Creo que va por ahí la cosa.
No he visto que publicases los demás, Solharis. Y tampoco recuerdo si habías terminado la historia de Volgrod.
Andronicus dixit
Que Khardam no fuese un rey “blando”, como aquéllos que buscan en los brazos de sus concubinas un refugio de los sinsabores del gobierno, no significaba que le disgustaran esos placeres.
En absoluto. Puede que no le satisficiese la visión de una joven desnuda de alegres caderas en la misma medida que la de un embajador postrándose ante él para rendir vasallaje y tributo en nombre de su país, o que el vino tampoco le embriagase como la pura sensación de poder. Pero en tiempos de paz bien estaba divertirse y buscar algo de descanso en los placeres carnales.
Esa noche habría otra orgía más y nadie podía adivinar que sería el preludio de una tragedia para toda la ciudad de Simram, cuyos habitantes dormían, ignorantes de las conspiraciones que les quitarían el sueño por mucho tiempo. Como de costumbre, Khardam había planeado disfrutar en compañía de algunos de sus servidores y, por supuesto, de las mujeres más hermosas, traídas a palacio para su disfrute. Para evitar cualquier posible contratiempo, la guardia real se mantenía alerta para que su señor disfrutara de sus orgías sin preocupaciones. Dos soldados custodiaban la doble puerta del salón de banquetes, si bien más atentos a los ruidos que venían del interior que a cualquier posible amenaza. Ambos se cuadraron en cuanto vieron aparecer a su superior.
Volgrod les miró con desaprobación pero sería demasiado cínico recriminar a sus subalternos por no estar atentos cuando él mismo pensaba traicionar al rey. Además comprendía que los soldados de la guardia real agudizaran el oído, excitados por las voces de las mujeres y sus placeres allá adentro. Incluso pensó en su colaboradora Erminyeh, imaginando cuáles podrían ser sus experiencias… No, no valía la pena pensar en esos placeres cuando la misma vida le iba en lo que estaba a punto de hacer.
Allá adentro la orgía había concluido. Quedaban un par de horas para el amanecer y cada participante pasaría lo poco que restaba de noche allá donde hubieran quedado. Algunos dormitaban sobre cojines o las alfombras. Un gobernador yacía menos cómodamente sobre una mesa con una bandeja bajo la nuca: sería un mal día de resaca para él y su cuello.
Como la mayor parte de la cubertería, el cáliz de Emmesu estaba volcado sobre una alfombra. No desaprovechaba ocasión Khardam para utilizar el sagrado cáliz en sus orgías, regocijándose en el sacrilegio, la obscenidad y la blasfemia, humillando a los sacerdotes que se atrevían a pensar que había algún otro poder en Alnyria que el suyo. Lo llenaba de vino hasta saciarse. Luego jugaba a arrojar su contenido a las mujeres, hasta que los velos con que se cubrían se les pegaban, translúcidos, a la piel y dejaban adivinar sus pezones... Claro que la veintena que yacía en algún lugar de la instancia no se cubría ya con nada, ni siquiera con velos semitransparentes, totalmente borrachas y exhaustas. Todas menos Erminyeh, que había fingido beber más vino del que había tragado en realidad. Viendo su oportunidad, se incorporó y encontró algo con que cubrir su desnudez. Con sigilo buscó el cáliz y luego lo recogió con cuidado y delicadeza. Aquel objeto era la pertenencia más sagrada de los sacerdotes de Emmesu, el protector de Alnyiria, el único que podía expulsar a los malditos extranjeros que habían invadido su país.
—¿Qué estás haciendo? —le inquirió una de sus alcoholizadas compañeras, todavía consciente y con fuerzas para incorporarse con dificultad—. ¿No te das cuenta de que si robas algo nos echarán la culpa a todas, estúpida?
Erminyeh no respondió, sino que dejó que su malhumorada compañera se acercara, dispuesta a arrebatárselo. No pudo hacerlo porque Erminyeh, mucho más sobria y despejada, le propinó un empujón que la estrelló contra la pared. A continuación le cerró la boca con la mano y la bailarina sólo pudo mirarle con los ojos abiertos por el horror mientras un puñal atravesaba su desnudo ombligo. Erminyeh no prestó más atención a su compañera muerta y guardó el sagrado cáliz de Emmesu bajo el manto.
