Como todo el mundo sabe, los pasados días seis a ocho de noviembre tuvo lugar en Huesca la convención nacional de fantasía, ciencia ficción y terror, la Hispacón 2009, cumbre del fandom español, encuentro de autores con lectores y editores, lugar donde comprar esas obras que no suelen traer a la librería de al lado, y más cosas.
Yo, por segunda vez en mi vida (después de la que se celebró en mi Sevilla, cómo no), decidí que era una buena ocasión para asistir al sarao, así que, con mucho dolor de mi cartera y después de algún malabar laboral para encajar fechas, conseguí mi billete de AVE, reservé mi habitación en un hostal, metí en una mochila lo imprescindible, y allí que me fui. Llegué a Huesca, sí, pagué mi inscripción, también, pero… pero la verdad es que a lo que es la Hispacón, la Hispacón oficial, las conferencias, charlas, talleres y demás, apenas asistí (sólo fui a una, vaya). Esto, para más de uno, significa lo mismo que no ir, porque realmente no he aprovechado nada del evento de verdad. Y qué decir al respecto… Pues que no lo creo así, ni mucho menos, algo que supongo tendré que explicar.
Parte de la explicación, por supuesto, sale directamente de cuáles son los objetivos de cada uno cuando va a uno de estos saraos. En mi caso, y como ya me ha ocurrido en otras ocasiones (y me refiero aquí no sólo a Hispacones sino también a las Jornadas de Dos Hermanas, una especie de Hispacón reducida que se celebra anualmente en la localidad nazarena), es cuestión de cargar pilas, de coger ganas de encarar la afición, de ilusionarme. No creo que me pase sólo a mí, es muy común que el contacto con otros aficionados (o no sólo aficionados), el ambiente literario, el conocer proyectos, triunfos en certámenes, próximas publicaciones, nos impulse a los demás en el mismo sentido. También, por qué no decirlo, otro de los alicientes de desplazarme tan lejos, a un lugar demasiado frío para una persona con mi fobia a las temperaturas bajas, era el conocer a ciertas entidades. Eso mismo, como una de tantas quedadas que se organizan en este o aquel portal para que el personal pueda por fin ver la cara y conocer a la persona que se esconde tras tal o cual avatar a los que, por afinidad o comunión de intereses, nos sentimos unidos. Sí, ni más ni menos, son ganas de socializar con gente que sabes (o crees saber) que te va a caer bien y que te van a hacer pasar un buen rato, entre otras cosas charlando sobre la afición que compartes con ellos.
Hasta aquí nada nuevo bajo el sol, nada que no hagan los asiduos de cualquier Chat o los integrantes de tertulias literarias (aquellos que, como yo, tengan la suerte de poder asistir a alguna porque la haya en su localidad y reúna a gente con la que congenia). Pero hay más, por supuesto, algo que, si bien no está recogido en el programa, me parece tan relevante y enriquecedor como las charlas y ponencias oficiales. Muchos lo llaman “Barracón” con buen tino, porque suele tener lugar junto a la barra de un bar, con una copa en una mano y un cigarro en la otra.
Yo, este año, repito, de Hispacón he visto poco, pero de “Barracón”… De “Barracón” me he empapado hasta los huesos, y como la he disfrutado tanto, como he sacado tanto, me veo en la necesidad de defenderla a capa y espada. Sí, señores, porque igual que algunos han asistido a la presentación de tal o cual libro, con su autor y un moderador guiando la charla, con más de una respuesta preparada porque, al fin y al cabo, se trata de un acto oficial y como tal debe quedar, con un público que las más de las veces hace preguntas-tipo porque un telón invisible separa al autor de los que están en la platea, porque el tiempo apremia y no hay que perderse la siguiente ponencia o la sala debe quedar libre para otro acto, yo también he hablado con algún autor de su obra, sin respuestas preparadas, porque la inmediatez y la informalidad de la charla de bar no dan para eso, conociendo además a la persona, que muchas veces es el porqué de la obra, conociendo sus gustos, aficiones y experiencia, el modelo de tal o cual pasaje, la vivencia tras la trama. Sí, eso mismo, y también he conocido la realidad tras aquella editorial, no la oficialidad, la charla comercial o la línea a anunciar, sino el relato cruzado de los que han tratado con ella desde uno u otro lado de la obra, la historia que el otro conoce, la realidad tras el timbre de voz, la mera apariencia o el deje revelador, el gesto confidente de una persona a la que tratas en vivo. Sí, todo eso y más, porque también he escuchado al autor hablando sobre su método de crear, y no me lo ha expuesto, no me lo ha declamado, no, me lo ha contado, comparándolo con el del otro autor que estaba justo allí mismo. No he hablado con el director de una revista de tirada nacional, no, yo he hablado con la joven cargada de ilusión que te presenta esa nueva revista on-line que, como mínimo, lleva tanta carga de esperanzas y ganas como la otra. Ciertamente, me perdí la conferencia sobre nuevas tendencias en tal género, yo escuché a un par de autores hablando de su próxima obra con pelos y señales. Y es verdad, tampoco estuve presente cuando se dieron a conocer los ganadores de los premios oficiales, yo estaba en otro lado, hablando con otros autores de los premios que han ganado, y qué tipo de relatos mandan a según qué premios cuando los quieren ganar.
En fin, tampoco es que quiera defender lo indefendible, supongo que se podría haber estado en los dos sitios, aunque con mucho esfuerzo o menos intensidad, eso seguro, porque no se toman igual este tipo de cosas después de haber asistido a una larga sucesión de charlas, algunas de las cuales supimos que no nos interesaban cuando ya era demasiado tarde. No, lo único que quiero decir con esto es que, qué quieren que les diga, yo también fui a la Hispacón, solo que lo hice de otra manera.
Qué duda cabe, que el periodo entre conferencias, tras conferencias y demás incursiones a las bambalinas es igual de apasionante que el programa oficial de las Hispacones. A mí lo que más me pena es que esos días tengan sólo 24 horas.
Desde luego, es un privilegio el encontrarse a quemarropa con tantos aficionados a lo mismo, con los que se pueden compartir momentos memorables. A mí, personalmente, me ha faltado un poco de resistencia. El año que viene iré con más tiempo, y con más calma. En la de Dos Hermanas estuve más inclinado al lado golfo
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.