Si algo fastidiaba a Lorena era tomarle fotos a su hermana; continuaba accediendo sólo por no entregarla a manos de algún inescrupuloso. Florencia se paseaba en calzones y apuntaba el culo al teléfono, en la cocina, en la sala o en el baño. Ocho, diez, veinte fotos de espalda, mechadas con media docena del escote. Luego venían los desnudos, los que vendía. Y los videos, donde se masturbaba o se introducía objetos. Florencia juraba que no iba más allá; no pautaba encuentros con hombres, sólo comercializaba ese porno casero; las fotos soft, eran para estimular la clientela a través de Instagram y Facebook. Lorena dudaba, la casa de la menor tenía algo nuevo en cada visita. Por cierto, nunca le llegó el porcentaje prometido de las ventas; ella, asqueada, se había negado a compartir ganancias, pero Florencia, por las dudas, no le mostraba cuentas ni insistía en darle lo suyo.
El viernes once, al rechazo de siempre por su tarea de fotógrafa amateur, Lorena sumó una discusión de mal tono con el conductor de una furgoneta que la encerró en una esquina. Cuando Florencia le abrió con una blusa blanca escotada, ombligo al aire, y una bombacha del mismo color, no pudo controlarse. Consiguió no llamarla puta, pero le dijo que era la última vez que le hacía el favor. Pasó directo a la cocina, dejándola con la boca abierta, arrojó la cartera sobre la mesa y se sirvió un vaso de agua. Florencia, casi en puntas de pies, estaba asustada cuando se reunió con ella. Lorena demoró en volverse hacia ella; cuando lo hizo, advirtió el miedo.
—¿Qué te pasa?
Florencia se sentó, jugó con las manos en el aire. Lorena se intrigó, la reacción de su hermanita no tenía que ver con sus gritos en la puerta. Volvió a preguntarle, un poco nerviosa, qué le sucedía.
—No me vas a creer.
La hermana mayor giró; esa frase era un prólogo de malas noticias, no recordaba una vez que hubiera escuchado algo bueno tras oírla. Se apoyó en la encimera, cruzó los brazos y esperó.
—Está claro, hoy estás mal predispuesta.
—Ni que fueras un tipo, Flor, falta que me preguntes si tengo la regla.
—Es que no puedo contarte esto si ya estás decidida a no creerme.
Lorena abrió la cartera, extrajo el celular.
—Dale, nena, a sacar el culito así terminamos rápido.
—¡Lorena! Dame una chance.
—¿Qué carajo te pasa?
—¡Hay un fantasma en la casa!
Lorena ya había apuntado a las envidiables tetas cobrizas de su hermanita. Bajó el teléfono. Florencia había agachado la cabeza, en una pose contrita que no hubieran aprobado los pajeros que adquirían sus producciones —la mayor no tenía consideración con los clientes de la otra—. Lorena titubeó, la salida le resultaba increíble, le era imposible asociar a un fantasma con su hermana. Terminó riéndose, a las carcajadas, el cuerpo doblado; precisó una silla para no continuar camino al piso. Florencia la miró sin variar la expresión de temor. Lorena se limpió la cara, respiró profundo, agotó los últimos estertores de la risa.
—Un fantasma. Bien. No sé qué decirte.
—Y yo no sé qué hacer.
—Se te aparece cuando estás sola, supongo, nadie más lo ha visto.
A Lorena se le anudó la garganta, ante la expresión de desvalimiento de su hermanita. Se resistía a creer en fantasmas; pensó que alguien le jugaba alguna mala pasada. Aunque no hiciera contactos físicos, sospechaba que Florencia, como mínimo, mantenía videochats eróticos; tal vez alguno de esos desagradables babosos hubiera averiguado su dirección. Acabó enojándose.
—Te he dicho mil veces que esto del porno era una pésima idea.
—¿Qué tienen que ver las fotos con un fantasma?
—Debe ser uno de esos pajeros que te está jugando una mala pasada.
—No los trates así, son hombres...
—¡Tus amores! Leo tus posteos.
Interrumpirla con un exabrupto no era la manera adecuada de manejar el miedo de Florencia, pero a Lorena se le mezclaba todo ante una situación inesperada como esa. Caminó por la cocina, en tanto la otra permanecía sentada. Como fuera, eran familia; única familia, además. Le tocaba encontrar la manera de eliminar esa absurda idea de la cabeza de Florencia, sin atacarla. Se sentó delante de ella, estableció contacto visual.
—Bien, vamos a ver. Debe ser reciente, la semana pasada no me constaste nada.
—Empezó hace dos noches. Te iba a llamar, pero como venías...
