Creando la ciudad de ceniza
Artículo sobre la creación paso a paso de un escenario concreto para jugar una aventura de rol.
Hace tiempo republiqué un artículo, aquí en OcioZero, titulado Mapas de Hero Quest sobre qué es lo importante a la hora de crear un escenario para ambientar una aventura. Creo que es un ejercicio interesante poner en práctica esas reflexiones, a ver qué sale. Para ello he decidido crear un lugar llamado la ciudad de ceniza.
La idea de esta ciudad surge de la fascinación que desde siempre ejerció en mí aquel otro escenario creado por Michael Moorkock y reutilizado por el equipo de Chaosium para la aventura El ojo del teócrata. En ésta los personajes atravesaban un portal dimensional para ir a rescatar un objeto mágico de una particular ciudad donde se daban cita las arquitecturas de cientos de lugares, todas ellas en un estado ruinoso.
El concepto de mi ciudad de ceniza inspirado en dicha otra urbe -es un buen momento para acotarlo- es el de una ciudad, o región, cuyo firmamento está sempiternamente cubierto por una nube de cenizas. Todos los objetos, construcciones, el propio suelo y el aire, están impregnados por una sustancia pulverulenta en suspensión. Incluso la propia agua se ve invadida por este polvo ceniciento, por lo que siempre tiene cierto poso de barro. El gris, como no podía ser de otra forma, será el color predominante. La oscuridad la nota primordial.
¿Y dónde demonios está?
Esta pregunta debería ser la primera que nos hiciéramos. En un universo como el del Stormbringer o el Elric no habría problema en situarla en una dimensión paralela. Así nos olvidamos de consideraciones climáticas y físicas en general, lo que suele resultar bastante cómodo. En otros que dan cabida a sucesos extraños pero sin salirse tanto de tiesto, como La llamada de Cthulhu, el Aquelarre o el Conan (o incluso el Star Wars), deberíamos pensar en un lugar recóndito, poco accesible y conocido, y sobre el que, probablemente, circulen muchos rumores y leyendas. Para las ambientaciones realistas tendremos que descartar este escenario; adiós James Bond, adiós Piratas!!, adiós Vampiro la Mascarada.
En cualquier caso, y sea cual sea el juego que queramos utilizar para visitar esta ciudad de las cenizas, tendremos que tener en cuenta una serie de aspectos. El primero es de dónde sale la ceniza de marras. Lo más sencillo a este respecto sería imaginarse un círculo de volcanes vomitando partículas en suspensión de un modo continuado. Un suelo plagado de grietas y fumarolas también serviría.
Vista desde lejos, sería como una mancha en el horizonte que, poco a poco, va creciendo. Al acercarse a la ciudad los aventureros deberían primero paladear el ambiente, ese polvo que invade sus bocas y sus fosas nasales provocando una desagradable sensación de sequedad arenosa. Las irritaciones en piel, ojos y boca deberían estar a la orden del día, y los extranjeros deberían sufrir una sed atroz.
Aspecto general
Aunque la estructura particular de los edificios podemos adaptarla a nuestro escenario concreto, voy a aventurar algunos elementos para el mío en particular.
Aprovechando la gran cantidad de piedra volcánica de la zona, los habitantes de la ciudad de la ceniza han ido alzando una colosal masa oscura que conforma ahora su urbe. La arquitectura es tosca, pesada y siniestra. Los muros tapian los accesos y no existen casi ventanas; cuando las hay, éstas son angostas: no hay luz que captar y sí ceniza que dejar en el exterior. Hay grandes espacios titánicos a resguardo por si mucha gente se tiene que juntar (ya que el aire es difícilmente respirable) y las zonas utilitarias son laberínticas y muy cerradas. La humedad ambiental es escasa y las corrientes de agua se filtran por muros y se les obliga a gotear por canalones y paredes para que pierdan parte de su ceniza disuelta.
Las construcciones se amontonan unas sobre otras. Expandirse a campo abierto implica más ceniza, por lo que se cubren y recubren los mismos espacios. El aire, no obstante, sigue viciado. Las murallas son titánicas, pero no herméticas, ya que no se espera la visita de nadie.
A los muertos se les sepulta en los niveles superiores, puesto que son los más expuestos a la caída continua de ceniza. Cuando las construcciones crecen, los osarios quedan atrapados y pasan a formar parte de los muros y los laberintos intermedios. En los recovecos que se van formando anidan las alimañas y los parias. Entre algunos muros quedan emparedados, o eso dicen, ciertos tesoros.
