Yurela, la región de las sombras (F)

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Samhain
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YURELA, LA REGIÓN DE LAS SOMBRAS

 

En tiempos antiguos, la región de Yurela había lucido como una de las zonas más hermosas de las Tierras de Helas. Sus campos fértiles ofrecían a quienes los trabajasen grandes riquezas y beneficios, y sus espectaculares paisajes, apaciguaban a forasteros venidos de tierras lejanas en busca de una brizna de paz. Las tabernas siempre estaban llenas de nuevas historias y los templos de nuevos discípulos. Era cierto, los tiempos antiguos habían sido maravillosos, pero  hacía muchos siglos que habían llegado a su fin dejando tras ellos el rastro de la oscuridad.

Quizá, el responsable fuese  la maldición de un ambicioso hechicero, la furia de alguna divinidad, o aquel terremoto que hizo rugir la tierra, partiéndola en dos y rodeando la región de una especie de montañas fracturadas, que obstaculizaban el paso de los rayos de Dai. Quizá, el temblor tan solo había sido la herramienta de algo o alguien superior, alguien que quería arrastrar a Yurela al olvido y al abandono. Y, durante mucho tiempo, lo consiguió. Sin luz del día las tierras tomaron un aspecto salvaje, y si bien no se volvieron yermas, dejaron de dar paso a los alimentos que crecían bajo el abrigo del día. Quizá los habitantes hubiesen podido conseguir provisiones del exterior, pero aquel no fue el único inconveniente: Sin la llegada de los rayos de Dai, la estrella que otorgaba la vida, las personas perdían el rumbo y se desprendían de su cordura.

También podían haber emigrado, y muchos lo hicieron, pero la mayoría no deseaban abandonar el lugar que les vio nacer y se abrazaron a la esperanza de que algún día, todo volviese a ser como antes.

Ahora, Yurela, la región de las sombras, solo albergaba unos pocos descendientes fáciles de reconocer por sus pálidas pieles y sus enormes pupilas, unas pupilas que a duras penas permitían intuir el color de del iris que las rodeaban.

 

Desde su infancia, Dúniem siempre había querido viajar al exterior. Sus padres nunca se lo habían permitido, pues la mayoría de los que se alejaban, perdían la vista como castigo por dirigir su mirada a Dai; otros volvían con el cuerpo lleno de quemaduras, de otros nunca se volvió a saber; Pero Dúniem ya no era un niño y sabía lo que tenía que hacer. Viajaría bajo la luz  de Seil, dama de la noche, y en cuanto el tono del cielo volviese azul marino, raudo buscaría refugio. Sus padres ya no tenían derecho a impedírselo, así que, haciendo caso omiso de sus plegarias, se echó al camino buscando su cometido.

 

Y caminó durante largas noches bajo los árboles de los bosques vírgenes, viéndose acosado en más de una ocasión por sus terribles ramas tentaculares que trataban de ingerirlo en su letal abrazo. En varias ocasiones, al despertar, pudo descubrir en la proximidad los pasos de los lobats, temibles bestias que acostumbraban a cazar bajo la tenue luz de las estrellas. De alguna forma había logrado pasar inadvertido por su vera, aún pareciendo compartir el mismo camino.

En uno de sus largos andares se vio cegado por la luz de una hoguera. No pudo evitar acercarse y pudo contemplar con sus propios ojos la danza de los adoradores de Seil, los Al-brahames. Una especie de criaturas raquíticas que vivían refugiadas en el interior de las arboledas de la región de Seirán. Dúniem permaneció inmóvil escondido tras la maleza, viendo como estos seres alzaban sus largos brazos una y otra vez, como movían sus cuerpos al vaivén de las llamas, escuchando los cánticos que entonaban en un lenguaje desconocido. El agitar de unas ramas tras su espalda le hizo salir del embrujo en que se había visto inmerso; sigilosamente se alejó del ritual, pero el ruido seguía sonando tras él.

— ¿Quién o qué eres?— preguntó al viento haciendo acopio de su valor.

Y así, tras las azules hojas, apareció la más temible y bella criatura que sus oscuros ojos habían visto jamás. Se trataba de un arnet, una especie de antepasado de los lobats de pelaje azulado y enormes dimensiones. Se mantuvo estático sentado sobre sus patas traseras, clavando su imponente mirada sobre el rostro del joven. Dúniem empezó a retroceder cautelosamente, sabía que no debía batirse en duelo contra un alma del bosque. Pero el arnet, sin siquiera levantarse, no permanecía a más de cinco pasos de distancia de dónde el viajero estuviera. La tensión del momento se vio interrumpida cuando un coat, oscuro pajarraco mensajero de los seres demoníacos, se abalanzó amenazadoramente  sobre el forastero;  fue entonces cuando la hermosa bestia se puso en pié y golpeó con sus robustas garras a la siniestra ave, dejándola inconsciente en el suelo. Alzó su hocico al horizonte y sin mover los labios empezó a hacer resonar sus palabras en la mente del héroe.