Los guardias se sobresaltaron cuando la puerta se abrió y vieron aparecer a Erminyeh. La joven se dirigió a Volgrod y le cuchicheó algunas palabras al oído, fingiendo lasciva picardía.
—El deber me reclama —dijo éste, con una media sonrisa, a sus hombres—. He de buscar a algunas de sus amigas y traerlas hasta aquí. Khardam necesita más compañeras de juegos y más vino.
—¿Todavía no ha tenido suficiente? ¡Ja! ¡Pero si no queda más que apenas una hora para el alba! —bromeó uno de los soldados.
Ambos guardias se sonrieron y se quedaron en sus puestos, esperando en vano a que su capitán volviera con más muchachas. No sabían que Volgrod no la más mínima intención de hacerlo. El nórdico caminaba a buen paso por los grandiosos pasillos de palacio, con la joven a su lado, que apretaba con fuerza el cáliz. Hasta ahora todo había ido bien pero temía que en cualquier momento pudieran detenerles antes de que alcanzaran la salida. Se repetía que era un plan imprudente pero ya no había forma de echarse atrás sin ser descubierto. Una vez que había empezado, tenía que llegar hasta el final. Salieron por fin a la calle.
La quietud era completa todavía en las calles de Simram, pues Khardam opinaba que los alnyrios debían permanecer en sus casas en riguroso toque de queda durante la noche. Volgrod agradeció de veras la oscuridad. Además le permitía coger el brazo de Erminyeh, con la excusa de que no debían separarse en la oscuridad, y agradecía ese roce, que hacía la noche un poco menos fría…
—¿Así que escapándote por la noche con una de las amiguitas del rey? —preguntó una voz desde la negrura de una calleja.
Volgrod se sobresaltó. Aunque apenas distinguía la silueta de un hombre, reconoció la voz de Nerdkem y mentalmente maldijo su mala suerte. ¡Realmente no esperaba encontrarse con aquel individuo en una en una ciudad tan enorme como Simram! Cuando su predecesor en el cargo se les acercó más, la tenue luz de la Luna reveló lo mucho que había cambiado. El antiguo capitán de la guardia real tenía los cabellos largos y descuidados, vestía harapos y aunque Volgrod no podía ver los ojos inyectados en sangre, sí podía sentía el desagradable y dulzón aroma del vino en el que había gastado todos sus ahorros. Nerdkem era un hombre fracasado, un despojo humano de lo que había sido un buen soldado. Ahora su único afán era rondar alrededor de palacio, mendigar alguna moneda a sus ex compañeros para gastársela en bebida y buscar a Volgrod para tener su revancha. El guerrero nórdico se sintió algo culpable por la calamitosa situación de su compañero.
—Oh, gran guerrero —prosiguió Nerdkem—, déjame adivinar la gran tarea que te ha sido encomendada. ¿Buscas rameras acaso para nuestro divino reyezuelo? Yo mismo tuve que hacerlo muchas veces, tuve que escoltar a las furcias de ese bastardo de una bruja. ¿O quizás estás intentando hacerle cornudo? ¡Pero eso ya no me importa! ¡No me importa ese maldito traidor que olvidó quince años de leal servicio para echarme a la calle como un perro, a mí, que le serví desde que era un aspirante al trono! Reemplazarme por un maldito extranjero... Pero pienso vengarme de todos, y empezaré por ti...
—Aguarda. Reconozco que fue injusto destituirte. Pero también sabes que no fue culpa mía. Khardam no confía en nadie…
—¡Ya cállate, extranjero, y desenvaina!
Nerdkem arremetió con un sablazo y apenas sí tuvo tiempo Volgrod para desenvainar. Los sables chocaron con estrépito para trabarse y luego cada uno de los guerreros se echó atrás. Nerdkem simplemente estaba algo achispado por el vino y conservaba casi todos sus reflejos de veterano. Soltó otro tajo, que se perdió en el aire. Luego los sables chocaron una y otra y otra vez, para estupor de toda la vecindad. Escuchaban desde sus casas el inconfundible sonido de los aceros que se buscan y se encuentran y también las destempladas maldiciones de Nerdkem, pero estaban más que acostumbrados a las riñas entre los soldados khárditas y no se abrió una sola ventana. Los que sí se presentaron fueron cinco soldados de la guardia real y no fue un encuentro casual porque Volgrod era ya el hombre más buscado en todo Simram.