Acusarla de no gastar, no cabía; el WhatsApp era gratis y ambas tenían llamadas ilimitadas en sus planes. Temor; Florencia temía sus reacciones, por eso no llamó de inmediato. Lorena cerró unos instantes los ojos, inspiró y exhaló con conciencia, debía mostrarse más cálida.
—Hiciste bien, de paso comprobabas que no fuera una alucinación.
Cosa que no hiciste, completó en la mente. Florencia escuchó el final no pronunciado como si hubiera telepatía entre las hermanas; escondió la cara, un mechón de cabello le ocultó el ojo izquierdo, apretó más fuertes las manos que tenía sobre la mesa. Lorena se maldijo por no dar con el tono adecuado. Puso sus manos sobre las de la hermana; estaban frías, le extrañó.
—Contame. ¿Qué fantasma era, dónde estaba?
—Acá mismo, en la cocina. La primera vez, antes de anoche, o sea...
—Anteayer a la noche.
—Eso mismo. Me desperté con sed, no sé por qué. Vine tranquila, cuando prendí la luz, estaba igual que vos hace un rato, apoyada en la mesada.
Lorena volteó la cabeza, como si la figura aún estuviera allí.
—Apoyada, dijiste, ¿era una mujer?
—Sí, una mujer delgada, estaba desnuda, tenía tetas chiquitas, parecían higos desinflados.
¿Qué hacía hablando de las tetas de una fantasma?; Florencia no se la hacía fácil.
—¿Cómo era la cara?, ¿era de alguien que conocías?
—La cara no se le veía, tenía pelos largos que se la tapaban.
Ahí estaba la clave. Su hermana había estado viendo El grito, o alguna película de esa zaga, y había tenido una pesadilla, donde se imaginó que caminaba hasta la cocina. Concedió que debió ser vívida para provocarle tan impresión, pero no dejaba de ser un mal sueño. La tarea se aclaraba, tenía en claro la fuente de la perturbación; no sería fácil convencerla, pero hallar un camino es más sencillo cuando se conoce el destino.
—¿Anoche fue igual?
—¿No querés saber si me dijo algo, si hizo algún gesto?
—Claro, perdón por la ansiedad. ¿Te dijo algo?
—No, se quedó quieta, mirándome.
Lorena volvió a ponerse de pie, Florencia insistía en enervarla. Fue por un segundo vaso de agua, la acción sedaba un tanto el sistema nervioso. Un fantasma quieto.
—¿Qué hiciste?, ¿tomaste el agua que viniste a buscar?
—No, primero me quedé helada, cuando pude recuperarme, apagué la luz y corrí a meterme a la cama.
Las frazadas, defensas inexpugnables contra los fantasmas. No contenta con sus miles de seguidores en las redes, ahora Florencia quería protagonizar una película de terror; un cliché su conducta. Confirmado, en una pesadilla era lógico que actuara como lo hacen las víctimas en las seriadas producciones para adolescentes poco exigentes.
—Volviste a dormirte.
—No, no dormí más, me la pasé dando vueltas en la cama, llorando, asustada.
—¿Volviste a ir a la cocina?
—Cuando ya había sol.
Ni preguntó, el fantasma no estaba. Florencia había despertado cuando en el sueño volvía de la cocina, no antes; ¿cómo se lo hacía entender?
—¿Anoche fue igual?
—Exactamente igual, estoy aterrada, Lorena.
Lorena la observó con más cuidado. Llevaba más polvo en la cara que otras veces; aun así, las ojeras de dos noches sin dormir deberían notarse. Tal vez esas sombras difusas bajo los párpados tuvieran el objetivo de disimularlas. Por lo demás, cansada se veía siempre, la energía vital no era un elemento característico de Florencia; obvió el tema, si lo ponía sobre la mesa, terminarían tocando cuestiones dolorosas. Tardaría, pero la menor acabaría madurando. No sería profesional como ella, pero encontraría una forma más digna de ganarse la vida que revolear el culo para que los pajeros salpicaran de leche las pantallas. Ante todo, era preciso eliminar el miedo en la chiquilla. Veintidós años, la chiquilla.
—Florencia, esa fantasma, ¿no te sonó haberla visto en una película japonesa?
—Lo sabía, no me ibas a creer. Soy la hermana tonta.
Que no empezara con esa cantinela porque no estaba en un día para soportarla. Bien, la muerte de sus padres impidió que Florencia pudiera entrar en la facultad, ella no pudo ayudarla porque recién había entrado en el bufete; no era su culpa, pero Lorena sentía que la otra le echaba en cara no haber contado con las mismas oportunidades. Se decía tonta para remarcar que no había podido estudiar. Falso, ahora mismo podría hacerlo, con lo que sacaba de esos videos asquerosos. Pero entrar en esa discusión conllevaría un aumento en el volumen de la voz, la pérdida de los estribos y las palabras hirientes que terminaría lamentando. Decidió apostar fuerte para eliminar el problema.
