La música de los dioses

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Dersu
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 Una lágrima resbaló por mi mejilla mientras contemplaba la lápida. Bajo ella yacía el cadáver de mi esposa. Eso era todo cuanto quedaba de cinco años de matrimonio: una lápida con su nombre y un puñado de huesos. Todas nuestras posesiones habían sido arrasadas por un incendio originado quién sabe cómo que se abatió sobre nosotros en la noche profunda. Yo salvé la vida por pura perversidad del maligno azar, que me impidió reunirme con la persona que amaba y vivir con ella por toda la eternidad, en el más allá. La vida, en cambio, no me reservaba más que dolor y sufrimiento, y soledad. Sin hijos, sin parientes cercanos; ella había sido un oasis en mi desértica existencia, y ahora el desierto la reclamaba para sí.

Dejé de acudir a las reuniones en el templo porque los recuerdos junto a ella en aquel lugar me atormentaban. Allí nos habíamos conocido, bajo aquel sagrado techo. Me refugié en una pequeña cabaña del bosque, en la que solía jugar de niño y en la que había cometido innumerables pecados. Era invierno, y la nieve caía en abundancia. Mataba el tiempo agazapado junto a la hoguera, con la mirada perdida en los troncos consumidos poco a poco por las voraces llamas. Los vecinos, preocupados por mi voluntario confinamiento, traían a mi puerta alimento y bebida, y me ofrecían una y otra vez su hospitalidad, promesas de consuelo y calor humano.

Cada mañana, aun en los días más duros, en aquellos en que la nevada no cesaba y tenía que luchar contra ella para abrirme paso, caminaba hasta la tumba de mi esposa y lloraba sobre su lápida, y le hablaba, porque yo sabía que ella me estaría escuchando allí donde se hallara. Le contaba mis penas y mi infernal situación, y rezaba para que un día mi cuerpo sucumbiera a las inclemencias del tiempo y mi alma lo abandonara para reunirse con la única persona que de verdad me importaba. En la soledad de mi guarida, me imaginaba a mí mismo sentado, inmóvil, junto a la tumba de mi amada, mientras la nieve me cubría por completo y me sepultaba. Al regresar a la cabaña, siempre, sin excepción, ese pensamiento, esa imagen de mi propio fin, era lo primero que cruzaba por mi mente.

Así transcurrieron los meses, y el frío invierno dio paso a la coloreada primavera, que atenuó un poco mi dolor, y después me sobrevino el calor infernal del verano. Entonces oí por primera vez los aullidos. Al principio los atribuí al viento, que soplaba fuerte esa fatídica noche; después, los consideré producto de mi atormentado espíritu; más tarde, quise creer que el calor me provocaba delirios e incluso dejé un mensaje en la puerta para los vecinos, rogándoles que enviaran a un médico. Apenas pude contener mi exaltación cuando oí el galopar de los caballos aproximarse, e insté al médico a que me curara con presteza, pues no podía continuar soportando los inquietantes y amenazadores aullidos. Ya casi no dormía, y el insomnio había trastornado, más si cabe, mi salud y mi espíritu. El hombre dictaminó que nada podía objetar a mi salud, que permanecía intacta aun en la desgracia; mas que, por el contrario, mi espíritu atormentado se consumía.

–Encomiéndate a los dioses, pobre hombre –me dijo–. Tu alma se envilece y degrada a cada día que pasas alejado de tu fe, a cada victoria que concedes a tu desesperación. Ven, y halla consuelo entre tus semejantes, que te acogerán y cuidarán, y sanarán tus heridas –y, dicho esto, me invitó a acompañarles.

Yo rechacé su ayuda, y los despedí de malos modos. Esa noche volví a oír los aullidos, aún más terribles y más sobrecogedores. Dormí una hora escasa, pero por la mañana me encontraba más fuerte y animado; al mediodía, devoré con insólita avidez la comida que encontré en mi puerta. Luego partí hacia la tumba de mi esposa. De pronto, comencé a desplazarme ligero y raudo -y no lento y pesado-, a pequeños saltos, al ritmo de una melodía alegre y juguetona, que silbaba con impensable vigor.

