Los Herios (F)

LOS HERIOS

          Nadie tuvo el coraje de hablar de los Herios hasta que Julio, aún sabiendo que se embarcaba en un viaje sin retorno hacia el abismo, consumió su vida en ello. A diferencia de esos escritores que se ganan el pan o, por lo menos, cierto prestigio con lo que escriben, fue extremadamente alto el precio que tuvo que pagar para llevar a cabo su sueño (o pesadilla).
         Locura, obsesión...o simplemente una pasión. Por esa fluctuante línea, entre lo patológico y lo digno de admiración, transcurrían los días Julio, tan concentrado en su empresa que el resto de su vida se había convertido en solo eso: el resto.
         Ya no recordaba el fatídico instante en que conoció a los herios, era como si siempre hubieran sido parte de su vida. “Al fin y al cabo, nadie recuerda un momento tan sublime como el de su nacimiento” – solía decir en su defensa.
         Eso si, nunca dudó de su existencia y es por eso que llegó a conocerlos tanto, sintiéndose parte de ellos, como si fueran parte de él. No todas fueron espinas, en este conocimiento mutuo con los herios, y las que hubo “valieron la pena” – afirmó Julio, con tanta seguridad que llegó a convencer al más escéptico de sus seguidores. Es que estos particulares seres, por un lado atormentaban sus pensamientos, apropiándose hasta de sus instantes de descanso, pero por el otro dotaban de vida a su rutina, de color a sus sueños y de sangre a sus molinos de viento.
         Claro está que, la característica de que los herios solo pueden ser vistos con lo ojos cerrados, era lo que generaba la mayor controversia entre sus adeptos y opositores. No, no era un detalle menor, ya sabemos lo que le cuesta a un humano, acostumbrado a expresar prejuiciosamente su opinión en público, intentar comprobar la hipótesis contraria, aunque solo requiera algo tan simple como cerrar los ojos, cerrar los ojos para ver.
         Pero tampoco es tan simple, no basta solo con cerrar los ojos, eso cualquiera puede lograrlo, es necesario algo que Julio llamaba “predisposición”, algo así como un estado sensorial. “Los herios - escribía Julio en su penúltimo libro - perciben la actividad mental de los hombres como un murmullo y, cuando esta es excesiva, los ahuyenta”. He aquí otra gran dificultad para aquellos que quieren conocer a estos individuos a través de la luz de la razón. Precisamente contra este obstáculo se estrellaba, no sin frustración, una y otra vez Julio. Cada vez que los herios se acercaban a él, visitándolo por sorpresa, huían despavoridos cuando empezaba a tratar de entender quienes eran estos visitantes.
         Nadie se explica cómo fue justamente Julio, acostumbrado a razonar hasta las hipotéticas eventualidades de sus sucesos imaginarios, quien llegó a tener tan estrecha relación con los herios. Fue quizás porque, atormentado por su actividad de pensar, sintió la necesidad de escaparse de esos castillos de arenas movedizas y en aquellas huidas fue a parar a la tierra de los herios, o porque en aquellos instantes en los que cesaba el bullicio de su pensamiento, aquel silencio llamaba poderosamente la atención de los herios y los atraía.
         Cinco libros (más comentados que leídos) fueron los que logró publicar Julio antes de su desaparición de la vida pública: “Los Herios”, “Cerrar los ojos para ver”, “Vida y Obra de Los Herios”, “Bigotes Azules” y “Herejías”; muchos más los que no le dejaron publicar, por diversas razones, e incontables los que se ahogaron en el tintero.
         Bien sabía Julio que conocer los herios y, más aún, intentar darlos a conocer a través de sus libros y sus conferencias siempre polémicas, no le compensarían económica ni socialmente todo su esfuerzo en la misma proporción. “¿Vale la pena?” - se preguntó más de una vez, e igual número de veces se respondió: “la pasión lo vale”.