Sí, cuando se me ocurrió la idea y lo empecé a escribir ya pensaba que iba a ser todo un poco evidente, y más con el título que le pensaba poner, "La bella y el lobo". Bueno, y combate combate, tampoco sé si le llamaría así xd. Gracias por comentar.
Valentín
Clarisa corrió las cortinas de la ventana de su habitación. Afuera, el sol brillaba en un precioso cielo de un profundo color cieno.
El bullicio era constante en la calle, los chicos se dirigían al instituto y el tráfico era interminable. Buscó con los ojos a la persona que buscaba entre los coches y el gentío, y no tardó en encontrarla, agazapada junto a un camión de reparto. Un muchacho enjuto y de cabellos castaños y desgreñados estaba agachado al lado de un camión de Coca-cola. Se llamaba Valentín, y era un compañero suyo de instituto, aunque también lo había sido en el colegio. Se conocían desde niños, y eran amigos desde entonces, aunque hacía un tiempo que el chico parecía más esquivo y retraído que de costumbre. Al principio pensó que la razón por la que el muchacho llegaba constantemente tarde a clase, y por la que salía pitando, despidiéndose efusivamente de ella, era porque tenía que ayudar a su padre en el reparto. Pero siempre había sospechado que había algo más. Incluso cuando eran niños, cuando Valentín era un chico alegre y extrovertido, había determinados días que tenía un comportamiento extraño, y junto con su familia, desaparecía al anochecer en su casa del bosque.
Valentín miró hacia arriba, hacia la ventana del cuarto de Clarisa, y la encontró observándole con sus preciosos ojos azules. Giró la cabeza, ruborizado, y terminó de cargar el camión. Con el rabillo del ojo vio a la joven dar media vuelta, y le dio tiempo a avistar su larga cabellera dorada. Valentín suspiró mientras esperaba que su padre pusiera en marcha el vehículo. Recordaba que antes siempre la acompañaba al colegio y al instituto, pero esos tiempos habían acabado. Ahora ella saldría de casa e iría sola, aunque él deseaba con toda su alma estar con ella. Pero eso era imposible, a pesar de los fuertes sentimientos que Clarisa producía en él. Valentín tenía un terrible secreto, y ese secreto podría acabar con su amistad con ella. Por detrás de él pasó un grupo de tres adolescentes. Uno de ellos, el que parecía manejar el cotarro en el grupo, se paró detrás de Valentín y le propinó un tremendo empujón que casi le hizo caer al suelo. El muchacho se apresuró en darse la vuelta, y se encontró cara a cara con Román Fernández y sus secuaces, los matones del instituto.
—Vaya, vaya, lo siento mucho —dijo Román en tono burlesco—. No te había visto y he chocado.
—Hola, Román —contestó Valentín, sin dejar entrever el desprecio que sentía—. Vas a llegar tarde al instituto, lo sabes, ¿no?
—Lo mismo podría decir de ti, cara-moco. Y no vuelvas a decirme lo que tengo que hacer.
—Creo que yo tengo una razón más justificada que tú. Y no vuelvas a llamarme cara-moco.
—¡Te llamaré como me sale de los cojones! —gritó Román—. Ahora vas de rebotado, pero en el fondo eres un gallina. Te crees muy valiente, pero ni siquiera puedes hablar sin tartamudear delante de ese bombocito, Clarisa.
Valentín se quedó sin palabras. Pensaba que no le tenía miedo a nada, pero eso no era cierto. Amaba tanto a Clarisa que le daba miedo que le rechazara, o incluso perder su amistad. Pero lo que más le aterraba era que un día llegara a descubrir su secreto. De pronto se sintió tremendamente furioso. No le gustaba nada la forma de referirse a Clarisa de Román. Por un momento, el abusón se sintió atemorizado ante el gesto iracundo del muchacho, pero pronto se recuperó y sacó una navaja del bolsillo trasero. La acercó amenazante al rostro del chico. Ahora era él el que mostraba una cara colérica. Su respiración se hizo fuerte e irregular, pero lo que más le enojaba era que Valentín no mostraba signos de miedo ante el filo de la faca.