—Debes buscar refugio, Dai está al caer y aún no estás preparado para su llegada. Solo podrás implorarle cuando estés capacitado para mirarle sin sufrir las consecuencias.

Yo te seguiré de cerca, soy Alei, y el destino me ha puesto en tu camino para protegerte de las criaturas salvajes, como he hecho hasta ahora.

Habiendo pronunciado este mensaje, el arnet desapareció, dejando tras él a un boquiabierto aventurero con muchas preguntas sin formular.

Tras salir de la conmoción, Dúniem se apuró en buscar una grieta entre las rocas en la que poder dormir, resguardándose de la llegada del nuevo día. Pero no parecía haber ninguna en la proximidad y la oscuridad empezaba a disolverse. Aligeró el paso dejándose llevar por los latidos de su corazón, corriendo con todas sus fuerzas, huyendo de lo que para él era el peor de los peligros; el palpitar de su pecho cada vez goleaba con más fuerza, hasta que de pronto, las raíces traicioneras de un sauce llorón le hicieron caer de bruces contra el suelo. Y ahí estaba, a los pies del árbol: semi cubierta por hojas secas, había una pequeña pero profunda hendidura. Sin dudarlo ni un instante se adentró en ella arrastrándose con la destreza de una serpiente. Una vez dentro, pudo descubrir un agujero que conducía a una verdadera cueva. Avanzó sigilosamente, tanteando las paredes con las manos; explorando cada rincón de la interminable gruta.

Podía escuchar una especie de revoloteos que venían de la dirección a la que él se aproximaba. Extrajo la daga del cinturón y siguió andando con extremada cautela, hasta que una extraña planta atrajo su atención. Se trataba de una sinyua , una extraña flor animada de pétalos granates que crecía en los rincones más inesperados. Dúniem nunca había visto una; la tomó con suma delicadeza entre sus manos mientras ésta danzaba y saltaba de alegría. En ese momento, tres coats salieron de la oscuridad y se abalanzaron violentamente sobre él. A pesar de que le cogieron por sorpresa, el joven aventurero tuvo buenos reflejos: empuñó su daga y empezó a repartir cortes al aire. Recibió diversos arañazos y picotazos, por un momento pensó que perdería el conocimiento, pero entonces, una intensa energía recorrió todo su cuerpo dotándole de un gran poder. Al cabo de un momento, ya no se escuchaba un solo graznido y en el suelo se había extendido una alfombra de plumas negras bañadas en sangre. Había vencido. La sinyua, que había permanecido oculta en su capucha, saltó y comenzó a girar a medida que se acercaba a un punto en concreto. Un aura rojiza emergió de ella, mostrándole a Dúniem un punto en concreto de las rocosas paredes que les rodeaban. Allí se perfilaban una serie de dibujos que narraban la historia de una ciudad a la que Dai había dado la espalda. Según las ilustraciones, la causa parecía ser un proscrito que como venganza por su expulsión, había envenenado con sus viperinas palabras al dios, convenciéndole de que esas orgullosas tierras no eran merecedoras de su cálida mirada. Dai, enfurecido, apartó a la región de su luz elevando unas altas rocas alrededor. También narraban de como un arnet había tratado de hacer entrar en razón al dios. Entonces Dai dictó unas palabras; éstas aparecían escritas en una especie de jeroglíficos que Dúniem no podía descifrar.

Cuando tu hermano humano se digne a mirarme a los ojos— sonó una voz tras él — a implorarme mi regreso, solo entonces, si sus palabras realmente nacen del corazón, puede que alce el castigo y los habitantes de Yurela vuelvan a ser de mi agrado.

Una figura humanoide había surgido de la nada traduciéndole el escrito del mural.

    ¿Quién eres?— preguntó el muchacho.

    Yo soy Aguret, aquel que atrajo a la oscuridad. Fui castigado por los míos, no supieron aceptar el alto precio al que había alcanzado la inmortalidad, los baños de sangre al que sometí a sus hijos; Yo no pude soportar la ira que recorría mis entrañas. Por eso tomé venganza contra ellos, los yurelianos. Pero la eternidad me ha dado mucho tiempo para pensar en mis errores, para arrepentirme. De haber sabido el significado de ahuyentar a la muerte…— un brillo adornó sus ojos mientras sus palabras se convertían en pensamientos. Tras unos segundos continuó hablando. —Pronto conseguirás enternecer a Dai, el amo de los cielos. Sigue caminando, muchacho, él ya se ha fijado en ti. En breve serás tú quién se fijará en él.

