Me indigna la estrechez de miras. Justamente todo lo contrario a lo que predica Jodorowsky en su magnífico «Curso acelerado de creatividad», capaz de entender que una persona no está realmente abierta y, por tanto, es sabia, en el momento que no sabe convertirse en cualquier otra persona o cosa, que no sabe empatizarla y, finalmente, aunque no sea esa persona o cosa, no comprende ese otro punto de vista.
Vengo de leer algo1 que relaciono triste y ciertamente con un pensar muy actual: las Humanidades no sirven para nada porque son «cosas inútiles». Bien, esas cosas son inútiles porque no son prácticas, como opina este señor el cual viene a decirnos que «aprender idiomas es una pérdida de tiempo. Hay cosas mucho más útiles y convenientes para aprender. Y el que opine lo contrario que me lo diga y me lo razone». Lejos estoy de querer convencer a nadie, y mucho menos al individuo que acabo de mencionar; mis argumentos, pues, no nacen de su petición sino de mi indignación continua, no sólo propiciada por éste, sino por un conjunto de gente que a lo largo de mi vida me he encontrado.
Sí quería mostrar fugazmente mi tristeza al descubrir este tipo de pensamientos que, en la realidad, son más comunes de lo que imaginamos. Estudio Filología hispánica porque amo mi lengua, su literatura, y el arte así en abstracto, por lo general. Me siento tremendamente dichoso al estudiar un organismo que a la vez adoro. No sólo aprendo, sino que además me siento cómodo, me enriquezco, y me noto crecer; para mí esta es una de las mayores cosas a las que puede aspirar un ser humano, este juego de doble realización en el que uno cumple su rol en sociedad pero al mismo tiempo lo está disfrutando, cosa que difícilmente descubro en muchos de mis conocidos, y les compadezco. Pues aún así, no falta semana de cada año en la que descubra una nueva persona que, sin pensar, como un automatismo inconsciente, me diga «Anda, chico, pero si eso no sirve para nada, ¿no?», o que directamente pase a preguntarte la típica: «¿Eso tiene salidas?». Como si el conocimiento no sirviera para nada, vaya, o que estudiar sólo debería ser un trampolín para sacar aprobados, tener un papel que te acredite como algo, y poder trabajar para ganar dinero. ¡Muerte al conocimiento! Y vean que de aquí proviene el enorme problema actual del fracaso educativo: primar la importancia en el aprobado antes que en el aprendizaje.
La mentalidad de este sujeto del que hablaba al principio es puramente elemental y, aunque me cueste decirlo, contemporánea: lo que no es práctico no sirve y por tanto es inútil: debemos desecharlo. Vivimos en una sociedad que ha sido invadida por lo tecnológico, lo científico ante lo artístico. Yo no creo en esa división, al igual que no creo en ningún tipo de divisiones. Concibo que una persona es más infinita en cuanto a más caminos está abierta, a más modos de pensar, a una pluralidad de conocimientos. Lo que el ya mentado piensa se mueve en una esfera básicamente diminuta: la social, que para mí no es más que una pequeñísima parte del universo. Él llega a decir en su «concienzuda» reflexión relámpago que todos deberíamos hablar el inglés como lengua extranjera, haciendo hincapié en que deberían dejar de estudiarse todas las otras (el chino, el ruso, el alemán, el francés…) porque son «menos económicas» y no tienen tanto peso. Lo deja caer como cualquier cosa, ¿saben? Si puede afirmar con tanta impunidad que «aprender idiomas es una pérdida de tiempo», a mí me gustaría recordarle a ese señor que también habrá sido una enorme pérdida de tiempo seguramente todas esas horas que ha perdido en su vida mirándose al espejo, engominándose el cabello o afeitándose, cambiándose la corbata, eligiendo qué ropa usar un día en el que nadie le miró, o todos aquellos ratos en los que leyó libros que ya no recuerda, las veces que se puso a pasear por la calle o salió a hacer el gandul mientras tomaba unas cervezas, como infinitas cosas más. Si medimos desde su superficialidad las cosas, podríamos bien decir que todo lo que hacemos es una pérdida de tiempo, pues llegará el momento en que nos muramos.
