Juramentados
Si en Psicología de sectario hicimos una reflexión general sobre los fanáticos religiosos como antagonistas de los aventureros, en este artículo intentaremos dar algunas claves sobre cómo usar un tipo muy particular de éstos: los juramentados
Un juramentado, grosso modo, es un fanático religioso que realiza el juramento de acabar con la vida de un enemigo de su fe o de su pueblo. La realidad histórica de estos personajes se enclava en el archipiélago de las islas Filipinas durante la ocupación española del siglo XIX. El concepto, sin embargo, es extrapolable a otros escenarios similares.
La realidad histórica de los juramentados
El siglo XIX fue la cumbre del colonialismo internacional, y también el punto de ruptura en el que muchos pueblos lucharon por su independencia. En el caso particular de las Islas Filipinas nos encontramos con que la presencia española se encontró con una fuerte oposición por parte de algunos sultanes locales. Al conflicto cultural propio de estas colonias se unió, en el caso de las Filipinas, un fuerte conflicto religioso entre los católicos europeos y los musulmanes asiáticos.
Dentro de este contexto surge la figura del juramentado, un mártir por la causa, un joven, generalmente, que, con el beneplácito de sus progenitores, adquiere el compromiso de asesinar a alguna pieza clave de la maquinaria de los invasores. Se trata sólo de una pieza más dentro de un mosaico en el que los nativos musulmanes se batían contra los españoles enfrentando su ingenio, su arrojo, el conocimiento del terreno y una notable habilidad náutica -piratería- frente a las armas de fuego y otros avances tecnológicos europeos.
Cabe comentar que la presencia española se centraba en guarniciones cercanas a la costa, mientras que el interior de las islas permanecía en poder de los “moros” -como se les denominaba-, a donde se dirigían expediciones de castigo regularmente. En 1876, una de estas expediciones capturó finalmente la ciudad de Jolo, el centro gubernamental del Sultán de Sulu. Éste firmaría un ambiguo tratado con las autoridades españolas, cuya traducción por lo visto no se correspondía en ambas lenguas. A través del tratado de París, estos territorios pasarían a formar parte de las colonias estadounideses después de la contienda de 1899 entre ambos países (España y Estados Unidos). Zamboanga y Jolo fueros las últimas posiciones en caer.
Área de actuación
Los lugares clásicos en los que actuaron los juramentados fueron el archipiélago Sulu y la isla de Mindanao, pero no es difícil trasladar el escenario a otros lugares, dentro o fuera de las islas Filipinas. Hay que tener en cuenta la movilidad en barco entre estas localizaciones, sobre todo por la preeminencia de piratas moros en la zona.
Los juramentados
Los juramentados eran jóvenes, generalmente, que siguiendo las doctrinas de imanes radicales, realizaban el solemne juramento de acabar con los enemigos de su pueblo y su religión. Generalmente sus objetivos eran relevantes militares o personalidades de los colonizadores, y, aunque sus ataques no eran suicidas en el estricto sentido de la palabra, pues contravendrían las enseñanzas coránicas, no guardaban muchas esperanzas de salir con vida de ellos. En el caso de que esto ocurriera, se suponía que el cuerpo del juramentado iría directamente al paraíso en cuarenta años.
Estos juramentados no deben confundirse con los amoks, una especie de berserkers que perpetraban actos de violencia indiscriminados. El juramentado tenía una misión que emprendía tras un ritual prefijado y que tenía su importancia táctica y su lógica.
Después de realizar su voto o juramento sobre el Corán, el juramentado tomaba un baño ritual y afeitaba todo el cabello de su cuerpo. Después se ceñía el pecho con una banda de tejido fuertemente apretada y se ataba cordeles en torno a genitales, tobillos, rodillas, ingles, hombros, codos y muñecas para restringir el flujo sanguíneo y prevenir la muerte por desangramiento a causa de las heridas que, probablemente, sufriría durante su misión. Luego afilaba sus armas, pues el asesinato se realizaba con arma blanca, y una vez vestido con una túnica blanca y el turbante, emprendía su misión.
