Hellblazer de Jamie Delano 1
Reseña del volumen recopilatorio publicado por Planeta DeAgostini
Jamie Delano es quizás el más tortuoso de los guionistas de la escuela 2000 AD. Aquella publicación británica fue el caldo de cultivo de un grupo de creadores iconoclastas, plenos de nuevas ideas y planteamientos revolucionarios, de los que se nutrió la incipiente línea Vertigo de DC. Hablamos de Neil Gaiman, de Grant Morrison y Mark Millar. De Peter Milligan. Hablamos de Alan Moore. De todos ellos, Delano es el más oscuro de todos; el rarito, aquel que toma una copa en la parte más desangelada del bar, lejos de la fiesta, el que te hiela la sangre con su mirada de reojo.
No resulta extraño pues, la perfecta comunión que se estableció entre Delano y John Constantine, el descreído mago que ideó Alan Moore en La Cosa del Pantano (más información aquí). Desde la misma saga con la que comenzó Hellblazer marcó a fuego los pilares sobre los que se asentarían sus guiones.
En primer lugar, un terror feo, lejos del romanticismo de la serie en la que se creó al personaje y mucho más cercano al concepto de Nueva Carne abordado por autores como Clive Baker en sus Libros de Sangre. La primera historia de la serie, en la que un demonio africano en forma de insecto posee a sus víctimas incitándoles a comer sin parar, sea lo que sea (incluso su propio cuerpo), es una buena muestra de ello. Es también un terror satírico. La publicación de estos números coincidió en el tiempo con el gobierno de Margaret Thatcher en el Reino Unido.
Fueron años de un liberalismo exacerbado, en los que el desempleo alcanzaba cifras récord, el sida comenzaba a causar estragos y las clases más bajas de la sociedad se sentían desamparadas por sus mandatarios. Delano es particularmente hiriente con los empresarios y políticos de su país, a los que identifica con diablos que buscan el menor tipo de interés en su mercadeo de almas. Pero también es muy ácido en sus críticas a los estratos más bajos de la sociedad, idiotizados por pensamientos filonazis y el fútbol como mayor actividad intelectual o seducidos por telepredicadores de tercera fila en un intento desesperado por escapar de su triste vida real. Constantine, en realidad el propio Delano, se comporta a menudo como un cínico espectador ante este jardín de las delicias pre-caída del Muro. Cuando se decide a actuar, lo hace por mera ira o animadversión.
Más allá del ambiente sobrecogedor que marca todo el volumen, hay que señalar que no es una lectura en absoluto fácil. El estilo de Delano es muy árido y poco complaciente, pero da al lector sorpresas tan agradables como el capítulo del viaje psicodélico-cibernético, que bien podría haber firmado el mismísimo Alan Moore. El dibujo de la mayor parte del tomo corre a cargo de John Ridgway, un Corben imperfecto y sucio, que, a pesar de sus limitaciones, va como anillo al dedo con la propuesta literaria de Delano.
Son muchos los autores que, desde entonces, se han ocupado de este mago con gabardina, pero pocos lo han entendido de un modo tan acertado y aterrador como Delano. No es un viaje apto para recién llegados al cómic, pero sí una lectura de lo más gratificante, valiente y que hoy, casi un cuarto de siglo después de su publicación, sigue siendo tan atrevido y válido como el primer día.
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