http://lacamadepiedra.wordpress.com/2009/10/23/tlahuicole-2/
Entre los años 1511 y 1519 se sucedieron, en el actual territorio de Tlaxcala, numerosas batallas en que los mexicanos -los tenochcas o mexicas -intentaban mellar el espíritu inflexible de los tlaxcaltecas. Desde las Guerras Tepanecas, en que los tlaxcaltecas habían soportado lo más crudo de las batallas al lado de su caudillo Nezahualcoyotl, esta valiente nación había dado muestras de su espíritu guerrero y su ardor patriótico. Abrazaron el ideal de un Azcapotzalco convertido en ruinas aun antes que los señores de Tenochtitlan y Tacuba, tornándose los favoritos del príncipe acolhua. Y de entre estos valerosos guerreros, sobresalían especialmente los otomíes, una pequeña etnia enclavada en el este de los estados tlaxcaltecas que habitaban esas tierras incluso antes que todas las tribus nahuas y que habían firmado pactos de hermandad con los tlaxcaltecas a cambio de que no los expulsaran de sus tierras en Tecoac.
El pacto era sencillo y claro: ellos permanecerían en el este vigilando la frontera más conflictiva de su país, marchando en la vanguardia de cualquier guerra que decidieran emprender contra sus enemigos, primero en Azcapotzalco y, después, en Tenochtitlan y Chalco. Servían como mercenarios, mas no como sirvientes. Marchaban al frente como humildes guerreros, nunca como esclavos. Y gozaban del respeto y la consideración de los confederados de Tlaxcalan.
Hubo una batalla en 1516 que dió lugar a una de las leyendas más grandes de esta hermosa nación. La batalla sucedió en Huautla, con un triunfo de los mexicas, la huida de los soldados tlaxcaltecas y la captura de un joven noble de menos de 20 años pero que ya era una leyenda entre las filas enemigas: Tlahuicole. Era éste un joven otomí hijo de patricios miembros de la República Tlaxcalteca. A su edad ya era famoso por ser un soldado sumamente fuerte, diestro con las armas y, se rumoraba, había dado muerte a uno de los hijos de Motecuhzoma Xocoyotzin, emperador de los mexicas.
Cayó en una ciénega y no pudo salir de ella. Ahí fue encontrado por los soldados huexotzincas, quienes lo ataron y lo llevaron prisionero a la capital del imperio. Al llegar fue recibido por el señor de Iztapalapa, quien por ese entonces era Cuitlahuac. El noble mexica no tardó en llevarlo ante el emperador como trofeo de guerra y éste lo recibió con los más grandes honores. Cabe mencionar que entre los mexicas, la habilidad para la guerra era una de las mayores virtudes. Motecuhzoma colmó de regalos y mujeres al noble otomí, tratando de ganarse su confianza para hacerlo parte de las negociaciones con su nación. Pero Tlahuicole era de madera sólida, un nacionalista extremo y ferviente defensor de la independencia de Tlaxcala (un caso similar al de Xicohtencatl Axayacatzin), y le pidió al emperador que le diera muerte lo antes posible, pues un capitán capturado en la guerra era deshonroso para los otomíes.
Lógicamente Motecuhzoma, hábil político y negociador, no haría caso a las peticiones de Tlahuicole. Lo mantuvo “prisionero“, si esa es la palabra indicada, hasta convencerlo de servir bajo el estandarte mexica en las Guerras Purépechas. Los purépecha o tarasco, ancestralmente también eran enemigos de los tlaxcaltecas, por lo que Tlahuicole aceptó el pago de los favores otorgados por el emperador liderando en la guerra a los soldados tenochcas.
Tlahuicole marchó como capitán de milicia bajo el mando de Cuauhtemoc en la Guerra del Salitre para apoyar a los estados de Sayula y Autlán (algunos autores incluyen Tzinapécuaro). A su regreso, Cuauhtemoc habló al emperador de su valía y su enorme contribución en la batalla, pidiendo más honores y riquezas para su persona. Motecuhzoma insistió de nuevo en concederle la libertad para que regresara con los suyos y sirviera de ejemplo de la buena voluntad mexica. Tlahuicole pidió de nuevo la muerte, esta vez con más seguridad dada la circunstancia de que había combatido bajo el estandarte del enemigo y que no había manera de regresar a Tecoac (su ciudad natal) debido al juramento de los guerreros otomíes, que les forzaba a regresar victoriosos o morir en la batalla (algo similar al juramento militar de los espartanos).
Fue sacrificado como gladiador, en la cima de Tolometli, atado al Temalacatl, la piedra del sacrificio gladiatorio. Fue atacado por cuatro guerreros al mismo tiempo en cinco ocasiones dando muerte, según el Códice Mendoza, a ocho guerreros y sacando del combate a otros veinte. Su cráneo y su corazón fueron ofrecidos a Huitzilopochtli por Motecuhzoma y su cuerpo, convertido en cenizas, fue enviado de regreso a Tlaxcalan. Los tlaxcaltecas lo honraron como a uno de los grandes héroes de la República, y actualmente hay un municipio en el mismo estado que lleva su nombre.
Después de muerto Tlahuicole, las Guerras Purépechas siguieron cobrando batallas hasta unos meses antes de la llegada de los españoles, pero los mexicas sólo obtuvieron derrotas. Las únicas victorias que pudieron obtener en esa desastroza guerra fueron las que obtuvo Tlahuicole.
Fuentes
Historia de Tlaxcala, de Saturnino Martín Cerezo.
Historia de Tlaxcala, de Diego Muñoz Camargo.
Un artículo francamente interesante y muy bien narrado.
“Quien vence sin obstáculos vence sin gloria”