No sé muy bien con qué propósito, paseé por el bosque hasta anochecer, sin haber alcanzado mi destino y sin dejar en ningún momento de silbar. Cuando se alzó la luna, pálida y siniestra, y el sol murió tras la colina, a mi canción se aunó un canto oscuro; los aullidos de los lobos, que se hacían oír cada noche, me acompañaron lo que restaba de trayecto, y de modo tan enigmático como cuando se iniciara, mi melodía se tornó también fúnebre y sombría.

Ojos de un fiero cuadrúpedo centellearon en las tinieblas. A su alrededor la oscuridad se volvió más impenetrable, de modo que ya no podía adivinarse la forma del rostro de la bestia; sus ojos suspendidos en el aire, cual fantasmal aparición, brillaban con mayor intensidad que las estrellas mismas. Dirigí mi mirada hacia donde debía estar la tumba de mi esposa. Aunque no podía distinguirla, sentía allí una presencia. Quise callar, mas no pude. Mi silbido me impedía oír, y camuflaba cualquier otro sonido. No me atreví a acercarme, porque habría de avanzar sordo y ciego.

Permanecí quieto hasta el amanecer, temeroso pero sin cesar de silbar. Expulsadas las tinieblas, terminó mi canto, y ansioso posé mi mirada en el lugar donde yacía mi esposa; y aterrorizado vi que la tierra había sido removida. Alguien había cavado en aquel lugar, y había abierto el ataúd. Lo único que quedaba era un ataúd vacío.

Caminé hasta que avisté las familiares casas de mis semejantes y me dirigí al templo, a rezarle a los dioses. Quizá esta segunda pérdida fuera un castigo divino por haber descuidado mis deberes como siervo de aquellas deidades a las que todo debía, incluso mi vida. Oré a Davakema, el Dios del Amor, a quien correspondía honrar por mis cinco años de irreprochable felicidad; y a Tuzmaguc, el Dios Creador, por haberme alumbrado; y también a Rosmo, el Dios del Destino, cuyo enojo me desesperaba. Mientras me hallaba ocupado en mis alabanzas, y suplicaba el perdón y la generosidad de los Sagrados, en torno a mí se reunió un grupo de personas.

Alguien cuyo rostro no reconocí, en tal estado de perturbación me encontraba, se me aproximó y me habló:

–No creas que no nos alegra verte en la morada de los dioses, entregado a su veneración. Pero dime: ¿cuál es la causa de tu excitación? ¿Por qué muestras tal ardor?

Y yo, aún incapaz de dar nombre a aquel semblante pero juzgándolo afable y generoso, le confié mi desventura, y le rogué, sollozando, que se reuniera a los cazadores, y dieran caza, si así lo deseaban los dioses, a esas bestias crueles e insaciables.

–Es preciso que guardes reposo, querido –replicó el rostro–. Tu alma se halla inquieta, y te induce delirios. ¿Cómo iban los lobos a raptar a tu fallecida esposa? No, no, esto no puede ser. Sin duda, debe ser obra de saqueadores de tumbas; y ten por seguro que les apresaremos. No temas por ello.

Desfallecí, y el buen hombre hubo de esforzarse por mantenerme en pie. Entre él y un joven mozo me condujeron hasta la estatua de Zausku, el Dios del Fuego. Cerca de mí, oí a dos hombres hablar en voz baja. Me veían postrado a los pies del gran dios y me creían indispuesto.

–Míralo, ahí tendido. ¿Quién le va a creer? Que los lobos se llevaron a su mujer, ¡en verdad perdió ya la razón!

–Se ha ordenado a dos chiquillos que acudan corriendo al cementerio, y que comprueben si la tumba ha sido profanada. Pero creo que el Jefe no se lo ha tomado en serio. Lo hace por complacer al pobre loco.

–Pues yo no descarto que la tumba esté vacía. Escúchame bien; te digo yo que bien pudo este demente haberla saqueado él mismo.

De pronto, oí de nuevo aquel silbido. Primero lejano, casi imperceptible, pero gradualmente aumentó en intensidad hasta hacerse tan audible que me parecía imposible que los demás no lo oyeran.

