EL FILO DE LA MISMA NAVAJA
No fue la excesiva barriga la razón por la que le eligió mientras bajaba las escaleras. Tampoco tuvo nada que ver que su víctima llevara un alzacuello coronando su traje negro, dando una idea más que clara de su inofensivo oficio. Fue su cara de pasividad, neutra, como si no esperara ninguna maldad del mundo. Una cara plácida. La cara de un pardillo.
-Tío, dame toda la pasta- dijo Raúl empujando al orondo párroco contra la pared del oscuro pasillo. Se encontraban en el suburbano, a una hora elevada de la noche y en las sombras de un pasillo poco concurrido. Raúl sacó la navaja y la posó en los riñones del gordinflón.
-¿Por qué debería hacerlo?- preguntó éste dándose la vuelta para mirar la cara del atracador. Raúl no tenía el rostro demacrado de los toxicómanos que solían molestarle a la puerta de las iglesias. No tenía mal aspecto, incluso se le veía bastante cuidado en algunos detalles aislados de su indumentaria, solo la navaja de su mano restaba credibilidad a su disfraz de tipo de normal.
-Porque yo tengo la navaja. Y tú…-el ratero señaló con la cabeza el maletín que llevaba el cura entre las manos.- Ábrelo.
-No hace falta. Es un ordenador.
-¿Un portátil?- preguntó Raúl abriendo los ojos como platos. Calculó mentalmente el dinero que podrían darle por aquel aparato en el mercado negro y sonrió. Relajó un poco la presión sobre el mango de la navaja.
-Sí- contestó el cura afianzando su respuesta con una afirmación de su cabeza. Dejó el maletín en el suelo.- Llévatelo si quieres, pero no me hagas nada. Por favor.
Raúl miró a aquel hombre de arriba abajo, sintiendo al hacerlo un repentino ataque de remordimiento. Quizás se debiera a la estricta educación católica que sus padres le habían inculcado desde su más tierna infancia, o tal vez se tratara de la sensación de indefensión que ese tipo le provocaba. Tan gordo, tan nervioso, tan incauto. Un tipo que confiaba su suerte a un dios invisible, un tipo que no entendía que las cosas malas pueden aguardar detrás de cualquier esquina. O en cualquier pasillo escasamente iluminado.
-Lo único…- dijo el cura dejando la frase en el aire.
-¿Sí?- preguntó Raúl agarrando con más fuerza el mango del arma blanca.
-Hay… información que no me gustaría perder ahí dentro- concluyó soltando un suspiro contenido.
-¿Algo valioso?- preguntó el ratero pasando su lengua por la comisura de los labios.
-Solo para mí… Está dentro de una memoria USB, un pendrive de esos…- la jerga informática del nuevo milenio sonaba falsa brotando de una boca arrugada como aquella.
Raúl cogió con la mano libre el maletín, guardó la navaja en el interior de un bolsillo de sus vaqueros y empujó al cura contra el suelo. El cura cayó de culo, se retiró hacia la pared y apoyó la espalda contra ella. El ladrón volvió a sentir lástima de una víctima tan inocente e indefensa.
-Está bien… Mire, yo no quiero el pendrive para nada. Cuesta cuatro duros en cualquier tienda- dijo mirando desde las alturas al pobre clérigo, sintiendo en sus propias carnes una abierta superioridad y la clemencia de un dios todopoderoso.- Mañana mismo le devolveré el aparatito de marras, dígame donde puedo entregárselo.
El cura pareció pensarlo.
-¿La iglesia?- sugirió Raúl ante el silencio del párroco.- ¿La iglesia de este barrio?
-Está bien- respondió.- ¿Pero por qué debería confiar en su palabra?
-Porque es lo único que puedo darle ahora mismo.
-Su palabra, ¿eh? La siempre honrada palabra de un ladrón, ¿verdad?
Raúl sonrió levemente, se dio la vuelta y salió corriendo hacia la salida. El cura se incorporó poco a poco, apoyando las manos en el suelo y arrastrando su espalda contra la pared.
La casa de Raúl no era demasiado grande, en gran medida por culpa de los cientos de aparatos electrónicos aún embalados en sus propios envoltorios que se apilaban en cada habitación. El ladrón esquivó el montón de cajas de radiocasetes que adornaban el pasillo para llegar al comedor. Cinco torres de ordenador descansaban a los pies de la ventana, aunque próximamente se convertirían en únicamente tres debido a que Raúl había apalabrado la venta de los otros dos cacharros. Apartó de una patada una caja repleta de móviles de nueva generación, se sentó en una silla de madera que se bamboleó con su peso y subió su reciente adquisición a la mesa. Apartó de un manotazo un montón de instrucciones de uso de diferentes electrodomésticos y abrió el maletín. Sonrió al ver el flamante portátil que guardaba en su interior.
-Joder, los curas de hoy en día no escatiman en gastos- dijo en un susurro.