—Vamos a hacer algo sencillo, Flor. Esta noche, duermo en el sofá. Me despertás cuando llega la fantasma.
—¿De verdad?, ¿vas a quedarte conmigo en vez de...?
Lorena fue sorprendida por la reacción de Florencia. La joven salió de la silla, se sentó sobre ella, la abrazo, la cubrió de besos, le humedeció las mejillas. Le agradeció, le dijo palabras hermosas. Lorena apenas atinó a palmearle la espalda, desbordada. Fue Florencia la que decidió cuando terminar.
—Sos mi hermana favorita. Ay, me voy a lavar que se me corrió todo el maquillaje.
Verdad, Florencia se había aplicado tanto resaltador y sombras, que parecía otro personaje gore tras el llanto. Desapareció, Lorena llamó para ordenar comida; era temprano, pero no quería más sorpresas, ni mucho menos aventurarse con la comida vegana que decía cocinar la dueña de casa. Pidió china, exigió que llegara a las nueve y media de la noche. Florencia regresó, bella, sexy, con los ojos aún brillosos. Al ver los labios rojos, Lorena se pasó la mano por la cara; comprobó que había labial allí.
—Perdón, fue por la emoción, Lorena. Pasá y...
—No, primero hagamos esas fotos de mierda.
—Si vieras como gustan esas fotos de mierda.
Pasaron una hora. Las primeras, en la cocina. Florencia, brazos apoyados en la mesa, rodillas en la silla, sacando culo y mostrando tetas. La tomó de frente, de perfil, de atrás. Pasó a la mesada, luego simuló fornicar con la heladera, chupar el encendedor de la cocina e introducirse un pepino. Siguieron las consabidas tomas en la ducha, en el lavabo y en la pieza. Llegó el turno de la parte hot, la comercial. Video del strep tease, poses sugerentes, luego explícitas; tomas en movimiento y fijas. Para el último, la sesión de sexo con el pepino. Lorena le pasó el teléfono, sin comentarios, y se lavó la cara. Se preguntó si debería decirle a su hermana que esa noche habían cancelado a última hora la cena del gimnasio; ningún sacrificio era quedarse con ella, padecía las noches de viernes cuando le tocaba pasarla sola en su casa. Decidió que no, ¿para qué estropear tanta emoción?, mejor que le estuviera agradecida por algo.
Florencia se veía radiante, no le discutió la elección de los platos. Vestía una remera larga, se había quitado el maquillaje. No hubo necesidad de lavar cubiertos; los vasos los llevaron consigo al minúsculo living para terminar la botella de chardonnay. Sentadas ambas en el sofá donde dormiría Lorena, Florencia la abrazó, y se tendió un poco en su regazo. El sofá ocupaba un lado completo, a la derecha una puerta balcón —cerrada a esa hora—, a la izquierda el pasillo y al frente, el televisor. Como no estaban siguiendo las mismas series, buscaron una película para acompañar el vino. Lorena pidió que no fuera de terror. Acabaron sintonizando una comedia intrascendente. Florencia se durmió. Lorena dudó; luego la tendió en el sofá, le colocó encima la manta destinada para ella, y fue a dormir a la cama. No habría fantasmas esa noche, estaba convencida. Florencia dormiría en paz sabiéndola en el departamento. A su vez, ella entró en el sueño gozando de la beatitud que embarga a quienes realizan buenas acciones.
Fue Lorena quien despertó a la madrugada. Ninguna aparición la sacó de un sueño; abrió los ojos, se topó con la oscuridad. Le dolía la cintura; culpó a Florencia. La haragana no había girado el colchón como le enseñó, tenía un poco hundida la mitad de la cama, donde dormía habitualmente. Tomó el celular, las cuatro de la mañana. Se felicitó; su presencia había evitado la pesadilla recurrente de la hermanita. Pasados unos minutos asumió que el sueño no regresaría pronto. Salió de la cama, se vistió y fue hacia la cocina, descalza. Sonrió al recordar el remedio de la abuela para dormir bien: un vaso de leche tibia. Lorena iba por agua, no por leche; estaba sedienta. Pulsó el interruptor sin prestar atención; no acudía pensando en lo que podía encontrar. El impacto fue más poderoso ante la falta de prevención. Apoyada en la mesada, donde dijera su hermana, había una mujer. Lorena gritó.