El mag-sabil, como se denominaba al juramentado, solía asaltar a su víctima valiéndose de un kris o un barong, una suerte de cuchillo o machete de filo ondulado. Su grito de batalla helaba de tal forma la sangre que no era extraño que consiguiera acabar con su objetivo antes de que reaccionasen él o sus acompañantes. Su intención de pasar a la posteridad como un mártir convertía a los juramentados en rivales terribles, y sin duda ocasionaron muchos daños materiales y psicológicos a los ocupantes europeos de las Filipinas. En películas como La jungla en armas podíamos observar cómo estos fanáticos continuaban avanzando como si nada después de haber recibido varios disparos de pistola.
Cómo utilizar juramentados dentro de una trama
Tanto si utilizamos el escenario básico de la ocupación primero española y después norteamericana de las Islas Filipinas, como si trasladamos este concepto a otro lugar (juramentados de una secta exótica, asesinos de otro territorio, etc.) el uso de estos personajes debería ser similar.
En primer lugar, deberían hacer acto de presencia en un momento de la historia en el que la trama ya esté avanzada y el temor sea palpable, a no ser que se quiera dar un golpe de efecto al comienzo de las misma. Si se usa a destiempo, el juramentado perderá todo su trasfondo trágico para convertirse en “un enemigo más”. Por otro lado, el juramentado debería tener buenos atributos físicos y una voluntad sobresaliente, lo que le hará seguir adelante en las circunstancias más adversas. Su empatía, por el contrario, habrá descendido a niveles paupérrimos: ya no será capaz de ver la situación desde otra óptica que no sea la suya. La preparación de su cuerpo para evitar las pérdidas de sangre debería ser la clave para que pueda continuar luchando o moviéndose si no recibe una herida definitiva, como un impacto en el corazón o en la cabeza.
Los juramentados serán particularmente útiles como elemento dramático a utilizar contra un personaje no jugador en un momento clave o incluso contra un personaje jugador. En estos casos es muy importante medir el enfrentamiento, pues, si mata al PJ, su jugador se sentirá poco satisfecho, y si es derrotado con excesiva facilidad, perderá todo su significado. Después de todo, la idea es que los jugadores se sientan en el punto de mira de alguien que se cree capaz de empuñar la ira de Dios.
Es importante, desde este punto de vista también, que el trasfondo del juramentado esté claro -aunque los jugadores tarden en descubrirlo-. Las motivaciones de un fanático de este tipo (políticas, religiosas, etc.) tienen que ser de peso para que resulte creíble que una persona llegue a tales extremos. También es importante determinar quién guía al juramentado y para qué; no hay que perder de vista que, dada la temprana edad de estos mag-sabil y su total abnegación, eran más peones que estrategas: siempre había alguien detrás, líder religioso o político, que movía los hilos enviándolo contra unos u otros, y siempre en un momento clave. El valor estratégico del juramentado es enorme, pero, generalmente, sólo podrá cumplir una misión.
Ideas de aventuras con juramentados
En cualquier trama que esté situada en las islas Filipinas o sus alrededores en el siglo XIX es fácil introducir en un momento u otro a un mag-sabil. Esto será particularmente adecuado si la historia se centra en la resistencia de los últimos colonos en la zona, o tiene este marco de fondo. Una expedición al interior del archipiélago que, por un motivo y otro, tenga la relevancia suficiente para desatar la ira de un juramentado puede ser otro módulo adecuado, como el saqueo arqueológico de un templo, o el robo de un determinado objeto.
Si el director de juego es particularmente osado, puede exportar estos personajes a otras localizaciones, como el Londres victoriano, aunque deberá crear a un personaje de gran carisma que mueva los hilos desde las sombras. No hay que perder de vista que el juramentado ha emprendido un inestable camino que no tiene marcha atrás, y que llegar a ese punto de decisión implica que no podrá mantenerse “en reserva” mucho tiempo. Además, el campo de cultivo para estos fenómenos son las zonas conflictivas; un viaje hasta Londres en barco durante tres meses enfría los ánimos a cualquiera.
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