La verdad es que esto es algo a lo que llevo bastante tiempo dándole vueltas, y el ir a certámenes literarios, presentaciones de libros y más eventos del palo no hace más que confirmar mi teoría. Está claro que para ser escritor es necesario escribir, y que se exigen o suelen exigirse unos mínimos, pero creo que hoy en día intervienen demasiado otros factores...
Remontémonos al principio, obviamente no al principio del lenguaje escrito, sino a lo que para mí vino a ser un principio.
En mi bisoñez escritoril, cuando apenas era un chavalito que leía mucho y empezaba a emborronar folios, lejos de todo contacto con internet y de compañeros que compartieran el gusto por la escritura o inclusive por la lectura, pensaba que salvo los escritores de muchísimo prestigio, tipo Gabriel García Márquez, Stephen King y otros tantos, los demás eran personajes casi anónimos, gente que aunque apareciera en algún que otro evento u ocasionalmente en la solapa de sus libros, no se prodigaban demasiado, que eran sus obras las que hablaban por ellos, porque nada más hacía falta. Tal vez hace mucho fuera así; no tengo muy claro cuándo empezó a producirse el cambio, si es que lo hubo. Quiero pensar que cuando se descubrió que con internet se conseguía que todo fuera más cercano, y por tanto un medio de publicidad magnífico.
Y ahora, antes de entrar en materia, pasamos a las aclaraciones, que a mi parecer no deberían ser necesarias, pero es que, aun con ellas, no falta quien te tache de categórico. Así que ahí van:
Está claro que hay muchísimos escritores que no encajan en los perfiles que se darán, y otros a los que aun encajando en uno o más aspectos, no se les estará tratando de tirar por tierra. Sólo serán expuestas algunas de las pautas que siguen, aunque no negaré que entre ellas a mi parecer hay de todo: desde muy buenos métodos de marketing, pasando por los que simplemente no creo adecuados o demasiado dignos, y hasta llegar a los que me parecen tremendamente cutres o de una pedantería y capullez que da vergüenza ajena.
En cualquier caso, y aunque la meta viene siendo la misma o cuando menos muy parecida, cada autor toma el camino que cree más conveniente, y que los hay con distintos criterios y con más o menos estómago. No faltarían ejemplos, en cualquiera de las tres categorías enumeradas arriba, de a quien le funcionó estupendamente. Yo mismo adopté o me planteo adoptar algunas a las que encuadraría dentro del tipo uno o el tipo dos. Porque aun sin convencerme, con la competencia que hay, lo que hacía falta es que uno mismo se pusiera barreras morales o se negara a utilizar medios que están al alcance de todos (con este párrafo aclaro el tema y evito que alguno de los que me tienen manía aparezcan para señalarme con su dedo acusador diciendo: ¡PUES TÚ LO HACES!¡HIPÓCRITA, QUE ERES UN HIPÓCRITA!).
Como decía antes de la parrafada, mi impresión es que el autor antes era una figura más anónima, y de que la obra era un poco la que hablaba por él. Quizás mi impresión de entonces pudiera deberse a mis pocos años o a mi alejamiento de cuanto estuviera más allá de los libros, pero lo que sí tengo claro es que hoy no es así. Han surgido diversos factores ajenos a la escritura creativa que parece que se han vuelto necesarios. Factores de los que antes supongo se ocupaba la editorial o un agente cuando había un libro que promocionar, pero que hoy empieza a llevar a cabo el propio escritor. Y lo más curioso de todo es que hay quien lo hace sin tener nada que ofrecer. Autores que llevados por la ilusión comienzan a vendernos humo. Y lo más curioso de todo es que parece que funciona.
Sinceramente y visto lo visto, creo que es más importante ser un buen relaciones publicas que un buen escritor, y que muchas veces no es importante ser escritor: con parecerlo ya viene bastando (algo que nos llevaría a la columna que siempre acaba quedando para otro día: La importancia de parecer escritor).