De inmediato se cubrió la boca; la presencia de Florencia no le haría ningún bien. Esperó, no oyó ruidos provenientes de la sala, las dos noches sin dormir debieron extenuar a la jovencita. Cesaron los temblores; el fantasma no había dañado a su hermana, no existían motivos para que le hiciera algo a ella. A pesar de la racionalización, no pudo evitar la agitación interior cuando estudió a la aparecida. Era menuda, metro cincuenta quizá. Flaca, pálida, le recordó el físico de las mujeres orientales de las películas. En efecto, el cabello largo caía sobre la cara; parecía peinado al medio y lanzado hacia adelante. La piel no presentaba heridas visibles ni suciedad.
Acabado el examen, Lorena se preguntó qué debía hacer. Lo lógico sería ir hacia ella y tocarla, para comprobar que fuera una aparición y no una mujer de carne y hueso metida en el departamento por algún infame que había copiado la llave. Quizá fuera el ruido de la puerta el que la despertó; Florencia estaba más cerca, pero muy necesitada de descanso. La sospecha no resultó suficiente motivación; avanzar hacia la mujer y tocarla rompía la rutina, iba más allá de lo hecho por su hermana en las noches anteriores.
La mujer resolvió sus dudas. Alzó las manos, separó el cabello en dos madejas y lo llevó hacia atrás. Lorena no reconoció el rostro; cara pequeña, triangular, ningún rasgo oriental. Joven, veinte años como mucho.
—Llegaste rápido.
Lorena chocó la pared en el involuntario retroceso; las palabras no estaban en el relato de Florencia. El tono de la voz no era amenazante, pero el contenido indicaba que sabía quién era ella. Y que la esperaba.
—¿Quién sos?, ¿por qué molestás a mi hermana?
—No tenía tu dirección, tuve que usarla a ella.
¿Los fantasmas tenían guías de direcciones? Le volvieron las ganas de tocarla. La mujer no había hecho más movimientos desde que descubriera su rostro, los brazos pendían laxos hacia el piso.
—¿Porqué no nos dejás en paz?
—Eso quisiera, así estaría yo también en paz.
La paciencia de Lorena se agotó; olvidando los reparos, sin tener en cuenta que estaba ante lo desconocido, se adelantó, el dedo índice de la izquierda apuntado al rostro inexpresivo de la joven.
—Más vale que me digas que querés, o te destruyo.
—Imposible destruir lo destruido, doctora Bruno.
La mención al título detuvo el avance de Lorena cuando estaba a menos de un metro; capturó otro detalle, la joven no olía. Ni perfume, ni putrefacción ni sudor humano; nada, ningún olor. La tentación de tocarla, teniéndola tan cerca, creció; fue bloqueada por una sensación difusa, inspirada por la necesidad de terminar la historia esa noche. Quizá al hacer contacto la aparición se fuera, para retornar en otra ocasión.
—Ni siquiera sabes quién soy. Fui un número, nada más, algo que figuraba en un expediente que tenías que cerrar para garantizar tu acceso al estudio.
La memoria de la abogada se activó. Expediente, antes de la confirmación como socia; fueron varios los trabajos, el principal, la eximición de responsabilidades de una empresa por un incendio producido en un edificio que acababa de vender como nuevo.
—¿Vas recordando? Sansioni y otros, contra Viridex.
—No hice nada ilegal.
—Cuatro muertos.
—La ley estaba del lado de mi cliente.
—Mi hija se salvó, estaba con los abuelos. Ellos acaban de morir, mi hija necesita una madre.
Lorena se preguntó si entendía bien; la intrusa pretendía que adoptara a su hija, sólo por haber hecho bien su trabajo; esconder un informe condenatorio formaba parte de su quehacer en favor del cliente. Estaba loca, el humo del incendio debió anularle las neuronas.
—Vivo en calle Poe, 27, tercer piso C. Podés visitarme cuando quieras.
Dicho eso, Lorena pasó por delante de la joven, abrió la alacena y tomó un vaso, mientras con la izquierda manipulaba el grifo. Se sirvió y caminó hacia la puerta.
—Prefiero visitar al doctor Represa. Estará feliz de saber que su socia regentea una prostituta.
Lorena se volvió. Lo que temía, Florencia recibía tipos, maldita pendeja. Represa era un derechista fanático, hasta podría denunciarla. No cuestionó las pruebas de la aparecida, si conseguía direcciones era probable que tuviera capturas de celular o que pudiera repetir por un pase mágico las escenas donde filmaba a la trola de su hermana.
—¿Dónde debo ir por tu hija?
La joven mencionó un hogar de niños de mala reputación. Después, sonrió y desapareció. Lorena fue a la sala, vaso de agua en mano; se preguntó si podía incluir Tratos con fantasmas en su currículum. Su hermana tendría un despertar brusco. Mejor, que se acostumbrara, teniendo a cargo una nena sufriría muchos despertares así, ser madre le quitara las ganas de andar entregando el culo a viejos verdes. Maldita pendeja, qué ganas de complicarle la vida.
Relato admitido a concurso.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.