características únicas que lo hacen más caótico.
Para empezar, el terreno de juego. El Dungeonbowl se juega en una mazmorra, en el laberinto típico de un D&D o, por seguir dentro de la casa, de un HeroQuest: pasillos angostos, salas con polvorientos esqueletos, cámaras del tesoro... y, por supuesto, pozos, trampas e incluso monstruos errantes. Huelga decir que en cada partido o competición la mazmorra puede cambiar. Como os podéis imaginar, el caos y la confusión son continuos y hay un elemento azar mucho más importante que en los partidos convencionales de Blood Bowl. Bueno, al menos no puede llover...
Hay algunas peculiaridades más. Dado que los techos son demasiado bajos, el juego de pase está restringido —aunque se pueden hacer maniobras como lanzar el balón contra una pared para que rebote hasta un compañero— y, en la nueva edición, hay una serie de pórticos mágicos que permiten tanto descongestionar algunas zonas —donde había tendencia a que se enquistaran las melées— como obtener reservas del banquillo cuando, inevitablemente, algún jugador se lesiona. Por supuesto, estos pórticos pueden generar divertidos efectos en cadena cuando alguien es empujado a ellos.
Así mismo, el modo de confeccionar los equipos cambia: cada uno representa a un colegio de magos y, dentro de la psicorigidez típica de Games Workshop, permite mezclar razas en las formaciones. Es un buen punto, porque los partidos son mucho más, digamos, a quemarropa, lo que unido a las trampas, hace que una alineación más flexible sea de mucha utilidad y no deje tan cojos a algunos equipos.
En Dungeonbowl no hay patadas iniciales, no hay medias partes y tampoco hay un límite de tiempo: quien encuentre el balón y consiga llegar a la zona contraria, gana. Encontrarlo, sí, porque el balón está escondido en uno de los seis cofres situados al azar en el terreno de juego —el resto de elementos, básicamente, se sitúan por consenso—. Los demás cofres... estallan. Así, aunque las reglas básicas siguen siendo las mismas que en Blood Bowl —y, de hecho, alguien que las conozca podrá jugar al Dungeonbowl en cinco minutos—, el concepto y la dinámica cambian sustancialmente.
El juego, por su carácter informal, está abierto a la inclusión de nuevas trampas, desafíos improbables y criaturas inesperadas —en el “básico” se contemplan arañas y escorpiones gigantes, hidras, mantícoras e incluso dragones—. Además, la confección del tablero, modular, que se puede combinar fácilmente con diseños propios o de otras compañías —como los recortables de WorldWorksGames— hace que sea terreno fértil para aquellos aficionados algo manitas, creativos y con ganas de dar una dimensión nueva a sus partidos.
En definitiva, el Dungeonbowl es eso: una variación del juego original que resulta muy sugerente, un punto gamberra, muy divertida y con muchas posibilidades. Vaya, todo un acierto de Jervis Johnson que no es de extrañar que haya pervivido en la memoria de los aficionados.
No lo conocía. Como siempre, llego a estas historias tarde.
Es probable emitió su esperma de una forma muy descuidada.