Para que contéis un poco cómo fue, no vale decir cuál fue y a qué juego y quedarse tan anchos. Si el post queda desierto, las quejas a Patapalo .
En mi caso ya lo sabéis:
Juego: D&D 3.5
Master: Yo
PJs: La mayor parte del tiempo cuatro. Semiorco bárbaro, pícaro halfling, mago humano y un cuarto puesto que ocuparon hasta diez personajes con muy, muy mala suerte, interpretados por dos o tres jugadores a lo largo del tiempo.
Tiempo de juego: Pfff. O más. Cosa de año y pico, nos duraría, jugando una vez cada dos o tres semanas.
El módulo: Retorno al templo del mal elemental
Fue un módulo comprado, algo que yo no solía dirigir, pero estaba curradísimo. Lo escribió Monte Cook, y se trataba de una revisión y ampliación del clásico Templo del mal elemental, ambientado en Falcongrís o Greyhawk. La campaña era de nivel 4 a 14, lo que a mí me dio margen para prepararles unas cuantas partidas de nivel 1 a 5, más o menos, y de paso añadir un hilo conductor que las uniese con la campaña de RaTdME y que fue tan memorable como lleno de clichés (estáis en una taberna y... un anciano barbado con túnica y cayado aparece y... sois los elegidos... en fin).
El módulo en sí era tremendo, daba muchísimo juego. Tenía su villa llena de PNJs, su templo lleno de criaturas, su Barbacana del foso con dragón y todo (cómo sufrieron ) y antes del gran final, el templo de la consunción total. Un dungeon enorme, enorme de verdad, categoría: Aguas Profundas, un donut kilométrico repleto de gnolls y demonios de los planos elementales, sencillamente genial.
Hacia el final de la partida entraron en escena los objetos mágicos y tuvieron, cómo no, terribles resultados. La peor parte se la llevaron dos cuartos personajes consecutivos, así que no hubo demasiado drama. Finalmente los PJs vencieron, se convirtieron en héroes, tuvieron estatuas y títulos nobiliarios con castillos y palacios... llevábamos jugando mucho tiempo, y todos (salvo el cuarto personaje, que hacia el final era un elfo guerrero/explorador o algo así) teníamos la sensación haber terminado algo grande entre todos, así que les concedí un final épico y complaciente.
Eramos unos chavales y hacíamos algo el tonto, sobretodo al principio. Recuerdo varias cosas graciosas del grupo, como la genial interpretación del Bárbaro Semiorco, el personaje más estúpido del grupo llevado por un jugador muy inteligente, lo que fue todo un handicap para él porque siempre se le ocurrían ideas geniales que no se le habrían ocurrido a su PJ. También el pícaro, llevado por uno de esos jugadores que sobrellevan las deficiencias de esa clase: no hacía demasiado en combate, pero después guardaba su onda, sacaba su daga (1d4) y "remataba" a los cadáveres como un berserker. Y el mago, y su manía de cantar antes de lanzar cada hechizo. Proyectil Mágico era algo así como ma-gic fin - gers, ¡magic fin - gers! na na, na, na... [tirada de dados] ¡NA!!! con la melodía de Magic English, el cursillo de inglés de disney .
Magnífico. Es una pasada cuando consigues terminar una supercampaña de estas que te dejan con ganas de jubilar a los personajes.
En el pueblo, cuando éramos canijos, dirigía yo El Señor de los Anillos, el rojo. Eran todo módulos inventados por mí mismo y mezclados con ideas de los libros negros de D&D de elige tu propia aventura. El caso es que verano tras verano mis primos y los críos del pueblo fueron haciendo crecer sus personajes hasta llegar a niveles considerables y al final, ya adolescentes, lancé una campaña que creo que llamaba El orbe de los poderes o algo así. El planteamiento era sencillo: ellos, en comandita, iban tras la pista de un artefacto mágico tan poderoso que podría destruir el mundo y todas estas cosas.
Se lo curraron mucho, destrozaron todo tipo de enemigos, pasaron algunos acertijos, laberintos y estas cosas y el final fue antológico. Había dos personajes particularmente poderosos porque no se perdían ni una sola partida: un mago elfo noldor y un guerrero. Al final, el mago se hizo con el orbe y quedó corrompido por su poder, y se desató un combate entre ambos muy trágico. Fue un cierre épico y algo triste para la saga, pero todos se quedaron con la sensación de que habíamos montado una auténtica historia.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.