Aprender idiomas, como tantas otras cosas, es enriquecimiento personal e intelectual, abrirse las puertas a culturas completamente distintas a las que uno posee, tener por tanto más herramientas y facilidades para abrirse al universo, a lo que nos rodea, incluso puede considerarse como un simple entretenimiento. ¿Acaso leer, como es un entretenimiento pero no es utilitario, debe verse como algo malo e incluso estéril? Y que me parta un rayo si tampoco pueden llegar a ser las Humanidades, o en este caso el aprendizaje de idiomas, algo práctico para la sociedad. Cantidad de trabajos se apoyan en esto, desde las agencias de viajes o turismo, pasando por los investigadores, a los propios traductores de literatura. Bajo ese pequeño prisma práctico–social que usa esta persona, claro que podríamos decir que estudiar lenguas es inútil (si ya puede manejarse con la que ha aprendido como materna), y la poesía entonces es la más inútil de las cosas, aunque pueda hacerle enamorar o viajar a un lugar que le dio la fuerza otra vez para vivir. La poesía, según este señor, sólo sería útil si sirve para echar un polvo o ligarse a su jefa, por ejemplo. O lo que sería útil es aprender a usar una sierra eléctrica, porque con ésta puede construirse una mesa; o ser científico, porque podrá traer la cura a terribles enfermedades (aunque estas personas vayan a acabar muriéndose igualmente). Es decir que cuando esta persona afirma tonterías de tal envergadura, lo único en lo que está pensando es en el peso de su responsabilidad social como ciudadano: todo lo que me pueda dar un trabajo, todo lo que me pueda hacer ser más útil a la sociedad y a mi supervivencia en esta era capitalista–democrática, será útil y por tanto maravilloso; lo demás es una pérdida de tiempo. Y observamos cómo «pérdida de tiempo» es algo puramente horrible, un grado atroz al que no debe llegarse. Porque somos muy dignos y utilitarios.
Se sigue exponiendo: «ya que los que estudiamos latín constantemente nos quejábamos de empollar una lengua muerta, ¿por qué no primamos el inglés como única lengua útil extranjera?». El otro gran error viene además de la idea terrible y absurda de que sólo debe estudiarse el inglés porque es «el idioma universal» (sí, eso llega a afirmar). ¿Y si yo quiero llegar a poder comunicarme con una chica belga en su idioma materno, porque estoy enamorado de ella? ¿O es ella la que ha venido a mi país y ha aprendido español, estudiando una carrera para ello, y actualmente es mi chica? ¡Ande, mire qué útil es aprender lenguas! Uno se acaba preguntando en qué extraño baremo mide la utilidad/inutilidad de las cosas. Según su limitado punto de vista, uno debe conformarse con su idioma materno y luego aprender inglés para comunicarse medianamente en cualquier «país civilizado», porque se supone que en éstos se debe dominar el inglés y es un idioma súper «ergonómico». Sí, definitivamente creo que ni siquiera sabía qué palabras estaba usando (y dejamos a un lado la ortografía, ya que nos dolería), porque llegó a decir esto, en resumen: «Pensadlo bien. Hoy día, en cualquier país mínimamente civilizado, se emplea el inglés para el trato con el extranjero. Es fácil de aprender, rápido de hablar, muy dinámico y ergonómico… ¡por algo es el idioma universal!». Y lo pienso bien, de verdad, a pesar de que, supongo, quisiera decir «económico» y no lo otro. Me parece que, valga la ironía, el que escribió eso tendría que estudiar más idiomas para comprender que muchas otras lenguas también son económicas, sólo que cada una funciona con economías en niveles distintos. Por ejemplo, la nuestra es mucho más económica fonéticamente hablando, poseemos cinco sonidos vocálicos cuando ellos tienen más del doble, como el francés. Cada lengua tiene sus propias ventajas e inconvenientes, ninguna de estas es por tanto desechable o «más fácil» que otra. Que afirme esto un sujeto que dice que estudiar lenguas es una pérdida de tiempo nos demuestra su fatal y completa ignorancia en cuanto a aquéllas, lo cual corrobora el hecho de que está criticando algo que desde el principio deja claro que no le interesa. Vaya, como que un tonto se autodenominara tonto. Algo así.
¿Qué quieren decir realmente estas personas cuando hablan de «pérdida»? En serio, llevo tiempo intentando desentrañar este misterio y he llegado a la conclusión de que ni siquiera ellos mismos se dan cuenta de que, si tomamos al pie de la letra lo que dicen, resultaría paradójico descubrir que cuando ellos escriben un artículo para enarbolar semejantes teorías están también perdiendo el tiempo. Me parece que la expresión «perder el tiempo» está infravalorada, que posee un valor puramente peyorativo cuando no tendría que ser así. «Perdemos el tiempo» constantemente porque estamos hechos para eso, fundamentalmente. La utilidad no es un rasgo que nos haga mejores personas o acaso individuos más dichosos, es una herramienta para convivir en esta sociedad que hemos creado, pero no es la única, que el Universo nos asista. En el fondo creo que a estas mentes cuadriculadas les falta imaginación, y también les compadezco. Si aprender idiomas es una pérdida de tiempo, me parece una inutilidad bastante hermosa como para obviarla.
