Perseguidos
—¡Los tenemos detrás! ¡Los tenemos justo detrás! —gritó mi copiloto, sucumbiendo al pánico.
Era un delgaducho imberbe recién salido de la academia espacial, de esos canijos y con espinillas, que no sabría ni atarse los cordones de los zapatos sin la supervisión de un superior y un par de simulaciones previas por ordenador. Yo había nacido en la guerra, había mamado de la teta de la muerte y me había graduado en la escuela del dolor. Mi padre decía que sus pelotas rallaban el diamante y yo lo maté a puñetazos.
Sí, hacíamos una extraña pareja.
—¡Señor, no funcionan los escudos! ¡Estamos totalmente indefensos! ¡Si nos disparan...!
—Relájate, coño. He conocido a gallinas ponedoras con más cojones que tú. Y ahora que lo pienso, seguro que pilotaban mucho mejor. Pásame el puñetero control de este trasto.
Nuestro modelo de nave era de los más anticuados de la galaxia. La pintura exterior estaba totalmente desconchada, los asientos parecían de juguete y la pantalla frontal estaba empañada y sucia tras miles de usos. A veces, mientras trazábamos el plan de ruta para el salto cuántico, no podíamos diferenciar planetas y satélites de los trozos de chicle que había pegados. Pero os digo una cosa, me encantaba esa chatarra, mi chatarra, el terror de la vía láctea.
—Listo, señor.
—Estupendo. Si vomitas, hazlo para el otro lado —le dije, dando un volantazo.
Girábamos a tanta velocidad que apenas conseguía distinguir el origen de los haces de luz que pasaban por nuestro lado. Pasamos por debajo del puente cósmico, cruzamos la meseta nebular y los muy cabrones seguían pegados a nuestro culo, a la misma jodida distancia, ni un centímetro más ni uno menos. No soy de los que hacen cumplidos, pero esos tipos eran buenos, condenadamente buenos.
—Gallinita, echa un vistazo atrás y descríbeme sus monturas.
—A la orden, señor. Parece ser.... creo que es... una nave descapotable.
—¿Descapotable?
—Sí señor. Y fucsia.
Se me quedó mirando, boquiabierto, asintiendo con su cara de panoli.
—Lo que sospechaba.
Tenía más enemigos que pelos en la espalda, y no me llamaban «Oso Joe» por cariñoso. Pero de entre todos ellos, el peor, con diferencia, era él. Y el muy cabrito me tenía a tiro.
—Hola de nuevo, hermanastro —susurré.
—¡Estamos perdidos! —cacareó mi copiloto.
—Aún no.
Coloqué mi dedo sobre el botón rojo del panel de mandos, cogí aire y...
Un bocinazo largo y estridente nos interrumpió.
—¡Eh! ¡Bajarse de ahí, hombre, que los carricoches son sólo pa’los niños! —gritó el viejo desdentado, haciendo aspavientos.
—Mire, yo he pagado mi ticket, como todo el mundo —respondí.
—¿Pero no veis que estáis asustando a los críos? ¡Anda y tirar pa’fuera, o llamo a la poli!
Iba a seguir protestando, pero alguien tiró de mi brazo.
—Déjalo Richi, vámonos a otro lado, que la feria es muy grande.
—Lo que tú digas, hermanito.
Salimos de la atracción haciendo eses, entre miradas reprobadoras. Hice un saludo general con el dedo corazón.
No había dado ni tres pasos cuando mi amigo Javi se puso a dar saltitos.
—¡Richi, Richi! Mira, tío, ¡La noria!
—No, la noria no —le corregí, enseñándole a todos la botella de vodka bajo mi abrigo—. Es la estación rotatoria espacial gamma-6.
Bienvenido/a, Invierno
Participas en la categoría de Ciencia Ficción
Recuerda que si quieres optar al premio del público o a su selección debes votar al menos una vez (punto 9 de las bases).
En este hilo te pueden dejar comentarios todos los pobladores. Te animamos a que comentes los demás relatos presentados.
Si tienes alguna duda o sugerencia, acude al hilo de FAQ´S y en caso de que no encuentres respuesta puedes señalarla en el post correspondiente.