Aquel ordenador no era excesivamente nuevo, pero si potente y con una capacidad envidiable. Un bonito armatoste, pensó el ladrón. El pendrive del párroco aún estaba ensartado en el puerto, como si se tratara de un apéndice negro y voluminoso del ordenador. Tras dos intentonas, Raúl desistió de sacarlo. Parecía soldado al portátil, como pegado por un extraño magnetismo. ¿Qué información guardaría el cura allí dentro? El ladrón se dispuso a averiguarlo, con la imagen de un chantaje potencial sobrevolando su mente. ¿Pornografía infantil? ¿Malversación de fondos? Las variables eran tan jugosas que Raúl comenzó a salivar mientras encendía el portátil. El ordenador también tenía un pequeño ratón con el cable retorcido, un punto extra con el que cobrar un precio superior a posibles compradores. No le había salido mal la noche a Raúl, incluso podría decirse que su ronda nocturna le había resultado más que provechosa.
El calor era sofocante, pero la tensión impidió que Raúl se levantara para abrir las ventanas. La pantalla se encendió, mostrando un fondo de escritorio de lo más sobrio. Solo una carpeta titulada ‘Mi PC’ que Raúl no tardó en pinchar. Una vez allí, se deslizó por la pantalla hasta pulsar el icono del disco externo. La pantalla se oscureció de inmediato, dejando al ladrón en la incertidumbre. Golpeó el aparato dos veces con el dorso de la mano, luego se quedó esperando y mirando fijamente la negrura absoluta que parecía haberse tragado el interior del aparato junto a sus propias esperanzas. Aquella noche no había sido la primera en la que había usado su navaja como medio para amedrentar a los incautos. Pero sí era la primera vez que sentía el filo de una navaja invisible en sus propios riñones.
En otro lugar de la ciudad, un hombre orondo marcaba un número desde su teléfono móvil mientras se sentaba en la soledad de una vieja pensión.
-¿Eres tú?- la voz estaba distorsionada, como creada por un sintetizador. Una voz mecánica, impersonal. Escalofriante, en todo caso.
-Sí, maestro.
-¿Lo has conseguido? ¿Reuniste a todos?
-Por supuesto- dijo.- El último esta misma tarde. Todos los demonios reunidos y atados bajo el filo de la misma navaja.
-¿Algún problema en la última iglesia?
-Ninguno. Fue pan comido, como con el resto.
-No hay nada como tener el arma adecuada, ¿verdad?
El gordo asintió en la oscuridad. Mientras escuchaba, se quitó el alzacuello que llevaba todo el día incomodándole y lo lanzó a una papelera. Erró el lanzamiento y la tira blanca aterrizó en el suelo.
-El nuevo mundo está a punto de dar comienzo.
-Un nuevo mundo de dolor y agonía, señor- dijo el obeso hombre con una sonrisa en los labios.- Y le aseguro, maestro, que no tardará en llegar.
Raúl se dio cuenta que una especie de cursor parpadeaba en el centro de la pantalla oscura. Acercó la cabeza lentamente, fijando su mirada en ese punto vibrante. El cursor era casi imperceptible, pero allí estaba. ¿De que se trataba? ¿Era un extraño virus informático? ¿Se había estropeado el portátil? ¿Podría venderlo finalmente? Raúl siguió mirando aquella pauta pulsante, como una única mota blanca en medio de un océano de podredumbre. Fijó la mirada hasta que pudo ver el centro de la delgada línea del cursor, convertida ante sus ojos en un minúsculo cuadrado blanco. La línea pareció extenderse, su mirada penetrando en las entrañas de aquel símbolo tan simple. Recorrió la mirada por aquel cuadro, adaptada como estaba después de tantos minutos a tan minúsculas proporciones. Como el que se acostumbra a ver en la oscuridad después de que le hayan apagado la luz del cuarto. Una percepción progresiva. Más cercana, menos borrosa. Imágenes oscuras parecían bailar en ese pequeño receptáculo, como mentirosas y ajenas sombras, como un efecto óptico propio de unos ojos cansados. Hasta que finalmente, con un golpe de locura, Raúl lo vio en toda su magnitud. Sus ojos parpadearon, se humedecieron. Luego giraron en las órbitas mientras su boca se torcía en un rictus horrible. De aquella pequeña ventana salió un gigantesco brazo rojo, afilado y lleno de pústulas imposibles. Agarró la cabeza de Raúl, demente tras su breve contacto con el nuevo mundo de dolor y agonía. La estrujó en un solo segundo, chorreando sangre y masa cerebral entre sus dedos retorcidos. El demonio, sólo el primero de cientos, salió de aquel improvisado portal que había servido a su vez de prisión, para dar la bienvenida al nuevo mundo con una enfurecida carcajada.
El Filo De La Misma Navaja (T)
Me ha gustado el relato, sobre todo el final. Sencillo pero efectivo, felicidades.
Me alegro que te gustara, gracias por el comentario!
La verda me gustó bastante, un lenguaje sencillo pero tremendamente efectivo. Buen final, muy bien escrito en general. Felicitaciones.
Muy bien escrito. Apasionante, te engancha hasta el final
Muchas gracias a ambos por leerlo y comentarlo!
Hola mawser,
Me ha gustado mucho tu relato. Es muy bueno todo el diálogo entre el ladrón y el cura. Bien escrito...bien construido...dan muchas ganas de seguir leyendo.
Y el final ha sido excelente.
Celebro haberlo leido!
Te dejo un saludo!
Excelente relato. Está correctamente escrito y el argumento está bien hilado. Coincido con uno de los comentarios: el final es lo mejor del cuento. Enhorabuena.
¡Mil gracias por leerlo! Me alegro un montón que os gustara el relatillo.
Bienvenido/a, mawser
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