GÓLEMS, MALDICIONES Y DVD
¡La qué se ha liado! ¡Y todo por el puñetero concursito de marras! Qué además he vuelto a perder… ¡con lo bien que empecé!
¿Qué a que concurso me refiero? ¡Pues al Gólem d’Or, claro está! ¿Cómo, qué no lo conoce? ¡Pero si es famosísimo! ¡El evento estrella de la Feria Esotérica de Madrid! En fin, será mejor que empiece de cero.
Yo soy competitivo. En todo lo que participo voy a ganar. En los campeonatos de futbol escolares, en las clases, en las partidas de rol con los colegas… claro que el único gol que marqué fue en propia meta, nunca pase del cinco pelón y mis personajes caían a la primera tirada de dados. Sí, soy un patán, pero competitivo.
Por eso, cuando por error cayó en mis manos el panfleto de la Feria Esotérica, quise participar. La destinataria era doña Úrsula, mi vecina. Una bruja en toda la extensión de la palabra, toda vestida de negro, dueña de un gato negro y con el humor más negro que he conocido. Cuando vio la carta abierta, me miro con enojo y gruñó:
— ¿En qué especie de batracio desea ser convertido? ¿Rana ridibunda? ¿Bufo bufo? ¿Bufo calamita?
— ¿Ein? —respondí haciendo gala de mis profundos conocimientos zoológicos.
— ¡Qué voy a convertirte en sapo, alcornoque!
—Mujer, no se ponga así. Recuerde cuando estuvo enferma y le traje sopa.
—Me dio diarrea.
—-Le cuidé al gato en vacaciones.
—Es gata. Y me la devolvió preñada y con pulgas.
—Oiga, sea buena. Solo quiero participar en el concurso ese de los gollums.
—Gólems—corrigió ella— ¿Quieres participar y no sabe ni como se llaman? Vaya, vaya… esa maldición que me ahorro, porque tengo la convicción de que el concurso y su vida se unirán de modo indisoluble. ¿Qué sabes de la Cábala?
—Qué era húngaro y jugó en el Barça.
—Te dejaré un libro.
Me entregó un grueso volumen llamado “Tratado avanzado de creación de constructos animados”. Se lo devolví dos días después, sin haber pasado del tercer párrafo. Me presto otro llamado “El arte de construir un gólem: nociones elementales de animación cabalística”. Traía muchos dibujos y esquemas. Seguía sin entender ni jota, y tampoco de “Construir gólems en 10 lecciones”. Al fin me dejó uno que fue mi biblia en mis primeros pasos en la golémica: “Pippo y el fantástico mundo de los gólems”. Ilustrado y clarito.
Con esos rudimentos me dispuse a fabricar mi primer gólem. Baje al bazar de la esquina y le dije al dependiente chino:
—Quiero arcilla de modelar.
—Tercer pasillo izquierda.
—Allí hay seis paquetes, necesito más. Unos doscientos más.
—Tú tienes muchos niños, ¿no? —respondió el chino con asombro. A la semana tenía el barro. Ahora, solo tenía que esculpirlo y darle vida.
¿Solo? ¡Ja! ¿Ustedes han probado a esculpir cien kilos de barro? ¡Es dificilísimo! Mis primeros intentos fueron un churro. Literalmente. Empezaba a valorar la posibilidad de presenta un gólem-churro cuando encontré una colección en DVD llamada ”Aprende a esculpir con Tamara”. Desde luego , esa chica tiene arte. En el tercer volumen ya modelaba la arcilla como un alfarero, esculpía con una energía digna de Miguel Ángel y forjaba el bronce como quien pela patatas. Pero yo lo único que lograba era churros vagamente humanoides. Cuando logré crear un bípedo con cierto parecido a un hombre quedaban tres horas para el cierre de la inscripción. Cargué a Celedonio en la furgoneta y llegué a IFEMA a tiempo.
