Mi nombre es net (F)

MI NOMBRE ES NET

Mi nombre es Net y os ruego, a vosotros que ahora oís mis palabras, que recéis una oración por mi alma; y que también lo hagáis por mi cuerpo solitario y perdido que se descompone en un lugar extraño que me asusta.
Desde la negrura en la que ahora hablo siento un miedo inmenso porque mi cuerpo no puede descansar en la tierra de mis padres. Es un miedo suave, como una mano de terciopelo que se pasea por la espalda. Un temor que ha ido creciendo desde el momento en el que subí a la cubierta del barco que me iba a alejar de mi tierra. Hasta ese momento yo había sido un muchacho alegre que había pasado las noches soñando con tierras distintas a las que conocía, en las que forjaba mi futuro y mi fortuna. Ninguna mala sombra empañó mis ensoñaciones; en mi espíritu confiaba siempre en que mi voluntad y mi fortaleza me llevarían a mi destino.
El día de mi marcha el cielo era del azul más hermoso que jamas hubiera visto, el mar era un espejo de brillos multicolores. El barco, en el puerto, estaba contagiado de la alegría de su tripulación y lucía bonitos colores que llenaban el corazón de júbilo. Sin pena me despedí de mi familia, pues sabía que habría de volver rico y afortunado. Pero, ay de mi, fue poner un pie en la cubierta, seca y limpia, notar que la nave se alejaba de la orilla, y entonces una desazón, un miedo que nunca creí que pudiera sentir se apoderó de mi, y supe que nunca habría de alcanzar el que creía mi destino, ni volvería a ver la tierra de mis antepasados.
El viaje contradecía mis negro augurios. Las corrientes fueron propicias, no hubo altercados de importancia y el capitán era agradable y disciplinado. Todas las personas embarcadas, que compartían mis sueños, estaban continuamente alegres y hablaban de las venturas que los esperaban al final del trayecto. Yo no me mezclaba con ellos, permanecía todo el día en un rincón oscuro de la cubierta sin abrir la boca, consumiéndome de  miedo y de temor. Algunos, que me conocían desde niños, se preocupaban por mi estado, pero y o los eludía diciendo que sufría mareos para no contagiarlos de mis temores. Cuando se iban de mi lado me ponía a llorar con desazón, pues sabía que en poco tiempo no sería nada más que un cadáver por el que nadie se volvería a preocupar.
El día en el que llegamos a nuestro destino todos estaban alborozados, el sol brillaba y la costa era verde y fértil. Pero yo sentían que me consumía solo de respirar. Nos bajaron a una barcaza para que nos dejara en la playa cercana, y yo iba como la res camino del matarife. Miraba con inquietud hacia todas las direcciones por encontrar de donde había de caer sobre mí el cuchillo.
La barcaza rozó el fondo de arena y al momento todos aullaron de gozo y saltaron a la orilla, y yo con ellos. Cuando noté el suelo bajo mis pies, tan distinto del que conocían, mi pecho se encogió atravesado por una daga de fuego. Y caí desplomado al suelo. Lo último que vi antes de morir fue a mis compañeros corriendo tierra adentro. Pensé que volverían a por mi, pero las horas pasaron, mi cuerpo sin vida se enfrió y nadie pasaba por la playa solitaria. Por la noche oí ruidos, disparos y gritos, y creí que alguien me vería y  se ocuparía de mi cadáver. Pero no fue así. Pasaron los días y mi cuerpo empezó a oler y a descomponerse sin que fuese visto por nadie; fui perdiendo la esperanza de ser enterrado en mi tierra.
Por eso, tú que me has oído, da razón en mi tierra de que has sabido de mi fortuna y mi felicidad, para que no sufran sabiéndome muerto en tierra extraña.