Ajetreo
Al sonreírme el jefe, tiemblo. Expedido a casa, me río al pinchar en plena M-30: la ovación de pitadas entre carriles me hiela y me apago, aliviado, en sueños negros de brea. Cuando abro los ojos en la UCI, lloras. Sin duda, este mundo es una maravillosa locura.
Vida insulsa
—¡Que no he vivido! He peleado ante diez mil personas que coreaban mi nombre, he estado en las fiestas más desenfrenadas imaginables y he practicado todos los deportes de riesgo conocidos.
—¿Has leído a Robert E. Howard?
—No.
—Lo que yo decía.