Dejé al trasto alineado junto al resto y me dispuse a afrontar la fase previa .La primera prueba era muy sencilla: llamar a tu gólem y que este acudiese. Mi creación tenía una programación cabalística muy simple pero para aquel reto debía bastar. Metí la orden en su boca y me fui a mí puesto donde, a la señal de inicio, llamé:
—¡Celedonio! ¡Aquí!
El humanoide abrió los ojos y con voz ronca dijo:
—Papaaaaaaaá…
No dio ni un paso. Antes de acabar su primera palabra se estrelló contra el suelo, repartiendo barro por medio pabellón. Yo miraba atónito. Un juez se acercó, me entrego una escoba y dijo:
—Eliminado. La próxima vez póngale rodillas.
Doña Úrsula se partía de risa cuando se lo contaba. Se ofreció a explicarme algunos conceptos básicos pero me negué. Uno tiene su orgullo.
Al siguiente año me decidí por un gólem metálico. De acero pulido, con servomotores, telémetro laser, frenos hidráulico y controladora arduino. No tenía ni idea de programar pero, por suerte, encontré unos DVD titulados “Aprende a construir androides y autómatas con Tamara”. Me quedó un cacharro espectacular, mal está que lo diga. Por eso me quedé de piedra cuando el juez puso una escarapela roja en la frente de Brutus.
— ¿Descalificado? ¿Por qué?
—Señor, esto es un concurso de gólems y usted presenta un robot.
— ¡Protesto!
—Léase las bases.
De nuevo volví a casa derrotado y encima tuve que soportar el pitorreo de Doña Úrsula, que se ofreció a darme algunas clases de cabalística. Esta vez acepte y me fueron muy útiles en mi tercer proyecto, Celedonio II, hecho de arcilla y con rodillas.
Llegamos al IFEMA y pasamos la fase previa con suficiencia. La primera ronda ese año era un duelo de originalidad. Mi rival presentó un gólem a base de ristras de ajos trenzadas que tocaba el ukelele mientras recitaba “The Rime of the Ancient Mariner”. El mío contaba hasta diez y eso saltándose el tres y el ocho. Derrota total.
Al año siguiente probé con un gólem de porcelana. Me quedó precioso, parecía una figurita de Lladró, solo que de dos metros y doce centímetros de altura y doscientos kilos de peso. Me costó un fortunón, pero Paco y Pepe, compañeros de infortunio me dijeron: “tío, este año ganas”. Todo iba sobre ruedas hasta que fue sobre ruedas literalmente. Cuando estaba desembalando a Leonardo pisé la plataforma con ruedas que usaba para moverlo y salí disparado con mi gólem abrazado. Recto hacia el estrado donde el presidente de IFEMA iba a pronunciar unas palabras.
-¡Horror! —fueron esas palabras antes de que yo y Leonardo le lanzásemos por el aire a él, el estrado y al presidente de la Real Federación de Gólems y Monstruos. Cuando emergí del montón de cachitos de porcelana, el jurado al completo me esperaba para descalificarme.
A mi vecina la bruja se la había llevado por delante una neumonía por lo que esa ocasión creía que me libraría de sus chanzas. ¡Qué va! Sobre la mesa del salón un tablero de guija me esperaba. En cuanto me acerque, el vaso situado sobre el tablero se desplazó al signo de interrogación.
— ¡Mal! —respondí. Y le relaté mi participación. Cuando concluí, el vaso se desplazó varias veces mientras yo leía en voz alta —. J-A-J-A-J-A
¡Maldita bruja! Ni la muerte la privaba de reírse a mi costa. Se iba a enterar. Iba a ganar el concurso costase lo que costase.