–¿No lo oyen? ¿No lo oyen? –balbuceé.

Esta vez no procedía de mí, pero era la misma melodía jovial y juguetona que yo mismo había silbado. Salí del templo, ante la mirada atónita de los allí congregados, y vagué por el bosque en busca de su origen. A veces parecía apagarse, extinguirse, tras una loma o una morada, pero en cuanto salvaba el obstáculo la volvía a oír con claridad. Robé un caballo, galopé montado sobre él durante lo que me pareció una eternidad, hasta que el animal, agotado, se detuvo. Lo abandoné y proseguí a pie hasta alcanzar un pueblo que me era extraño.

Anochecía cuando llegué. Parecía un pueblo poco próspero, ruinoso. Viviendas de madera, con agujeros en techos y paredes y ventanas carentes de vidrios; todas aparentaba suciedad y estaban cubiertas por capas de polvo cual láminas antiguas. Tendido en el suelo fangoso, me topé con un anciano con un parche en el ojo al que le faltaba una pierna. Lo ayudé a incorporarse y lo acompañé hasta la posada. Me contó que unos jóvenes exaltados, que portaban antorchas, le habían arrebatado su pata de palo y la habían quemado. Se disponían, pudo deducir por sus gritos, a reducir a cenizas el templo del pueblo.

–Oh, santos dioses, ¡eso es horrible! –exclamé.

Pregunté al posadero por la ubicación del templo y hacia allá partí sin demora. Cuando hice aparición, un grupo de jóvenes furiosos clamaba ante el templo. El sacerdote trataba de persuadirlos para que no perpetraran tal atentado contra los dioses. En su confuso y delirante discurso, no hacía más que incrementar la cólera de los jóvenes, de tantas mentiras que adivinaban en las necias palabras del sacerdote.

De modo insólito, y a causa de la memez del sacerdote, comenzó a inflamarse en mí ese mismo ardor que percibía a mi alrededor. Mi energía ya no iba dirigida a apaciguar los ánimos, sino a unirse a ellos, a destruir aquel falso símbolo de divinidad. ¿Cómo iba aquel ridículo hombrecillo, despojado de toda dignidad, a ser instrumento de los dioses?

Ni siquiera aquel griterío había acallado la misteriosa música. Ésta se imponía con total claridad sobre las voces humanas. Oía ahora sonidos de tambores, una música enérgica y rabiosa.

–¿No lo oís? –troné. Y todos me observaron, desconcertados y curiosos– ¿No oís la música de los dioses? ¿No la oís rogándonos que destruyamos este falso templo, esta afrenta a su poder? –Agarré una piedra, y la lancé contra una ventana, que se hizo añicos– ¡Derribemos este nido de calumnias! –y, arrebatando una antorcha a uno de los muchachos, la arrojé dentro del templo.

–¿Qué hacéis, buen hombre? –me dijo el sacerdote, con voz temblorosa.

Los demás, animados por mi arrojo, se abalanzaron sobre el edificio y en poco tiempo éste ardía. Las vivas llamas colorearon el cielo nocturno, tan misterioso e impenetrable, y como colofón a aquella estampa gloriosa, por encima del estruendo resonó una terrible y fastuosa sinfonía, que sólo yo podía oír. Poco a poco, ésta perdió intensidad y devino en una dulce y seductora melodía. Distraídos, los jóvenes no se percataron de que les arrebataba uno de sus caballos y me internaba en la noche, alejándome del pueblo.

