Está muy bien -te felicito-. Sería interesante si alguien te pudiera ilustrar la historia con unos dibujos.
Claroscuro y Leónidas
Claroscuro era un león joven, fornido, con un rugido temerario, una melena larga y oscura y una presencia imponente. Por su fiereza incomparable se le conocía como el príncipe de la sabana.
Pero a Claros —como le decían sus padres— no le agradaba que las hembras de su manada tuvieran que salir en busca de comida, mientras los machos esperaban recostados sobre el tibio pastizal. Sentía que al ser el más fuerte y ágil debía salir de cacería, aun sin precisar de ayuda ajena.
Sus familiares le advertían que el mundo exterior era muy peligroso y que él no sería consciente de ese peligro, ya que nunca había salido de su hogar, ni conocía otras especies. Esto no era embargo para Claros, quien sólo oía la voz de su interior. Tanto así fue, que una mañana partió solo en búsqueda de su alimento, dirigiéndose, sin saber, a las cercanías de un lago, en los extremos de su reino, un lugar próximo a la jungla. Por allí cerca, vivía una manada de cebras. Cuando Claros llegó, se escondió detrás de un arbusto y comenzó a inspeccionar la zona, para ver si encontraba allí una presa para devorar.
Leónidas era una cebra ya muy anciana, de hecho era el abuelo de toda la manada que habitaba en la sabana de Tanzania. Todas las mañanas su familia se reunía a desayunar en un lago cercano a la selva. En aquel sitio dominaba la tranquilidad más profunda, a menos que llegaran algunas leonas a molestar o las cebras más pequeñas hicieran bullicio. Para su disgusto, esto último sucedía muy a menudo. Por ello, en vez de ponerse a regañar, optaba por irse a una pequeña laguna, a unos treinta elefantes de distancia. Como era el más adulto y quien dirigía a la manada, los demás permitían que se tomara esa licencia. Por otro lado, la experiencia que Leónidas poseía, junto con su afinado sentido del peligro, le serviría para avisar a la manada en caso de que un predador acechara.
Aquella mañana, como tenía por costumbre, se retiró a desayunar solo, cerca de donde esperaría agazapado el temible león.
No se sabe quién vio primero a quién, pero es evidente quién pensó primero. Claroscuro no había terminado de dar su tercer paso cuando la cebra dijo: «¿Qué buscas, pequeño?»
—¡Corre, porque te comeré! —contestó airado el joven león.
—¿Tú?, ¿a quién?, ¿a mí? —increpó Leónidas y empezó a reír.
Ante esto, Claros sintió descubierta su inexperiencia en cacería.
—Pero… ¿acaso no me tienes miedo?
—¡¿Miedo?! —exclamó la cebra—. Los tigres no le tememos a nada —y volvió a beber un trago—, es por eso que siempre andamos solos.
—Ah, perdón, señor —Claros retrocedió unos pasos—, yo creí que…
—¿Que era una cebra, no? —y volvió a reír—. Tú nunca has salido a cazar, ¿o sí, cachorro? No te culpo, es como educan los padres leones a sus crías: les hacen creer que son los reyes y ni siquiera les enseñan a depredar. Ahora vete, que estoy ocupado.
—Perdón, señor, pero ¿no podría indicarme en dónde puedo encontrar a las cebras?
—Por supuesto, hijo. ¿Ves allí, donde la vegetación se vuelve espesa, donde menos da la luz solar y mejor se conserva el agua? Es allí donde al fin encontrarás a tu presa. Recuerda que las cebras son muy veloces, no dudes en atacarlas. Ah, y recuerda también que cuando aún están vivas conservan su pelaje verdadero: amarillo, con franjas negras.
Cuando el leoncillo se retiró, Leónidas llevó a su manada de cebras lejos del lugar y no regresó sino hasta la mañana siguiente.
Claroscuro se internó en la jungla y nunca nadie volvió a saber de él.
Moraleja para niños: «Tonto el joven que por ágil
ve en su cuerpo gran potencia,
pues poder es el de adentro
y se basa en la experiencia.»
Moraleja para cebras: «No es de honorable cebra la venganza...
Pero es peor pudrirse en una panza...»
Moraleja para leoncillos: «Aprendan cachorrillos
Cómo es que son las cebras:
Veloces, mentirosas...
¡Y a rayas blanquinegras!»
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Un relato precioso, y las moralinas finales son de aúpa!
Curiosamente, yo tengo un relato bastante parecido (con reservas) a este, y la verdad es que me ha encantado. Por otro lado, la idea de Félix es genial (es lo que tiene ser artista multidisciplinar, que piensa esas cosas antes que nadie...) y unos dibujillos le quedarían fetén al cuento.
Felicidades Mauro.
Hola Mauro,
Muy bonito el cuento... y la moraleja de la cebra ni te cuento...
Me han dado ganas de leer más relatos tuyos, y eso lo dice todo.
Es una bonita fábula, y, desde luego, en mi opinión las moralejas son lo mejor.
Y es que es tan díficil arrancar una sonrisa.
Una bonita fábula. Una tranquila conversación entre un león y una cebra (sin que ninguno se zampe al otro ).
Y unas moralejas muy acertadas. ¿Qué más se puede pedir?
Gracias Patapalo, Félix, Léolo, Imaka, Nachob y Kitiara por vuestros comentarios. Es muy agradable saber que el arte de uno pueda agradar a pesar incursionar en géneros no tan usuales. Saludos.
Bien llevada. Una fábulsa simpática que me ha dejado con buen sabor de boca. El cierre, al más puro estilo de Tomás de Iriarte, me ha parecido el broche perfecto
Uh, gracias Pedro. Alguna vez me nombraron algún referente en algún escrito. Alguna vez lo detesté, pero luego de meditarlo un poco, caigo en cuenta de que resulta ser un halago, sobre todo si el tal (referente) me es completamente desconocido. Así es que te lo agradezco doblemente. Saludos Pedro, nos vemos. Bah, nos leemos.
Una fábula muy simpática. Muy entretenida de leer y con buen ritmo.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.