La muerte en vida: la invasión de Standolf
Una campaña para Warhammer 40.000 en la que el Adeptus Arbitres defiende un planeta de una extraña plaga de muertos vivientes.
Primeros contactos:
Hacía semanas que todos los vecinos nos habíamos refugiado en el búnker del sótano del edificio, hacía unas semanas que el infierno había descendido de las estrellas hacia aquel pacífico mundo imperial. Los arañazos y los gruñidos no paraban ni durante la noche, los golpes incesantes contra la puerta de plastiacero reforzado, nunca descasaban.
Todo comenzó cuando por los canales de comunicación advertían de un brote de viruela en la ciudad, los del Oficio Medicae ordenaron extremar los controles para entrar en la ciudad desde las tierras baldías y aumentar la limpieza de las zonas públicas. Pero no fue suficiente. Cada semana el número de enfermos crecía.
Se tomaron medidas extremas, aislando edificios enteros de más de doscientos cincuenta habitáculos. Muchos civiles, aterrorizados, huían hacia las tierras baldías, hacia las ruinas de pequeños pueblos semi-arrasados por el desierto y los bandidos por miedo a enfermar o a ser aislados por los arbitres, que cada día hacían más redadas en busca de infectados.
El Gobernador General entró en paranoia al saber el brote de enfermedad: Su mundo no tenía que ser infectado por nada y la producción no podía salir perjudicada. Ahí se notó tanto su afiliación al Oficio Medicae como que su consejo de Altos Señores Planetarios fueran todos médicos e investigadores. Este era un mundo laboratorio, aquí todo el mundo trabajaba de forma directa o indirecta para la sanidad, imponentes fábricas creaban drogas y fármacos para todo el Imperio del hombre día y noche, las ciudades trabajaban en exclusiva para eso, el resto del planeta se mantuvo en condiciones aceptables para conseguir extraer de él todo lo que las sofocantes junglas, los vastos desiertos y los profundos océanos atesoraban.
La población de pequeños pueblos fue o redirigida a las ciudades para hacer de mano de obra o fueron eliminados por las bestias salvajes o por las bandas de parias que los Adeptus arbitres no habían conseguido erradicar. Los días pasaban y no parecía haber solución, las líneas estaban saturadas de auxilio hacia la Central Médica. Las comunicaciones se cortaron un día ente los búnkeres y la central médica y sede del gobierno, nadie sabía que pasaba, pero todo el mundo tenía miedo, al ser tantos, y tener equipo en los búnkeres y al menos una parte de los habitantes era de las FDP y se organizaron para tomar el control de la instalación, ordenar el caos reinante y hacer vigilancias delante la puerta contra lo que fuera que hubiera detrás. Corrían rumores de que los muertos andaban, algunos no se lo creían, otros estaban atemorizados, otros decían que era castigo del Emperador, que había abandonado al planeta a su suerte.
Y de golpe el sonido de arañazos cesó. Nadie sabía nada. A las doce horas de cesar los ruidos, un grupo de diez soldados salió a patrullar y ver qué pasaba. La ciudad estaba desierta. Por todos lados se veían siluetas en la lejanía, entre la penumbra. El grupo al cruzar la calle de tres carriles en cada dirección fue atacado de golpe. Por radio informaron entre interferencias que alguien les disparaba desde los edificios, fuego pesado, quedaban pocos; los supervivientes corrieron a un callejón para tomar cobertura. Se dice que los gritos que hicieron los pobres desafortunados fueron horrendos, uno solo consiguió escapar medio muerto y con la oscuridad consiguió llegar hasta el búnker. Una vez dentro, lo asistieron y le curaron las magulladuras. Parecía que un perro salvaje lo había mordisqueado. Entre fiebres y delirios de que los muertos habían vuelto para destruir el mundo se desmayó.
Su tono de piel se volvió pálido, desprendía un olor putrefacto y atacaba a todos los que se le acercaban. Para controlarlo lo ataron a una camilla y lo aislaron en una habitación. Los rasguños no volvieron a oírse en días pero nadie quiso salir más, hasta que un día se escucharon raros dialectos por los canales de radio del exterior, y un día fuertes golpes como de un guante metálico picando contra la puerta hicieron que todo el búnker se pusiera de los nervios. Abrieron varias cajas de material militar y armaron hasta el último de los ahí presentes. Los golpes duraron pocos minutos y de golpe se escucho una risa entre gorgoteos y nada más hasta que se hizo el silencio. La puerta saltó por los aires en una tremenda explosión de calor y luz, los pocos que no quedaron por los suelos dispararon contra lo que fuera que entraba por la puerta; parecían siluetas de humanos y algo muy grande, superior en estatura y envergadura de un hombre. Los gigantes dispararon proyectiles que segaron decenas de vidas y se marcharon dejando que los muertos dieran cuenta de los vivos atrapados sin salida en ese sótano.
Esta conducta se puede observar que se repite en centenares de búnkeres de emergencia de los barrios más exteriores de la ciudad, las imagencapturas de seguridad muestran como la población enferma ha sido presa de una rabia contra lo vivo casi indescriptible y un ansia de carne fresca insaciable, que ya no se puede salvar nada.
La muerte en vida: la invasión de Standolf es una campaña compuesta por diez escenarios en los que se enfrenta la Guardia Imperial a las fuerzas del caos encarnadas en unos zombis vasallos de Nurggle. Si quieres descargarte la campaña completa en pdf, pincha aquí.
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Ha quedado muy chula la campaña, por lo que he visto. Aunque no se trate de ejércitos que use, le voy a echar una buena leída aunque sólo sea por curiosidad. Muchas gracias por compartirla.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.