Los años siguientes probé con gólems construidos con alimentos, que estaban muy de moda. El primero con queso. Mi casa olía a calcetín, los vecinos me denunciaron pero Gruyere, mi gólem, tenía un aspecto increíble. La prueba de originalidad la superé de calle. La siguiente prueba se celebraría a la mañana siguiente y yo, confiado, dejé al coloso lácteo en su pedestal. Al día siguiente no quedaba nada de él. Resulta que IFEMA tenía una plaga de ratones. Pensé en quejarme pero el presidente, aun achacoso del trompazo del año anterior huyó al verme aparecer. Descalificado por falta de gólem.
Después vino Kiko, mi creación a base de mazorcas de maíz. Por si las moscas lo rocié de matarratas. Pero tuve la mala suerte de colocarlo al lado de una salida de aire caliente del sistema de calefacción. En tres minutos mi gólem era un inmenso montón de palomitas venenosas. Nueva descalificación y de nuevo pitorreo en la guija.
— ¡No le veo la gracia!
—P-U-E-S-LA-T-I-E-N-E.
— ¡Ese concurso es una maldición!
—P-O-R-F-I-N-L-O-E-N-T-I-E-N-D-E-S.
Estaba demasiado deprimido para responder .Cogí la guija y la guarde en un armario. Cuando volví al salón me encontré al espectro de doña Úrsula sentada frente a mí.
— ¡Menudo grosero estás hecho!
—Mire doña Úrsula, hoy no estoy de humor. Diga lo que tenga que decir y váyase.
—Venga Octavio, no lo pagues conmigo. Tú abriste una carta ajena y cargaste con una maldición que me tenía como objetivo.
—Así que estoy maldito ¿no?
—Claro. ¿Cuánto hace que no sales con amigos? ¿Qué no te llaman? ¿Qué no lees un libro que no sea de golémica? ¿Qué no ligas?
Tenía razón. De hecho era aún peor: había perdido mi empleo y mis hermanas creían que estaba como unas maracas. El fantasma continuó.
—Y piénsalo, con las que has montado ¿cómo es que te dejan seguir participando?
— ¿Cómo me libro del hechizo?
—Ganando. Lo cual es casi imposible. ¿Has visto el palmarés del concurso? ¿No? Pues míralo.
Con desgana miré la tablet y me metí en la página del concurso. Miré la edición de ese año. Desierto. Y el anterior, igual. Una lista de años y la palabra desierto al lado llenaba la pantalla. Seguí bajando hasta 1987. Allí figuraba el último ganador: Úrsula Pancorbo.
—Esa soy yo —dijo la bruja—.Fue la última edición normal del concurso. Después cambió la dirección y empezaron las maldiciones. Una conspiración de la Real Federación de Gólems y Monstruos para librarse de las brujas no federadas. No soportan a las mujeres independientes y como los suyos no ganaban, pues no ganaría nadie.
—Pues lo tengo claro.
—Escucha Octavio, la clave está en destruir el concurso o ganarlo. O hacer ambas cosas a la vez. Haz lo que mejor sabes hacer: siembra el caos, que los jueces se vuelvan locos.
Doña Úrsula comenzó a desvanecerse.
— ¡Pero quédese y écheme una mano!
—Adiós Octavio —respondió ella, translúcida—. Nos vemos en un año. Suerte.
¡La iba a necesitar! Lo primero era el material. Necesitaba uno moldeable, flexible y, por encima de todo, barato. Elegí el papel. Y claro, me di cuenta que no tenía ni idea de trabajar con él. Por suerte localice una colección en DVD llamada “El arte del Origami es fácil con Tamara”. Por material no iba a ser: revistas del corazón, periódicos deportivos y hasta el recordatorio de comunión de mi sobrino. Lolo no resultaba tan imponente como sus predecesores pero funcionaba. Probé a escribir una instrucción y metérsela en la boca, una de las pruebas que exigen en el concurso. “Baila” y el gólem se marcó una coreografía a lo Michael Jackson bastante buena.