—Será mejor que te serenes, cara-moco —logró decir Román—, si no quieres acabar mal. —Acercó un poco más el cuchillo—. Ahora te dejaré un pequeño recuerdo.
Aproximó entonces el filo al rostro de Valentín, mientras sus dos amigos reían con cortas risitas. De pronto, Román notó una gran manaza que le atenazaba el hombro. El propietario de la mano le obligó a volverse, y el matón se encontró mirando a un hombre alto y ancho. Una espesa barba le tapaba la boca, pero sus pobladas cejas y sus ojos le indicaban que estaba enfadado. Era el padre de Valentín, y era conocido en el barrio por su gran fortaleza física. Román tenía miedo, pero era el tipo de chico que nunca lo reconocería, así que se deshizo de la mano con desprecio, intentando mantenerse calmado, y guardó la navaja. Hizo una seña a sus amigos y se dispuso a largarse. Antes de irse, al pasar al lado de Valentín, le dijo:
—Esto aún no ha acabado. En cuanto te pille solo, te mato.
Román se alejó dando tumbos, seguido por sus dos secuaces, como si fueran un par de perros falderos. Valentín lo contempló, todavía irritado, mientras su padre montaba en el camión y le esperaba para llevarle al instituto. Con un resoplido de resignación, el muchacho subió al furgón y se dejó llevar.
Por su parte, Clarisa había salido de casa poco antes del encontronazo de Valentín con Román y sus secuaces. Iba por la calle en dirección al instituto cuando, en el camino, se encontró con amigas a las que iba saludando con una amplia sonrisa. Pero eso no la hacía olvidarse del chico enjuto que le había gustado de toda la vida. Muchas de sus amigas y conocidas no entendían cómo le podía agradar un muchacho tan tímido y retraído como Valentín. Ni siquiera ella era capaz de comprenderlo del todo. Suponía que era el cariño acumulado después de tantos años, y de que siempre había sido educado y atento con ella, aunque en los últimos dos años se mostrara algo más efusivo. Llegó a los abiertos portones del instituto. Dos de sus mejores amigas la esperaban, apoyadas en la pared junto las puertas. Se saludaron con sonrisas y entraron juntas en el recinto. Cuando la sirena sonó con su fuerte y prolongado aullido, entraron en sus respectivas aulas y empezaron las clases.
Cuando hubo pasado una media hora larga desde el inicio de la lección, entraron en la sala Román Fernández y sus dos amigos. El cabecilla del grupo miró un momento a Clarisa y le guiñó lascivamente un ojo. Ella ni se dignó a mirarle, lo que provocó una cierta irritación en el matón. Poco después, llegó Valentín. Miró efusiva y nerviosamente a la chica y corrió rápidamente a su pupitre después de pedir perdón al profesor por llegar tarde. Las horas pasaron aburridas como cada día, con las explicaciones de los profesores, el recreo y la vuelta a los estudios. Salieron de clase a las dos de la tarde, pero ese día también tenían que ir por la tarde, así que a eso de las cuatro volvieron de nuevo a ese infierno llamado instituto. A las siete sonó el timbre de salida de clases, y antes de que Valentín se despidiera de Clarisa con efusividad y saliera pitando, la chica le tomó de la mano y le hizo mirarle a los ojos.
—Espera un momento, Valentín —dijo la muchacha—. Hace mucho tiempo que no vamos a pasear. ¿Qué te pasa? ¿Es que te caigo mal o algo?
—No es eso —tartamudeó él—. Es que..., no sé, es algo tan complicado...
—No puede ser tan complicado —replicó Clarisa—. Por favor, cuéntamelo. Te prometo que lo comprenderé. No puedes hacerme esto, con lo bien que nos llevábabamos antes.
—No, Clarisa —dijo Valentín—, te aseguro que no lo comprenderías. Es más, seguro que ni siquiera me creerías, no hasta haberlo visto.
—Entonces, déjame verlo.
