Horrores ortográficos

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El artículo inevitable. Después de haber escrito aproximadamente una docena sobre otros temas relacionados con la escritura, me parece indispensable comentar este asunto por su carácter vital. Espero no repetir demasiado aquello que estamos acostumbrados a oír.

Intentemos sentar cátedra: la ortografía, contrariamente al sentir popular, es útil. El castellano es una de las lenguas más ricas que existen gracias al enclave privilegiado en que se gestó y a la posterior expansión que tuvo. Es, por este mismo motivo, una lengua compleja, y para poder usarla en todo su potencial, eso que se llama usar el lenguaje correctamente, hay que ajustarse a unas normas.

 

No es lo mismo decir “Él bebe vino” que “El bebé vino”. Toda la sutilidad del castellano reposa en estos pequeños detalles que guardan una profunda historia detrás, y que permiten a quien sabe escribirlos y leerlos paladear las frases de un modo intenso.

 

Sé que muchos no creen necesitar tal sutilidad lingüística, y es posible que en algunos ámbitos no sea necesaria. Sin embargo, teniendo en cuenta que en esta sección, y en su correspondiente foro, pretendemos cultivar el noble arte de la literatura, aquí este artículo no debería estar de más.

 

No voy a insistir sobre el tema de la ilegibilidad de los textos mal escritos. Arturo Pérez Reverte, en un inspirado artículo publicado en la revista “El Semanal”, ilustró el tema de un modo contundente: en él iba eliminando las pretendidas inútiles reglas ortográficas, que la gente se suele saltar a la torera, inmediatamente después de nombrarlas. Por supuesto, al final del artículo requería un esfuerzo enorme comprender lo que allí estaba escrito.

 

Tampoco voy a caer en los derrotismos clásicos de decir que los mensajes de los teléfonos móviles van a destruir la lengua escrita. Los telegramas y la taquigrafía son anteriores a este fenómeno y no causaron destrozo alguno en la misma. Y esto se debe a que la supuesta funcionalidad de tales lenguajes es una falacia si saca de contexto.

 

Que viene muy bien condensar la información en un mensaje cuando pagas en función de su longitud es obvio. Todos conocemos el famoso STOP de los telegramas, los cuales se pagaban por palabras. Sin embargo, decir que este lenguaje va a sustituir, aunque sea parcialmente, al que utilizamos actualmente para escribir es sacar las cosas de quicio.

 

La idea, que tiene su base en la dudosa afirmación de algunos lectores de que a ellos lo que les interesa es la historia y no cómo está escrita -contenido frente a continente- es totalmente demagógica y, normalmente, es ostentada por aquéllos que no leen. Son esos mismos que dicen que el Quijote es un rollazo -porque está escrito en castellano antiguo, ¡qué contradicción!- o que prefieren ver películas por motivos similares. Se puede ver que, en cierto modo, aquéllos que desprecian la ortografía son aquéllos que no entienden realmente el placer lector.

 

Cuando nos sentamos a leer un libro no buscamos que nos cuenten una historia. Para eso es mejor asomarse al patio de luces a hablar con la vecina o irse al bar. Cuando leemos es porque queremos disfrutar, ahí está el quid de la cuestión, durante el propio proceso de recepción de la historia, o de lo que sea. Es por ello que es indispensable que los textos estén bien escritos.

 

Sin embargo, lamentablemente, en estos últimos tiempos no es raro encontrar ediciones sin la más mínima corrección ortográfica, gramatical o de erratas, no digamos ya de estilo. El último libro que he terminado de leer, que recopilaba nada menos que a los ganadores de dos concursos de literatura, era un auténtico suplicio a este respecto.

 

La figura del corrector ha desaparecido en numerosas empresas y, lo que es más grave, en muchas sociedades dedicadas a actividades editoriales, sean éstas periodísticas, literarias o de cualquier otro tipo de divulgación. Así, nos encontramos con que las publicaciones actuales, salvo excepciones, salen al mercado más o menos revisadas dependiendo del interés y el propio desvelo del editor, en muchos casos único integrante de la editorial.

 

Entonces, si las publicaciones que encontramos en cualquier librería contienen erratas, en ocasiones muchas erratas, ¿cómo pretendemos que la gente escriba correctamente?

 

La lectura ha sido siempre el maestro esencial para que la gente aprenda ortografía. De nada sirve empollarse manuales sobre el tema, o escuchar peroratas sobre el mismo, si no se lee. O si no se presta atención cuando se escribe.

 

Sin duda, lo ideal sería que las editoriales prestasen mayor atención, como hacen algunas, a los textos que publican. Sin embargo, viendo cómo recortan costes, incluso en traducciones, sin avergonzarse lo más mínimo, no cabe mucha esperanza, de momento, en este sentido. Me temo que las ediciones baratas, ese paraíso de los buenos lectores, tendrán siempre este problema.

 

No obstante, y a pesar de que en estos tiempos parece mucho más razonable y bien visto cargarle el muerto al prójimo, me parecería tan demagógico decir que son las editoriales las responsables de nuestra ortografía como acusar a los mensajes de teléfono móvil de la degeneración de la lengua escrita.