Las tinieblas me envolvieron y me sobrevino el sueño, arrullado por la música inalcanzable. Me dormí a lomos del animal, confiado en que su instinto de bestia salvaje me guiaría por la senda adecuada. Cuando desperté seguía siendo de noche, pero me picaba el cuerpo entero, y al rascarme noté que mis brazos eran extraordinariamente peludos. Esto me intrigó, pero no quise parar porque veía luces en el horizonte, señal de que me aproximaba a un pueblo. Salvé la distancia que me separaba de éste, y de pronto la inescrutable oscuridad dio paso a una luz diáfana cuyo origen no conseguía identificar. El pueblo parecía irreal; algunas casas tenía las paredes curvadas, como si hubieran sido detenidas en pleno derrumbe, y altas torres, y puntiagudos techos, y cristales grandes y redondos. Estaba desierto, todos dormían, o eso creí, porque nada más pensarlo un silbido que ya me era familiar surgió de un calle contigua; y la que silbaba no era otra que una joven de largos cabellos rubios, que, pude comprobar al acercarse, tenía la cara desfigurada y carecía de un ojo. Caminaba con la cabeza gacha, y al arrimarse a mi montura ésta relinchó y retrocedió asustada. La joven se percató de mi presencia, alzó la vista y dejó escapar un chillido agudo y penetrante. No se movió, sin embargo.

–No temas, joven –traté de tranquilizarla, y no obstante sólo pensaba en la mejor manera de arrebatarle la vida, idea que me espantó y me produjo a la vez un silencioso regocijo –. Dime; no compondrás música, ¿verdad? –le espeté, sin saber muy bien qué me movía a hacerle tal pregunta.

En las casas se oyó un gran estruendo, y las gentes, alarmadas por el chillido de la joven, salieron a la calle con presteza. Me rodearon armados con cuchillos y objetos pesados, los más precavidos incluso con espadas.

–¡Santos Dioses! –chilló una mujer– ¡Qué horror!

Todos me observaban con espanto.

–¡Es un hombre lobo! –gritó la joven que había dado la alarma–. Recordad los aullidos –agregó, y aquel comentario me hizo recordar a mis mortales enemigos, los lobos, con los que aquella insolente se atrevía a emparejarme.

–Calla, maldita –le grité, y retrocedió acobardada, resguardándose entre la multitud.

La gente se me acercaba, acosándome con espadas y objetos punzantes, de tal modo que pronto me rasgaron la ropa. Percibí extrañado que también mi tronco estaba cubierto por una excepcional cantidad de pelo, como si no hubiera parado de crecerme durante mi letargo. Mi caballo trataba de repeler a la multitud a base de coces, y se revolvía desesperado. Se encabritó y caí al suelo. Vislumbré la luna; había adquirido un tamaño imposible. La veía tan cerca de mí que mi rostro se reflejaba en ella, y pude comprobar que, en efecto, también mi cara era la propia de un animal salvaje. No distinguía mis rasgos, todo era pelaje, excepto los ojos, inmensos y de una negrura impenetrable, en los que se reflejaba la enorme esfera, que descendió hacia mí y me cegó.

Recobré el sentido y todo estaba oscuro. En un principio pensé que se trataba de la negrura característica de la noche profunda.

–Le han arrancado los ojos –dijo una voz; parecía una voz de anciano, muy bronca–. Será mejor que no se toque. Podría hacerse daño. Enseguida le pondré unos ojos nuevos.

–¿Pero qué dice usted? –inquirí, e inmediatamente me palpé el rostro; donde debían estar mis ojos no había nada: sólo dos agujeros vacíos– ¡Santos dioses! –algo me golpeó en las manos.

–Le he dicho que no se toque. ¿Es usted idiota? –volvió a hablar el anciano, y lo oí alejarse unos pasos, apoyado en un bastón.

–¿Cómo he llegado hasta aquí? –quise saber.

–Cállese. Voy a colocarle los ojos –lo oí aproximarse y palparme el rostro. Comenzó a hurgar en mis cuencas oculares vacías y de pronto las tinieblas se disiparon; había recuperado parte de mi visión–. Cierre el ojo –lo intenté, mas no me respondía–. Intente parpadear –insistió el anciano–. Esfuércese, idiota. Haga un esfuerzo –me apremió. Pero mi ojo no me respondía –. Pues le voy a poner ya el otro.

No pude controlar mis ojos durante los diez minutos siguientes. El anciano me había facilitado pañuelos para que me limpiase las lágrimas que brotaban de vez en cuando. Mientras, me contaba lo que había hecho para solucionar mi transformación. Lo ignoré, y salí de la casa. Era de noche. Esperaba hallar las calles desiertas, mas estaban atestadas de pobres gentes que se agrupaban en espera de algo. La mayoría vestían harapos o ropas sucias y rasgadas, y se tendían en el suelo o caminaban lentos y apáticos, como alelados. Atisbé la orilla de unas aguas pestilentes, y me aproximé para preguntar qué río o lago era ése. Ninguno de aquellos desvalidos supo responderme.