—¡Nerdkem! —exclamó uno de ellos, el líder de la patrulla—. ¿Acaso te has aliado con estos traidores? ¿Has participado en el complot?
—No sé cuál es esa traición ni de qué complot me estás hablando. Pero sí sé que me dejasteis de lado en la desgracia. ¡Vosotros sois los traidores!
No mediaron más palabras y Nerdkem se volvió ahora contra sus antiguos compañeros, los mismos que le habían olvidado y a los que odiaba casi tanto como a Volgrod y a Khardam. Odiaba a todo el mundo...
Así fue que, ironías del destino, Volgrod y su enemigo se encontraron luchando codo con codo contra los que habían sido sus subalternos. Nerdkem abatió al oficial, hundiéndole hasta el fondo el sable antes de recuperarlo, ensangrentado, de entre sus costillas. Los soldados, acobardados por la muerte de su jefe, prefirieron retirarse, intuyendo que se encontraban en desventaja aunque ellos fueran cuatro y sus enemigos sólo dos.
—¡Vayámonos con rapidez, Volgrod! —intervino Erminyeh—. ¡Volverán con refuerzos!
—Más despacio: éste y yo tenemos que ajustar cuentas... —advirtió Nerdkem, y echó un rápido vistazo a Volgrod y su compañera, imaginando las razones que habían indispuesto al nórdico con la ley.
—¿Tanto te preocupa el honor de Khardam? Recuerda que fue él quien te destituyó y no yo.
Erminyeh quiso protestar pero se lo pensó mejor y se tragó su propia vergüenza: era mejor que aquel extranjero creyera que todo era un lío de faldas cuando lo que había en juego era mucho más que eso…
—¿No pretenderás que venga con nosotros? —protestó la muchacha.
—Claro que sí. Los tres compartimos la misma antipatía por Khardam. Ahora es un traidor como nosotros.
Hubiera querido la muchacha decir lo que pensaba de aquel sucio khárdita, miembro de una raza que había sometido a su pueblo pero, al fin y al cabo, Volgrod era otro extranjero y, por otra parte, por alguna razón habían querido los dioses que la misma liberación de Alnyria estuviera en manos de extranjeros… por el momento.
¿Y quién puede comprender la mente de un extranjero?
Llegar hasta el templo de Emmesu no fue sencillo. No resultó fácil recorrer las tinieblas de las callejas casi hasta el otro extremo de la ciudad, bien lejos del palacio, donde se hallaba el sagrado recinto. Apenas hablaban pero Volgrod sentía la hostilidad de la muchacha por Nerdkem, hostilidad que no compartía por el que parecía un oficial decepcionado que ahora entendía que la fidelidad a su rey no había tenido su merecido premio. Volgrod no podía comprender los odios entre pueblos pero sí comprendía lo que significaba el honor para un guerrero. Simpatizaba con él pero, al mismo tiempo, se daba cuenta de los problemas que podría provocar el odio de los alnyrios por un guerrero khárdita.
Pero no estaba pensando en eso.
—Nos alejamos de la entrada del templo, si no me equivoco.
—¿No creerás que vamos a entrar por la entrada principal? —respondió Erminyeh, algo arisca—. Es el primer lugar donde deben haber enviado patrullas de vigilancia.
—Tienes razón… ¿Entonces? —preguntó el guerrero, comprobando que los muros que rodeaban el templo eran demasiado altos para trepar por ellos.
La muchacha no respondió porque para entonces ya estaban muy cerca de su destino. Un hombre les esperaba, embozado con su oscura túnica de tal forma que se le habría confundido en la noche con el mismo muro en que se apoyaba. No era otro que Andiasat, sacerdote de Emmesu y el hombre de confianza del sumo sacerdote.
—¡Os he esperado durante horas! Supongo que traéis el cáliz con vosotros…
—Sí, lo tenemos.
—Bien…
A continuación les mostró una entrada oculta en el muro, tan perfectamente camuflada que Volgrod intuyó algún tipo de hechicería.