Valentín miró hacia otro lado. Se podía leer la angustia en su rostro. No quería que ella descubriese su secreto, pero tampoco quería perderla. Se le ocurrió entonces la única respuesta que era capaz de dar.
—Temo que si lo ves, ya no quieras estar conmigo —dijo—. Por eso no quiero que lo veas. Por favor, compréndelo.
Clarisa leyó el desconsuelo en los ojos del chico, así que no quiso presionarle más en ese sentido. Pero aún así, tampoco quería perder relación con él. Estaba dispuesta a olvidarse de aquello que no podía comprender, pero quería recuperar el tiempo perdido, así que le insistió en que se fueran juntos del instituto. Valentín miró para otro lado, incómodo, y le confesó que ese era uno de los días que tenía que pasar con su familia en la casa del bosque. Clarisa quedó algo decepcionada, pero le dejó ir de todas formas. Durante un momento le miró alejarse por el pasillo, en dirección a la puerta de salida. Dio media vuelta para coger su carpeta del pupitre y también salió ella. Giró la cabeza para ver el camino que había tomado Valentín, y con un resoplido resignado comenzó a caminar hacia su casa. De pronto, se paró bruscamente. Su cabeza estaba hecha un lío. Creía comprender los sentimientos del muchacho, pero ella tenía derecho a saber lo que le sucedía. Fue entonces cuando llegó a una determinación. Estaba dispuesta a seguir al chico y descubrir qué era lo que pasaba con él. Un sentimiento de culpabilidad amenazó con hacerla desistir, pero los desechó agitando con fuerza la cabeza.
Instantes después de que Clarisa acechara sigilosamente a Valentín, salió del instituto Román Fernández, que se quedó mirándola primero a ella, y luego fijó su vista en el muchacho. Mientras sus dos amigos atravesaban el portal de salida, el abusón ya había empezado a discurrir. Era una oportunidad de oro para resolver sus asuntos pendientes con Valentín, y quizás tuviera de extra un poco de diversión. Hizo una seña a sus compañeros de fechorías mientras echaba a andar, siguiendo a Clarisa. Javi, uno de sus amigos, se acercó y le preguntó qué tramaba.
—He estado escuchando la conversación entre Clarisa y cara-moco —contestó Román—. Parece que cara-moco tiene algo que ocultar, algo que no se atreve ni a confesárselo a Clarisa. Quiero seguirlos, y así mataré tres pájaros de un tiro. Primero, arreglaré mis asuntos con Valentín, segundo descubriremos su secreto, y tercero, podemos divertirnos un poco con Clarisa, ya me entendéis.
Los amigos de Román entendieron inmediatamente lo que su cabecilla quería decir, y no hicieron más que sonreír ante la buena tarde que les esperaba. Aceleraron un poco el paso, para no perder de vista a los dos chicos que seguían. Mientras tanto, el cielo empezó a cubrirse de nubes, no muy espesas, pero lo suficientemente densas como para ocultar el Sol. El ambiente se refrescó un poco, pero estaban cómodos con las camisetas de manga corta que llevaban. Procuraron caminar sin ser vistos, para que ni Valentín ni Clarisa se diesen cuenta de que les seguían.
Mientras tanto, Valentín andaba despreocupadamente, ajeno a sus perseguidores. Constantemente miraba el reloj de su muñeca, como si hubiese algo que le preocupara. Al ver que las agujas marcaban las ocho y veinte, aceleró el paso y se le dibujó en el rostro una expresión de angustia. Iba tan rápido que a Clarisa le estaba costando seguirle, así que ella también apuró la marcha, aún a riesgo de ser descubierta. También Román y los suyos se vieron obligados a caminar más rápido. Pronto, los lindes del bosque se vieron en la distancia. El gesto preocupado de Valentín se suavizó un poco, e incluso se permitió sonreír aliviado. En poco más de una hora había llegado a la floresta, y allí ya redujo el paso. Por entonces, ya había empezado a oscurecer.