–¿Tiene una moneda, señor? –me reclamó un niño. Sus ojos tristes me conmovieron y rebusqué en mis bolsillos.

–¿Para qué la quieres? ¿Y tus padres?

–Necesito una moneda para cruzar el río, señor. Mi madre está al otro lado.

–¿Qué hay en la otra orilla? –inquirí, pues me había percatado de que sólo portaba una moneda.

Sin responderme, el niño se volvió y prosiguió su abatida marcha. Noté que algunas de aquellas personas sufrían malformaciones físicas o heridas graves.

–Hay muchos lobos por aquí –dijo una mujer invidente, que golpeaba con un bastón en el suelo–. A veces, en los pocos ratos que logro conciliar el sueño, me despiertan los aullidos. Parecen proceder del otro lado del río, pero estoy segura de que si lograra cruzar cesarían.

Un sonido atrajo la atención del gentío. Un suave rumor, el de un remo removiendo las aguas. Vislumbré una barca que se aproximaba a la orilla, y a bordo, una silueta apenas visible, ataviada con un manto negro. Me abrí paso entre los debilitados cuerpos que se agolpaban en torno a la barca, y rogué al barquero que me porteara hasta la otra orilla.

–Puedo pagarle. Por favor, estoy buscando a mi esposa. Los lobos cruzaron este río. Lo sé.

El barquero era un anciano poco robusto, y acudió a mí la idea de que si no accedía a transportarme podría obligarle con facilidad. Me miró casi diría que divertido por mi sufrimiento. Golpeó con el remo a los que trataban de acercarse a la barca, profiriendo insultos, escupiéndoles, y me indicó que subiera. Partimos acompañados por el sobrecogedor canto de los lobos, un aullido que desgarró la propia noche y que incluso al barquero estremeció. Me volví para asegurarme de que nos habíamos alejado de la orilla, pero no pude distinguir nada. Nos envolvía una niebla densa.

¡No disparen, soy gente!

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Patapalo
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Puntos: 209184

Relato admitido a concurso.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Ligeia
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Puntos: 1152

Buen y correcto relato, de tono onírico que poco a poco se inclina hacia el delirio, que creo es lo que provoca la metamorfosis. Cruza al otro lado sin enterarse. Una monedita para Caronte. Tres estrellas y media:

 

***'

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torpeyvago
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Puntos: 1890

«La isla de los muertos» de Rachmaninov.

Parece exento de DDT alocados —o los ha obviado mi pasión al leerlo—. Se me atascan algunos adjetivos«voraces llamas», «fatídica noche», «atormentado espíritu». Guiones cortos como paréntesis «-y no lento y pesado-», paréntesis que además, de manera personal, sobra. La repetición de «ataúd» en «Permanecí quieto hasta el amanecer...» parece empleada como recurso, pero me suena mal. Quizá en algún párrafo se repite demasiado «silbar».

Un cuento que entra por completo, y magníficamente, en lo fantástico pero que parece atascarse un poco al comienzo por las expresiones que he indicado antes. El tema de la convocatoria pasa por su lado sin hacerle mella. El final genial, casi Orfeo en busca de Eurídice, pero con silbos.

El título atractivo y adecuado.

Un relato muy bien contado, aunque no fácil de leer, pero sí placentero. Vaya un tres y medio (3,5).

___________________________________________________________

En un lugar de La Mancha de cuyo nombre me acuerdo perfectamente...

https://historiasmalditas.wordpress.com/

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jane eyre
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Puntos: 10051

Hay un problema de puntuación en los diálogos, faltan puntos y seguido en las frases que anteceden a las acotaciones. Por lo demás es un texto correcto, con buen estilo narrativo y de ritmo constante.

