APARICIONES
Transité desorientado por Ciudad Extraña en una tarde cubierta de neblina. Mientras dirigía mis pasos por el lugar, observé los faroles que apuntaban al cielo, las calles estaban ocupadas de murciélagos que volaban sobre espejos colgados en las paredes de casas vacías.
Llamó mi atención una música mágica que sonaba a lo lejos, la seguí con curiosidad, y las melodías me llevaron hasta un parque cubierto de malezas y de bancos llenos de telarañas. Caminé un poco para explorar el sitio y me di que en centro de la plaza había un ángel hecho de mármol. En el suelo observé un libro que estaba tirado, lo levanté y comencé a hojearlo; las páginas estaban amarillentas, las letras eran cursivas y en la portada aparecía dibujado un castillo con un rayo de fondo.
Mientras me concentraba en cada detalle del libro, sopló un fuerte viento, en eso sentí la presencia de alguien detrás mío, volteé sigilosamente, y vaya ¡que sorpresa! contemplé a un enano con rostro de espectro, colocó sus manos en mi pecho y me empujó bruscamente. Sin tener tiempo de defenderme, el hombrecillo golpeó fuertemente mi cabeza en el piso con un bastón.
Cuando abrí los ojos, me encontré tendido en un camino de tierra. De inmediato me incorporé. Al mi alrededor habían muchos pinos y abundantes sauces que seguían el sendero.
Entonces caminé y caminé, caminé durante un largo trecho, hasta encontrarme con una llovizna de mariposas que volaban aceleradamente. Fui detrás de ellas y me invitaron con sus alas a un río que se veía a los lejos. Al llegar se pararon en la copa de un naranjo en flor, atentó las observé. Las hojas de los árboles se movieron frente a mí, y escuché el hermoso trinar de pájaros silvestres. Luego me senté en una roca para descansar y cavilar en donde me encontraba.
No había pasado unos treinta minutos cuando vi un autobús que se aproximaba. Me levanté rápidamente, agité mis manos para que se parara. De manera súbita se estacionó levantando en el aire una polvareda. Al disiparse, las puertas se abrieron lentamente, me subí y vi a un hombre de apariencia moribunda que estaba sentado frente al volante, sonrió al verme y de sus ojos brotó un destello rojo, en ese instante arrancó a toda máquina por la carretera. Me senté precavido ante cualquier situación, observé por la ventanilla, montañas cubiertas de niebla, aves que sobrevolaban al paso del bus. Continué mirando hasta que el vehículo dio un salto, levanté mí vista desde el asiento, vi que el colectivo se desplazaba por un camino de piedras, luego fue reduciendo la velocidad. La voz ronca del chofer me anunció que había llegado a mi destino. Me levanté y bajé rápidamente. El autobús salió disparado velozmente y a lo lejos explotó entre las nubes.
Desorientado por los extraños acontecimientos, traté de encontrar respuestas en mi pensamiento mientras caminaba. La carretera de piedras me condujo a un riachuelo que brotaba de una roca gris. Lavé mi cara, bebí del líquido, metí mis pies en el agua. Me refresqué. Estuve parado allí como una media hora. Sentí que mi cuerpo se iba relajando, quizá por el cansancio de tanto trajinar, mis parpados se cerraban, volví entonces a tomar agua, cuando de pronto escuché un fuerte ruido a lo lejos. Sorprendido volteé y vi aproximarse una gran llama de fuego. Corrí asustado para escarpar, pero un denso humo me cubrió la vista, tapé mi cabeza con las manos y esperé.
Cuando se pasó la humareda, vi a un enano de apariencia espeluznante, llevaba entre sus manos una hoz y de sus ojos irradiaban destellos azules como los relámpagos. Di unos pasos hacia atrás discretamente y corrí, pero no me di cuenta y me resbalé por un barranco.
Me levanté y alcé la vista, y vi que había rodado por una gran altura. Toqué mis brazos y estaban con raspaduras, las rodillas un poco cortadas y de mi cara me bajaba unas gotas de sangre. Tomé fuerzas y proseguí mi marcha por un camino de tierra. Sentía sed y hambre. Ya el ocaso estaba por acostarse. Y mi cuerpo desfallecía, pero los ladridos de un perro me sobresaltaron, traté de seguir sus sonidos hasta que lo vi salir de unos ramajes. Era un canino blanco con manchas negras y de vivaces ojos negros. Al mirarme salió corriendo. Lo seguí de inmediato.
A medida que iba detrás de él, las hojas de los árboles se cayeron y un viento helado comenzó a surgir. Desde el cielo copitos de nieve se precipitaron al suelo, cubriendo todo el lugar de blanco. Sentí frio. A lo lejos el perro ladró, se metió entre un cerco de madreselva, me agaché y con mis manos esquivé las ramas. Al salir, ¡vaya sorpresa! Estaba nuevamente el mismo enano del parque. Me miró y preguntó con voz chillona:
-¿Cómo te fue? ¿Cómo te fue?
Se me acercó. Sus ojos eran vidriosos, percibí una sensación extraña, así que rápidamente lo tomé del pecho y lo empujé, en ese instante se abrió un portal y fue absorbido por una luz violeta. Ante mis ojos despareció. Escuché los ladridos del perro nuevamente, miré hacia los lados, vi un escritorio de madera y una silla de hierro que tenía en el respaldar la moldura de un león, me acerqué en silencio y me senté.
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Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.