Una carretera atravesaba esa parte del bosque, y las farolas iluminaban parte del camino. Valentín caminaba por la carretera, sin preocuparse por ser visto por nadie, porque casi nadie usaba ese camino, y menos a esas horas. De repente, paró en seco. Le había parecido escuchar algo a sus espaldas. Giró la cabeza hacia atrás y centró su atención en el camino que se extendía detrás de él. No vio nada ni tampoco oyó nada, pero tenía la sensación de que alguien le seguía. Todavía receloso, se giró de nuevo y continuó andando. Poco más adelante, al llegar a un claro del bosque, tuvo de nuevo la misma sensación, y esta vez, al darse la vuelta, vio una sombra que se ocultaba entre los árboles. Valentín saltó sobre la sombra, sólo para caer encima de Clarisa. El muchacho no daba crédito a lo que estaba viendo.
—¡Clarisa! —exclamó tras unos segundos de bloqueo—. ¿Qué haces aquí?
—Yo..., sólo quería descubrir tu secreto. Quería comprender por qué no puedes estar conmigo. Es algo que siempre me ha torturado.
—Te comprendo —dijo Valentín—, pero si quiero ocultártelo es por algo. Creo que si lo descubres, me tendrás miedo.
—Eso no va a pasar —dijo Clarisa—. Eres demasiado bueno. Sea lo que sea lo que te pase, sé que no le harías daño a nadie. Porque no es nada peligroso, ¿verdad?
—No tiene por qué serlo —confesó Valentín—. Quiero decir, si el que tiene este problema no es mala persona, el resto de gente no tiene nada que temer. Me he decidido, te voy a revelar mi secreto. Yo soy un...
Justo en ese momento, hizo su entrada en escena Román Fernández. Saltó como un lince sobre Valentín y ambos cayeron, el matón sobre el muchacho. Clarisa corrió para ayudarle, pero detrás de ella aparecieron los dos amigos de Román y la asieron cada uno por una mano. Al tirar de ella hacia atrás, la muchacha se hizo daño en una muñeca, y no pudo disimular una mueca de dolor. Al verlo, Valentín se zafó de Román y corrió hacia la chica, pero no llegó lejos. El matón lo alcanzó a medio camino y le propinó un fuerte puntapié en la espalda. El muchacho cayó al suelo dando vueltas, y el abusón aprovechó para darle patadas en el estómago. Mientras lo hacía se reía a carcajadas. Finalmente, cuando paró de pegarle, se alejó unos pasos y miró directamente al chico, como si sintiese compasión por él.
—Me parece que llegamos justo a tiempo —dijo—. Parece que ibas a contar tu gran secreto. ¿Quieres revelarlo antes de que me ocupe de ti? Aunque quizás primero nos divirtamos un poco con la chica.
—Déjala en paz, Román —gritó Valentín—. Quítale tus sucias manos de encima.
—Me parece que no estás en condiciones de exigir nada, cara-moco —dijo Román, y luego miró a sus amigos—. Álex, Javi, agarrad a este gilipollas, que primero me ocuparé de la dama.
—Oye, ¿y qué pasa con nosotros? —se quejó Álex.
—A su debido tiempo —replicó Román—. Vamos por turnos, y yo me ocuparé del primero.
Los compañeros del matón estuvieron de acuerdo y se abalanzaron sobre Valentín en el preciso momento en que se había levantado. Le agarraron por los brazos y le estamparon contra un árbol. Mientras tanto, Román había empujado hacia otro árbol a Clarisa, y había empezado a sobar su cuerpo. Levantó un poco su vestido y metió la mano entre sus piernas. La chica empezó a gritar angustiada, pero Román no se detuvo. Valentín se resistía con furia, pero los amigos del matón lo agarraban con fuerza. El abusón miró un momento al chico, sonrió y volvió a ocuparse de la muchacha. Agarró las bragas de Clarisa y se las arrancó de un tirón. Se bajó la bragueta y peleó un poco para sacar el pene medio erecto. Valentín miró furioso al firmamento y, viendo que el cielo parecía irse a despejar, se dirigió nuevamente a Román.
—Te lo advierto —gritó—. Suelta a Clarisa y vete ahora mismo con tus amigos, o atente a las consecuencias. No te queda mucho tiempo.