Rumbo a IFEMA, iba hecho un manojo de nervios. ¿Sería este año el de mi triunfo? Al llegar me recibieron los habituales grupos religiosos que me pedían que no entrase a ese antro de brujos satánicos, tomé la biblia que me ofrecían y pase al interior del recinto, donde salude a Paco y Pepe, que este año traían gólems impresionantes.
El de Paco era un gólem de madera, inspirado en el Siglo de Oro, que funcionaba mediante instrucciones escritas en versos endecasílabos. Pepe traía un gólem de barro del Mar Muerto, con el que pensaba echar el resto y llevarse el concurso. “Estos dos también están malditos” pensé. Coloqué a Lolo en su pedestal e iniciamos el concurso. El juez miró con recelo mi gólem pero le dio por apto. Primer escollo superado.
Me di una vuelta para ver a la competencia. Habían descalificado a siete, entre ellos el de Pepe, que discutía con el juez.
— ¡Es un gólem!
—No, es un zombi —respondió el juez. Y como para corroborar sus palabras, el gólem dijo “cereeeeeebros” con voz quejumbrosa —. ¿Lo ve?
—Eso es un efecto secundario del barro del Mar muerto, pero es un gólem.
En esto el gólem se puso en marcha y al grito de “cerebros” se fue derechito a por el presidente de IFEMA, que escapó de milagro, pero con dos mechones de cabellos menos.
—Zombi —afirmó el juez mientras pegaba con desgana la escarapela roja en la frente del gólem. Hice un gesto de ánimo a Pepe, mientras este hacía uno a los jueces bien significativo. El caso es que iba superando prueba. La de originalidad gracias al material empleado, la de combate con mucha suerte, pues quedó emparejado con un gólem de piedra, material que siempre flaquea frente al papel.
Comenzó la prueba de baile y arrasamos. Lolo bailó una coreografía espectacular de Smooth Criminal, cerrada por un “hi,hi,hiiii”, que le valió un aplauso monumental. En esta prueba cayó Paco, al negarse su gólem a obedecer una instrucción en rima asonante. Se puso terco y su naturaleza alcornoquil hizo el resto.
Al baile siguió la canción. Me acerqué a mi gólem y le metí en la boca la letra de Staying alive de los BeeGees. Y surgieron dos cabezas más que acompañaron a la principal con voz de falsete. Fue la leche, mal está que yo lo diga. El público aplaudió a rabiar, hasta el presidente de IFEMA, eso sí, desde una distancia prudencial. Pude ver una chispa de pánico en los ojos de los jueces y a continuación otra de maldad. Bueno, más que chispa fue la producción eléctrica anual de una central térmica.
—Prueba final. Se trata de un recorrido por el recinto ferial mientras porta dos antorchas.
¡Qué mala idea! Porque no solo le pusieron las antorchas en las manos, ¡es que las encendieron! Enseguida noté el nerviosismo en las tres cabezas de Lolo.
—Introduzca las instrucciones en la boca.
¡Maldición! Mi libretita no estaba en mi bolsillo. Puede observar las miradas cómplices del jurado y sus risitas ahogadas viendo como buscaba desesperado.
—No tenemos todo el día —apremiaron, mientras uno sacaba brillo a la escarapela roja. Desesperado, yo hurgaba en mis bolsillos y di con un librito, arranque una hoja y garabatee algo así como “mantén el fuego encendido y obedece”.
Sucedió algo increíble. Mi gólem se convulsionó, en sus tres cabezas los papeles que las componían se retorcieron y giraron hasta que en la primera apareció el número seis, en la segunda un VI y en la última la palabra six. La cabeza central giró dos veces antes de anunciar:
—El milenarismo va a llegar.
Las tres cabezas se metamorfosearon en serpentiformes, brotando cuatro más. La bestia comenzó a avanzar, envuelta en llamas que no la quemaban, arrasando todo a su paso. Una de sus testas comenzó a cantar The number of the beast.
