Forrest Gump, una agradable sorpresa
Me resulta difícil creer que hayan pasado ya dieciséis años desde el espectacular éxito de esta película. Creía que era menos cabezón...
El caso es que, manifiestamente, es el tiempo que me ha costado decidirme a ver este filme de Robert Zemeckis protagonizado por Tom Hanks, y, a pesar de todos mis recelos, la impresión que me ha dejado es muy buena. Tanta que, de hecho, no me importaría verlo de nuevo, a poder ser en versión original (más que nada, por ver la interpretación completa de Hanks, aunque el doblaje al francés era bastante más que digno).
Supongo que todos tenemos nuestras manías, y a mí, sin duda, los elementos excesivamente melodramáticos, sobre todo si los sospecho gratuitos, me funcionan como un repelente infalible. Es por ello que no me quise acercar a esta película desde que vi aquello de los bombones y el retrasado contando su vida en una parada de autobús. No sé si es muy cívico, pero me daba una pereza terrible, una desazón insoportable, sobre todo a medida que más y más personas me decían cuán buena era la película.
Anteayer, sin embargo, la ocasión se presentó y me pilló con la guardia baja, y, lo reconozco, me quedé encandilado desde esa magnífica obertura cortesía de una caprichosa pluma que nos guía por el mundo hasta la historia de... una persona cualquiera.
Bueno, no de una persona cualquiera, sino de Forrest Gump. Y es que era importante que no fuera uno más del montón, porque la narración nos lo pedía (nos lo exigía, de hecho), y así nos lo deja claro el narrador desde el principio cuando nos cuenta el origen de su nombre. Desde ese preciso instante supe que iba a terminar de ver la película.
Y es que el influjo de la narración es irresistible. Los elementos, totalmente hiperbólicos, se van concatenando con la precisión de un orfebre, y es imposible no disfrutar de las referencias, por peregrinas y gratuitas que sean. ¿No hace pensar esa familia aristócrata en una mansión perdida en mitad de ninguna parte a la de cierto escritor de Providence? ¿No es delicioso ver el exceso de guiños, totalmente disparatado, en una espiral creciente que no tiene final? Sólo por la ristra de presidentes ya merecería la pena...
Forrest Gump, desde luego, recupera el placer por la fabulación desmedida. Es todo tan excesivo que uno se lo pasa bien reinventando una América tan improbable como plausible. Los montajes televisivos y las referencias históricas se disfrutarán más, supongo, cuando uno conoce a fondo el país, pero incluso para los que lo hemos abordado mayormente a través de su literatura y su cine ya es suficiente.
Y, claro, el único narrador adecuado para este desatino de historia es, cómo no, Forrest Gump, una persona que asume que no es el hombre más despierto del mundo y convive con ello labrándose su camino. Un hombre que es capaz de plantear las cuestiones obvias que todo el mundo daría por supuestas y que, en realidad, esconden la esencia de las cosas. Algo así como el moscardón del que hablaba Sócrates en versión de andar por casa.
Francamente, no me lo esperaba. Allí donde imaginaba que la condición del protagonista iba a ser la herramienta para emocionar al público con recursos fáciles, me he encontrado con un buen sistema para hacer un retrato social que no por amable es menos certero. Y cuando ha tocado echar mano de la sensibilidad del público, se ha prescindido de ese elemento, sin artificios, sin forzar la mano. Mágico, sin duda. Y muy loable.
Espero que no haya muchos cabezones como el aquí firmante que se hayan perdido por dieciséis años el filme, pero, por si acaso, aquí queda la recomendación: si alguien tiene ganas de echar un vistazo distinto a los Estados Unidos y a los hombres que lo habitan, ésta es su película.
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Curioso. El otro día echaron Philadelphia y me entraron bastantes ganas de volver a ver Forrest Gump.
Creo que después de leer esta reseña ya toca vérsela. ;)
Lo malo de la vida es que somos nuestro propio guionista, por eso siempre estamos diciendo gilipolleces.
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