—Chaval, tú eres gilipollas —dijo riendo Román—. ¿No ves que no puedes contra nosotros tres? ¿Qué pretendes? ¿Es que nos vas a demandar? Me parece que aún no te has enterado. Os vamos a matar a los dos. Ahora, déjame disfrutar de esta puta.
El matón forzó a Clarisa a tumbarse y se colocó sobre ella. Mientras agarraba su miembro y obligaba a la chica a estarse quiera para penetrarla, el cielo se despejó un poco más y salió a relucir una gran y redonda luna llena. Casi inmediatamente después, Valentín empezó a emitir unos extraños gruñidos. Su respiración se hizo irregular, cada vez más rápida, hasta que lanzó un rugido. Román se volvió para mofarse del muchacho, pero no estaba preparado para lo que vio. El tamaño de Valentín había aumentado. Su rostro lampiño se presentaba cubierto de un pelo de un color marrón oscuro, y parecía más musculoso. Ya no tenía nariz, sino una suerte de hocico semejante al de un lobo, y su boca se presentaba llena de afilados dientes y colmillos. Sus orejas pequeñas habían sido sustituidas por otras alargadas y peludas. La ropa del chico se hizo jirones, víctima del aumento de su estatura y del crecimiento de sus músculos. Al final se presentó una terrible bestia, de la que Álex y Javi trataron de huir. Corrieron tan rápido como pudieron, pero el monstruo los alcanzó de un salto, agarró sus cabezas y las hizo chocar entre sí. Se oyó un crujido, y cuando la bestia los soltó, los dos cuerpos cayeron, muertos.
Román estaba paralizado por el terror, pero se recuperó en cuanto vio morir a sus amigos. Sacó su navaja y se enfrentó al monstruo, que lo observaba con furia. El matón esquivó un zarpazo y clavó profundamente la faca en el vientre de la fiera. Lo que una vez había sido Valentín se alejó y rugió de dolor, pero sus fuerzas no parecieron flaquear. Se pasó la mano por la sangrante herida, y ésta se cerró ante los atónitos ojos de Román. Lo último que vio, fue el el lomo del monstruo mientras éste le desgarraba la garganta con sus afilados dientes.
Clarisa había permanecido completamente inmóvil, viendo aterrorizada cómo la criatura en que se había transformado Valentín liquidaba al matón y sus amigos. Esta, cuando dejó caer el cuerpo de Román, todavía con su tráquea en la boca, se giró hacia la chica. Escupió la garganta en la frente del cadáver y se acercó lentamente hacia ella. La muchacha se alejó aterrada, ayudándose con manos y pies, pero cuando vio que el monstruo se limitaba a acercar una peluda mano, supo que sólo quería ayudarla a levantarse.
—Ya sé lo que eres, Valentín —dijo Clarisa cuando estuvo de pie—. Eres un hombre lobo, ¿verdad?
La bestia, privada de la facultad de hablar, se limitó a asentir con la cabeza.
—Entonces, quiero que sepas que no me importa —continuó Clarisa—. Valentín, te amo demasiado para que me importe.
La chica abrazó al hombre lobo. Al cabo de un rato, la fiera respondió al abrazo, rodeándola con sus fuertes y peludos brazos. Estuvieron así durante un rato, hasta que finalmente Valentín lo deshizo y tomó a Clarisa de la mano. La condujo a través del bosque, hasta que llegaron a un claro. El hombre lobo soltó la mano de la chica y se alejó unos metros. Luego, miró directamente a la luna y emitió un prolongado y lastimero aullido que estremeció a la muchacha. Una vez hubo finalizado el bramido, se recostó junto un acogedor árbol e hizo una seña a su amada para que le acompañase. Clarisa se tumbó junto él y apoyó la cabeza sobre su hombro. Como había empezado a refrescar, el animal pasó uno de sus brazos sobre ella. Y juntos se durmieron.
