Ayer tuve que ir a buscar a mi mujer al centro porque ha pillado unas anginas tan fuerte que no podía volver con la bici, así que pillo el coche, desmonto las sillas de los críos, me meto en el centro en obras de Metz, aparco donde no se puede aparcar -además enfrente de una banca de estas que vienen los milicos cuando sale el furgón blindado-, descando la bici y, ah, joder, la puerta del maletero de la Espace se atasca -debe de ser un problema de serie-, así que necesito que alguien prete el botón de apertura (que está encima del salpicadero, el botón de la llave no va) mientras le doy al tirador.
Bueno, un huevo de gente por ahí, ¿no? Así que se lo pido a la persona más cercana, una jovenzana que va con un teléfono de estos modernos con teclado como de ordenador y pintas de no tener ninguna prisa. La chica, sí, sí, dígame, con qué puedo ayudarle... Total, que le digo que si puede darle al botón del coche y es oír la palabra coche, cara de pánico absoluto, y no, no, no, no puedo. Mediodía, sol, plaza gigante, cientos de personas, un coche sucio, vale, pero lleno de sillas de bebé. Entiendo que no le puedes pedir a una desconocida que te acompañe a un sótano oscuro, pero que le dé a un puto botón...
En fin, que le di las gracias mientras huía despavorida y le fui a pedir ayuda a un tipo patibulario, ropa de camuflaje desgastada, moreno de haber pasado mucho tiempo en la calle y tal quien, por supuesto, se mostró encantado de echarme un cable.
Que sí, que es culpa mía por tener un coche que se cae a trozos, no ir con chaqueta y corbata y no pillar ni monedas para la zona azul, y que seguramente no me hubiera cabreado tanto si no hubiera necesitado ayuda. Pero, joder, me dio mucho por saco.
Sería la ostia que después de este sincero desahogo el post tuviese cero respuestas.
Así es, estamos en 1965 y somos detectives de las carreras.