Me ha gustado que el desenlace que lo explica todo sea esa especie de revisión del mito de Caronte y el río Estigia, que le aporta a todo lo anterior ese tufillo a la búsqueda de Beatriz plasmada por Dante. Sin embargo, deduzco que el relato ya estaba escrito, porque el peso de la transformación, que soporta la mayor parte del relato pierde mucho misterio en el contexto de este certamen y eso le resta brillo al conjunto.

 

Mi puntuación es de 3 estrellas y media

 

 

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Poblador desde: 11/07/2014
Puntos: 1514

Un gran relato, oscuro, inquietante, febril. Un relato donde queda poco sitio para la esperanza, demasiado poca. Donde más importantes que los lobos son las almas en pena. Exigente y cuidado, en ocasiones opresivo, se lleva una buena nota.

Nota: 4:25

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Poblador desde: 12/11/2012
Puntos: 1477

Uno de esos relatos que consiguen, sin enterarte bien de lo que ocurre, atraparte. Es una pesadilla con final abierto. Como suele ocurrir en mí, desconozco la mayor parte del misticismo descrito, nombres de dioses y tal, pero al final si he reconocido al barquero, creo, porque no se le nombra, y eso me ha hecho sentir bien, no sé por qué.

3,5

Mírame a los ojos...

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Puntos: 10051

Los otros dioses que se nombran son inventados ¿no? devil

 

 

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jane eyre dijo:

Los otros dioses que se nombran son inventados ¿no? devil

Desde luego Google no dice nada al respecto.

Mírame a los ojos...

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Puntos: 10051

Bote dijo:

jane eyre dijo:

Los otros dioses que se nombran son inventados ¿no? devil

Desde luego Google no dice nada al respecto.

Yo es que lo he dado por hecho porque no me sonaban de ninguna mitología.

 

 

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Poblador desde: 12/11/2012
Puntos: 1477

jane eyre dijo:

Bote dijo:

jane eyre dijo:

Los otros dioses que se nombran son inventados ¿no? devil

Desde luego Google no dice nada al respecto.

Yo es que lo he dado por hecho porque no me sonaban de ninguna mitología.

A mí tampoco me sonaban, así que probé y no, no parece que existan. Mitológicamente hablando, se entiende. Y supongo que el barquero del final es Caronte... De hecho por eso me dio por meter a los otros en Google, porque me chocaba que se inventen dioses y luego se incluya un personaje mitológico real. 

Mírame a los ojos...

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jane eyre
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Puntos: 10051

Bueno, en realidad Caronte como tal tampoco se nombra jajjajajaja

 

 

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Bote
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Ya, bueno, pero como cobra lo mismo...smiley

Mírame a los ojos...

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Dr. Ziyo
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Poblador desde: 30/01/2016
Puntos: 2776

Lo siento, pero no he podido entender este relato. Tras leerlo tres veces, no he sido capaz de relacionar el final con lo anterior. Sé que es culpa mía, porque todos parecen haberlo entendido.

No entiendo cómo se convierte en lobo ni por qué. No pilo lo del silbido y me desconcierta el final.

En un momento él lanza una antorcha al interior de la iglesia y el sacerdote le pregunta "¿Qué hacéis, buen hombre?". ¿No debería dirigirse a él alarmado, furioso u horrorizado? No me cuadra que le llame buen hombre cuando pretende quemar su iglesia, ¿no?

Te pido perdón por no pillar la idea, lo que me hace valorarlo con 2,75 estrellas.

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 209184

Un relato misterioso y sugerente, aunque no sé hasta qué punto habla propiamente de la licantropía porque me ha resultado algo críptico. Hay licantropía, eso es evidente, pero tal vez se vuelve tanto a su origen primigenio (me ha traído ecos de Licaón, por aquello de la ofensa a los dioses) que queda demasiado destilada y podría haberse intercambiado por otra maldición (muerte en vida, la ceguera, el don de la profecía que no será creída, etc.).

Es cierto, en cualquier caso, que los lobos funcionan bien dentro de la simbología general que puebla el relato, así que tampoco lo tomo como un elemento negativo. Solo me parecía interesante señalarlo. Sí que tengo la impresión, por el contrario, que a veces la narración se pierde demasiado en sí misma. La atmósfera y el tono están muy conseguidos, pero ahogan la trama porque el lector no sabe muy bien dónde va a terminar todo lo que se nos cuenta. Solo queda la angustia. Muy tantálico todo.

