[off: Capi, ¿llevas un dado de diez encima siempre? Nunca lo tengo a mano yo al leer, y cuando llego a casa ya has tirado...]
Paso a controlar activamente al criado que ha abierto la puerta, mano disimuladamente en el cinto, aunque sin desenfundar, sólo por si acaso, mientras el escocés se encarga de ver qué lleva nuestro anfitrión en la mano...
El criado está desenvainando un cuchillo bastante grande.
(Si vais a emprender alguna acción, haced una tirada de 2d10 para evaluar su resultado).
[off: Capi, ¿llevas un dado de diez encima siempre? Nunca lo tengo a mano yo al leer, y cuando llego a casa ya has tirado...]
Of course viejo, nunca salgo de casa sin mi bolsa de dados.
5 y 1.
Le tiro algo duro a la cara a ver si se queda medio tonto.
El vaso de whisky del escocés traza una parábola perfecta e impacta de lleno en la frente de vuestro "anfitrión". Este cae de espaldas, aparatosamente, sobre una estantería, que derrama su contenido sobre del desdichado. Un revólver sale despedido de su mano hacia un rincón de la estancia.
-Pater,agarre el arma y veamos si podemos sacarles algunas respuestas-Dijo el escoces mientras preparaba el sable.
El revólver ha ido a un rincón, y creo recordar que el criado (no el anfitrión) tenía un cuchillo enorme, así que:
--> El reverendo desenfunda con rapidez y descarga tres balas en dirección al pecho del criado.
3 y 6.
Sendos agujeros afloran en el pecho del criado, quien os mira con ojos desorbitados antes de caer al suelo. Tras el instante de calma después de las detonaciones, el anfitrión empieza a ponerse en pie con dificultad. Está claramente aturdido y sangra por una brecha en la frente.
Me acerco malhumorado donde nuestro anfitrión y le coloco el sable muy cerquita.
-Y ahora nos va a explicar de que va todo esto porque ya me estoy cansando ¿me entiende?
Entrecierro la puerta y, vigilando por la abertura, velo por la privacidad de la conversación...
El hombre está aturdido pero claramente asustado. Balbucea cosas como "¿quiénes sois? ¿Ha decidido Morgan sustituirnos? Los resultados están al alcance de nuestra mano. El laboratorio... Ahí está todo, bien documentado.
El hombre no parece reacio a colaborar para salvar su pellejo, pero, manifiestamente, no tiene ni idea de quiénes sois en realidad o qué demonios podéis querer de él. Si queréis respuestas más concretas, tendréis que plantear preguntas. Y el tiempo corre: el eco de los disparos ha tenido que oírse por todo el edificio.
-Pater ¿puede ir a buscar usted los documentos de los que habla este malnacido? Y tú, dime que son esos...abortos de Satán que pululan por la isla y que hacéis aquí.
¿Cómo? ¿No lo saben? Entonces... -El sable del escocés se acerca peligrosamente a su garganta y el hombre, asustado, continúa-. Son los primeros, los nuevos nacidos. Luego llegarán los otros, y con ellos... ¡el cambio!
Imagino que no veo ninguna puerta con un gran cartel en el que ponga "LABORATORIO", así que le pregunto amablemente a nuestro anfitrión mientras le acerco el Colt a la cara.
-Dime dónde está el laboratorio... y más vale que no se te pase por la jodida cabeza hacerme perder el tiempo, hijo.
El laboratorio, ¡sí, claro! -exclama como si le hubiérais dado la clave de algo importante-. Por supuesto, les conduciré hasta el laboratorio. Solo tienen que seguirme... Esta casa es laberíntica, como una atracción de feria.
El hombre hace ademán de ponerse en pie.
-Andando...
Con un movimiento de revólver señalo la puerta y me coloco al final de la comitiva, con ojos en la nuca, atento a lo que sea.
"No, no, llegaremos antes por aquí", os dice el tipo con una sonrisa que se os antoja ladina. Agarra entonces uno de los volúmenes de la librería que hay a su espalda y se activa un mecanismo que descorre un panel de madera y deja a la vista una angosta escalera de piedra que desciende a las entrañas del edificio. El hombre se encamina hacia la misma lanzánoos alguna mirada desconfiada.
El tipo desciende por la escalera, que pronto se cierra sobre sí misma es una espiral. Bajáis por el pozo que crea durante unos buenos minutos, hasta encontraros de nuevo bajo tierra, quizá a la altura de la caverna que descubristéis al llegar. En un momento dado, la escasa luz que provenía del despacho empieza a desparecer por completo, pero el hombre no baja su ritmo. Dentro de unos instantes no veréis nada en la oscuridad.
-Quietos.
Newcastle se coloca justo tras su guía, haciendo contacto en la espalda de éste con el cañón de su Colt Navy.
-Si dejo de sentir tu espalda contra el cañón, disparo. Así que pórtate bien o veremos si eres lo suficientemente rápido. Escocés, ¿ve algo para hacer una antorcha? Yo llevo cerillas en el bolsillo izquierdo...
(Patapalo ¿nuestro guía lleva una chaqueta o algo? si es así se la quito, la empapo con whisky tras hacer una antorcha improvisada con un palo u otro objeto alargado que vea a mi alcance)
El escocés masculla: "claro, por supuesto". Luego, arranca la chaqueta al tipo, la enrolla en torno a su sable, la rocía de whisky y la prende. Una claridad incierta ilumina el angosto corredor que se sume en las sombras. Abatido, vuestro anfitrión continúa su avance unos doscientos metros hasta llegar a una encrucijada de la que parten tres túneles. Toma el de la izquierda y os lleva hasta un portón metálico frente al cual se detiene.
"Es aquí", murmura buscando en sus bolsillos una llave.
-Despacio. Cómo vea algo que no sea una llave salir de ese bolsillo, vas a ser tú el que tenga una cerradura.
Aún así, un pinchazo de pena aflige a Newcastle. Desperdicio de whisky...
El hombre saca una lleva del bolsillo de su chaleco y, tras tocar discretamente un mecanismo en el dintel, abre la puerta. Frente a vosotros se extiende un amplio laboratorio excavado en una caverna. En él veis enormes mesas de trabajo repletas de matraces, cuadernos de notas y material químico y, al fondo, grandes jaulas en las que se mueven bultos informes.
"Bienvenidos", dice el hombre con aire teatral, "a mi santuario".
A pesar de lo crítico de la situación, un orgullo pueril trasluce en sus palabras.
-Cierre la puerta y díganos donde están las dichosas notas. Y nada de hacer locuras o le juro por los infiernos que lo intoxico con metal.
(Apago la antorcha improvisada y me aseguro el sable no haya sufrido demasiado con la experiencia)
"Están por ahí, por encima de las mesas de trabajo. El diario de laboratorio está en mi escritorio, el último de la derecha" dice mientras cierra la pesada puerta y la atranca por dentro con una pesada barra metálica.
(El escocés ha encendido un quinqué antes de apagar su antorcha. Hay varios por las mesas y sujetos a los muros).
OcioZero · Condiciones de uso
Vuestro anfitrión tiene algo en la mano, algo que querría que siguiera oculto por la mesa, algo que no sabe cómo ocultar tras su espalda sin que sea demasiado revelador.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.