Durante la mayor parte del tiempo no tenemos idea de lo que puede ser la imaginación, no concebimos siquiera la amplitud de sus registros. Porque, aparte de la imaginación intelectual, existe la imaginación sentimental, la imaginación sexual, la imaginación corporal, la imaginación económica, la imaginación mística, la imaginación científica… La imaginación actúa en todos los terrenos, incluidos los que consideramos «racionales». En todas partes tiene su lugar. Importa, pues, desarrollarla para abordar la realidad, no a partir de una perspectiva única, sino desde múltiples ángulos. Normalmente, visualizamos todo según el estrecho paradigma de nuestras creencias y condicionamientos. De la realidad, misteriosa, tan vasta e imprevisible no percibimos más que lo que se filtra a través de nuestro minúsculo punto de vista. La imaginación activa es la clave de una visión amplia, permite enfocar la vida desde puntos de vista que no son los nuestros, pensar y sentir a partir de diferentes ángulos. Ésa es la verdadera libertad: ser capaz de salir de uno mismo, atravesar los límites de nuestro pequeño mundo individual para abrirse al universo (JODOROWSKY, Alejandro: Psicomagia, pp. 198-99).
Que aprender idiomas es inútil o una pérdida de tiempo es algo similar, por no decir la misma cosa, a afirmar que conocer otras culturas o pueblos, otros modos de existir y de ver el mundo, otra historia, es una pérdida de tiempo. Si nos referimos, como hace ese señor, a que tener más idiomas en el currículo no nos hace más útiles a la sociedad, pues también está soltando una disparatada tontería, puesto que todos conocemos más de una persona que trabaja o trata en estos sectores, sea en el vuelo de un avión de Ryanair, en el departamento de Alumnos Extranjeros de cualquier universidad, o como profesor de tal o cual idioma en cualquier academia. Vaya, que no sólo está equivocado decir eso en el nivel que nos ocupaba y que él mismo trató, el social, sino que su concepto de «pérdida de tiempo» es entonces asimilable, y digo esto sin ningún ánimo de ofender, a su vida entera. Yo cambiaría por supuesto el concepto. Ya no me gusta hablar de pérdida de tiempo, ni siquiera para cuando estoy durmiendo o sonándome los mocos, porque considero que cada momento, único e irrepetible, forma parte de ese organismo que es mi vida la cual algún día, espero que lejano, expirará, pero habrá sido auténtico y real, cada uno de ellos, me haya servido para montar una mesa o no, conseguir un trabajo o no, ser más apto en una empresa o no: habrá sido una constante de mi vida que me habrá llevado a ser quien era y a estar cuando y donde estuve.
«Una lengua muere cada dos semanas», se afirma La Vanguardia en un artículo2. «Las lenguas están más en peligro que las especies de peces, pájaros o plantas», dice David Harrison, un investigador. Y es cierto, es algo normal; la multitud de lenguas habladas en tribus perdidas con fecha de caducidad, las otras tantas indígenas que comienzan a perderse en América por el predominio del inglés o la invasión de aquellos pueblos, todo esto, ha ido haciendo y seguirá haciendo que muchas lenguas evolucionen y que otras mueran. Ya sea porque los pobladores que hablan esa lengua lleguen a su fin sin dejar sucesores, como es el caso del cornuallés, entre muchos ejemplos, cuyo último hablante, Dolly Pentrearth, murió en 1777, o porque sus hablantes decidan tomar como materna otra de más prestigio social–económico, o sea, que se adapten a una nueva dejando en defunción la anterior, probablemente hablada por unas pocas decenas de personas en el mundo. Lo cierto es que todos los seres racionales han intentando desde que existen comunicarse por medio de muy distintos lenguajes, pero siempre comunicarse, y la muerte de lenguas es algo tan natural como el crecimiento de otras en las que un número dantesco de habitantes de la tierra las hablan. Las lenguas son mutantes, como mutantes somos nosotros. Éstas van danzando por el mundo hasta que les llega su momento de partir, o de convertirse: la muerte no es una desaparición, normalmente es una transformación. Por tanto, nadie puede asegurar que el inglés vaya a gobernar siempre el estandarte de «idioma más usado», ya que esto está condicionado también por muchos factores político-sociales que no vienen al caso. Todo cambia, la lengua es el instrumento más importante para el ser humano, en tanto que éste, todo lo que realiza, es en base a la comunicación. Cuando este señor nos insta que aceptemos únicamente al inglés como lengua extranjera útil, está hablando desde su perspectiva de español. ¿Qué pensarán los ingleses o americanos, pues? Ellos no necesitarán hablar ninguna otra lengua, por tanto serán los reyes del mundo y todos deberán adaptarse a ellos, ¿no? Un pensamiento algo disparatado en base a que, como comentamos, cada lengua trae una cultura detrás, no es sólo un lenguaje de signos más o menos útil para cuando viajes al extranjero. Los idiomas no sólo son códigos utilitarios.