—Ahora deberéis ocultaros y esperar a que regrese. Sé de un lugar dónde podréis estar seguros hasta el momento del pago…
—¿Esperar? ¿Piensas que voy a pasearme por una ciudad donde, dentro de muy pocas horas, puede que ni una rata pueda corretear sin ser interrogada? —preguntó un más que suspicaz Volgrod—. Sin duda estás bromeando, porque esto no es lo acordado. Me prometiste ocultarme en tu templo.
—Extranjero, tras este muro se halla el lugar más sagrado de Alnyria, el auténtico corazón en el que ningún extranjero puede penetrar. Y ella… bueno, ella tampoco puede.
No hizo falta que dijera más para que Volgrod supiera qué pensaba el sacerdote de su compañera: no era más que una prostituta para él y la despreciaba casi tanto como Volgrod le despreciaba a él.
—Soy extranjero pero no estúpido. No me quedaré fuera y no dejaré que ella te dé el cáliz. Entraremos todos o no hay trato.
Volgrod no necesitaba hablar demasiado para ser persuasivo. Su voz resultaba tan convincente como el sable que pendía de su cinturón.
—¡De acuerdo, terco extranjero! Pero no esperes entrar en el mismísimo corazón del templo... ¡Pero sois tres! ¿Quién es ese tipo que os acompaña? ¡Sagrado Emmesu, parece un khárdita por sus facciones!
—Lo es, y también un hombre que fue injustamente castigado. Él viene conmigo.
—¡Un khárdita en el templo! ¡Pero sea! Ahora, Erminyeh, dame el cáliz.
El malhumorado sacerdote tan sólo se contuvo de maldecir a todos los extranjeros porque estaban entrando en el lugar más sagrado, allá donde moraba el alma del dios Emmesu. Se conformó con desearles mentalmente todas las condenaciones del infierno.
Creo que va por ahí la cosa.
No he visto que publicases los demás, Solharis. Y tampoco recuerdo si habías terminado la historia de Volgrod.
Andronicus dixit
Bien ejecutado, mantiene el interés y se te hace corto, como es propio en una saga por entregas. Muy bien.
Me ha gustado, me ha recordado a las historias de Conan, aunque con un perfil propio. De hecho este relato vale tanto como intruducción para algo más largo o como parte de una serie.
Quería agradecer todos los comentarios, que he leído con mucho interés. Además os lo agradezco doblemente porque sé que el escribir una saga en Internet requiere un esfuerzo adicional por leer cada entrega por parte del lector. La influencia de Howard es innegable y los cómics de Conan siempre fueron mis preferidos ante los de otros superhéroes. Espero acabar esta saga en breve.
No es esfuerzo seguir una saga si está así de bien escrita
Aprovechando que estoy con las votaciones, y tu relato es sin duda de los destacados del mes según mi opinión, he vuelto para releerlo y debo de decir que con una segunda lectura no se desgasta, ni mucho menos. Me gusta el tono y el ambiente que le has dado al texto.
Me ha resultado un poco confuso, no he terminado de meterme en la historia, me he liado un poco con los nombres y notaba como si le faltara algo. Por los comentarios y las alusiones a una saga veo que quizás no es que sea el IV Khardan que llegó a ser rey sino la cuarta parte de la historia de Khardan pero si es así no he sido capaz de encontrar las partes anteriores.
El final si resulta intrigante y deja con la curiosidad de qué va a pasar ahora. ;)
Mi blog: http://escritoenagua.blogspot.com/
Perséfone, novela online por entregas: http://universoca
Un esfuerzo sólido y bien planteado. Me ha dejado un buen sabor de boca.
Me ha gustado este relato, a pesar de no haber leído nada de esta saga anteriormente. Ha mantenido mi interés y he podido imaginar las escenas con cierta fluidez. Quizás la pelea entre Nerdkem y Volgrod me ha parecido algo precipitada en los acontecimientos pero es entendible cuando necesitas no extenderte demasiado.
Como te digo, para no haber leído nada antes me ha parecido bastante claro y conciso todo. Bien llevado.
Un saludo.
OcioZero · Condiciones de uso
Una entrega entretenida, aunque me ha resultado algo plana. Creo que es demasiado expositivo el estilo, y que no le vendría mal algo más de tensión en los momentos claves (como el encuentro con el anterior capitán de la guardia). Me recuerda enormemente los tebeos de Conan el bárbaro
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.