    Así lo haré, — contestó un compasivo Dúniem, incapaz de sentir rencor alguno hacia el causante de la maldición que tanto daño había hecho a su tierra.

Aguret se inclinó ligeramente en un gesto de despedida —Puedes pasar la jornada aquí, yo debo irme a cumplir mi penitencia protegiendo el bosque. Pero debes abandonar la cueva antes de que vuelva.

Esa fue la última vez que le vio, mientras, los días pasaron y el héroe siguió caminando.

   

A cada amenaza de amanecer, tardaba mas en ocultarse, y a cada anochecer, decidía salir mas temprano de su escondite. Habían pasado varias semanas cuando sus ojos se vieron hipnotizados ante el nacimiento de Dai. Era lo más bello que hubiera visto jamás; rezó para que algún día, sus compatriotas pudiesen disfrutar de ese majestuoso espectáculo.

 — ¡Dios Dai!— exclamó con énfasis  — ¡Aquel que aporta la luz y la vida a todas las regiones de las Tierras de Helas, visita a mi pueblo y permite que este se pueda bañar en la energía que otorgas a los forasteros!

Notó un temblor bajo sus pies, una parte de él creía entender lo que sucedía: debía regresar a Yurela. Fue en ese momento cuando Alei volvió a aparecer; en esta ocasión, su pelaje era blanco como la nieve —Sube a mi lomo, yo te llevaré de vuelta a tu hogar— le dijo. Y así lo hizo. 

El viaje de vuelta fue mucho más breve que el que había recorrido hasta el momento. Galopando sobre la espalda del arnet atravesó todos los lugares que había visitado, pero ahora todo era de distinto color. Las hojas y el césped vestían tonos  verdes y corales, el cielo que tantas noches le había acompañado resplandecía con un hermoso y calido cián, la vida en grises y azules había finalizado.

 

  Al llegar a Yurela, pudo observar atónito que las altas rocas que rodeaban la tierra de las sombras habían empezado a derrumbarse, dejando pasar tras ellas las suaves brisas de la luz del Dios Dai  -sorprendentemente, sin que éstas apenas dañasen a los habitantes-.  Se adentró en su hogar y tras abrazar a sus preocupados padres, tomó un espejo con sus manos y contempló cada facción de su rostro… Por primera vez pudo apreciar el color de sus ojos, plateados al igual que los de Alei. Se giró buscándole con la mirada, pero su hermano animal ya había regresado a los bosques sin siquiera despedirse.

 

surcando el reino de los sueños...

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He tenido algún problema con el formato al colgarlo: se han perdido el márgen justificado y las cursivas

surcando el reino de los sueños...

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Patapalo
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Lo lamento. Todavía tenemos algunos problemas con la conversión de formato desde procesador de textos a post. No sé si merece la pena retocar algún punto concreto. Si hay algo importante, dímelo y lo edito.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Voilá. Creo que esta vez lo he dejado mejor. Si sigues viendo algo raro, coméntamelo y lo reviso.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Victor Mancha
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 Bienvenido/a, Samhain.

Participas en la categoría de FANTASIA.

Recuerda que si quieres optar al premio del público o a su selección debes votar al menos una vez (punto 9 de las bases).

En este hilo te pueden dejar comentarios todos los pobladores. Te animamos a que comentes los demás relatos presentados.

Si tienes alguna duda o sugerencia, acude al hilo de dudas, preguntas e inquietudes, y en caso de que no encuentres respuesta puedes señalarla en el post correspondiente.

¡Suerte!

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nestordarius
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Samhain:

Lindo relato. Da la impresión de ser algo más largo, ¿no? Como que quedó "embutido" por el límite de palabras... Tal vez se apreciaría mejor si intentas reescribirlo explayándote más sobre el viaje iniciático de Dúniem...

slds!!!

Néstor Darío Figueiras (Stratofan!!)

poeticoprofeticopoliedrico.blogspot.com

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Patapalo
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Es una bonita fábula, sin duda, aunque quizás esté algo desequilibrada. Hay muchos nombres propios, pero pocas descripciones de los seres, y ocurren muchas cosas, pero pocas son relevantes para la trama real de la historia. Creo que se podría haber organizado de otro modo para que el argumento, que es muy bonito, cogiera más fuerza.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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