Daniel (el Sucio) es un concursante de Gran hermano al que estimé por algunas de sus ideas, que a veces me parecieron sensatas e inteligentes, pero es el mismo que ha afirmado todo lo que hemos ido exponiendo y desgranando en este texto, y sigue intentando argumentar razones como las que siguen:
Me refiero a que, ¿de qué sirve saber idiomas para la mayoría de personas? Si yo no trabajo como traductor, en mi país no hay censura y se traducen los libros y en mi puesto de trabajo no hago un uso explícito de un idioma extranjero, ¿para qué necesito saber alemán? ¿Para poder subirme el ego cuando me vaya de uvas a peras de viaje y salga a cenar?
En realidad pienso que tras todo lo ya expuesto no haría falta mentar nada más para invalidar este párrafo tan locuazmente inteligente, pero me sabe mal cerrar lo que quiera el Universo que esto sea sin decir algo más al respecto, a riesgo de repetirme, pues la idea central creo que es clara. Según este señor estudiar alemán sólo me serviría para subirme el ego al viajar y poder demostrar mi nivel. Me gustaría saber si los alemanes son conscientes de lo magnífica que es su lengua para el ego. O sea, que aprender otro idioma le puede servir para vivir en otro país o disfrutar de una cena con otra gente de otra cultura, en otro lugar…, pero como nada de eso le otorgaría en principio dinero, pues no es útil, ¿de qué le sirve? No pierda el tiempo. No pierda el tiempo en vivir. Aproveche cada segundo de su vida para hacer cosas realmente prácticas, como contabilizar las horas que pasa en el váter y luego montar una empresa con gente útil que pueda contabilizar las mismas cagadas de todos sus allegados, familiares, y en definitiva, gente afín, para que sientan que todas sus idas y venidas del baño no fueron en vano. Que dieron quizá un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad. Que la mierda sirva para levantar monumentos y enseñar al mundo el fabuloso legado de sus culos utilitarios. Deje de ver cine, de leer (¡No leáis, hiere!), de estudiar, de crecer, de sentirse estúpido ante la última de los Coen o al pensar junto a Wittgenstein, deje de poseer en su estantería a Cernuda o Baudelaire con tanto celo, no permita nunca que un folio sea manchado con poesía, no sea tan descaradamente imbécil como para pensar que lo inútil le puede servir para algo en esta vida. No viaje, no descubra el mundo y su eterna riqueza, no contemple el quehacer de otras millones de personas, a menos que hablen inglés o la lengua del pueblo en el que le tocó nacer, ay, azar maravilloso. Y, por supuesto, nunca aprenda alemán a menos que quiera sacar de paseo su ego.
Recuerde el sabio consejo: no estamos aquí para perder el tiempo.
Notas:
1. http://drl1982.blogspot.com/2010/02/reflexion-relampago-del-dia-aprender.html
2. http://www.lavanguardia.es/premium/publica/publica?COMPID=53396419841&ID_PAGINA=22088&ID_FORMATO=9&turbourl=false
Entiendo tu perpleja irritación y la comparto. Creo que opiniones como ésta vienen de la fiebre utilitarista que devora nuestra sociedad. Lo paradójico es que, aunque se ciñera sólo al plano profesional, me temo que mi experiencia desmiente todo lo dicho: incluso trabajando de auxiliar de servicios, el hablar italiano me fue tan útil que, con un par de frases, me gané que me llamaran de nuevo para futuros trabajos (y era una feria agrícola).
Para mí, en cualquier caso, la cosa está clara: es impagable poder disfrutar de otros idiomas. Cuantos más aprendo, más quiero aprender.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.