Muy abajo, en las profundidades donde las voces sonaban cavernosas, tenía lugar el más desinhibido tacto que las suaves y turgentes pieles podían experimentar.
Un olor como a cloaca despedía el río, que parecía compuesto por vómitos biliosos, mezclado con una trituración de algún bichejo peludo y de dientes amarillentos. También la música hacía su acto de presencia en aquel lugar.
Mientras ahora ojeo uno a uno los pergaminos, puedo ver desde la mirilla del calabozo de estas catacumbas sin tiempo y sin historia. Mi cuerpo está ahí, me palpo y me siento como casi una muerta. No recuerdo la visita de nadie de mi especie en años, quizá lustros, porque no tenía reloj. Mis uñas, que eran un compendio de restos de defecaciones, de vez en cuando me servían como navaja que se clava en la piedra mohosa que tengo como acompañante en estos días sin luz de vida y aire de salvación.
Pero esta noche, ¡oh, bendita noche! El espectáculo llevaba quizá dos horas ya o lo que es lo mismo, ciento veinte palitos en la piedra. Al son de un ritmo dotado de cierta femineidad atrayente, ocho mujeres inmaculadas se movían como serpientes que mudaban sus pieles, frías pero ardientes, grasientas pero firmes. Murmuraban una especie de cántico en alguna lengua de los Montes Urales. Los ecos de sus voces, mecánicas, me estaban empezando a producir un molesto zuñido en mi calva cabeza. Me dio por mirarme mi cuerpo más a fondo. A pesar de la calvicie, tenía un cuerpo bien conservado, y a pesar de mi cansancio, mis pechos me producían una inyección de vitamina en mi ánimo. También tenía una vulva considerablemente bella, salvaje, pero incluso así, la consideraba una obra de arte. No había perdido la costumbre de masturbarme, que lo aprendí de niña, ahora recordaba, mi abuela con sus manos arrugadas y aun así, una perfecta maestra…
Las ocho damas, tumbadas alrededor del círculo, como esperando a una llamada de algún demiurgo de la creación. Podían esperar y extenuarse con los dedos empapados de su flujo. De vez en cuando tenía que apartar la mirada porque no tenía las suficientes fuerzas como para soportar aquel ágape estando yo encerrada y comiendo lo que me traían una vez por temporada aquellas ocho, que nunca me hablaban. Los ojos maquillados iban y venían. Una temporada vino un ser algo extraño, con vulva y pene a la vez, que me proporcionó su alimento durante veintiocho días y veintiocho noches. No crucé palabra alguna con aquello, tan sólo me cogía de la cabeza y ¡zas, zas! me alimentaba…
El tiempo se estaba eternizando y la vida que me esperaba, culto tras culto, era ya desesperante. Me preguntaba todos los días la razón de mi existencia, la razón de por qué me tenían aún con vida, cuando tan sólo nos cruzábamos miradas y no muy positivas. Ellas sabían que yo las miraba durante los actos. Sabían que me tocaba y que sufría mi cuerpo expectante. Pero qué podía yo hacer más de lo que estaba haciendo.
Intuí la gordura de alguna de las ocho, que podían estar esperando a algún retoño. Los roces lésbicos eran aún mayores si cabe; su barriga servía como recorrido a sus lenguas bífidas y a su coño hirsuto.
Pasado un tiempo, todas estaban pariendo a angelicales criaturas, que envolvían en mantas cosidas con un extraño pelaje negro. Y allí estaba aquello otra vez, aquello que me hubo otorgado el sustento durante un largo periodo, estaba allí con ellas. El gran falo, venoso en extremo, era penetrado en sus bocas hambrientas una y otra vez. Y el esperma, tragado. Sus hermosas lenguas recogían la dádiva con una sonrisa malévola y algunas aprovechaban para saciar aún más su lascivia jugueteando con sus dedos en la vulva de aquello.
Hasta cuánto más tiempo. Yo no podía quedarme indiferente: sentía celos y sentía que me habían expropiado algo muy mío. ¡Qué plan maquiavélico estarían urdiendo aquellas brujas!
La música, que hasta ahora la estaba oyendo pero no escuchando, penetró de una forma muy suave y tímida, produciéndome un cosquilleo digno de no ser olvidado. ¿Qué más tenía que pasar para que aquello estallara en mi interior?
Un letargo, muy, muy pesado se estaba apoderando de mí. Dormí durante muchas horas o eso quería creer yo. Cuando desperté, unas legañas molestas me impedían ver con claridad. Tuvieron que pasar unos minutos, creo, para que enfocara de tal forma que pudiera comprender lo que estaba sucediendo allí. Ninguna de las damas estaba. Ni aquello. No había apenas luz. Ni olor alguno. En el centro del círculo pude notar movimiento. En seguida, escuché el llanto, y otro, y otro… ¡Los ocho retoños estaban allí, esclafados unos con otros, con los cordones umbilicales, pringosos de placenta! Mi instinto natural me dijo que me moviera, pero recordaba que estaba encerrada. Pero di un paso, otro y otro y las rejas estaban abiertas. Me habían liberado. Anduve con cautela intentando no tropezar. Cuando casi estaba en el centro, alguien me agarró por detrás. Me resbalé y a partir de ahí perdí el conocimiento.
“Ahí la tenemos, compañeras, pronto será la hora del sacrificio, le hemos robado los pergaminos, donde se cuenta la verdadera historia de nuestra gran madre, hemos bailado para ella y ahora tenemos que hacerlo. Nuestros ocho retoños, que tienen un padre común, son los hermanos que harán posible esto. El hermafrodita y sus retoños propiciarán la creación de la más hermosa reina que jamás hubieran imaginado nuestros ojos. Lo dicen el último pergamino, el zeda. El más antiguo y sagrado texto que ronda por estos inframundos.”
Y así fue cómo el sacrificio tuvo lugar. La sangre reclamada de los ocho retoños acabó en mi sexo que acababa de volver a despertar. Al mismo tiempo el hermafrodita me penetró y dejó su simiente ahora en mi vulva.
Duró poco tiempo. Mis turgentes pechos desaparecieron, mi sexo cálido se perdió en el abismo. Mi calvicie, ¡oh mi calvicie, brillaba por su ausencia! En cambio, pelo, mucho pelo corto invadía todo mi cuerpo y estaba rígida y ya no veía, porque mis ojos ya no eran mis ojos.
Me ha parecido un relato muy original, sin embargo, he de confesar que no me enteré del final y como comprenderás eso le retsa gracia al asunto. A decir verdad sí se me ocurre una explicación a ese final pero no me encaja ni tachándolo de CF (o eso piensa la feminista que hay dentyro de mi). Como siempre, un punto de vista original.
Suerte.