Una maceta de tulipanes
Hablamos del primer relato protagonizado por un detective de lo oculto
Una maceta de tulipanes, relato que fue publicado en 1855, es considerado el primer relato protagonizado por un detective de lo sobrenatural. Obra de Fitz-James O'Brien, un escritor que murió joven a causa de las heridas sufridas durante la Guerra de Secesión y que fue conocido como el Poe Céltico, nos presenta a Harry Escott, un tipo que, además de una cierta sensibilidad (no demasiado acusada, a decir del primer relato), tiene inclinación por el estudio de los fenómenos sobrenaturales. Así, el personaje, que solo protagonizaría un segundo relato (Las lentes de diamante, 1858, que se encontraba entre los preferidos de H.P. Lovecraft), podría haber sido no solo el primer detective de lo oculto, sino el germen de toda una fructífera tradición en la que se utiliza la razón para hacer frente a los fenómenos sobrenaturales. Por desgracia, la temprana muerte de este prometedor autor, que formaba parte del particular grupo de los Bohemios, también integrado por Walt Whitman, nos ha privado de lo que podría haber sido una piedra angular del género.
En cuanto a la historia en sí, sigue siendo de gran interés por sí misma. Arranca con una descripción costumbrista de la costa Este de los Estados Unidos, donde vive el protagonista, relatándonos las desventuras de una familia acomodada en la que el padre, injustamente, trata a su esposa de un modo horrible a causa de unos celos injustificados. Es una primera parte que encajaría en la línea de la novela realista desarrollada por Dickens o las Brönte, que tiene la función de presentarnos un drama en principio banal y generar en el lector una sensación de cercanía y plausibilidad muy en la línea de la Primera Ley de M.R. James.
Entonces, ya bien mediado el relato, se nos revela que Harry Escott es un apasionado de los fenómenos sobrenaturales, que ha estudiado los mismos y se ha interesado por su mecánica, por desvelar lo que se oculta tras ellos con un espíritu científico y/o racional. No es un elemento que se presente como conveniente, sino como una mera información adicional.
A partir de aquí tenemos una historia de aparecidos como las de las clásicas ghost stories que se resuelve gracias a las dotes deductivas de Escott y su amigo. Se apoyan en el simbolismo y en la lógica bajo la cual funcionarían estas apariciones. Es una resolución más bien sencilla que permite encontrar la herencia que, malignamente, el pater familias había ocultado por rencor, hecho del que se había arrepentido justo antes de su muerte. Francamente, esperaba algo más de los tulipanes (que tanto han trastornado el mundo), pero aun así funciona bien la cosa.
Cabe señalar que la tramoya fantasmagórica es canónica: los aparecidos son espectros traslúcidos, como sombras blanquecinas, con determinadas zonas de luz y dedos chisporroteantes de energía, y vienen acompañados de corrientes de frío. Además, se adscribe a la tradición mesmérica y magnética. Es decir, que Fitz-James O'Brien optó por aceptar la tradición y el enfoque espiritista en este sentido y darle una vuelta de tuerca a la relación con el fenómeno sobrenatural, lo cual es, a fin de cuentas, el quid de este subgénero.
Con estos elementos, Una maceta de tulipanes sigue siendo un relato que merece mucho la pena leer si nos gusta el terror clásico. Ha envejecido muy bien y es una pieza de lo más interesante. Muy recomendable.
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