— ¡Qué obvio! —dijo un juez con desprecio e hizo unos gestos extraños con las manos a la vez que pronunciaba unas palabras ininteligibles. La sonrisita se le borró de la cara cuando la bestia, lejos de resentirse por el hechizo, creció.
Otro de los brujos intentó un nuevo hechizo, con el mismo efecto. Un chorro de algo indefinido pero peligroso brotó de la boca de la cabeza central y el juez huyó despavorido. Sentí una punzada de orgullo, pero mi gólem estaba descontrolado y no sabía por qué. Miré el libro de donde había arrancado la hoja de instrucciones. ¡Era la Biblia que me habían regalado a la entrada! La hojita en cuestión pertenecía al Apocalipsis y Lolo era la Bestia.
Mi gólem seguía sembrado el caos. ¿Qué podía hacer? Una cosa era ganar el concurso y otra provocar el final de los tiempos. Tuve una idea pero necesitaba ayuda. Paco y Pepe se hallaban a cubierto a mi izquierda. Me acerqué a ellos
— ¡Menuda has montado, hermoso! —dijo Paco.
Les expliqué mi plan. Necesitaba meter una instrucción en cada boca de Lolo, así que cada uno nos teníamos que ocupar de dos cabezas. Pero eran siete las cabezas. Necesitábamos a alguien más.
— ¡Voluntario!—oímos decir a alguien con voz de pito. Nos giramos. Era el presidente de IFEMA, Silvestre Parrando. Ante nuestro asombro, confesó—. Yo también estoy maldito.
Arrancamos las hojas que necesitamos y salimos de nuestro refugio. Llamé a mi gólem, que acudió en el acto.
—Lolo, hijo, deja de hacer el burro —dije.
— ¡Soy legión! —contestó él, muy en su papel. Sus cabezas bajaron, con sus bocas abiertas.
— ¡Ahora! —grité. Y metimos las instrucciones en la boca. Inmediatamente las cabezas comenzaron a morderse unas a otras mientras el cuerpo se convulsionaba hasta finalizar en una explosión de confeti. ¿Cómo lo habíamos hecho? Te lo contaré, ya que el límite de palabras lo permite. Cada papel contenía una fuerza antagónica: los de Paco, extraído de su del Siglo de Oro, contenían una obra de Quevedo y otra de Góngora; Pepe metió una foto de los hermanos Cano; Don Silvestre introdujo dos trocitos de periódicos deportivos, uno del Barcelona y otro del Real Madrid; yo introduje un artículo sobre un mediador de la ONU que, como es sabido, solo enredan más los conflictos. Luego funcionó el principio de acción y reacción. O el de interacción electromagnética. O el teorema de Tales. No tengo ni idea. El caso es que Lolo quedó reducido a papelillos.
Entonces, renqueante, se acercaron la pareja de jueces supervivientes y dijeron al unísono:
—No ha completado el recorrido. Derrotado. El Gólem d’Or queda desierto.
Fueron a burlarse, pero sus múltiples traumatismos no se lo permitieron. Me había quedado a seis metro sesenta y seis centímetros del éxito.
Y aquí estoy, rumiando la derrota. Estoy hundido. Y eso que Don Silvestre me ha empleado en IFEMA. Pero tengo por delante otro año maldito y en casa me espera una sesión de guija, que no me apetece nada.
Y he pisado un chicle. ¡Un chicle! ¡Eso es! El material de mi nueva creación será chicle. ¡Qué cara va a poner Zhao, el chino del bazar, cuando encargue diez mil bolas!
Consideraos advertidos. Si recibís una carta o u mail cuyo remitente es la RFGyM, no lo abráis. Y no solo porque estaréis atrapados sin remedio en el mundillo de la creación de gólems. Ni porque vuestra vida social se irá al carajo. Es porque os enfrentareis a mí y yo voy a ganar.
Aunque se acabe el mundo.
Literalmente.
Relato admitido a concurso.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.