Como las gentes son de naturaleza pragmática, hay pocos ornamentos. Las representaciones artísticas pasan por grabados y estatuas. Se trata de trabajos groseros, pues los detalles delicados quedarían pronto cubiertos por la pátina de ceniza. La iluminación artificial, aunque la gente es casi ciega o no se vale de sus ojos, se obtiene con velas: grasa de rata, pelo para los cabos y estructuras de piedra o hueso para las palmatorias.
Las gentes
Los hombres de la ciudad de las cenizas son muy pálidos, pues no reciben la luz del sol. Sus pieles, no obstante, tienen un tono grisáceo a causa del polvo. Los turbantes y los velos protegen los rostros de las inhalaciones, por lo que son piezas del vestuario bastante comunes. Las ropas son escasas y descoloridas, y más bien lisas.
Los placeres de estas gentes pasan por el tacto y el oído. Su gusto y su olfato están más bien atrofiados. Así, disfrutan de la música, especialmente tañida o de percusión, y de sutiles danzas. Los movimientos bruscos tampoco son muy apropiados para el ambiente, por lo que las gentes se vuelcan en los saberes y las profesiones del alma y del intelecto.
Algunos habitantes de la ciudad están deviniendo prácticamente sombras de sí mismos, almas errantes que vagan por las estancias y los subterráneos de la ciudad.
Poco a poco, los ciudadanos de la ciudad de las cenizas se han vuelto muy individualistas y retraídos. Casi no hablan entre ellos y, más que convivir, se toleran mutuamente. Tienen mucho espacio y éste no deja de expandirse. Son reservados y austeros. Los conflictos no son habituales, aunque los extranjeros pronto se sentirán incómodos, juzgados y observados. No hay gobiernos y sólo leyes tácitas. Tampoco tienen gran cosa que disputarse.
La cadena alimenticia
Como el trabajo del cultivo resultaría muy penoso en estas condiciones, los únicos vegetales propios de la zona se recolectan: algunos frutos de arbustos, algunas gramíneas y algunas algas en los pozos subterráneos. La carne tampoco abunda.
Los gusanos y los insectos dan de comer a sapos, culebras y ratas. Éstos, a su vez, sirven de presa, de vez en cuando, a halcones y otros depredadores adiestrados por los habitantes de la ciudad.
Algunos mercaderes traen comestibles más interesantes a la ciudad, los cuales son trocados por pequeños tesoros de la misma: códices, estatuas, oro… Los habitantes de la ciudad de las cenizas, no obstante, son austeros, así que necesitan poco para vivir.
¿Qué se puede hacer en la ciudad de las cenizas?
Este escenario es eminentemente melancólico y opresivo. Los jugadores pueden quedar “atrapados” en él como consecuencia de un viaje. También puede ser un objetivo interesante para cazadores de tesoros. Algún volumen arcano ha podido quedar encerrado en esos muros que siguen creciendo, poco a poco.
Es obvio que en el pasado la ciudad no sufría esta atmósfera -¿por qué alguien construiría aquí su residencia si no?-. Esto puede dar juego para una búsqueda o enfrentamiento contra algunos dioses.
También se puede usar como escenario de paso, tal vez como el refugio de algún demonio o aventurero al que se persigue. Dando la vuelta a la tortilla se puede utilizar como escondrijo para los Pjs.
En un lugar como éste no sería extraña la presencia de monstruos o fantasmas. Muchos habitantes habrán desarrollado ciertos tipos de brujería y no sería raro que alguno de los magos hubiera sucumbido tras un hechizo fallido. La criatura podría vagar casi eternamente por los subterráneos y los pasillos de la ciudad sin necesidad de cruzarse con nadie.
Esto también podría hacer que existieran rituales o tradiciones que incitaran a los habitantes de la ciudad a conducir a los extranjeros hacia las moradas de estos seres atávicos.
Finalmente, aunque los peligros naturales son pocos, las posibilidades de crear una trama con los habitantes de la ciudad, o evitándolos, son numerosas. Quizá un cambio en el comportamiento de las ratas, que pasaran de ser presas a dar un golpe de estado y esclavizar la ciudad, podría ser un buen argumento para explotar gradualmente este sitio. Todo depende del estilo del juego utilizado y, sobre todo, de los jugadores.
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