En cuanto a la prosa, muy conseguida y cuidada. Hay un par de erratas (concordancias que han patinado), pero no gran cosa.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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L. G. Morgan
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Puntos: 2674

Bueno, ¿qué decir de este relato? Lo encuentro muy bien escrito, te atrapa y va sembrando incógnitas e hipótesis a tu paso. Piensas que las resolverá al final, y no tienes prisa, ya que estás disfrutando del camino. Pero este se acaba y... Y me quedo tan perpleja como dice Doc. WTF???

Al principio he encajado lo de los aullidos pensando: como está apenado por su mujer, se retira del mundanal ruido. Pierde contacto con sus semejantes y deja de ir al templo, luego se asilvestra (el doctor le previene sobre ello) y va adoptando una naturaleza animal-lobuna. Por eso oye los aullidos. Pero, ¿y la música? ¿Le llama de alguna manera el más allá? En un rapto nocturno cree ver lobos y desaparece el cuerpo de su mujer. Vale, ¿qué ha pasado con él? El relato no lo dice. Y va al templo y se pone a orar como un fanático y la gente cree que está pirado. (Pero aún no esta hecho un lobo). Y vuelta con la música y se pira. ¿Y qué coño pinta el pueblo adonde va a dar con sus huesos? ¿Y por qué de repente se le pira la pinza y ya no reza, sino que quema el templo? Este episodio me parece un relleno. Entonces ya sí que se transforma, sobre un caballo que se queda tan pancho pero que retrocede asustado ante la chica tuerta. ¿Tuerta por qué? No parece que se lo hayan hecho sus congéneres, porque salen a ayudarla y le dan p'al pelo al lobo.

Y un tipo le cura. ¿Por qué tiene ojos para regalar? (He de decir que esto me ha molado mucho. La cirugía y el diálogo con el hombre XDD). Y se cuela donde Caronte y va a reunirse con su esposa. ¿Y qué tienen que ver los lobos con las ánimas? ¿O es que los lobos que no tienen pasta para cruzar se tienen que quedar allí en su forma humana?

En fin... Preguntas y preguntas. Si no fuera porque a mí personalmente me irritan tanto las incógnitas, creo que me pesaría más el buen rato del principio. 3 estrellas.

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Mzime
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El aire y tono de Dark Fantasy, con gotitas de, salvando las muchas distancias, Zothique, está muy conseguido en este relato. Por otra parte, las formas son adecuadas y buenas, pero el hilo narrativo me ha podido, pues no he conseguido seguirlo en ningún momento. Seguramente por problema mío al pretender hallar lógica allá donde resulta de presencia innecesaria. En cualquier caso, más por la buena música que por la letra, tiene, en mi consideración, un valor de 3,50 estrellas

"Si quieres llegar rápido camina solo, pero si quieres llegar lejos camina acompañado", (proverbio masái)..

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Dersu
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Puntos: 343

Los dioses son inventados. Por cerrar el debate no

¡No disparen, soy gente!

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Mzime
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Puntos: 352

Por mi parte, no hay debate ninguno, Dersu. Sé que tus dioses son inventados, al igual de Clark Ashton Smith se inventó o adaptó los suyos propios para su ciclo de leyendas de Zothique. Yo me refería a que tu relato me recuerda aquella atmósfera. Nada más. Y ese recuerdo no es malo precisamente...

 

"Si quieres llegar rápido camina solo, pero si quieres llegar lejos camina acompañado", (proverbio masái)..

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Invierno
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Puntos: 903

Está muy bien escrito, y está realmente conseguido el aire a pesadilla. Porque creo que esa es totalmente la intención. El protagonista sufre una pérdida que acaba con su vida aunque siga vivo, y todo lo que le queda es recorrer la cuesta abajo. Dicha cuesta abajo tiene partes que estremecen y otras que más bien desconciertan; hay elementos que ni sabemos ni sabremos qué son o qué significan, y el asombro se intercala con el descoloque más de una vez. La licantropía está, pero podría estar más, como tal. Raro, pero es un buen relato.