 

Seamos realistas: desde la aparición de Internet la lectura se ha convertido en algo cotidiano para mucha gente que antes no se dignaba a echar un vistazo a un libro. Más aún que los periódicos deportivos, la gente lee sin parar navegando por la red; y la red la construimos entre todos. Y aquí es dónde hemos dado con la piedra angular de la solución.

 

Poniendo nuestro granito de arena, escribiendo todo lo correctamente que podamos, fomentaremos que el nivel ortográfico, y por lo tanto el disfrute de nuestra lengua, así como la calidad en su uso, aumente. Seamos humildes: aprendamos del resto de los escritores que vayamos encontrando por la red. Y mantengamos los ojos tan abiertos como la mente para ir acumulando nuevos conocimientos, puliendo nuestras faltas leyendo, como siempre se ha hecho.

 

Estamos en la sección de literatura. ¿Qué mejor punto de partida para asumir nuestra responsabilidad en el mantenimiento de la lengua? Es bueno que los idiomas evolucionen, pero es triste que degeneren. Rescatemos vocabulario, buenas formas, usos correctos. En nuestra mano está honrar el castellano como merece.

 

Y recordad que, siempre, en caso de duda, tenemos un magnífico punto de consulta en la página de la RAE. Más fácil no nos lo podían poner.

 

www.rae.es

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LCS
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Aún corriendo el riesgo de repetirse, creo que conviene recordarlo, sobre todo en esta época del sms en la que vivimos.

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jspawn
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Totalmente de acuerdo de pe a pa. El que no ame cada una de las partes de la lengua, es un cínico, que sólo lleva a ser incompetente y a desvirtuarlo todo. Amar la literatura conlleva leer desde los clásicos hasta lo ultimísimo. Y también somos por cómo escribimos. Si la mayoría de los jóvenes ponen como estandarte el no respetar las normas básicas de la lengua, la sociedad del futuro está condenada al fracaso.

"Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo a mí" (Ortega y Gasset)

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PedroEscudero
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Habiendo entendido la intencionalidad del texto... voy a decir que prefiero el contenido sobre el continente, o casi. Me explico. Me parece importantísima la forma, en especial la sintáctica, la estructura del texto, es más defiendo la ortografía como parte necesaria para utilizar la sutileza del castellano, pero tampoco haría de esta última el eje fundamental sobre el que valorar una obra, sin importar el tipo. Una cosa es que las faltas sean constantes, que no se sepa usar el idioma, y otra una errata. Como en todo, en un punto medio a la hora de valorar este asunto está la verdad.

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Patapalo
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Supongo que es una cuestión de preferencias, y me encantaría si continuamos el debate en el foro, pero un texto virtuoso que no cuenta nada es una lectura buena, y un texto infumable que te cuente la mejor historia del mundo es eso, un texto infumable, ¿no? Supongo que aquí está nuestro punto de discrepancia.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Tusitala
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Yo aquí discrepo en lo de que los SMS no causan empobrecimiento del lenguaje, igual que telegramas y taquigrafía. La razón es la siguiente: telegrafía y taquigrafía son códigos especializados para el uso de -algunos, muy pocos- ADULTOS, de quienes se supone tienen integrado el código estándar del lenguaje "no abreviado". Su uso es tan limitado (¿cuántos mandáis telegramas? Yo mandé uno en una única ocasión y ya andaba por los treinta años... ¿y cuántos sois taquígrafos?) que no puede ejercer ninguna influencia negativa, y menos en adultos que -es un suponer, sí- saben escribir correctamente en su idioma.

El caso de los SMS, por otra parte, es totalmente distinto: su uso es generalizado ya desde la infancia, cuando aún no se ha aprendido el código estándar (¡qué gaitas, ni siquiera se domina el arte de coger el lápiz!), por lo que el "código" SMS necesariamente contamina esa fase de aprendizaje. No se puede simplificar lo que aún no se ha aprendido a fondo.

Por otra parte, ¿cuántos caracteres se necesitan para mensajes tan "profundos" como: "Quedamos a las 7 en tal sitio", o "Estás muy buena, chati."? Vamos, que no hace falta abreviar nada (yo envío SMS y nunca he tenido necesidad de "abreviar" la Q con la K y esas cosas tan "modelnas"...) En estos tiempos, a la pereza la llaman "necesidad de abreviar"...

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Patapalo
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No te falta razón, Fermín, y quizás mi idealización de su impacto limitado se debe a que no utilizo, salvo raras ocasiones, teléfono móvil. Gracias por la aportación.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Tusitala
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Hola:

En realidad servidor tampoco es que sea precisamente un apasionado de los móviles. Lo uso lo menos posible (o sea, al revés que casi todo el mundo), y debo mandar un par de SMS al año, a todo tirar.

Para mí algo preocupante y que casi no se comenta es la simplificación (=empobrecimiento) a todos los niveles, no solo ortográfico, sino sintáctico, semántico... que provoca el uso compulsivo (esa es la palabra para el que manda una treintena de SMS al día, no hay otra) del aparatito ANTES de haber aprendido el código del idioma. Muchos chavales de bachillerato no entienden "sutilezas" como el uso del condicional, y son incapaces de hilar una frase subordinada sin cargarse la sintaxis y demás "exquisiteces"... y lo de poner acentos, se queda para los "puretas reaccionarios"...

 

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