Quiero pensar que antes el proceso era el siguiente: un tipo, después de darle muchas vueltas al coco, concebía lo que a priori podía ser una buena historia para una novela, y tras echarle un montón de horas, incluso llegando a aislarse un poco del mundo, conseguía terminarla. Hecho esto la dejaba reposar, la pulía y empezaba a moverla o buscaba quién se la moviera. Hoy poco falta para que sea al revés.
Hay diversas maneras y métodos a los que los autores se acogen y que difícilmente podrían tratarse todos en una sola columna, aunque todos ellos, en mayor o menor grado, hacen que el autor se aparte de la escritura creativa y sea víctima de esos males de los que el compañero, Canijo, trataba de prevenir al aficionado-cabretilla en una de sus columnas anteriores de El hombre y la letra.
Mi idea en ésta y en próximas columnas es ir dejando algunas pautas al respecto. Aunque ni que decir tiene que en esta "caza de brujas" dejaremos al margen a los columnistas eventuales de portales literarios, los cuales pudiendo estar echándole un rato a sus novelas de samuráis o a sus relatos de arañas, dedican parte de su "valioso" tiempo a compartir sus pensamientos e inquietudes con los lectores. Sin duda una labor desinteresada y muy loable.
Las redes sociales
Muchos son los autores que a día de hoy dedican más tiempo a sus cuentas de twitter, facebook u otras del palo que a escribir de forma creativa o a algo relacionado con esto. Un autor inmerso en las redes sociales y que quiera sacarles partido intentará hacerse todos los "amigos" posibles, y que lo agreguen escritores que estén claramente por encima de él, de los que intentará hacerse amigo realmente o a los que les hará la pelota si se tercia. El amiguismo y el enchufismo es una baza muy poderosa. Con suerte podrá apoyarse en ellos en un futuro si el buscar nuevos seguidores, comentar a todo el mundo, colgar fotos y participar en todos los juegos chorras que lo presenten como un tipo simpático, y otras tareas ajenas a este tipo de redes sociales, le permiten terminar su libro.
Obviamente cada autor se implica al nivel que quiera o le dejen. Pero por muy ajeno que trates de mantenerte, tienes que tener claro que si entras en el juego recibirás veinte mil millones de chorraditas y comentarios, y que tendrás que enviar otros tantos, los cuales, en la mayoría de los casos, estarán muy lejos de ser útiles o incluso entretenidos, que perderás toda o buena parte de tu intimidad. Aquí el grado de educación del escritor puede resultar un serio problema a la larga. Más de un conocido aficionado a darle a la tecla dedica horas al día a contestar y borrar mensajitos del palo. En cuanto a las ventajas: promoción personal de salida... publicidad de tu obra si llega a salir y promoción de eventos y cruce de comentarios con tus lectores. Y en el peor de los casos mucho entretenimiento. En cualquier caso, viene siendo mejor que un chat al uso.
Bueno creo que por aquí podemos ir cortando, que no quiero que las columnas se alarguen en exceso. Para no dejar con la intriga a los que el tema les resultó interesante, decirles que en mi próxima columna me propongo centrarme un poco más en blogs y las páginas webs personales y comunales... además de en el tipo de seres que las habitan.
Pues algo de esto sí que hay, qué duda cabe, pero no creas que todos los tiempos pasados fueron mejores. En Relatos de fantasmas, de Edith Wharton, que murió en 1937, encontramos ya un relato sobre un joven que decide ser escritor y que se dedica a ello... paseándose por salones y haciendo vida social sin conseguir publicar -ni prácticamente enviar- nunca nada. Me temo que el de escritor ha sido un papel social desde hace mucho tiempo, aunque no con las características de ahora.
Sobre las redes sociales, poco que decir porque no estoy en ninguna, aunque me llegan las suficientes invitaciones como para hacerme una idea de qué agujero negro temporal pueden suponer.
Un artículo interesante y que mete el dedo en la llaga, pero que tampoco cuenta gran cosa de novedoso. A ver con qué nos sorprendes más adelante.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.