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Germinal
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Puntos: 1307

Me gusta mucho cómo nos situa el relato al principio: "lápida, cadaver, huesos, incendio". Cuidado con el empleo del tono antiguo con expresiones como "Ojos de un fiero cuadrúpedo centellearon en las tinieblas", la delgada línea que separa un relato de su parodia... En algún momento me ha evocado el corazón delator de Poe (en este caso por los aullidos), pero luego se ha reconducido hacia lo onírico o incluso surrealista, y de alguna forma mi mente ha vagado como esas almas que no pueden cruzar el río.

3,5 estrellas

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Easton
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Puntos: 416

Si pienso de qué va el relato, no me termino de enterar. A un hombre se le muere su esposa. A partir de ahí... es un desvarío.

Puede que sea la locura del hombre la que le hace vivir todo eso y que no sean más que alucinaciones. Quizás el quemar el templo de un pueblo en ruinas, escuchar lobos, convertirse en uno y cruzar en barca un río no tenga ningún sentido. Quizás la locura es la explicación. Pero a lo mejor no hay que buscar explicación.

De hecho, si me olvido de buscarle un sentido, queda un paseo que me gusta y se disfruta, donde se suceden una tras otra imágenes algo locas y bizarras sin mucha conexión unas con otras. Es un paseo hacia no se sabe dónde, pero no deja de ser un paseo en el que admiras el paisaje.

3 estrellas

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Puntos: 343

Mzime dijo:

Por mi parte, no hay debate ninguno, Dersu. Sé que tus dioses son inventados, al igual de Clark Ashton Smith se inventó o adaptó los suyos propios para su ciclo de leyendas de Zothique. Yo me refería a que tu relato me recuerda aquella atmósfera. Nada más. Y ese recuerdo no es malo precisamente...

 

Lo decía por la conversación entre Jane y Bote. Que mi relato te haya recordado a Zothique, desde luego, me halagayes

 

¡No disparen, soy gente!

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Bestia insana
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Luego de un principio que me ha dejado frío, me ha atrapado, y por momentos cautivado, lo extraño de ese viaje errático y crepuscular que a mí me ha recordado en su extrañeza a determinados cuentos de Gustav Meyrink.

*** 3 estrellas

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Curro
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Es muy extraño que no llegue a entender del todo el relato... y sin embargo mee guste´. Es como una amalgama de horrores a los que no termino de dar sentido. Al principio bien, vale, parece que la cosa va a estar en la duda de si el tipo está maldito o simplemente perturbado. Tiro más hacia la perturbación cuando huye del pueblo acosado por voces que nadie más oye y... se encuentra con un hombre al que le han quemado la pata de palo y... va hacia otro templo para salvarlo de unos profanadores y... termina profanándolo...

No voy a resumir todo el relato, pero creo que se me entiende. Es una sucesión de escenas a las que no encuentro sentido, pero como está muy bien escrito y tiene ese tono oscuro y absurdo que tanto me llama, me limito a encongerme de hombros y seguir leyendo para ver qué más pasa sin esperar enterarme.

Aun así hay frases que ya me descolocan del todo...

...y, arrebatando una antorcha a uno de los muchachos, la arrojé dentro del templo.

–¿Qué hacéis, buen hombre? –me dijo el sacerdote, con voz temblorosa.

Pero cómo "buen hombre", carajo, que te va a quemar el templo... Seguro que los filisteos le dijeron lo mismo a Sansón cuando empezó a cargarse las columnas.

Mientras, me contaba lo que había hecho para solucionar mi transformación. Lo ignoré, y salí de la casa

Y a tomar por culo :D

En fin... ¿Habéis jugado a Dixit? Pues el relato me parece así, una sucesión de imágenes inconexas a las que es mejor no buscar sentido pero que son tan llamativas y bien pintadas que pese a todo gustan.

¡Y por Tuzmaguc!, si hay una explicación que este pobre pagano no ha comprendido, que sea revelada, me muero de ganas por conocerla.

Puntuación: 3 estrellas (4 por las escenas, 2 por la conexión)

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