A la mañana siguiente seguían abrazados. Se despertaron juntos, él desnudo y ella con el vestido desgarrado. Valentín se levantó y se alejó unos pasos, cabizbajo. Ella fue junto a él y le puso una mano en la nuca, pero el chico parecía realmente deprimido. Finalmente, le contó que se sentía terriblemente arrepentido por haber matado a Román Fernández y sus secuaces. Clarisa intentó hacerle comprender que no había otra salida, que querían matarlos, pero eso no animaba al muchacho. Finalmente, la chica perdió la paciencia.
—¡Ya basta! —exclamó—. Si no los hubieses matado tú, nos habrían matado a nosotros, y Román me habría... —las lágrimas pugnaron por salir, pero ella se esforzó por retenerlas—. ¿No lo comprendes, Valentín? Se merecía morir, ese hijo de puta se merecía morir.
Se lanzó a los brazos del chico y empezó a llorar. Él la abrazó y mientras la sujetaba acarició los cabellos de Clarisa con la mano. Entonces, hizo algo que creía que nunca se atrevería a hacer. Tomó la cara de la muchacha entre las manos y besó tiernamente sus labios. Ella correspondió y se fundieron en un largo y apasionado beso. Clarisa hizo tumbarse al chico en la fresca hierba y se sentó encima de él, levantándose la falda. Hicieron el amor mientras escuchaban las hojas de los árboles susurrar, mecidas por una suave brisa. Después volvieron a besarse y permanecieron un rato acariciándose y dirigiéndose tiernas sonrisas. De repente, Clarisa se dio cuenta de lo preocupado que debían de estar sus padres, pero Valentín volvió a sonreír.
—No te preocupes por eso —dijo mientras acariciaba el pelo de su amada—. Cuando aullé ayer de noche, fue para avisar a mis padres de que estabas conmigo. Seguro que llamaron a los tuyos para decirles que te quedabas a dormir en la casa del bosque. Tampoco nos tenemos que preocupar por los cadáveres de Román y sus amigos. Cuando les hagan la autopsia, llegarán a la conclusión de que fueron atacados por lobos, y en parte tendrán razón.
Valentín dio un último ósculo a la chica y luego la ayudó a levantarse. Juntos caminaron por el camino del bosque hasta la cabaña, donde esperaban los padres del chico.
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Opino un poco como Pata. Demasiado narrativo y expositivo, con una minuciosidad en algunos momentos que ralentizan la acción, como si en vez de un relato estuvieses contando una película que has visto, pero con un tono algo monotono.
En cuanto al argumento es previsible, y mas aún cuando se parece tanto a la moda actual esa de crepusculo (creo, porque no los he leído ni visto la películas)
En todo caso un buen ejercicio narrativo, que habría que consolidar más literariamente.
No es un mal relato y se lee bastante bien, pero habría hecho falta quizá dejarlo reposar un poco. Hay mucha exposición que realmente no es necesaria, el relato es terriblemente "efusivo" , en serio, que obsesión tienes con esa palabra . Y no acabo de entender como alguien tan efusivo con una chica pueda a la vez ser tan esquivo con ella. Y bueno, que el secreto de Valentín está cantado desde el principio. Y ese ósculo al final a mi me ha sacado completamente del relato. ¿Tan mal quedaba poner la palabra beso? No sé, me parece mucho mas natural y acorde al estilo del relato.
Pero vamos, que no quiero que parezca que no me ha gustado el relato, es solo que se nota que puedes hacerlo bastante mejor a poco que te pares a pulir un poco, ya que hay partes muy buenas.
Nada, sólo fue una palabra mal utilizada, creía que significaba otra cosa
Gracias por comentar. y los consejos.
Pues, sinceramente, me ha parecido que el relato no está bien cuajado. Por un lado, se cala en seguida que va a ser un hombre lobo, y el desenlace tampoco justifica la historia (no podría haber sido más esperado). Tampoco has cuidado mucho la forma. Repites un montón de veces lo de efusivo y las escenas de combate son de un ping-pong terrible.
Vaya, que la historia me ha parecido muy anecdótica y el desarrollo no lo he visto a la altura de otros relatos tuyos.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.